Venezuela no es ni ha sido solo saqueo, violencia y dolor.
Ha pasado antes y en otros sitios, y volverá a pasar: ante una crisis catastrófica, una nación siente la necesidad de responder a la devastación con memoria, para que no se olvide lo que ha logrado y para reunir semillas para la reconstrucción. Es en ese contexto que en distintos ámbitos hay venezolanos, dentro y fuera del país, rescatando archivos, devolviendo la mirada a nuestras ciudades o, como hacemos aquí mismo en Cinco8, contando historias que no se habían contado, o que no se han contado como lo merecen.
Este último es el caso de Al son que nos toquen, el libro de Marcy Alejandra Rangel que surgió de su tesis de grado para Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello, y que creció hasta convertirse en un libro hermoso, rico, lleno de cosas que uno no sabe y que quiere saber, y también en un site, en un programa de eventos y en un proyecto para conseguir fondos con los que ayudar a que las nuevas generaciones de bailarines en Venezuela tengan cómo formarse y cómo mostrar su arte al público. Porque el tema aquí es la danza contemporánea venezolana: la que se ha hecho y la que se sigue haciendo, pese a todo.
Con prólogo de Eloísa Maturén, edición de Jesús Torrivilla, corrección de Virginia Riquelme, diseño de Yonel Hernández y Eddymir Briceño, imágenes de Roland Streuli y coordinación editorial de Rodnei Casares, Al son que nos toquen es el primer libro de historia de la danza en Venezuela que aparece en mucho tiempo. Con sus casi dos docenas de testimonios de directores de compañías de danza contemporánea, es una historia coral de la danza contemporánea en nuestro país, en paralelo con la de nuestra democracia.
Marcy sabe bailar con el cuerpo pero también con las palabras. “Que este libro sea soporte para que en los escenarios venezolanos nunca baje el telón”, escribe al comienzo de Al son que nos toquen.
“Es también una posibilidad de acercar la danza a nuevos públicos que quizá no han tenido la posibilidad de admirarla desde sus propios escenarios”, dice también Marcy, porque en efecto muchos jóvenes en Venezuela jamás han visto danza en vivo.
Pero así como sabe investigar y sabe escribir, Marcy también sabe que la cultura necesita plata, que eso está bien, y que no basta con crear, también hay que moverse, que gestionar. Ella baila desde niña, y aparte de la carrera como periodista que tiene, ha ido acumulando experiencia en Venezuela y en Colombia (donde está viviendo ahora) como productora y gestora cultural. Por eso tiene muy presente que hoy no tiene mucho sentido lanzar un libro con el típico bautizo con la familia y los panas en una librería, con pétalos de rosas y un brindis apurado con vino caliente. Qué va: Marcy organizó una preventa para ir buscando fondos, lanzó una colección de tokens NFT con fotos de Roland Streuli y Jesús Salazar Cabrera, y sacó su libro en medio de un apretado viaje a Venezuela donde anunció un programa “para celebrar la danza en Caracas”. El 28 de abril presentó Al son que nos toquen mediante un conversatorio moderado por el periodista cultural Simón Villamizar, donde tocaron nada menos que Alfredo Naranjo y El Guajeo; a mí me cuesta imaginar mejor música para que mi ciudad me reciba de vuelta. El 29 de abril, Día Internacional de la Danza, se hizo otro conversatorio en la UCAB y un espectáculo en MoDo CCS con DJ Torkins, Marilú García, Sieteocho Danza Contemporánea con Armando Díaz y los ganadores del festival Desafío al Movimiento HDH Art Complex. El 30 de abril cerró con otro diálogo con Taba Ramírez, CEO de Ímpetu, Claudia Salazar de Clas Producciones, y Mariana Marval de la Escuela de Teatro Musical de Caracas. Ahora viene un programa similar pero en Bogotá y Medellín.
Esa misma mirada está en el libro: no solo nostalgia por lo que se pudo hacer hasta que, claramente, toda una historia prometedora se interrumpió cuando llegó el chavismo, sino también atención a que los procesos de formación y creación requieren también escenarios, seguridad laboral, capacitación técnica, programación constante. Marcy tiene una visión realista y completa de la cultura, como debe ser: no es un fogonazo de inspiración que baja desde el éter al espíritu de gente sensible, sino una actividad humana esencial que necesita y merece políticas, finanzas, institucionalidad e infraestructura como el deporte, la educación o cualquier actividad económica.
Una de las cosas más interesantes que tiene el libro es justamente que esa mirada está en el recuento histórico de la danza contemporánea, desde que la trajo a Venezuela Grishka Holguín, hasta finales de los 90. Y ayuda mucho leer todo esto entre las fotos que tiene el libro y el modo en que lo compuso el artista visual Yonel Hernández.
Lo que reúne Marcy es la historia de un movimiento y una institucionalidad dancística tan sólidos que con todo lo que ha ocurrido dejaron algo vivo hoy. “El estado de arte de la danza de Venezuela está prácticamente igual que hace diez años”, dice Marcy. “Fue una de las motivaciones para hacer mi libro. Se ha ido gente, sí, o algunos de los que ves en los capítulos dos y tres ya no están bailando sino dirigiendo sus compañías o academias, o se dedicaron a otras cosas”. Unearte pierde docentes, las ayudas del Estado ya no están, ya no hay un Instituto de Artes Escénicas y Musicales (IAEM) organizando festivales, el Centro Nacional de Danza funciona pero de manera muy precaria.
“Las compañías aún activas tenían dos o más años sin bailar, porque empezaron a paralizarse en 2019. Ahora la reactivación de cosas se siente. En el Teresa Carreño hubo un Día de la Danza, que también celebró Danza UCAB. Los teatros Municipal y Nacional (de Caracas) están presentando cosas, igual que el TTC y Teatro Chacao. Volvimos a los espectáculos aislados que teníamos, no hay un movimiento de danza importante en el país sino unos pocos momentos al año, no la programación regular que hubo en otras épocas. En el capítulo 2 hablo de cómo la danza contemporánea en Venezuela tuvo bailarines que volvieron de afuera para formar companías que fueron referencia en América Latina, como Danzahoy, residente del TTC por veinte años, que era un modelo privado de formación, con presentaciones con personalidades de la época, capaz de sustentar la danza y de hacerla más atractiva a un mayor público, de llenar varias veces una sala de 2.500 espectadores”.
Marcy también habla de las escuelas que enseñan sobre todo lo que está de moda en el mundo, danza comercial o hip hop, urbana, pero que en algunos casos dan también clases de fundamentación, la llamada danza lírica, que son las bases de la danza contemporánea a partir de la terminología y las técnicas del ballet. “Hay una camada de chamos tomándola en serio. Ímpetu, por ejemplo, hace un festival desde hace 15 años en la Concha Acústica, Desafío el Movimiento, que reúne a 1.200 bailarines en escena y 5.000 personas por función”. Hay un boom de academias de danza latina en Venezuela, dice Marcy, y un montón de bailarines venezolanos de salsa dando clase y ganando competencias en la diáspora. “Tenemos campeones mundiales de danza latina, y eso nos representa también, como el ballet, el preferido de las élites”.
Hace falta que las mismas familias que inscriben a sus niñas en ballet acepten que de grandes quieran profesionalizarse, y al nivel colectivo una política cultural que venga del Estado.
Marcy dice que el Estado puede crear más profesores de danza mediante la Unearte, creer en las carreras tanto de intérprete como de docente en contemporánea y ballet, y sobre todo, organizar espectáculos, porque mientras haya una escena viva, puede haber público que conozca la danza y que aprenda a apreciarla y por tanto a apoyarla. “El Estado puede ayudar a formar público para que la empresa privada vea que es buena idea patrocinar eventos de danza y así la economía creativa va a circular, cosa que ahora no está sucediendo”. No es fácil en ninguna parte, claro. “En Colombia, el Festival Iberoamericano de Teatro incluye danza, pero sigue siendo el eslabón más débil de la cultura. Muy pocos habrán visto espectáculos de danza en streaming, incluso entre gente de la cultura. Pero se puede encontrar la manera de vivir de este arte, como ocurre en países donde el porcentaje de PIB dedicado a la cultura es mucho mayor”.
Al son que nos toquen se puede adquirir en su site, y también Sietealcubo en Caracas e Ítaca Librería Bar en Medellín.