Por disparejo, el choque parecía una parábola. Venezuela era la tortuga y Bolivia la liebre. Lástima que al final de los 90 minutos no aguardase una lección para los bolivianos y una muestra de sabiduría por parte de los venezolanos. La selección local comenzó jugando a otro ritmo, de un modo que pronto inclinó las probabilidades de victoria a su favor. El resultado definitivo fue una muestra de eso. Al menos en parte, porque pudo ser más abultada la diferencia: debió serla.
Bolivia jugó mejor. Sobre todo al principio, dio la sensación de que si Venezuela llegaba al entretiempo abajo en el marcador solo por un gol de diferencia habría salido muy barato. Llegó con un empate, lo que le ofrecía cierto margen para crecer. La Vinotinto parecía tener más talento individual. Por momentos, algunos de sus futbolistas (Rómulo Otero a la cabeza) hacían gestos técnicos que a sus rivales quizá le costaban un poco más. ¿Podría Venezuela haber realizado un planteamiento más competitivo en caso de haberse preparado por más tiempo en La Paz? Que su plantilla es mejor que la de Bolivia es innegable, que la altura de La Paz empequeñece a cualquier futbolista también. ¿Pudo haberse preparado mejor el partido? ¿Debió realizarse la concentración en Bolivia directamente o en sitios que simularan las condiciones del lugar en el que se iba a jugar? Más allá del uso de cámaras hiperbáricas, me queda la duda de si era posible realizar una adaptación más eficaz de cara a disminuir la desventaja.
Ahora bien, no olvidemos el contexto.
En diez partidos en La Paz, Venezuela solo logró una victoria y un empate. Recibió 34 goles y marcó siete. Son muestras de la dificultad del escenario.
La victoria, por cierto, se consiguió bajo el mando de César Farías, quien ahora dirige a la selección que viste de verde. Fue un triunfo, vale acotar, en el que se hizo una preparación exhaustiva, metódica y minuciosa.
Venezuela adolece en demasía los puntos débiles de su plantilla. Del mismo modo en el que invitan al optimismo los jugadores con más capacidades, produce un pesimismo la ausencia de defensas acordes al fútbol contemporáneo. E, incluso, las limitadas opciones para la primera línea de volantes. No es hacer leña del árbol caído: si no hay centrales con capacidades para salir jugando, por ejemplo, es responsabilidad absoluta del país y su pobrísima planificación deportiva. Yordan Osorio, que no estuvo por lesión, es la única pieza insustituible. Es el único central apto para competir en los diferentes registros que ofrece la Eliminatoria. La frecuencia con la que se lesiona es un problema y debe revisarse. Como también, conviene señalarlo, el cuerpo técnico debería estar buscando soluciones alternativas. A estas alturas, ya está recontraprobado que la dupla Chancellor-Ángel, la más experimentada y que en momentos puntuales ha puesto pañitos tibios, no es una apuesta confiable a mediano plazo. Es momento de comenzar a hacerse preguntas. ¿Tomás Rincón, Yangel Herrera, Junior Moreno podrían desempeñarse en la posición? ¿Hay otros centrales más jóvenes que, aunque no estén listos para sobresalir, tengan un futuro más alentador y puedan irse curtiendo desde esporádicas titularidades?
Marcelo Moreno Martins da la sensación de que es inmortal. ¿Cuántos lustros tiene destacando, siendo la sempiterna carta ofensiva más peligrosa de Bolivia? Su carrera es tan destacada como lo fue su partido ante Venezuela. Se engulló a la Vinotinto, tanto en los duelos individuales como con movimientos sin balón que desarticulaban a la defensa. Debió irse con hat-trick, pero le faltó mayor capacidad para definir. Igualmente, surge una nueva duda, ¿no debían estar los defensores vinotintos prevenidos de las habilidades Martins? No es el hecho de que el delantero boliviano se impusiera (todos saben de las capacidades de Messi y este casi siempre acaba sobresaliendo), es el hecho de que pareciera que –por momentos– se le ofrecieron más libertades de la cuenta. En sus dos goles, la indulgencia con la que se le marcó es digna de un partido de exhibición.
Bolivia, como todas las selecciones de Conmebol, conocía los puntos débiles de Venezuela. Ahogó a su rival en salida.
Con la pelota, machacó la banda izquierda venezolana. Esa que cubría Mikel Villanueva como lateral, Tomás Rincón como interior y Rómulo Otero como exterior. Era una decisión lógica, a priori, teniendo en cuenta que Rómulo podía ser el más blando en la marca, situación que pronto quiso corregir Peseiro intercambiándolo de posición con Alexander González (que arrancó jugando como externo en la banda derecha). Lo que no me queda claro es si César Farías había previsto sacar tanto provecho de ese flanco. Villanueva se vio superado constantemente, lucía desorientado: el boliviano Henry Vaca lo superó con frecuencia. Todo resultó aún más complicado en la medida en la que Alexander González, de buen rendimiento, se quedó sin aire. Parecía evidente que debió haber sido sustituido antes.
Lo mejor de Venezuela vino de parte de Otero. Entendió el partido y descifró al rival. Aglutinó bolivianos mediante conducción y drible como cuando en el patio del recreo el más habilidoso del salón retaba a la multitud. Trató de organizar a su equipo con la pelota y fue peligroso en las jugadas detenidas: es el mejor cobrador de tiros libres que hay en el país. Otra jornada más en la que, a punta de buen fútbol, pide mayor peso dentro de los planteamientos futuros.
A Venezuela el arco de Bolivia le quedaba casi tan lejos como la distancia que media entre ambos países. El planteamiento de Peseiro fue recatado en exceso.
Está bien defenderse y ceder la posesión del balón, cuidar las bandas y ocuparse de no recibir goles: es desde esa máxima cuando mejor ha competido el equipo. El problema es que, uno, estaban las debilidades y descuidos defensivos que ya se mencionaron; y dos, el equipo se paró muy atrás, permitiéndole a Bolivia organizarse con más facilidades de las que sugería a priori el talento de su plantilla, casi sin considerar las posibilidades de enarbolar un buen contragolpe luego de recuperar el balón. En ese sentido, la carta de Venezuela pareció ser apostar por la habilidad de Otero y el pundonor de Alexander. Incluso se podía cuestionar la alineación de Aristiguieta, si no se le iban a enviar balones largos, centros ni lo iban a poner a pivotear para que subieran los volantes, ¿no era mejor apostar por un delantero con más drible que pudiera asociarse con los externos?
El equipo mejoró con la entrada de Josef Martínez, cuyas condiciones eran más propicias para el contexto y para los caminos que se estaban explorando. Con sus habituales desmarques de apoyo pronto empezó a generar espacios. Su entrada coincidió con la de Savarino. Poco a poco, Venezuela pudo ubicarse más arriba. Aunque no con mucho tino ni orden: daba la sensación de que lo hacía más desde la intuición que desde la aplicación de un nuevo plan.
Si algo hay que reconocerle a Peseiro, sobre todo en relación a procesos anteriores, es que se anima, en casi cualquier momento, a darle entrada al campo a jugadores con mayores capacidades ofensivas. Sobre el final, y ya con el Brujo Martínez en cancha, metió a Jhonder Cádiz y cambió el 4-5-1 con el que jugó durante casi todo el partido por un 4-2-2-1-1, en el que Tomás y el Brujo eran los volantes de primera línea. Antes de poder evaluar si el cambio podría traer cosas positivas, Bolivia sentenció el partido. Venezuela cometió un error en salida –otro más, para una galería que empieza a parecer infinita–, esta vez por medio de Wilker Ángel, quien le entregó el balón a un rival. Una serie de pases luego, Martins –que para colmo estaba siendo mal marcado– anotó el 3-1.
Peseiro decidió que el portero titular fuera Joel Graterol, en detrimento de Wuilker Faríñez. De esta posibilidad se venía hablando desde hace rato: el primero destaca en Colombia, mientras que el segundo es suplente en Francia. Aunque era algo que podía suceder en cualquier momento, surge la duda de si no se hizo en el momento menos adecuado. Jugar en La Paz es difícil no solo porque la altitud condiciona el rendimiento fisiológico, sino también porque la pelota es susceptible de realizar movimientos poco habituales en el aire. A eso hay que sumar la inexperiencia de Graterol en la Eliminatoria y los pocos partidos que ha jugado con Ángel y Chancellor. Casi pareciera que se le soltó a una jaula de leones. Y el resultado fue que se llevó un par de mordiscos.
Todo parece indicar que Bolivia y Venezuela se disputarán el último lugar de la Eliminatoria.
Eso, pese a la mediocridad de los dirigentes venezolanos, no debería ser excusa para la dejadez. Ante los problemas recurrentes, más que insistir en soluciones ineficaces conviene realizar nuevos ensayos. La derrota frente a Bolivia fue, en parte, más de lo que ya sabíamos, pero también muchas fallas en rendimientos individuales y hasta en la planificación. Descuidos por el estilo no deben permitirse.