La beatificación no es la única razón por la que José Gregorio Hernández ha sido noticia este año. A principios de agosto, Nicolás Maduro anunció en cadena nacional el decreto de una nueva Área Bajo Régimen de Administración Especial (Abrae), que llevará el nombre del santo de Isnotú. Se trata de la cadena montañosa Ramal de Calderas, una de las bifurcaciones de la sección central de la Cordillera de Mérida, entre los ríos Santo Domingo y Boconó. La declaración de esta nueva Abrae convertiría al Ramal de Calderas en el parque nacional número 44 en el territorio nacional, con el nombre de Parque Nacional Dr. José Gregorio Hernández.
Que el chavismo sea un gobierno de facto y no de iure le imprime complejidad al tema Abrae en Venezuela, sin embargo, hay consenso en cuanto a que el régimen de Maduro es antagónico a la causa ecológica y el decreto de un nuevo parque nacional no necesariamente se traduce en políticas de sostenibilidad ambiental. En 2017 la cuenca del río Caura fue amparada bajo la figura de parque nacional y ya vemos lo que ha pasado.
Pero los devenires burocráticos que recaen sobre espacios de tanta riqueza paisajística son irrelevantes comparados con las verdaderas amenazas sobre estos ecosistemas. Desde los páramos del Tamá en su extremo suroccidental, hasta el piedemonte de las serranías de Barbacoas y Portuguesa, la Cordillera de Mérida es testigo de los peligros que atentan contra las especies de flora y fauna que dan a Venezuela el epíteto de país megadiverso. Una de esas especies es el oso andino, oso de anteojos u oso frontino (Tremarctos ornatus), que habita en la región con una población estimada que ronda los 1.500 ejemplares en territorio nacional.
Al igual que el cóndor de los Andes, el oso frontino es una especie endémica de esa inmensa red orográfica sudamericana de selvas nubladas, páramos y cumbres conocida como Los Andes. Su población se extiende por países como Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y, por supuesto, Venezuela. Esto implica que los factores que atentan contra la presencia del cóndor en nuestros Andes sean los mismos que amenazan al oso frontino.
La deforestación, el avance de la frontera agrícola y la caza indiscriminada hacen de los ecosistemas andinos terrenos cada vez más hostiles para esta especie, razón suficiente para tomar medidas de conservación y preservación.
El parque nacional
La gaceta oficial número 42.182, en su decreto número 4.546, publicada el 3 de agosto de 2021, introduce al nuevo Parque Nacional Dr. José Gregorio Hernández en la lista de Abraes venezolanas. El territorio que protegería, 50.555 hectáreas de montañas y colinas, es conocido como Ramal de Calderas, entre Mérida, Trujillo y Barinas. Como toda Abrae, su gestión recae en el Instituto Nacional de Parques (Inparques), que es el ente encargado de emitir el Plan de Ordenamiento y Reglamento de Uso (PORU) sobre las actividades permitidas en el parque. Cada parque nacional y monumento natural de Venezuela cuenta con un PORU, que determinan unas restricciones de uso a partir de la apreciación de los elementos más vulnerables del paisaje.
Para el caso del Ramal de Calderas, el decreto buscaría proteger una selva nublada en la que se sitúan las cabeceras de los afluentes hídricos que alimentan poblaciones emplazadas aguas abajo —como Calderas o Barinitas—, al igual que la presencia de más de 120 especies de mamíferos, incluido el oso andino.
Esta nueva Abrae se sumaría, junto a la Sierra Nevada y la Sierra de La Culata, el Tamá, Dinira, la Teta de Niquitao, el Chorro El Indio, la Laguna de Urao, entre otros, al eje de áreas protegidas distribuidas a lo largo de nuestros Andes, una gigantesca alameda ecológica en la que ningún ser vivo se vería amenazado. Sin embargo, especies autóctonas como el oso andino se encuentran actualmente en peligro de extinción, según el Libro Rojo de la Fauna Venezolana.
Existen méritos suficientes, entonces, para amparar al Ramal de Calderas bajo la figura de parque nacional. Aún con la precariedad que embarga a Inparques, la institución sigue contando con el respeto y la estima de muchas poblaciones que ven a las áreas protegidas como espacios de importancia científica, turística y espiritual. Son las mismas comunidades, en muchos casos, las que conscientes de las limitaciones logísticas de Inparques conforman cuadrillas de limpieza, vigilancia y educación ambiental que resultan bastante efectivas.
Los corredores ecológicos y las ONG
Cuando un cóndor andino sobrevuela desde el páramo del Batallón y la Negra hasta el alto de Piedras Blancas, en La Culata, no distingue que pasó de un parque nacional a otro, pues para él todo aquello es un mismo paisaje continuo que le sirve para alimentarse y reproducirse. Lo mismo ocurre con un oso frontino que atraviesa los valles del Guaramacal para adentrarse en las vertientes del Ramal de Calderas buscando alimentar a sus oseznos. Como una especie animal no puede diferenciar un área que está protegida de una que no lo está, corre el riesgo de exponerse a ciertos peligros mientras se moviliza. Esto ha puesto en la palestra la discusión sobre los corredores ecológicos.
Aunque los Andes venezolanos albergan un número importante de Abraes, no todas se disponen de forma consecutiva unas con otras, sino que están establecidas como “islas” separadas entre sí. El concepto de corredor ecológico busca solapar las Abraes ya existentes a partir de su ampliación o de la creación de nuevos espacios naturales protegidos, cuya nomenclatura en Venezuela es variada y, además de las figuras de parque nacional y monumento natural, incluye las de refugio de fauna silvestre, reserva de biósfera, reserva nacional hidráulica, reserva forestal, área de protección y recuperación ambiental, zona de reserva para la construcción de presas y embalses, entre otras.
El carácter holístico con el que se maneja el concepto de corredor ecológico no excluye formas de gestión ambiental no convencionales. Normalmente se tiene la idea de que un área protegida debe ser administrada por el Estado, pero no es descabellado pensar en espacios destinados a la conservación de ecosistemas y preservación de especies que sean gestionados por iniciativas privadas.
Pese a la presencia de Abraes en los Andes venezolanos los osos frontinos están en peligro de extinción en nuestro territorio, mientras que son los proyectos de ONG y empresas privadas los que hoy están dando resultados positivos.
En 2015, el equipo del bioparque de fauna silvestre Biocontacto inició un proyecto de reintroducción de osos frontinos en su hábitat natural. Los primeros ejemplares fueron decomisados en áreas rurales del estado Mérida, donde permanecían en cautiverio. Tras asesorías con especialistas estadounidenses y canadienses, el doctor Felipe Pereira y su equipo lograron someter a los ejemplares a un proceso de rehabilitación que incluía dietas rigurosas, jornadas de entrenamiento para revertir su domesticación y salvaguardar el instinto de supervivencia, y finalmente la liberación. Esta última etapa se logra con la implementación de radiocollares de rastreo, programados para desprenderse luego de un año. Eso da tiempo al oso para adaptarse al medio físico y a los investigadores para evaluarlo. En conjunto con ello, Biocontacto se traslada a las comunidades y realiza jornadas de sensibilización y educación ambiental, en las que explica a los pobladores la importancia de preservar a la especie y los ecosistemas en los que vive. El proyecto de reinserción de osos andinos en su hábitat natural sigue vigente hoy.
La ONG Proyecto Oso Andino Guaramacal, por su parte, se ha consolidado como uno de los proyectos de investigación más exitosos en el monitoreo y resguardo de esta especie en los Andes venezolanos. Su trabajo pasa por estudiar la presencia de osos andinos dentro del Parque Nacional Guaramacal, también conocido como Parque Nacional General Cruz Carrillo, situado al extremo nororiental de la Cordillera de Mérida, entre Trujillo y Portuguesa; así como por analizar la dinámica e interacción de los ejemplares con otras áreas inmediatas al parque, entre ellas el Parque Nacional Dinira y el Ramal de Calderas. En esta última área la ONG descubrió una presencia relativamente cuantiosa de individuos de la especie, todo ello a partir de cámaras de rastreo, lo que les permitió elevar una propuesta de parque nacional que fue escuchada. El área de estudio de la ONG en el Ramal de Calderas sobrepasa los 500 kilómetros cuadrados y enlaza a los parques nacionales Sierra Nevada y Guaramacal, abarcando parte del topónimo la Teta de Niquitao, que quedaría doblemente protegido, ya no solo como monumento natural sino como parque nacional.
La ejecución de esta propuesta es un hito, pues acerca a los Andes a consolidarse como un corredor ecológico, al menos en lo normativo.
Que el resguardo del oso frontino y de sus ecosistemas recaiga sobre el criterio chavista para gestionar el territorio sería un despropósito, pues un gobierno que descuartiza nuestro pulmón amazónico por salvaguardar intereses inconfesables no puede llamarse ambientalista. El amparo jurídico de los ecosistemas que acogen a la especie es una victoria que debe ser defendida por los ciudadanos, por las ONG y por los miembros de Inparques que aún entienden el valor ecológico y patrimonial del Ramal de Calderas y de nuestros Andes.
Es preciso, pues, trascender a lo pragmático y evitar que el resguardo de esta nueva Abrae se quede en el papel, para ello, debe mantenerse el trabajo irreductible del conglomerado científico, pues a la postre será lo que haga posible que el Dr. José Gregorio Hernández salve al oso andino.