Cada año, un grupo de jóvenes se adentra durante cinco o seis meses en el bosque seco de la Península de Macanao, en el oeste de la Isla de Margarita. Su misión: resguardar los nidos de la cotorra de cabeza y hombros amarillos que vive en ese delicado hábitat insular, para que la gente no se lleve los pichones para venderlos como mascotas. Son los Ecoguardianes del Programa de Conservación de la Cotorra Margariteña (Amazona barbadensis) de la ONG venezolana Provita.
Este programa data desde 1989. El biólogo José Manuel Briceño lo coordina desde hace 18 años. Cuando comenzó con los Ecoguardianes se trataba de reclutar ex saqueadores de cotorras, convertirlos en sus custodios y darles otra oportunidad. “Algunos se han vuelto a pasar al lado oscuro”, admite, “pero muchos se han mantenido”.
El estudio de la Amazona barbadensis inició cuando, en una visita de expertos de la Sociedad Zoológica de Nueva York, se contaron solo 100 cotorras. Eso disparó las alarmas de todos los ambientalistas.
Esta cotorra es la única especie de ese género que está adaptada a vivir en el bosque seco y en zonas áridas.
“Después nosotros hicimos un censo más exhaustivo que arrojó un total de 700 individuos”, dice Briceño. Uno de los miembros fundadores de esta sociedad, Franklin Rojas Suárez, coautor del Libro Rojo de la Fauna Venezolana con Jon Paul Rodríguez, actual presidente de Provita, promovió para que se iniciara el Programa de Conservación.
En 1990 se logró que la cotorra fuera decretada como Ave Regional del Estado Nueva Esparta, para frenar el tráfico ilegal de este loro. Después de 32 años se ha conseguido casi triplicar el número de estas aves. “Eso nos ha hecho merecedores en dos ocasiones del llamado Oscar de la Conservación, el premio Whitley de Plata y el Whitley de Oro, que otorga el gobierno británico por medio de la Princesa Ana”, relata el biólogo.
Un tercio de una isla muy especial
“Realmente este es un proyecto donde nosotros somos las caras visibles, pero hay mucha gente que ha trabajado en esto, aquí vienen estudiantes, profesionales, instituciones, voluntarios, todos nos han ayudado. Gracias a esa conjunción de esfuerzos, el programa de conservación de la cotorra margariteña es uno de los más exitosos del mundo”, reconoce Briceño.
La labor de Provita se ha desarrollado desde el principio en una quebrada llamada La Chica, dentro de la propiedad de Juan Carlos Salazar, donde funciona una arenera. Salazar les permite entrar a cuidar los nidos y en el pasado reciente colaboró en las labores de siembra de árboles autóctonos.
La Amazona barbadensis se ha convertido en una excusa para conservar la biodiversidad neoespartana: recuperar la población de esa especie implica contribuir a la preservación de otras no tan populares como la cotorra, que también están amenazadas, como el mapurite, Conepatus semistriatus, y el cunaguaro, Leopardus pardalis.
Margarita es la única isla del Caribe que tiene dos especies autóctonas del orden carnívoro. “Eso hace a la isla aún más especial”, afirma el coordinador regional de Provita.
Por eso, el proyecto de la cotorra cabeciamarilla es hoy más ambicioso desde el punto de vista ambientalista.
“Con la cotorra estamos conservando un tercio de Margarita como lo es la Península de Macanao. Ella vive en uno de los hábitats más amenazados en el mundo: el bosque seco”, explica Briceño. Cada país debe proteger un diez por ciento de cada uno de sus hábitats, para que no desaparezcan. Si se suman las áreas de todos los lugares protegidos de Venezuela que tienen bosque seco, no se llega al tres por ciento.
El programa tiene tres subproyectos. Uno es lograr el incremento del número de ejemplares, para lo cual los Ecoguardianes se internan en el bosque día y noche a cuidar los nidos de la Amazona barbadensis. “Ese proyecto ha sido muy exitoso, porque en los últimos tres años ya tenemos al menos 100 volantones (la cotorrita que llega a volar después de salir del huevo). Antes nuestro promedio anual era de 50 y ya tenemos dos años consecutivos con 140 volantones al año”, dice el biólogo.
Otro subproyecto es el de Restauración Ecológica. En Macanao se extrae la mayoría de la arena que se utiliza para la construcción en Margarita, y sale del bosque seco, donde se encuentran el árbol palo sano y el guayacán (Bulnesia arborea y Guaiacum officinale) , entre otros, donde anida la cotorra. El objetivo es recuperar ese bosque tal cual era antes de ser intervenido por la actividad humana, con la ayuda de las especies nativas.
“Es difícil revertir el impacto de las areneras, pero lo estamos intentando. Ese pasivo ambiental tan grande es permisado por el Estado. Hay que detenerlo pero también trabajar todos en conjunto, tiene que haber una política”, advierte el ambientalista nacido en Caracas. “En los últimos años ha disminuido el número de areneras activas, llegó a haber trece o catorce funcionando. Pero la cuestión es que no debería extraerse arena sacrificando la cobertura vegetal de la isla, porque aquí hay muy poca precipitación y los árboles atraen la lluvia. La solución está en las narices de todos: traer arena de tierra firme, de mucha más calidad; por ejemplo, hay tributarios del Orinoco que necesitan ser dragados. Esta es una opción, y así no se detendría la industria de la construcción ni la Misión Vivienda, ni se dejaría sin empleo a la gente que trabaja en la minería aquí, porque ellos podrían ser los encargados de la operación de traer y distribuir el material”, formula Briceño.
Un área protegida
Además de plantear esta solución, Provita ha hecho varias propuestas. Desde 1994 plantea la creación de una Reserva de Fauna. Briceño alega que eso no afectaría a todas las areneras ni detendría el desarrollo de Margarita; es una de las figuras de áreas protegidas menos restrictivas y hasta permite la construcción de inmuebles si se observan normas que garanticen la protección de este hábitat. Ya se aprobó en una consulta con la comunidad y se hicieron todos los estudios, solo falta que el Ejecutivo nacional firme el decreto.
Mientras se aprueba la Reserva de Fauna, Provita buscó una alternativa. Introdujo un proyecto ante la ONG inglesa World Land Trust y logró la donación de 732 hectáreas. La llamaron Área Comunitaria de Conservación Chacaracual, con el propósito de que la cotorra tenga un área protegida, que a su vez se gestiona junto a la comunidad. “Cuando se hicieron los decretos de parques nacionales en Nueva Esparta se crearon el Parque La Restinga, el Parque Cerro El Copey – Jóvito Villalba y también había un parque que se llamaba Parque Nacional Macanao, pero no llegaron los recaudos a tiempo”, dice el biólogo.
Otro de los subproyectos de la ONG en Margarita se llama Educación y Cambio de Comportamiento, en el que están haciendo “marketing social”. Dentro de esa actividad está el Festival de la Cotorra Margariteña, que acumula 27 ediciones y que tiene como objetivo llevar un mensaje de la biodiversidad neoespartana a través de las diversiones, música, títeres, arte. Se hace una vez al año, itinerante en todos los pueblos de la Península de Macanao.
También cuentan con un proyecto financiado por la fundación Franklinia de Suiza para proteger y estudiar otra especie nativa, el guayacán, con el que se espera plantar al menos 500 árboles en los próximos dos años dentro de la parcela.
Provita ya ha sembrado casi 8.000 árboles en Macanao, que trasplanta desde ocho viveros familiares.
“Para aumentar el desempeño de las plantas les ponemos hidrogel, un biopolímero que se echa en la raíz, además de unos inóculos de micorriza que es una especie de asociación que hay entre los hongos presentes en el suelo y las raíces de las matas. Las micorrizas las producimos nosotros mismos por medio de una tecnología que le estamos transmitiendo a la comunidad, asesorados por la doctora Lauris Fajardo, quien hizo su doctorado en la arenera La Chica y es la coordinadora del Postgrado de Ecología en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC)”. Después de que siembran las plántulas tienen un plan de riego semanal con agua que compran a los camiones cisternas.
La cotorra margariteña aún no está a salvo
“Queremos lograr que Macanao sea un municipio verde, donde se desarrolle la economía local con actividades sostenibles y en armonía con la naturaleza, que la gente se eduque y que mejore su nivel de vida sin necesidad de destruir la naturaleza. Soy creyente de actuar localmente y pensar globalmente”, dice José Manuel Briceño.
Todavía la cotorra no se ha salvado de la extinción. “Lo que queremos es que la gente se empodere y que sienta a la cotorra como a un margariteño más. No solo a su ave regional sino a todas las especies. Cada vez que se mete un pajarito en una jaula se está dejando a Margarita sin agua, porque los pájaros son los dispersores de semillas que producen árboles y los árboles llaman la lluvia”.
Uno de los aliados de Provita es el reconocido pintor ingenuo Pablo Antonio Millán, quien se siente orgulloso de ser parte del proyecto. “Bueno, yo empecé antes de Provita”, aclara. “En el 89 vino una gringa que se llama Cristhian, a investigar sobre qué comían y cuántas había; después vino Provita y seguí con ellos. La protección de la cotorra es fuerte, en el día trabajo con un grupo de amigos, ponemos nidos artificiales de PVC y de madera y también reparamos los naturales en los árboles; en la noche queda otro grupo para proteger los nidos de los saqueadores. Necesitamos mucho apoyo y recursos para comprar clavos, yeso, malla de mosquitero, tubos de PVC para reparar más nidos artificiales”.
Cuenta que las cotorras empiezan a poner sus huevos entre marzo y abril. La reproducción llega hasta agosto o septiembre. “Puedes venir entre junio y julio cuando ya hay pichones. Te juro que es una maravilla que no se ve en muchas partes del mundo”, dice Millán.
También forma parte del equipo de siembra. “Ya tenemos árboles de cuatro metros de alto. Protegemos al turpial, el cardenal, la iguana, las culebras”. Pero hay mucho en contra. Talan palosanos y otras especies para construir botes, pero los traficantes de animales son el peor adversario: “Ya van dos veces que los saqueadores de nidos nos han disparado para quitarnos los pichones de las cotorras. Ellos vienen en la noche para que no los reconozcamos y se logran llevar algunos. Yo he llorado mucho de tristeza, pero también de alegría; la alegría más grande es cuando vuela el primer pichón, ahí se me olvidan todos mis sacrificios. Esos son mis hijos y mis nietos”.