La vida en pareja o en familia durante la cuarentena puede ser difícil, pero para quienes sufren —o disfrutan— su soltería el confinamiento es también asunto sensible: la limitación de la movilidad y del esparcimiento afecta nuestro comportamiento.
Para alguien que necesite códigos ancestrales de comunicación para entenderse con otro ser humano como sonrisas, gestos y feromonas, las aplicaciones para conocer personas se encuentran en el fondo de la lista de opciones. Pero la pandemia también trastoca y barajea el orden de prioridades en cosas tan simples como esta. Incluso para todos los que han acudido a las apps para encontrarse.
La conversación casual que antes podía transcurrir fortuitamente en un ascensor, un café o un bar, ahora se traslada al espacio digital, ya sea en aplicaciones específicas como Tinder, o en las redes sociales abiertas como Twitter o Instagram.
Nelson Ruiz, psicólogo venezolano, comenta que “de forma general ya estábamos en aislamiento social antes de la cuarentena, solo que ahora se hizo explícito. Lo digital venía instalándose como modo de intercambio». Y sí, hablar de separación entre lo virtual y lo “real” en la actualidad es anacrónico, porque la vida transcurre entre ambas dimensiones, desdibujando cada vez más las fronteras que las dividen. Lo que me hace preguntarme: ¿Qué perdemos con esta fusión?
Al revisar las aplicaciones para citas disponibles me llamó mucho la atención la variedad existente, ya que cada una se enfoca en sectores muy específicos, clasificados por etnia, país, preferencia sexual —incluidos fetiches— o creencias religiosas. Tal vez esta vitrina al mundo que es el internet, más allá de expandir nuestros conocimientos al permitirnos conocer otras realidades, funcione también como el reflejo de Narciso, aislándonos en nuestro mundo conocido a través de la reafirmación de nosotros mismos en el otro.
Las restricciones
—Tú ahora puedes querer salir y la otra persona también, pero no hay para dónde ni cómo hacerlo —dice Benjamín Martínez sobre su vida social.
Como muchos jóvenes en Venezuela, Benjamín se desempeña como freelancer, trabajando por internet desde su casa y por esto, al compartir hogar y oficina en el mismo espacio, las actividades sociales fuera representan gran parte del tiempo de esparcimiento.
Los horarios restringidos, la movilidad urbana reducida y la oferta mínima de espacios de esparcimiento son situaciones que ya percibíamos en Venezuela desde hace años, producto de la inseguridad y la contracción de la economía. Por tanto, con el covid-19 estas situaciones solo han sufrido un apretón de tuerca más, al que se le suma ahora el distanciamiento físico como parte del protocolo de seguridad. Pero en vista de dos poderosos factores que confluyen en este momento, como son la posibilidad de que el virus haya llegado para quedarse una larga temporada y la perpetuación en Venezuela de las medidas temporales, es lógico preguntarse: ¿Cuánto tiempo estaremos así?
La separación física es una medida de seguridad que se ha tomado para reducir el índice de contagio del coronavirus, sin embargo, el distanciamiento psicológico y emocional es una característica propia de nuestra era real-virtual y la sexualidad no escapa de ella.
La idealización es uno de los fenómenos de la sexualidad en el mundo virtual porque nos permite mostrar las partes más llamativas o resaltantes de nosotros mismos, evadiendo los defectos y todo aquello que pueda parecer aburrido o negativo a los ojos de los demás y esto no solo funciona en una app como Tinder sino también en otras formas virtuales de relacionarse sexoafectivamente como la pornografía o la venta de fotografías y videos de desnudos on-demand, mercados que con el confinamiento han crecido.
Anna Paola Spadolini decidió, en medio del confinamiento, abrir una página en el website OnlyFans, una plataforma donde las personas pueden ser micromecenas al comprar contenido exclusivo de sus creadores favoritos y que se ha hecho famosa por su uso para material NSFW (No Safe For Work, acrónimo en clave para llamar al porno), aunque no sea solamente para este tipo de contenido.
—La situación de no saber qué iba a pasar conmigo económicamente, además que a mí no me da miedo mostrarme, solo que antes no le veía sentido. Al menos en OF estoy monetizando mi sexyness —me dice Anna cuando le pregunto sus razones para abrir su cuenta de OnlyFans en medio de la pandemia.
En estos casos, la intimidad se convierte en un bien de consumo con un valor determinado bajo la relación oferta-demanda, pero que a largo plazo no suplanta el contacto real con otra persona, así como señala Anna Paola:
—Creo que ningún vínculo afectivo real puede comprarse, así que por mi parte, todo es un intercambio de producto por beneficio.
Pero sí puede llegar a distorsionar nuestras expectativas sobre los demás y sobre nosotros mismos en una relación.
—Pienso que la nostalgia por el contacto de una persona significativa puede llevar a idealizarla y a desmentir quizás aspectos que resultaban desagradables de esa persona, entonces el reencuentro puede ser decepcionante o tal vez pueda ser productor de una nueva experiencia de intercambio, que se ponga en juego algo que no había salido antes en el vínculo —apunta Nelson Ruiz.
De los estigmas
Una enfermedad contagiosa siempre lleva consigo un fenómeno implícito de estigmatización: ¿Qué tocaste? ¿Qué hiciste? ¿Dónde vives? Y sobre todo ¿Con quién estuviste?
En el caso del coronavirus, su posible presencia en nosotros, muchas veces asintomática pero transmisible, puede causar mayor ansiedad social y prejuicios a la hora de relacionarse afectivamente, sobre todo con personas nuevas.
En este sentido, ver al otro como amenaza será un factor con el que conviviremos durante el tiempo que el coronavirus decida acompañarnos, pues todos estaremos bajo sospecha de ser portadores de la enfermedad aunque no manifestamos síntomas, y probablemente surjan discriminaciones hacia ciertos grupos por tener más riesgo de contagio debido a su estilo de vida, como los profesionales de la salud o los transportistas.
Sin embargo, querer relacionarse es inherente al ser humano y aunque temporalmente se restrinja al mundo virtual, la necesidad de contacto físico afectivo y sexual perdurará en el tiempo porque está en nuestra naturaleza.
—Sucederá un poco como con el VIH, se buscarán modos de protegerse y asegurarse por un tiempo que no hay riesgo en el intercambio —afirma Nelson Ruiz.
Para algunos esto puede significar un retorno a las relaciones más prudentes y estables donde el compromiso y la afectividad tengan más valor que los encuentros casuales y meramente físicos, para otros un aislamiento aún más extremo, y habrá quienes asuman que las relaciones enteramente virtuales son la única manera segura de relacionarse, tanto física como emocionalmente.