Las tortugas marinas están entre los animales más amenazados por la extinción en todo el mundo. De sus siete especies, cinco habitan en Venezuela y cuatro ponen sus huevos en playa El Agua, Margarita. Allí, William Ballache, un artesano de pulseras y zarcillos, está haciendo más por la naturaleza que muchos otros con más poder: compagina su lucha diaria por sobrevivir con una inmensa labor, extrae los huevos de las tortugas marinas del nido hecho por la madre para luego ubicarlos en viveros en la arena, donde intenta protegerlos hasta su eclosión y el nacimiento de los tortuguillos.
“Yo voy recorriendo playas por todo el país”, cuenta Ballache. “Así llegué a playa El Agua hace más de diez años. Actualmente se hace muy duro conseguir el sustento y esto requiere dedicación. Si Erick no se hubiera unido hace cinco años yo hubiera abandonado”.
Erick Miranda es de Caracas y trabaja como guardavidas en la famosa playa insular. La bióloga margariteña Nadia Aguilera completa el equipo de tres, con la documentación fotográfica y en video del trabajo de sus compañeros. También se encargó del papeleo para crear la Fundación Amigos Eco Tortugas, con la asesoría de la ambientalista Patricia Acuña y su esposo Ramón Paz.
Solo dos hombres recorren durante ocho meses más de tres kilómetros de costa esperando a las decenas de tortugas marinas que arriban a poner sus huevos. Son muchos meses soportando el frío de la madrugada playera para recolectar y resguardar los huevos de las tortugas verde, cardón (laúd), carey y caguama (boba o cabezona).
Nadie les paga ni les ha pagado antes por su labor conservacionista: “Solo un pedacito de pizza que me dieron una vez y una caja de latas de atún que me dio una compañía que vende materiales de construcción”, dice Ballache con tristeza.
Sin embargo, William afirma con autoridad: “Si no protegemos los huevos, esto va a ser un desastre en unos diez o veinte años, porque no vamos a tener tortugas”.
En los primeros días de enero de este año, los tortugueros encontraron entre playa El Agua y playa Parguito una tortuga carey muerta con heridas de un objeto filoso, y una tortuga lora asfixiada con plástico. En playa Bella Vista, en Porlamar, se halló sin vida una cardón con nueve bolsas de plástico en su interior. Una tragedia, por todo el tiempo y dificultades que representa para estos reptiles nacer, sobrevivir, crecer y reproducirse.
De mil huevos, solo dos
Desde febrero/marzo hasta octubre es la temporada de desove de las tortugas. En este periodo un mismo ejemplar puede poner entre tres y cuatro veces hasta 150 huevos por descarga. Las más longevas pueden llegar a poner hasta 280 huevos. Pero de cada mil huevos que desova una tortuga, solo dos tortuguillos alcanzan la madurez sexual.
“Aquí llegan cuatro especies de tortugas, especialmente la caguama y la cardón que es la más representativa de la zona; a veces viene la carey, a veces la verde”, dice Ballache. “En una temporada de ocho meses pueden llegar entre 80 y 90 tortugas. Protegemos mucho a la caguama porque de ellas pueden nacer hasta 200 tortuguitas. A playa El Agua han llegado tortugas desde Miami y República Dominicana, las identificamos porque allá les ponen unas grapas para rastrearlas”.
“La cardón es la especie de tortuga marina más grande del mundo; aquí hemos llegado a ver especímenes del tamaño de un Volkswagen”, dice Nadia Aguilera orgullosa.
El proceso para la protección de los huevos
Nadia explica que una tortuga marina tarda 29 años para alcanzar su madurez sexual, y vuelve al mismo sitio donde nació a poner sus huevos. «¡No puede ser que no tengamos la delicadeza de recibirlas y darles la bienvenida!”.
En diciembre de 2020 se activó la cuadrilla de la Zona de Interés Turístico de playa El Agua, adscrita al Ministerio del Turismo, y este año están limpiando una semana de cada mes. Según Erick la playa está bastante saneada en espera de los quelonios. Esperemos que se mantengan.
“Cuando la tortuga llega a la playa, primero verifica el estado de la arena. Si consigue desperdicios se retira y prueba en otra área y si no halla un sitio apto, desova sobre la arena, donde los huevos quedan expuestos a que cualquiera los tome. Tenemos una norma, que después de ocho horas de haber sido depositados, no los tocamos, los dejamos en el nido original. Eso nos los enseñó Luis Bermúdez (exdirector regional del Ministerio para el Ecosocialismo)”, explica Ballache. “Sabemos que van a llegar las tortugas cuando vemos que hay muchas aguamalas en la orilla, porque ese es uno de sus alimentos preferidos”.
Entonces pasan las noches en la playa, por una semana o dos seguidas, pero más no, por el frío. Generalmente las tortugas llegan en la noche, y prueban distintos sitios hasta que finalmente eligen dónde van a desovar. Hay que estar pendientes por si se quedan varadas en la orilla, para liberarlas y llevarlas a la arena seca, porque si los huevos caen en el agua salada se dañan.
Cuando han desovado, William y Erick perforan la arena con una cabilla puntiaguda: donde se hunde con más facilidad ahí hay un nido. Desentierran los huevos y los llevan al vivero un poco más protegido, que construyen para reproducir el nido original, con unos 60 centímetros de profundidad, donde colocan los huevos en la misma posición en que fueron puestos por la madre.
Esos viveros están delimitados, con la intención de proteger los huevos de los perros y otros animales, y de desalentar a las personas que también se los llevan, explica Nadia Aguilera. “Los perros se comen los tortuguillos. Para evitar eso hay que rodear los nidos con madera, porque si nosotros no estamos y ellos empiezan a salir de los huevos, los perros y las aves se dan festín. Antes lo hacíamos con malla de gallinero, pero la rompían. En 2020, después de diez años, fue que conseguimos unas paletas de madera, por medio de una señora de Agua Dulce (un restaurante de la playa)”, relata Ballache.
“También contamos los huevos fértiles e infértiles para tener una idea de cuántos pueden nacer, y si nos falta alguno lo buscamos en el fondo y lo ayudamos a salir. Al cabo de 56 días empiezan a eclosionar. Ahí es cuando viene la parte bonita”, dice Erick Miranda sonriendo y viéndome con los ojos brillantes de amor.
Los enemigos
“Hace unos doce años, la policía se llevaba los huevos y se los vendía a los restaurantes”, recuerda Ballache, pero también asegura que el robo por parte de los uniformados ya no ocurre porque ha habido rotación, bien sea porque se han jubilado o porque han salido por corrupción: “También es que nosotros estamos más seguido en la playa y el Minea también nos ha tomado más en cuenta”, dice.
“Las personas de la zona saben la técnica para sacar los huevos de donde los enterramos y nos los roban. Son bandas que venden los huevos o los tortuguillos, que pueden costar hasta cinco dólares. Cuando los descubrimos nos lanzan botellas de plástico llenas de arena para amedrentarnos”, cuenta Erick .
La caza de la tortuga por su carne sigue ocurriendo; los tortugueros dicen que algunas veces encuentran los órganos del animal regados por la orilla.
“Y si al pescador le cae una en su red no la devuelve al mar”, afirma Nadia. “Hay mucha ignorancia sobre estos animales. En ocasiones, si la gente llega y ve la tortuga se le montan encima y tratan de arrearlas como a un caballo, eso pasa mucho con los turistas”, dice la bióloga con disgusto.
Pero son muchos los factores que juegan en contra del nacimiento de los tortuguillos, que siempre es todo un milagro. En 2020 subió el nivel freático de la playa y los tortugueros dicen que se dañaron casi 500 huevos.
La Fundación: pensando en grande
Nadia se unió al equipo una tarde en que, caminando por la playa, vio que salía arena disparada del suelo, y se acercó para descubrir a una inmensa tortuga haciendo el nido. “Salí del país y al regresar volví a la playa, casualmente los encontré sacando la camada de tortuguillos, desde ahí me quedé a trabajar con ellos”, cuenta la bióloga. Ella ha visto que en otros países las playas son santuarios, la tortuga deposita en su nido y los encargados de mantenimiento no solo no lo tocan, sino que lo marcan, y eso queda intacto porque saben que nadie va a entrar a la playa. Con Fundación Amigos Eco Tortugas esperan conseguir recursos monetarios y logísticos para proteger los huevos y los futuros tortuguillos. “También nos gustaría buscar ayuda foránea de alguna institución que quiera venir a hacer estudios aquí de las tortugas”, explica la bióloga.
Nadia dice que es necesario enseñar a los niños de la zona. “No es lo mismo que nosotros les digamos a los adultos ¡no mates las tortugas, no te comas los huevos!, a que se lo digan sus propios hijos, y esa sensibilización se hace en las escuelas. Hay que sensibilizar desde los más pequeños”.
Las tortugas de mar son animales solitarios. Una hembra necesita solo una cópula para quedar fertilizada para toda la vida. En el mar, su mayor problema es el plástico, que los quelonios confunden con aguamalas. “Es un asesino para todo el mundo marino”, dice Nadia. “En diciembre los boteros rescataron una cardón que estaba flotando, la llevaron al parque de diversiones Diverland y allí los veterinarios, que son incondicionales con nosotros, le hicieron la autopsia y encontraron que tenía todo el aparato digestivo lleno de plástico”, relata con tristeza.
Ella y sus compañeros no necesitan demasiado para cuidarlas, ni cualquier otro equipo que haga esa labor de proteger los huevos de sus depredadores naturales y de las personas: tan solo una linterna, un salinómetro, un peachímetro, una balanza pequeña. “Y proteger a las personas que lo hacen”, dice Nadie, “darles calidad de vida, un buen sueldo, una estación donde ellos puedan pernoctar sin pasar tanto frío. Esto es por el bien de la humanidad, más se gasta trayendo a un artista a playa El Agua y pagándole una cena en los Ranchos de Chana”.
De acuerdo con las estadísticas del equipo tortuguero, en 2020 nacieron 1.200 tortuguillos, 2.500 en 2019 y 3.000 en 2018.
“No podemos determinar una causa de esta disminución tan dramática porque no tenemos los recursos para medir las variables climáticas y físicas. Entre playa El Agua y playa Parguito debería haber una estación donde se haga ese trabajo”, advierte la bióloga.
Cuidando La Caracola
La Caracola es una playa de Porlamar que frecuentan deportistas y otras personas que quieren ejercitarse al aire libre. En cuatro años de existencia, el grupo comunitario Por Amor a La Caracola ha recogido más de 12.000 kilos de plástico durante 47 limpiezas mensuales de playas en la isla de Margarita, con la participación de más de 600 voluntarios, muchos de ellos niños. “Nos reunimos una vez al mes para limpiar las playas, y también nos unimos a otros grupos como Rescata tu Isla y Ecoamigos de Pampatar”, dice Patricia Acuña, líder de la organización.
Patricia es educadora especial y se dedica a la educación ambiental comunitaria para ayudar a proteger los océanos de los desechos plásticos. También investiga y experimenta con artesanía y arte en los que la materia prima son tapas, redes de pesca, cabuyas, empaques de alimentos. “Hacemos artesanías, franelas y bolsos con motivos tortugueros para la venta, con retazos de tela que descartan las fábricas de trajes de baño en la isla”, explica. “Parte de los fondos que obtenemos son para apoyar los programas de conservación de tortugas en Margarita, como Mares en playa Parguito y Amigos Eco Tortugas en playa El Agua. También compartimos información con los tortugueros del Proyecto Comunitario de la Conservación, Protección y Rescate de la Tortuga Marina, en la playa de La Sabana en La Guaira, y con el grupo de monitoreo de playa Grande, Choroní, estado Aragua, quienes llevan el programa educativo La Tortuga Va a la Escuela”.
Para Patricia, en Margarita “hay un movimiento fantástico de educación ambiental, estas son semillas que estamos sembrando, quizá ahorita no es evidente pero en el futuro vas a ver que Margarita será un lugar donde el cuidado del ambiente va a ser primordial para todos”.