Mañana, en Washington DC, asume Joe Biden el cargo de presidente de Estados Unidos en una sociedad fragmentada, casi partida en dos. Al mismo tiempo, en Atenas, se presenta Azul y rojo, un libro venezolano que se va convirtiendo en un clásico para niños sobre este mundo binario que nos ha tocado, siempre a favor o en contra de algo.
Puede que Venezuela, a finales del siglo veinte, haya sido la trágica primicia geopolítica de esa mengua y de un momento dado del trauma, surgió esta preciosidad donde una voz infantil relata lo que pasa en su familia cuando cada uno de sus padres insiste en ver el mundo a través de un solo color.
Sus autores son Mireya Tabuas (texto) y Ricardo Baez (ilustración y diseño), la artista Patricia Van Dalen se ocupó del color y la editorial que lo publicó originalmente es Camelia Ediciones, fundada en 1999 por María Angélica Barreto y Javier Aizpúrua, quienes todavía la dirigen. El trabajo de Camelia, una casa pequeña, lo conocen bien montones de hijos y padres venezolanos de las últimas tres generaciones. Muchos de los que ahora cumplen veintitantos crecieron asombrados con Perro picado, aprendieron las letras con Abcirco, a Rubén Darío lo leyeron por primera vez en Sonatina, se rieron de sí mismos con ¡Ay, amor! y todos fueron sobrinos de La tía Berta.
Azul y rojo apareció en español en 2014. Ganó ese año el premio de Los Mejores del Banco del Libro y se agotó al poco tiempo. En medio de las protestas, se presentó en Librería Lugar Común Altamira, y se leyó en montones de actividades de escuelas y comunidades de varios estados, como la que organizó Trazando Espacios en el barrio José Félix Ribas de Petare.
Luego, en 2015, lo publicó la editorial Peirópolis de un Brasil convulsionado, tras comprar sus derechos a Camelia en la Feria Internacional del Libro de Boloña. En 2019, su autora lo lanzó en una edición autorizada para la web que circuló por un Chile en llamas. Y el año pasado, Helena Arellano —la ilustradora de Sonatina— le dio Azul y rojo a Alexandra Mitsotaki, activista y directora de World Human Forum, quien consiguió que Nefeli Publishing lo publique en Grecia, en una edición bilingüe (inglés y griego), de tres mil ejemplares; y que una editorial estadounidense quiera tenerlo, en vista del incremento de la división de ese país de los últimos cuatro años. A Red and Blue discussion on Democracy, es el nombre del evento de presentación en Atenas.
María Angélica Barreto cuenta que, en 2013, cuando Tabuas le mandó Azul y Rojo, pensó junto a su socio, Javier Aizpúrua, en Ricardo Báez “para diseñar un libro geométrico, abstracto, que apelara a un público amplio y de todas las edades”.
La combinación vuelve este libro casi poesía. Es un objeto que revela la pobreza de lo unidimensional, de ese mundo chato al que nos empujan el fanatismo y la estupidez, y también las presiones afectivas que nos podrían hacer prescindir de perspectivas más complejas de lo real.
Una especie de grito
Su autora, Mireya Tabuas, es una caraqueña de Chacao que ha ido a parar a Santiago de Chile. En 1996, Tabuas fue Premio Nacional de Periodismo, por 15 años fue profesora en la UCV y, en Chile, es profesora universitaria, dicta talleres literarios y edita un medio sobre criptomonedas. Siempre ha escrito literatura y ha publicado varios libros para niños y adolescentes. Dos veces estuvo en la lista de honor IBBY (2002 y 2012), el máximo reconocimiento en el mundo a la literatura infantil.
Tabuas empezó a escribir porque no sabía bailar. Lo hace desde chiquita. Además cuidó niños de joven, y eso la hizo fascinarse por el mundo infantil. Cuando nacieron sus hijos empezó a contarles historias que luego se convirtieron en cuentos. Pero me aclara que no escribe para niños, y no solo porque también tenga libros para adultos: “Nunca ha sido mi idea pensar en una escritura dirigida intencionalmente a un público infantil, creo que es algo que está en mí, que nace de forma espontánea como necesidad expresiva”.
Azul y rojo es una suerte de libro álbum, con muy poco texto, casi leyendas, cosa que no era usual en su trabajo. “Ahora entiendo más al libro álbum como un ‘artefacto’ muy distinto al libro donde la palabra prevalece. Como objeto editorial, es único en su especie, una conjunción de imagen, palabra y concepto”.
Azul y Rojo lo escribe en 2013, después de las irregulares elecciones que “ganó” Nicolás Maduro: “Estaba desplomada, veía a mi alrededor y encontraba un gran y profundo hueco de incomunicación, era imposible algún tipo de consenso. Sentía o predecía la destrucción que se acentuó muchísimo a partir de ese momento. La profunda hendidura permeaba los sitios de trabajo y de estudio, las comunidades y las familias. En mi aflicción, me imaginé cómo se sentiría un niño viendo todo aquello. De allí salió el texto, que envié una hora después de escribirlo a los editores de Camelia, y me respondieron enseguida. En la tarde ya el diseñador Ricardo Báez y la artista plástica Patricia Van Dalen formaban parte del proyecto que sentimos de todos nosotros. Era una propuesta más que literaria (aunque lo literario siempre es mucho más que lo literario). Era una especie de grito”.
A Tabuas le asombró la solución gráfica que encontró Camelia junto a Ricardo Baez: “era una ilustración geométrica y minimalista. Y me di cuenta de que eso hacía crecer muchísimo el texto, porque dejaba al lector una puerta abierta a la interpretación y a la reflexión”.
Tabuas quedó fascinada al ver que el Banco del Libro lo usaba en talleres de lectura y actividades en comunidades y también la escuela de Psicología de la UCV, en talleres sobre polarización, convivencia, tolerancia. En muchos colegios trataron conflictos con él, pero el trabajo que más le emocionó fue el que hizo la arquitecta Ana Cristina Vargas de Trazando Espacios. En una escalinata del barrio José Félix Ribas dibujaron el cuento (cada línea en un escalón) para que todo el que subiera por allí lo leyera. En la intervención urbana, participó la gente de la localidad y vieron los resultados de trabajar en conjunto, más allá de las diferencias.
A Tabuas además le tocó estar en Chile en el estallido social de octubre de 2019: : “Me aterré. La violencia enseguida me recordaba la que tantas veces vi en las calles, la que viví como periodista y ciudadana en Venezuela”. Entonces pidió a Camelia Ediciones permiso para publicarlo gratis en formato digital. “Lo hice, y varias escuelas y comunidades trabajaron con él, y algunos medios digitales lo colgaron”. Ahora Tabuas tiene muchas expectativas con la edición griega, impulsada por una fundación que fomenta la democracia.
No podemos prescindir del azul ni del rojo, ni de las formas en las que se presentan esos colores en el libro. No sería ese mundo un mundo humano, le comento. A Tabuas le parece un buen punto y agrega: “un tema que se desprende del libro es el derecho a la diversidad. No hay una opción, no hay dos opciones, aunque nos hagan creer y sentir que solo podemos comulgar con una cosa. Al niño del libro (como a muchos de nosotros) sus padres le dan dos opciones: o el azul o el rojo. El niño logra con asertividad hacer su propia elección. Pero por las acciones de azules y rojos y por su representación gráfica nos damos cuenta de cuánto se parecen, son prácticamente un espejo. Pero ellos no lo ven: son dos extremos ciegos que se tocan”.
Desde abril 2020, Tabuas trabaja en un proyecto que llama Cuentos sin Corona en el que combina textos e ilustraciones, ilustraciones y textos, y que distribuye como material de lectura para familias y escuelas.
Una historia esencial
Un libro como Azul y rojo es una combinación indisoluble de textos, imágenes y diseño, y por eso había que hablar también con Ricardo Báez.
Báez va camino a convertirse en otro de nuestros diseñadores insignia, un descendiente de ese linaje de la Venezuela moderna que asombra aún y cosecha premios nacionales e internacionales. Su trabajo se centra en el diseño editorial y, en especial, en la relación cercana del diseño y la fotografía. Sus últimos trabajos se han centrado en la concepción, desarrollo, edición, diseño y promoción de proyectos fotográficos en forma de libro o fotolibro. Además, junto a su socia Andrea Gámez, es el fundador del estudio Tipografía Báez®.
Báez tiene una larga relación con el maestro impresor Aizpurúa. “Los libros que imprimo en Venezuela los hago estrictamente con él”, subraya. Cada vez que visitaba la imprenta Ex Libris de Aizpúrua, donde está Camelia, se sentaba a conversar con María Angélica y le comentaba su interés en los libros para niños. Así fue como lo invitaron a diseñar varios títulos de la editorial y algún material promocional. “Pero hasta el momento que me hablaron de Azul y Rojo, nunca había hecho un libro para niños como lo que llaman autor o ilustrador. Debo acotar que yo considero que el diseñador tiene un gran rol como autor de un libro siempre y cuando eso esté claro frente al autor de los contenidos o editor”.
Insisto en que su autoría es más fuerte en el caso de Azul y rojo, pero Báez se resiste: “Sí, tiene un sentido más fuerte porque he creado contenido, pero siempre pienso que el diseño, de la misma forma, modifica el contenido original y también lo crea para poder comunicar mejor las ideas”.
A Báez la idea de ilustrar ese libro para niños le interesó y lo emocionó, pero también lo asustó, pues se hizo en un momento muy tenso. “Creo que María Angélica Barreto, como editora, fue muy inteligente al no buscar a un ilustrador que hiciera un trabajo figurativo. Quería una visión mucho desde el propio diseño, no desde el dibujo o la ilustración, como en la mayoría de los libros de Camelia”.
Báez siempre tuvo la sensación de que todos estaban “sintonizados” con la idea de que las imagen no podía ser literal: “Y ese tipo de proyectos siempre me han interesado. Ideas donde hay que reinventar la representación o al menos recontextualizarla. Los libros de niños que me llaman la atención hacen eso, como los de katsumi Komagata, Bruno Munari o Enzo Mari”.
La decisión fue brillante, porque ilustrar de forma realista, podría haber resultado en un mensaje que alborotara estereotipos o prejuicios: “Si este libro fuese figurativo llegaría a menos lectores, estos se identificarían, o no, con la figura elegida para representar cada lado, con la ropa de los personajes, con la zona en que viven, la decoración de la casa o sus rasgos físicos… Todo esto, pienso, truncaría la comunicación de la idea”.
Y en el texto había ya una sugerencia en esa dirección, explica Báez: “Realmente seguí ese concepto que planteaba Tabuas. Ella redujo la idea a dos colores y los colores son sensación, un elemento visual por completo, no suena, no huele, no puedes tocarlo. Lo que hice fue continuar con la idea en elementos muy esenciales. El libro va apelando a la sensación de la idea, más que a la anécdota. Depende mucho del texto su comprensión, aunque intuyo que una persona que no sepa leer (palabras) puede llegar al objetivo de la historia”.
Le digo que la abstracción tiene una gran tradición en Venezuela, vinculada a la modernidad y a la democracia, pero Báez me replica: “Es muy obvio que la gran parte de mis respuestas de diseño provienen de un lenguaje modernista, consecuencia de la tradición del diseño y del arte desde mitad del siglo pasado. Sin embargo aun no creo que este lenguaje sea exactamente ‘democrático’ como se dice, esa es otra discusión. Más allá de seguir una manera de ‘hablar’ visualmente que corresponde a una tradición, pienso que elegimos esta manera de comunicar en un libro para niños porque es una forma bastante primitiva —hablando desde el punto de vista perceptivo— para tratar un tema como este. Aunque parezca natural para nosotros ver un libro para niños así, con este lenguaje, en la tradición de libros para niños en Venezuela no es tan común”.
A Báez le parece “lógico que otros países vean la capacidad de un libro para niños para ir enseñando en sus sociedades cómo lidiar con situaciones que no pasan solo en Venezuela y tampoco solo en la política”. No cree que un libro pueda cambiar el mundo, “pero sí que pueda posibilitar que alguien reflexione sobre el respeto por las ideas y gustos de otros. No es un tratado utópico, se trata de comprender por qué el otro es distinto”.