Una forma inequívoca de saber si llegó el agua en alguna zona de Maracaibo es ver el asfalto. Hay tantas tuberías rotas a lo largo de la segunda ciudad de Venezuela, que las calles se inundan cuando empieza a correr el agua. Cuando ves los charcos extenderse en las principales avenidas, sabes que es hora de revisar si te está llegando el agua a la casa.
La situación del servicio de agua en Maracaibo es, en el mejor de los casos, irregular. De los tres problemas principales de la capital zuliana en los últimos años —agua, electricidad, gasolina— es el único donde no ha habido progreso. Mientras que la electricidad y gasolina parecen atravesar ciclos de recrudecimiento y mejoras, la falta de un servicio de agua apropiado no da respiro a los marabinos.
Aún así, hay sucesos positivos esparcidos al azar por la ciudad. En los últimos meses algunos edificios en ciertas zonas han empezado a pagar el servicio. Normalmente el cobro es parte de la mensualidad del condominio y se promedia a diez dólares por mes por apartamento. Hidrolago, la empresa pública a cargo del agua en Maracaibo, ha amagado con estabilizar el surtido y reorganizar el cobro a todos sus clientes, pero por ahora está facturando solo en los edificios. En las casas no hay ningún cambio en la desidia.
La urbanización La Estrella es un buen ejemplo. Allí no se ha pagado el servicio por años. Pero el agua llega en promedio un par de veces por semana y casi todos en la urbanización tienen tanques para almacenar, lo que hace mucho más manejable el problema. Esa constante relativa en la frecuencia del servicio, sin embargo, parece una casualidad geográfica, pues a menos de un kilómetro de distancia hay zonas en las que con suerte el agua llega una vez cada dos semanas.
El suministro de agua aleatorio se repite a lo largo de toda la ciudad, y falla especialmente en las zonas de menos ingresos. En los barrios 14 y 15 de julio, en las afueras de Maracaibo, se repite ese fenómeno de que llegue el agua en un lado y no en otro, a veces con cuadras de diferencia. Lo mismo pasa en las zonas del Mercado de Santa Rosalía en el centro de la ciudad. Y en estos sitios son escasos los hogares con tanques donde almacenar el suministro, por lo que caletear agua es parte del día a día.
Llenar una pipa de agua (de 150-200 litros) cuesta un dólar, y siendo conservadores, una familia promedio necesita una pipa diaria para cubrir sus necesidades, sin contar con el agua para tomar.
Los camiones que se dedican a la venta del agua son fáciles de conseguir, aunque también hay robo de cisternas, como cabe esperar de un recurso tan valioso y de demanda universal. Pero esto implica que una familia necesita por lo menos treinta dólares al mes para encontrar un poco de tranquilidad, el triple de los diez dólares que se pagan a Hidrolago por apartamento. Y por lo general, los que pagan treinta tienen mucho menos recursos que los que pagan diez.
Para colmo, la calidad del agua es visiblemente paupérrima la mayoría de las veces, la de Hidrolago y la de los camiones. Muchas veces tiene un decidido color marrón. Se siente como estar lavando en un río. Así que mantener una piscina en un complejo deportivo es un desafío. Cuando no hay electricidad, los filtros que purifican el agua dejan de funcionar, y el delicado balance que necesita una piscina se trastoca visiblemente.
Una relación histórica e histérica
Pero Maracaibo podría tener un sistema de estructuras baratas de construir, regadas por toda la ciudad, que sirvan para recolectar y distribuir agua, y para crear espacio público. Como una cubierta en una azotea para recolectar agua de lluvia, debajo de la cual tienes un espacio para estar o trabajar. O un lavandero comunitario. O una plaza con un espejo de agua que ayude a combatir el calorón.
Por el momento es solo una idea, pero pensada para hacerse realidad. Combina nuevas tecnologías y miradas de la arquitectura más contemporánea, con antiguas técnicas y usos que la modernización electrificada había desdeñado, como la construcción de sombra con materiales locales. Se llama Paisajes del Agua y lo hizo una oficina de arquitectura creada en Maracaibo: el equipo MAAN, liderado por Maximilian Nowotka. Ellos lo definen como un sistema de ideas arquitectónicas para lugares de recolección, almacenamiento y distribución de agua, de bajo costo y escalables.
La historia de Paisajes del Agua comenzó hace casi diez años. Un grupo de jóvenes arquitectos empezó a preguntarse cómo una ciudad que surgió por el comercio fluvial y el comercio exterior a través de un sistema de ríos y un enorme lago, y que ha hecho de ese cuerpo de agua el paisaje protagónico de su identidad regional, es al mismo tiempo una ciudad tan seca. En Maracaibo el agua no solo se surte no solo de forma ineficaz; además es casi invisible. No hay fuentes ni espejos de agua, como si se quisiera esconder ese elemento del que está rodeada de grandes cantidades (y terribles calidades).
Como dice Nowotka, la relación histórica de los zulianos con el agua es también histérica. “Casi por inercia —cuenta el arquitecto graduado en LUZ, hoy basado en Ciudad de México— en el taller empezamos a cuestionarnos cosas de la cotidianidad en Maracaibo, y a hacer una investigación desde la práctica arquitectónica para entender las lógicas de comportamiento de la ciudad, cómo la convivencia con el agua es nula a menos que vivas en el borde costero. Nos interesa cómo nosotros accedemos al lago”.
Así llegaron a un primer proyecto, “totalmente especulativo”, sobre cómo sería habitar el lago de Maracaibo. MAAN imaginó cómo en la misma región que supuestamente originó el nombre del país a partir de los asentamientos lacustres, podría levantar una segunda Maracaibo, pero sobre el agua. Eso desembocó en una exposición en el Maczul (Museo de Arte Contemporáneo del Zulia) en 2014, y al año siguiente, cuando el gobierno regional convocó a un concurso para la segunda etapa del parque Vereda del Lago, el estudio propuso un parque ribereño llamado El Lago Habitado, que quedó de segundo lugar.
El proyecto se engavetó, pero igual Nowotka y su equipo siguieron insistiendo y organizaron un foro en el Maczul sobre la Vereda y la conexión con el agua. “Queríamos sacar esas ideas a la calle, discutirlas”.
En 2021, ya con un nuevo gobierno en la ciudad y la conjunción de problemas de distribución de agua potable, recolección de aguas de lluvia y déficit general de servicio, resolver el misterio de cómo es que Maracaibo tiene tanta agua al lado y no en las casas se hizo más acuciante. Entonces apareció el concurso Ciudades Brillantes, con el que la Fundación Espacio llamó a proponer soluciones de distinta escala para las urbes venezolanas. Era otra oportunidad para seguir dándole forma a la conversación que el taller seguía desarrollando sobre Maracaibo y el agua. Si ganaban el primer premio, podrían incluso acceder a fondos con los que construir un prototipo y experimentar.
“Empezamos a reflexionar —dice Nowotka— sobre cómo transformar el imaginario colectivo sobre el agua, sin inventar el agua tibia sino partiendo de pequeñas soluciones desde la ciudadanía, que podrían servirle a cualquier comunidad, y que pudieran escalar de la casa a la cuadra, al municipio, a la ciudad. Pensamos que podía haber un diálogo estético, y volvimos a especular”.
Así tomó su forma actual el proyecto Paisajes del Agua, que obtuvo el sexto lugar en Ciudades Brillantes. Más que una obra, es un sistema y pretende reconfigurar el paisaje con ecosistemas, infraestructuras “suaves” (estructuras de baja escala, parques, caminerías, normas para usarlos bien) y edificaciones más complejas que ya existen.
“A nosotros nos parecía importante enfatizar el impacto en la comunidad —dice Nowotka—, y no solo en el individuo. Que haya una lógica de asociación. No se trata solo de levantar diez techumbres que recojan agua para diez familias, sino de que esas estructuras se conecten con otras cosas que generen equipamiento comunitario, y que a su vez esa comunidad se comunique luego con otras comunidades. Por ejemplo, construir un lavandero comunitario donde los abuelos también jueguen dominó”.
Ahí está la idea. ¿Qué se puede hacer ahora? Nowotka está conversando con la Fundación Espacio y otros aliados que hoy están en la función pública en Maracaibo sobre cómo desarrollar algunos de estos proyectos específicos, y cómo difundir más esta investigación, para llegar a mediano plazo a un prototipo con el cual empezar a hacer pruebas. “El arquitecto chileno Alejandro Aravena dice que arquitecto no es quien diseña por diseñar, sino quien busca hacer más preguntas que respuestas”, concluye el arquitecto zuliano. “En la medida en que los profesionales, en este caso los arquitectos, nos cuestionemos cómo vivimos, será muy probable que encontremos respuestas donde ya las hay”.