Hasler Iglesias ha dedicado una parte de su vida a la política y la otra a la ingeniería química, su carrera. Como ingeniero, su última experiencia de trabajo fue en una empresa que distribuía plantas purificadoras de agua. Allí aprendió todo al respecto. Pero por sus vivencias como político (hoy es parte de Voluntad Popular) sabía de la necesidad de que los venezolanos tuvieran un servicio de agua potable de buena calidad. Así que con una empresa encargada de tratar agua, Hasler desarrolló una idea: el proyecto Agua Segura, para purificar el agua de las comunidades vulnerables en el país, y con cuatro compañeros de estudios comenzó a trabajar en él.
Como era de esperarse, no fue nada fácil. Se toparon con muchos obstáculos, el más importante, el rechazo de una ONG que casi los paralizó. Pero tras muchos intentos, en junio de 2020, Hasler dio con la organización +Verde +Humano que le dio todo su apoyo. Desde entonces el proyecto empezó a materializarse: purificarían el agua para beneficio de los más necesitados empleando plantas especializadas. Con Agua Segura se proponían “crear agua de calidad, pero no distribuirla”.
Una vez que la ONG +Verde +Humano aprobó el proyecto, Hasler y sus compañeros hicieron un recorrido por Caracas para encontrar el lugar en el que instalarían la primera planta.
Plantas purificadoras en los comedores
El equipo tiene un costo de unos dos mil dólares y la ONG los apoyó en el financiamiento. Hasler aclara que no es una invención de ellos: “La planta realiza un proceso muy sencillo que se llama innovación catalítica. Usa soluciones que hay en el mercado en alta gama y las adapta a situaciones precarias”.
La que instala Agua Segura tiene un tanque de almacenamiento, vital en la situación crítica de Venezuela. Desde ese tanque, el agua pasa por un filtro desbarrador de grava y arena, que le quita la tierra y los sedimentos. Después pasa por unos filtros pulidores, el primero está hecho con celulosa y retiene todas las partículas más grandes que una micra (una milésima parte de un milímetro). Luego sigue un filtro de carbón activado, que quita el cloro y los restos de la primera etapa, así como sustancias orgánicas, pero no las heces, sino los fertilizantes presentes en el agua, que hacen que proliferen las algas. Al final está la planta ultravioleta: una lámpara que mediante rayos UV mata los virus y bacterias que puedan tener el agua. La planta tiene además su propia bomba, que permite que el agua circule, así como su controlador de presión.
El primer lugar en recibirla fue en un comedor en el barrio El Calvario de El Hatillo, al sureste de Caracas. Nada fluía sin enredos. Primero porque los equipos y los técnicos venían de Puerto Ordaz, donde está la importadora de las plantas, pero en tiempos distintos: la maquinaria llegó mucho antes que el personal de instalación. Entonces todo se retrasó. Al final, todo lo vivido dejó un aprendizaje, y en las siguientes sedes la experiencia fue más sencilla, porque ya sabían qué hacer.
Un mes entero pasó antes de que los cinco jóvenes pudieran por fin ver a la comunidad surtiéndose de agua limpia, incolora e inodora, para beneficio de mucha gente que hasta el momento desconocía su valor.
La segunda planta la instalaron en La Vega, en un comedor que pertenece a una vicaría de la iglesia católica. Luego llegaron a lugares cerca de Caracas. En Vargas, en el barrio Blanquita de Pérez, instalaron también un equipo. Siguieron con San Cristóbal: en el barrio Alianza lograron izar la bandera de Agua Segura.
Cada máquina es capaz de llenar por día 200 botellones de 20 litros, lo cual equivale a 4.000 litros por día. Con esto, en un mes una comunidad se abastece con 123.000 litros de agua limpia y potable para consumo humano y doméstico.
Pero el servicio solo es gratuito para los beneficiarios de los comedores, el resto de la comunidad debe pagar una cantidad muy inferior a la de los comercios de este tipo, que han proliferado en el país. Hasler no precisa la cifra, puesto que en cada comedor hay precios distintos: “Lo que sí te puedo decir es que es accesible para las personas necesitadas”. Así pueden financiarse el mantenimiento y las reparaciones.
El apoyo del BID
En agosto, en Agua Segura empezaron a prepararse para una competencia patrocinada por el Banco Interamericano de Desarrollo (E-Hacketon) de la que Hasler se enteró por Instagram. El concurso buscaba startups de América Latina que trabajaran en agua, saneamiento e higiene. La postulación requería explicar el problema, público objetivo, cómo se soluciona ese problema, qué beneficios genera y cómo se sostiene económicamente y ambientalmente. Los premios eran 5.000 dólares y un año de mentorías, para hacer más sustentable el proyecto y menos dependiente de donaciones externas. Era una cantidad perfecta para ampliar el proyecto y para además contar con capacitación.
Agua Segura resultó ganador del concurso en la categoría Agua. Con los fondos instalaron una quinta planta en Petare, mientras que la de San Cristóbal ya estaba lista en casi 90 por ciento. Y además ahora tenían las mentorías, cuyo propósito era que cada planta fuese administrada por gente de la comunidad y garantizar independencia en su financiación y su mantenimiento.
En las dos últimas instalaciones, Hasler y su equipo no estuvieron. Las mentorías y la pandemia, además de la falta de gasolina, impedían que fueran al lugar, por lo que las personas encargadas en los sitios de instalación, supervisaron el proceso. “Nuestra idea siempre fue que cada planta funcionase independiente de nosotros, y que pudiera generar ingresos suficientes para que, en caso de necesitar un repuesto, lo pudieran pagar”, dice Hasler.
Pero las complicaciones de 2020 también los afectaron: “Al principio queríamos hacer jornadas de capacitación, de concientización y sensibilización sobre el tema del agua, pero con esto del covid, la cosa cambió, porque hay que mantener el distanciamiento social. Nosotros queríamos recorrer las comunidades y tener esa vinculación directa, más allá de personas particulares como la directora del comedor o con las mamás que hacen las comidas”, me dice.
No solo comedores
La meta de Agua Segura es alcanzar no solo comedores, sino también escuelas, ambulatorios, hospitales, iglesias y espacios en los que la calidad del agua no sea buena. El proyecto ha evolucionado y se han incorporado médicos voluntarios para evaluar la condición de los beneficiados. En poco tiempo este voluntariado se ha transformado en un componente medular, porque para Hasler no se trata solo de instalar una máquina, quiere tener certeza de los resultados.
Y también difundirlos, por eso han diseñado planes informativos. Las comunidades necesitan saber cuán importante es contar con agua potable, los beneficios de tenerla y los problemas de un servicio contaminado y lleno de patógenos.
También quieren generar capacidades, por lo que han buscado personas en las barriadas capaces de instalar y cuidar los equipos. La pandemia ha dificultado los traslados, tomar buses se complica y encontrar taxis más, así que la formación ha migrado al formato virtual. Hoy el mayor problema del equipo de Agua Segura es dirigir las operaciones en San Antonio del Táchira, pues el coordinador en ese estado está varado en Bogotá.
Sin embargo, nada ha impedido que de a poco puedan comenzar a cambiar la vida de estas comunidades, acostumbradas al abandono. En tiempos de pandemia, como los actuales, el agua limpia es más vital que nunca.