Cuando el paleontólogo venezolano Jorge Carrillo Briceño viajó por primera vez a Urumaco, en el estado Falcón –como parte de una expedición paleontológica liderada por los venezolanos Orangel Aguilera, Marcelo Sánchez Villagra y Rodolfo Sánchez en 2007– encontró un área semidesértica con poca vegetación, formaciones expuestas y sedimentos multicolores. “Fue en ese preciso momento que mi futuro como investigador cambió para siempre”, dice Carrillo Briceño, que hoy vive en Zúrich, Suiza. Bajo la tierra rojiza y la arena del desierto, depósitos de decenas de miles de fósiles revelaban un mundo perdido de exuberantes selvas tropicales atravesadas por caudalosos ríos que desembocaban en el mar tropical y sus barreras de manglares.
Dice Carrillo Briceño que “la región de Urumaco es la zona más diversa y rica en especies fósiles de toda Venezuela y del norte de América del Sur. Es de gran importancia a nivel internacional”.
Esa riqueza proviene del periodo Neógeno, que incluye las épocas geológicas del Mioceno y Plioceno, con edades comprendidas entre 23 y 2,5 millones de años de antigüedad. La secuencia geológica de Urumaco se caracteriza por varias unidades, de las cuales las más fosilíferas son las formaciones Socorro, Urumaco, Codore y San Gregorio, depositadas en un periodo que abarca entre los 15 y 2,5 millones de años. Ya para este momento los dinosaurios llevaban varias decenas de millones de años extintos y los mamíferos dominaban la Tierra. Sin embargo, en Urumaco los reptiles seguían siendo los gigantes.
Cuando el Orinoco desembocaba en occidente
La región de Urumaco era un verdadero laboratorio de la naturaleza: allí, se han descrito los restos fósiles de más de 45 especies de mamíferos terrestres y acuáticos, unas 3 especies de aves, más de 45 especies de tiburones, más de 70 especies de peces óseos, cerca de 3 o 4 anfibios y más de 7 especies de tortugas, 5 de serpientes y 16 de cocodrilos. También hay gran diversidad de moluscos, crustáceos, plantas y hasta insectos. Sin embargo, para los investigadores esta paleodiversidad podría representar una minoría de la diversidad total que allí habitó. “En cada expedición que realizamos salen más y más especies fósiles nuevas, u otras ya descritas, pero no reportadas para la región —dice Carrillo Briceño—. Mi experiencia allí ha sido maravillosa”.
Entre sus selvas tupidas quebrantadas por un delta, abundaron perezosos gigantes (Urumaquia y Bolivartherium), roedores que pesaban más de 300 kilos (Phoberomys pattersoni), una tortuga acuática de más de tres metros (Stupendemys geographicus), anacondas, toninas, armadillos gigantes, criaturas similares a dantas con colmillos, manatíes, gaviales gigantes de diez metros de largo (Gryposuchus), un cocodrilo con rostro de pato de casi ocho metros de largo (Mourasuchus arendsi) y hasta un caimán de unos once metros de largo (Purussaurus mirandai) deslizándose por las aguas turbias de esos antiguos ríos, pantanos y estuarios que se han desvanecido en Urumaco.
Además, por sus aguas cálidas de mar tropical, las costas y manglares de Urumaco posiblemente sirvieron como guardería para las crías del tiburón Megalodon, que podía llegar hasta los dieciocho metros de largo y se alimentaba de ballenas pequeñas. Esto se asume por los restos de dientes de juveniles encontrados en rocas de la Formación Urumaco. En otras formaciones geológicas cercanas se han encontrado abundantes dientes de Megalodon y hasta los fósiles de un albatros con dientes (Pelagornis) que llegaba a casi seis metros de envergadura al abrir sus alas para sobrevolar los manglares.
En aquel entonces, Falcón era parte de un sistema de deltas de los cursos de agua que procedían de la región amazónica y desembocaban en el Caribe.
“La teoría más aceptada se ha sustentado en el llamado Paleo-Orinoco —dice Carrillo Briceño—-. Cuando gran parte de la Amazonía estaba cubierta por grandes lagos, pantanales, ríos y ciénagas que drenaban hacia el norte”. Luego, según las más nuevas hipótesis, el levantamiento final de los Andes venezolanos se convertiría en una barrera geográfica que resultó en drásticos cambios ambientales. Por ejemplo, el gran estuario de Urumaco se convirtió en un desierto porque el Orinoco se desvió hacia el Océano Atlántico, hacia su actual desembocadura en Delta Amacuro. “Gran parte de los peces fósiles de agua dulce encontrados en Urumaco y otras regiones del estado Falcón son especies que hoy en día habitan exclusivamente en las cuencas del Orinoco y el Amazonas”, dice Carrillo Briceño.
Por su riqueza fósil, Urumaco también es extremadamente valioso para el estudio de la Sudamérica previa a la aparición del istmo de Panamá, cuando el continente sureño era una gigantesca isla separada de su contraparte del norte. El istmo de Panamá unificó ambas masas geográficas y permitió un intercambio masivo de fauna entre las dos Américas que cambiaría drásticamente sus ecosistemas. Este proceso biológico ocurrió a finales del período Neógeno y se conoce como el Gran Intercambio Biótico Americano.
“La región de Urumaco es un punto importante de este gran intercambio biótico”, dice Ascanio Rincón, jefe del laboratorio de paleontología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. “Es la fauna previa al intercambio”, entre la fauna de Norteamérica y la de Sudamérica. En aquel momento había estado aislada por millones de años y se diferenciaba del resto del mundo, con armadillos gigantes, osos hormigueros con una diversidad mayor que la actual, perezosos gigantes, marsupiales con dientes de sable, cocodrilos enormes, toxodontes, criaturas similares a camellos con trompa y feroces aves carnívoras y no voladores. También algunas especies que habrían llegado flotando en balsas naturales de materia vegetal desde un África más cercano: los primates, roedores y los ancestros de la guacharaca de agua del Orinoco. “Es un lugar estupendo para estudiar y entender los cambios geográficos, climáticos y faunísticos en ese período de tiempo”, dice Carrillo Briceño.
En Urumaco, de hecho, existe un museo público de paleontología dirigido y administrado por la alcaldía local. Por medio del equipo de Sánchez Villagra, recibe apoyo de la Universidad de Zúrich, que financia trabajo de campo, preparaciones del material fósil, alquiler y reparación de vehículos y producción de material visual para el museo. “Hoy en día las instalaciones se encuentran en buen estado”, dice el geólogo Rodolfo Sánchez que se encarga de la institución en Urumaco y ejerce la paleontología.
“Hay más de 2.000 piezas de diferentes especies”, explica Sánchez: cuatro ejemplares de las tortugas gigantes Stupendemys, tres mandíbulas del cocodrilo gigante Purussaurus, restos de gaviales (cocodrilos de hocicos largos y delgados que desaparecieron en América y hoy solo existen en la India), al menos cinco especies de perezas gigantes, mamíferos prehistóricos similares a rinocerontes sin cuernos y caballos pequeños y los primeros miembros de la familia Carnívora –de la familia de los mapaches y los coatíes– en llegar a Sudamérica desde Norteamérica hace 1,5 millones de años. También hay restos de bagres, tiburones, toninas y rayas.
“Es una diversidad de especies que tenemos y seguimos estudiando”, dice Sánchez. Por ejemplo, seguimos describiendo posibles nuevas especies de perezosos gigantes a partir de 40 fémures de la colección.
Los dinosaurios de lo que sería Venezuela
Los fósiles gigantescos del país no se limitan a los tiempos de los mamíferos. La fractura del supercontinente prehistórico Pangea dejó en la actualidad una línea de tierras rojas que abarca desde el sudeste norteamericano, pasando por México, hasta zonas del norte de Sudamérica y Brasil. Rocas de esa edad están preservadas en la Formación La Quinta del período jurásico, en las cercanías del pueblo de La Grita, en las montañas tachirenses.
Hasta hace poco, los paleontólogos sospechaban que la aridez del área ecuatorial del supercontinente —hace unos 200 millones de años, durante el período Jurásico temprano— hacía del Táchira prehistórico un desierto inhóspito para los dinosaurios. Por más de medio siglo, varias investigaciones han ayudado a ofrecer un visión del antiguo ambiente donde se depositaron esas rocas: se ha descubierto que en la región posiblemente había volcanes, bosques tropicales de helechos y coníferas surcado por ríos y algunos lagos, como sugieren restos fósiles de plantas, reptiles acuáticos y peces. “Hemos datado y recalculado la edad de la Formación La Quinta a 203 millones de años”, dice Carrillo Briceño.
Los primeros reportes de restos de dinosaurios en La Quinta datan de principios de los ochenta. Desde entonces, los estudios se han intensificado y han sido más sistemáticos en la región, lo que ha permitido a varios equipos de paleontólogos describir al menos dos especies de dinosaurios venezolanos. La primera descrita fue Laquintasaura venezuelae, una especie herbívora, de tamaño pequeño que probablemente vivía en grupos, se alimentaba de helechos y quizás de otros animales pequeños. Esta especie fue descrita por el equipo liderado por el paleontólogo venezolano Marcelo Sánchez Villagra, luego de más de 20 años de colecta, preparación y estudio de los cientos de restos encontrados de esta especie que se encuentran resguardados en la Universidad del Zulia.
Los primeros restos de un dinosaurio carnívoro de Venezuela fueron reportados en 1997 por el paleontólogo de la Universidad del Zulia John Moody, a partir de dientes encontrados también en rocas de la formación La Quinta.
Luego, el equipo liderado por Ascanio Rincón describió una nueva especie de dinosaurio carnívoro para La Quinta, el Tachiraptor admirabilis, de 1,5 metros de altura.
Otros restos indeterminados de un dinosaurio de grandes proporciones también han sido encontrados en La Quinta, aunque no son suficientes para hacer una determinación taxonómica. Los dinosaurios de la Formación La Quinta, junto al Padillasaurus descubierto en 2015 cerca de Villa de Leyva, Colombia –un saurópodo (un cuello largo) posterior a los dinosaurios tachirenses– son los únicos dinosaurios conocidos en el norte de América del Sur.
También, durante el período Cretácico (la última época de los dinosaurios), gran parte de Venezuela estaba cubierta por un mar cálido de gran riqueza en nutrientes. De ahí los fósiles de moluscos, peces y reptiles marinos. Por ejemplo, Rincón ha descubierto en la serranía de Perijá las vértebras y dientes de reptiles marinos prehistóricos y hasta parte del ala de un pterodáctilo (reptiles prehistóricos que no eran dinosaurios). En rocas de la conocida formación geológica La Luna en las montañas de Lara y Trujillo, también se han encontrado abundantes restos de peces y reptiles marinos.
De hecho, en la cantera de Cementos Andinos en Trujillo, Carrillo Briceño y su equipo han descrito los restos del “pez bulldog” Xiphactinus, de los pliosáuridos (gigantescos reptiles marinos con cuerpos similares a focas y cabezas similares a caimanes) más recientes conocidos en Sudamérica, de la serpiente marina Lunaophis aquaticus (“serpiente acuática de la Luna”) , y de más de 15 especies de tiburones, entre los cuales se han descrito varias nuevas especies.
Marcelo Sánchez Villagra y equipo también descubrieron los restos de un Mosasaurus, el gigante reptil marino de la película Jurassic World, en las montañas de Lara.
Previamente, en 1949, el paleontólogo estadounidense Edwin H. Colbert describió los restos de un elasmosaurido (un reptil prehistórico similar al mitológico monstruo del Lago Ness) en Altagracia de Orituco, Guárico.
Sin embargo, la Meseta Guayanesa, donde Sir Arthur Conan Doyle ubicó El mundo perdido, novela de 1921 en la que exploradores ingleses consiguen dinosaurios vivos en los tepuyes, apenas ha revelado algunos fósiles de la era de los mamíferos. “Es una de las formaciones rocosas más antiguas del planeta, de hasta 2.700 millones de años —dice Rincón—. Pero son rocas sedimentarias, de cuarzo, en las que es difícil que se conserven los fósiles”. Restos más recientes encontrados en la Amazonía venezolana han llenado un gran vacío en el registro fósil de la región, dice Carrillo Briceño.
Aún se sabe poco de la Venezuela Mesozoica, pero promete mucho. El registro fósil de Venezuela es muy importante para poder entender la historia geológica de la región y la evolución de los seres vivos que en algún momento allí habitaron.
Los fósiles “están protegidos por la ley del patrimonio cultural de Venezuela —dice Carrillo Briceño—. Son nuestra identidad del pasado y cada uno de los venezolanos debemos velar por el resguardo y protección de estos”.
Para el paleontólogo, los fósiles deben estar en colecciones públicas de Venezuela donde pueden ser estudiados: “Todos los fósiles colectados por nuestros equipos de trabajo han sido en su totalidad depositados en colecciones públicas del país”, dice.
Aunque Carrillo Briceño y Sánchez Villagra están en la Universidad de Zúrich, ambos dirigen múltiples proyectos de investigación geológica y paleontológica en Venezuela. Tras décadas de promover el desarrollo de la paleontología en Venezuela “hoy en día podemos ver todos estos frutos”, dice Carrillo Briceño, quien recalca que una generación de relevo se está formando en el exterior. Recientemente, el equipo de la Universidad de Zúrich brindó apoyo a un estudiante de Falcón para estudiar una maestría en paleontología en Chile. “Es allí donde ponemos la esperanza de nuevas generaciones —dice–, para que trabajen por esta tierra maravillosa y llena de secretos”.