Yosqueili tenía 16 años cuando a ella y a una prima les ofrecieron dos mil dólares para que les mandaran ayuda a su familia y se compraran ropa, y les prometieron que en el sitio donde irían habría «mucha comida». Para ella, nacida en un barrio de Güiria, en la península de Paria del estado Sucre, eso era más de lo que había tenido en su vida, plagada de carencias y pobreza.
La noche del 23 de abril de 2019 la embarcaron en un bote con otras 37 personas y allí se enteró de su destino real: un burdel en la isla de Trinidad.
El exceso de peso, las fallas en el bote y la poca pericia de un capitán envuelto en la red de tráfico de personas —quien intentaba llamar por teléfono para avisar que en poco tiempo arribaría—, hicieron que la embarcación se hundiera en Boca Dragón, una zona conocida por su fuerte oleaje y la dificultad para navegar.
Yosqueili fue una de los nueve sobrevivientes. Los dos días que estuvo naufragando en altamar, aferrada a una pimpina de gasolina, serían solo parte de una pesadilla que no culminó con el rescate. Una y otra vez se dijo a sí misma que jamás volvería a navegar, que ni siquiera volvería a la playa. Al regresar se aferró a su mamá, una mujer de 38 años de edad que es miliciana en el pueblo, y fue una de las que denunció ante la Fiscalía del Ministerio Público a las personas de la red de prostitución que la llevarían a Trinidad. Trece fueron los detenidos en ese caso, entre ellos dos guardias nacionales, su captor y su novia.
Pero denunciar a sus captores y a la red de tráfico de personas tuvo nefastas consecuencias para Yosqueili y Keyla.
El negocio del pueblo
Quienes viven en Güiria saben que no es un lugar seguro. En este pueblo a la orilla del mar, con apariencia apacible y calles calurosas y coloniales, todos saben lo que ocurre y nadie lo habla en la calle, por miedo a las represalias. En cualquier parte alguien te puede escuchar y delatarte.
No hay solo una red de tráfico de personas, dedicada a captar mujeres para ser llevadas como prostitutas a Trinidad y Tobago. Muchos están metidos en ese negocio y en diferentes niveles. René (nombre ficticio de un joven de 25 años que solicitó omitir su identidad) se dedica a falsear datos de pasaporte para las personas que quieren salir de Güiria a Trinidad de forma ilegal, por ejemplo. El mismo trabajo lo hace para quienes captan a las menores de edad que son vendidas a bares en la isla antillana por doscientos dólares.
—Los botes salen a cualquier hora del día, pero de forma clandestina. Por lo general son diez personas que están anotadas en la lista que entregan al llegar a Trinidad, pero en el bote viajan muchas más, la mayoría muchachas. Al salir del puerto La Playita pasan por otros puertos de la zona, recogiendo al resto de los pasajeros —relata René.
Su trabajo consiste en buscar personas con pasaportes y anotar esos datos en la lista, para cumplir con una especie de formalidad y que el bote pueda llegar a un puerto trinitario, la mayoría de las veces en Chaguaramas.
—Alguien que consiga a una mujer para prostituirla en Trinidad puede ganar hasta trescientos dólares, mientras más consigan, más plata obtienen —asevera René—. Por eso se dedican a captar adolescentes y mujeres jóvenes en otras zonas como Cumaná, Carúpano, Maturín y en los pueblos cercanos.
—Muchas de las mujeres que consiguen saben que van a Trinidad. No todas, pero sí muchas —aseguró Rosmy, una mujer que en un tiempo fue secretaria y luego se dedicaba a ayudar en la búsqueda de mujeres que quisieran viajar a la isla antillana.
—Ellas deben enviar sus fotos desnudas, como un portafolio, enseñando cada parte del cuerpo. En Trinidad el que las va a comprar las debe aprobar y ver si requieren algún tipo de cirugía. Les pagan esos arreglos, ropa, vivienda, celulares y comida, pero eso ellas deben pagarlo con trabajo al que las llevó. Solo cuando pagan eso son libres de trabajar por su cuenta —contó la mujer.
En Güiria todos saben que hay pequeños hoteles dedicados a recibir a las jóvenes que llevarán a Trinidad. La red incluye también a quienes prestan sus vehículos para el traslado. Ellas llegan al pueblo y les dan alojamiento y comida, mientras se completa la cuota de mujeres que viajarán en una embarcación, generalmente peñeros que cuentan con pocas (o ninguna) medida de seguridad.
Volvieron por ella
A Yosqueili y a su prima Inés las llevaron a uno de esos hoteles la primera vez. La tarde del 22 de abril de 2019 las dos estaban sentadas frente a su vivienda cuando un hombre llamado Nano, conocido de su prima, les preguntó si querían viajar a Trinidad a trabajar en una tienda, que él les pagaría el pasaje.
A escondidas aceptaron y él las buscó esa noche en un carro y las llevó al hotel. Una vez dentro de la habitación, Nano y su novia Antonella les prohibieron hablar por teléfono o asomarse por las ventanas. Esa noche viajarían, pero hubo problemas con el bote.
Mientras Keyla buscaba a su hija en el pueblo, Yosqueili permanecía encerrada en la habitación hasta la noche siguiente. El 23 de abril a las 11:00 p.m. pudieron zarpar. Allí, tras escuchar comentarios de otras mujeres en la embarcación, la adolescente se enteró de que sería prostituida. En el naufragio del bote Jhonaili José, al día siguiente, Yosqueli se salvó de ese destino. Pero al acusar a sus captores y dar detalles sobre la red de tráfico de mujeres, se expuso a otros peligros.
La citaron incontables veces en la Fiscalía del Ministerio Público, en Carúpano, a tres horas de su pueblo. Un viaje que no podían costear con frecuencia porque apenas tenían dinero para comer.
—Debía ir porque a veces me amenazaban de que me iban a dejar detenida —contó la adolescente durante entrevistas realizadas a mediados de 2019.
Quiso irse con su abuela a vivir en Caracas, pero el proceso judicial se lo impedía. Ni ella, ni su mamá querían que permaneciera en el pueblo por temor a lo que pudiera pasarle. Y así llegó 2020. Dos semanas después de que comenzara la cuarentena impuesta por la administración de Nicolás Maduro para impedir la propagación de la enfermedad Covid-19, un grupo de personas ingresó en la humilde vivienda de Keyla.
—Tenían palos y cuchillos, me golpearon a mí y a mi hija. Le decían a ella «vente con nosotros y no joderemos más a tu mamá». Salí corriendo a buscar a la policía para que me ayudara, pero no me hicieron caso. Me regresé a la casa y se habían llevado a mi hija, ya no estaba.
No hubo autoridad que atendiera la denuncia de Keyla. Días después, unos conocidos le dijeron que la muchacha estaba en Trinidad. “Se la llevaron unas personas que trabajan con la gente que ella acusó”, aseguró la madre.
En la última semana de abril, Yosqueili pudo comunicarse por teléfono unos minutos, con el teléfono de otra joven que estaba con ella:
—Mamá, estoy en Trinidad, me vendieron por más de trescientos dólares.
Keyla no alcanzó a escuchar nada más.