El tercer domingo de septiembre de 2022, el día 18, y después de varios años sin celebrarse, se corrió la media maratón de Maracaibo, 21 kilómetros por la ciudad. El recorrido tiene como atractivo principal, para la mayoría que participa, cruzar la que es quizás la pieza de infraestructura más emblemática del occidente venezolano.
Muchas dificultades inherentes a la ciudad habían impedido que la carrera se organizara por varios años. Esas dificultades en mayor o menor medida persisten, y son las que hacen de cualquier evento en Venezuela un ejercicio de improbabilidades. Pero este año, los organizadores (la Alcaldía de Maracaibo con la colaboración de la empresa Polo’s Runners) de todas formas decidieron traer la carrera de vuelta.
En mi caso era difícil que no quisiera participar. En los últimos veinte meses he corrido 13 maratones y 30 medias maratones, sin organización alguna que me rodeara. Estas cantidades, por supuesto, no son para nada normales, y mi cuerpo tiene cuatro meses pasándome facturas que me dificultan la práctica sobremanera.
Si soy honesto, yo no debí haber corrido la carrera. Seguramente por eso lo hice.
Pero como la ciudad, yo también lucho por contradecir la realidad limitante. Los resultados fueron dispares, aunque diría que en los dos casos valieron la pena.
Y empiezo a pasar el Puente
El Puente General Rafael Urdaneta sobre el Lago de Maracaibo acaba de cumplir 60 años, y cruzar sus casi 9 kilómetros era sin dudas el estímulo principal para la mayoría de la gente que corrió la media maratón. Más de 1.500 personas terminaron participando, aunque los organizadores abrieron 5.000 cupos. Un buen puntapié inicial para el futuro de la disciplina en la ciudad.
El arranque tardó más de lo previsto. El traslado de los corredores, desde el parque Vereda del Lago hasta el otro lado, el municipio Santa Rita en la Costa Oriental, fue lento porque no había suficientes buses que hicieran el recorrido, incluso a pesar que la cantidad de inscritos no llegaba ni a la mitad de la intención inicial.
Esta demora en el arranque era clave y fue en detrimento de los corredores: el mero hecho de esperar implicaba que el final de la carrera tendría más alta temperatura, y Maracaibo, como siempre, no defraudó en ese frente. Calor había. En lo personal para mí fue divertido ver a mil personas paradas en silencio mirando hacia el frente por 40 minutos. La ansiedad era palpable. Y de repente, como extras en una película de Godzilla, todos empezamos a correr.
La frescura y emoción de la gente corriendo por el puente era evidente. ¡Cómo les gusta el puente a los maracuchos! En mi caso no hay ninguna obra de ingeniería por sí sola que haya afectado mis signos vitales. Recomendaría visitar a algún profesional de la salud si pasando un puente la emoción compromete cualquiera de tus sentidos.
De todas formas, en un ejemplo magnífico de ironía, aunque la garganta no se me anudó cruzando el puente, sí me contracturé con cada paso que daba, y el dolor se extendió del glúteo al isquiotibial y finalmente a la rodilla.
Una venganza gaitera por burlarme del folklore.
Fui un iluso al esperar que mis lesiones empezaran a molestar solo después de los 10 kilómetros, a los 10 metros ya estaba todo mal, mi rodilla dijo “qué estás haciendo, hoy no”. Pero para ser honesto, la vista en el puente era fantástica, y el hecho de ir corriendo y no en carro cambiaba la ecuación. El recorrido no es plano en ningún momento. Saliendo desde la Costa Oriental, los primeros 5 kilómetros son en subida, con un ángulo bastante empinado. El sol a la espalda de los corredores iluminaba la inmensidad de los cables y las pilas en toda su magnificencia. Era difícil no ser consciente de lo única que era la ruta y se notaba en quienes corrían. Al llegar a lo más alto empezaba un descenso largo donde todos aumentamos paso y pulsaciones.
Estando en el corazón del puente, y quizás por el fuerte dolor en mi rodilla derecha, pensé: “Este lugar es magnífico para suicidarse”. No lo haría porque no soy lo bastante valiente, pero sí me atrajo la idea de arruinarle el domingo a miles de personas. También pensé en la gente que de verdad se ha quitado la vida en el puente, por lo general lanzándose desde la pila 21 de la estructura, el punto más alto. Cuánto habrá influido la realidad del país en una decisión tan drástica y cuánto la salud mental particular de quienes se atreven a hacerlo. Las carreras de larga distancia dan lugar para toda clase de pensamientos en el recorrido, y esos fueron en parte los que yo tuve.
La verdadera carrera
El segundo tramo de la carrera se corrió en la Avenida Los Haticos. Mide unos 9 kilómetros y está en una de las zonas más pobladas de Maracaibo. También una de las menos privilegiadas. El glamour del puente quedó atrás. Los Haticos sí es la verdadera ciudad.
Conozco muy bien Los Haticos porque he entrenado bastante por allí. Hay muchas subidas y bajadas y uno se desgasta al recorrerla, pero sobre todo se desgasta porque no ha tenido la renovación visual que otras partes más elitistas de Maracaibo sí tienen. Las caras de muchos corredores cambian acá, porque ya desaparece la adrenalina inicial de la gran vista del puente, y el cuerpo no responde de la misma manera a los estímulos que lo rodean.
A la altura del kilómetro 12 aproximadamente, con la rodilla cada vez en peores condiciones, pensé: “¿Qué estoy haciendo?”. Yo no tenía nada que demostrarme a mí mismo y solo empecé a caminar un poco. De repente y sin esperarlo, como llegan las mejores cosas en la vida, estaba satisfecho.
Por primera vez en mucho tiempo sentí que no tenía nada que buscar. Perdí totalmente la ambición. No quería nada en la vida excepto estar exactamente en el lugar que estaba. Hasta me olvidé del dolor.
Por unos instantes fui feliz. Feliz en toda su extensión. Viendo gente correr a mi alrededor en las golpeadas calles de la zona donde mi recién fallecido padre nació y creció. No cambio esos momentos por nada.
Me descolocó emocionalmente que en todo el trayecto de Los Haticos hubiera vecinos viendo y apoyando a los corredores. Desprovistos de toda ironía. Apoyo sincero. Aunque me encanta correr, debe haber pocas cosas más aburridas que ver gente corriendo, y sin embargo ese domingo puñados de personas en todo el trayecto se pararon a mirar y apoyar el simple hecho de que algo distinto pasaba ante sus casas. Había algo de inocencia en la escena.
Uno de estos días me organizo
La carrera termina pasando por el centro de la ciudad hasta llegar a la Vereda del Lago en la Avenida El Milagro. La organización tuvo muchísimos fallos, pero siempre hubo lo más importante, hidratación en el camino. Agua y un buen par de gomas es todo lo que hace falta para alguien que tiene ganas de correr.
El día antes de la carrera, no funcionó la entrega del kit por el que los corredores pagaron. Solo nos dieron el número, pero faltaban la franela, la visera y el bolso que también habían ofrecido. Al final, las medallas no llegaron. Todos regresamos a casa con las mismas cosas con las que llegamos.
Tengo que ser sincero. A mí me entretuvo que no entregaran medallas. Ya lo he escrito antes y aprovecho para repetirlo: la gente que corre está obsesionada con las medallas. Cuando se enteraron de que no habría fue como que le dijeran a miles de niños al mismo tiempo que el pediatra los iba a inyectar, pero que luego no les darían chupetas.
A pesar de las falencias de la organización, sean cuales fueren sus motivos o agravantes, me contenta que se hagan eventos así.
La ciudad necesita este tipo de manifestaciones, y la prueba es la gente en Los Haticos, parada a primera hora de la mañana de un domingo sólo para vernos pasar corriendo.
Por eso no soy de los que reclamaría mucho a los organizadores.
Siempre estamos buscando las condiciones ideales para hacer las cosas. Al final esa búsqueda es más o menos fútil. Las cosas se hacen o no se hacen. Y desde ese punto de vista yo reconozco a los que se abocaron a organizar esta media maratón por hacerlo. Espero que mejoren, y seguramente lo harán. Pero la posibilidad de mejorar solo la tienen quienes lo intentan.
En mi caso, como por motivos físicos no debí correr la carrera, estaba siguiendo mi patrón de ignorar todos los buenos consejos que me dan quienes más me quieren. Decidí ignorar también a mi propio cuerpo, sabiendo que si me quedaba en la búsqueda de condiciones idóneas, nada iba a pasar. Pero no me arrepiento, vi algo distinto y fuí feliz por un instante.
Después de pararme, corrí otros tramos y terminé en un tiempo decente para alguien que no debió hacer nada. De todas formas quiero aclarar que mi felicidad solo duró hasta que me di cuenta de que si me hubiera esforzado un poco habría terminado entre los primeros 150 de 1.600. Hasta lesionado. Mi momento de iluminación y paz solo duró hasta que empecé a pensar de nuevo.
Es probable que la ciudad no haya estado completamente preparada para organizar la carrera. Sin dudas yo tampoco estaba preparado para correrla como debe ser. Pero a fin de cuentas, tanto Maracaibo como yo podemos decir que lo hicimos. Lo contrario era no hacer absolutamente nada.