Son muchas las mujeres frente a la gran pantalla venezolana, como también las que están detrás haciendo posible la producción, el vestuario y el maquillaje. Pero son menos las camarógrafas y muchísimo menos las directoras de fotografía. Alexandra Henao es una de ellas y como las pocas en su oficio, hubo un tiempo en cual fue “la nueva”, la “recién llegada” de la National Film and Television School de Reino Unido.
Ahora, con su dirección fotográfica en diecisiete cortometrajes de ficción, tres cortometrajes y seis largometrajes documentales, una serie de ficción, alrededor de doscientos comerciales y once largometrajes de ficción, de los cuales dos acaban de pasar por cartelera ―Dirección Opuesta de Alejandro Bellame en el Chicago Latino Film Festival y Pequeñas Historias de Rafael Marziano en el Trasnocho Cultural―, Henao cuenta a Cinco8 su historia cinematográfica, que es también la historia de cómo las cineastas venezolanas siguen ganando protagonismo, no solo por mujeres, sino por sus miradas y lenguajes para narrar lo que mucho que quieren contar.
La Tranca: “Supe que soy capaz de contar con imágenes en movimiento”
Henao fue a San Basilio de Palenque para hacer un documental sobre cómo los campesinos lidiaban con los paramilitares y la guerrilla al mismo tiempo, pero ninguno de los campesinos quiso aparecer en cámara. Por suerte, Henao había visto a “La Tranca” vendiendo suero de leche en las calles. Entonces, se le destrancó el documental y otras cosas de su oficio…
“¡Yo no olvido a esta mujer! Supe que Isabel Cristina Reyes ‘La Tranca‘ estaba separada de su novio campesino José María La Cruz, pero me dijo: ‘Nosotros vamos a volver a estar juntos. Tú vas a ver que sí’. Ella era muy perseverante, muy intuitiva para hacer algo de tal manera que José se diera cuenta de que ella estaba haciendo eso y, además, era muy fiel con ella misma. Todo esto es lo que más atesoro de Isabel, porque me sirvió para todo lo que vino después en mi carrera, sobre todo porque ella lo logró: reconquistó a José, el amor de su vida, y de eso se trata todo el documental. Es una historia de amor que, como los documentales, no podía esperar, no tenía segunda toma y cada fotografía se hizo con mucha intuición porque estaban pasando cosas para el lente”.
Puras Joyitas: “Busqué la oportunidad, porque no me iba a llegar”
A Henao le llegó el guion y solo el azar sabe por qué: era la muchacha medio conocida por sus comerciales, pero no una de los cuatro directores de fotografía famosos que los directores César Oropeza y Henry Rivero tenían en la selección…
“Le mandé un mail a César diciéndole algo así: ‘Mira, yo sé que ustedes están casteando a su director de fotografía y quiero me des la oportunidad de enviarte mi reflexión del guion y cómo yo veo el desarrollo visual para tu película‘. Me dijo: ‘Mándalo‘. Y yo lo mandé… La historia tenía el presente, los flash back, los flash forward y unas descripciones que ocurrían en un ‘limbo‘. Propuse diferenciar estos momentos claramente con la mezcla de muchas temperaturas de color y luces para algunos personajes… Me las tenía que jugar y se decidieron por mí, y esta fue la película que llamó las otras”.
El rumor de las piedras: “Pedí la oportunidad otra vez”
Gabriel Guerra, el director de fotografía para esta película de Alejandro Bellame, no podía hacerla, pero Henao sí y, con la seguridad de su primera ficción bien fotografiada, le dijo a Bellame que le enviara el guión de una vez…
“Ya le he hecho dos películas, quizás porque ésta me dejó un mejor entendimiento de mi rol y que una película es la historia que se va a contar desde el punto de vista del director, así que hay que ser capaz de ver lo que el director quiere ver y darle ideas para complementarle lo que quiere contar”.
El chico que miente: “Éramos muchas, muchas mujeres”
Henao aceptó esta película por la emoción de trabajar con la mítica directora de fotografía Micaela Cajahuaringa y porque muchas de sus amigas cineastas también estarían detrás de la cámara: Wilsa Esser, Xionnel Farias, “Nana” Sánchez, Adriana Cols, “Nella” Illas, Juliana Gómez Castaneda, Francis Novoa…
“Fui cámara y eso es una experiencia muy diferente: en lo que dicen ‘¡Acción!‘, la cámara es otro actor, el que mira lo que está pasando, así que no puede adelantarse y delatar lo que va a pasar. Haciendo esto, uno se compenetra más con el equipo, no como cuando haces dirección de fotografía que de vaina vas al baño… Quiero contarte esto… Las cabezas del equipo eran femeninas: Marité Ugás, Mariana Rondón y Micaela Cajahuaringa. Fue un rodaje muy amoroso, porque un rodaje es como quienes lo dirigen, y como era un road movie, Micaela y yo nos llevábamos a nuestras hijas… Me da nostalgia recordar esto. Sé que en varias asociaciones latinoamericanas se discute que las oportunidades sean equitativas, porque hay muchas mujeres en las carreras, pero menos en los trabajos, o sea, muchas estudiantes que después no ejercen, pero cuando uno tiene rodajes como éste, piensas que es diferente en Venezuela. Fuimos muchas en el crew y muy unidas”.
Azul y no tan rosa: “Las actrices, como los guiones bien escritos, te dicen mucho de la imagen”
Personajes heridos por la discriminación y la violencia, y capaces de unirse para formar una familia fue lo que más le gustó a Henao apenas leyó el guión de Miguel Ferrari…
“Hasta la mujer frente a la pantalla venezolana es otra. Si te pones a desarmar la imagen, te encuentras que es Hilda Abrahamz, una primera actriz que está haciendo de trans y, además, de drag queen. Hay muchas mujeres en esa imagen con su manera de contarse: la profesional, la actriz, la artista, la amiga y, sobre todo, la heroína, pero tan inusual que hizo que ese personaje fuese encantador para el espectador y para filmarlo”.
El Inca: “Ha sido mi película más difícil”
Demasiadas locaciones, una pelea en el ring cuyo rodaje duraría una semana, tomas que requerirían la construcción de plataformas con materiales y equipos disponibles en Venezuela… Un reto…
“Además, era una película de boxeo, pero Ignacio Castillo Cottin me permitió hacer un camino diferente a las películas de boxeadores que son referencias, en las cuales la cámara es lenta para que se vea cómo al tipo le dan el golpe y se le salen las gotas volando. Mis peleas fueron de blur para mostrar cómo se desdoblaba el Inca de Ignacio y para lograr algo más crudo en la imagen. Hubo cámaras para recursos narrativos diferentes y así dar cuenta de las patologías, adicciones, descontrol y emociones extremas del personaje. Hicimos efectos como desdoblar con blur, subjetivas en momentos extremos, temblor de la imagen por calor en los espejismos… Fue arriesgado. Incluso, para hacer el plano de esta foto, como era una cámara subjetiva bien cercana, yo quería que se sintiera el movimiento del coñazo. Así que me puse el chaleco de los entrenadores de boxeo, porque si Alexander Leterni me daba un golpe, prácticamente me iba a pegar en una teta… Hicimos de todo. Ya Ignacio me había agarrado confianza y fue muy abierto para aceptar lo no tan ‘normal‘, pero que podía funcionar”.
Kuyujani envenenado: “Dije lo que tenía que decir”
Cuando los problemas no son visibles o comienzan a olvidarse, Henao los trae a la vista. Luego de tres idas a la cuenca del río Caura en tres años, Henao contó cómo los pueblos indígenas Sanema y Yekuana están condenados a desaparecer a causa de la intoxicación crónica por mercurio que se emplea en la minería a cielo abierto en el Amazonas venezolano.
“El documental es la manera que he encontrado para contar esas historias que se me están presentando y que no me puedo sacar de la cabeza. Los mismos líderes indígenas me dijeron que hiciéramos esto y lo hicimos. Pienso que cuando estamos en procesos tan difíciles en un país, tenemos que filmarlos para que podamos tener pruebas y reflexionar sobre eso que nos está pasando para ver si algo se hace”.
Gilma: “También con la ficción puedo contar lo que necesito decir”
Sobre su opera prima de ficción en postproducción, Henao habla con modestia, entusiasmo y mucha claridad:
“Aunque soy directora de fotografía, no me gusta eso de ‘¡Miren este plano!’ Me gusta ir contando, tratar de darle lo genuino del documental a la ficción para que la historia sea creíble, mantener la normalidad de la historia. Si hay una escena muy dramática, la muestro de la manera más simple y la película sigue. Así es Gilma, que está contada desde el punto de vista de Isabel, el personaje de la niña Maryale Benites. Para otros contextos, lo que pasa es muy fuerte, pero en la película todo está normalizado: no tener agua, que coman de la basura, que se vaya la luz, que las mujeres estén sometidas hasta para hacer lo más básico, porque así es en Venezuela e igualito la vida sigue”.