La televisión es maravillosa. No sólo nos produce dolor de cabeza sino que además, en su publicidad, encontramos las pastillas que nos aliviarán
Bette Davis
Las innovaciones, con todas sus caprichosas variables, producen tanto éxitos como fracasos; pasan desapercibidas, cambian las cosas o desaparecen, son así. Luego, como parte de un posicionamiento que las sujeta y reproduce, se convierten en mito: nunca sabremos si Steve Jobs cambió el mundo digital desde su garaje californiano, pero nos gusta pensarlo así, nos ilusiona. La ilusión es un afán poderoso que conocen muy bien los emprendedores, más cuando se trata de crearla. Finalmente, ¿no es eso lo que nos ofrece la televisión?
Corrían los años 90 y Venezuela estaba a punto de subirse a la ola de la tv por suscripción. Su historia quizás se haya perdido dentro del espejismo del zapping o dentro del relato de un mito. Lo que sí sabemos es que Enrique Cuscó, un joven ejecutivo con linaje de radio y televisión, se traería en el avión de vuelta de Nueva York un trato cerrado en las oficinas de Time Warner que redibujaría para siempre el mapa de nuestras telecomunicaciones. Y que, tiempo más tarde, crearía una especie de zona neutral o “isla de la fantasía” dentro de la nunca fácil realidad social y política del país.
Comenzó llamándose HBO Olé, señal que se estrenó el 31 de octubre de 1991 con las facilidades de Omnivisión Multicanal —hoy Ole Communications— y tuvo a Caracas como sede administrativa y base de operaciones, transmitiendo primero para parte de Latinoamérica y luego para Brasil. El boom fue inmediato y le permitió la adquisición de nuevos contenidos de programación que consolidaron progresivamente a una gran familia de canales que se multiplicaron en las grillas de los distintos proveedores de televisión satelital o por cable, sumando millones y millones de suscriptores.
Como parte de la estrategia de posicionamiento, el grupo HBO lograba su objetivo y conquistaba las pantallas de la aún existente clase media venezolana, con un sólido y novedoso paquete de programación, que luego incorporó producciones originales y anclas locales que daban el salto desde la televisión abierta. Fue el caso de Daniela Kosán, Erika de La Vega, Norelys Rodríguez o Luis Chataing, por nombrar sólo algunos de una larga lista. En 2005, la oferta de canales del grupo ya incluía HBO, Cinemax, Sony, Warner, E!, AXN, History y A&E. La imagen de todos fue producida “en casa” y las voces de identificación en español eran la crème de la crème del talento nacional, como fue la del emblemático Iván Loscher o la del irreverente Rafael Cadavieco entre muchos “duros” de la locución venezolana. Y aunque no estaba en el plan, años más tarde la señal también se extendería masivamente por los barrios más populares del país, en una suerte de rebelión silenciosa de las antenas frente a la hegemonía comunicacional del Estado y, más tarde, ante el traumático cierre de RCTV en 2007.
Para los venezolanos, la ilusión no es una opción, es una necesidad. Tanto que, ante lo acotado y áspero del “afuera”, la brutal devaluación de nuestra moneda, el miedo a rumbear o salir a la calle, algunos se adelantaron al furor de las plataformas de streaming con su artefacto portátil casero: no se movían de casa sin su mejor amigo, el decodificador satelital, la caja mágica de entretenimiento.
Este fenómeno convirtió a todo el país en una comunidad-audiencia, en una estructura de excepción, en una isla ávida de escape que, por no querer tirar su cable a tierra, rellenó los territorios perdidos o violentados con las ventanas abiertas a “otras realidades” que ofrece la televisión por suscripción.
Han pasado casi treinta años desde aquel 31 de octubre de 1991 y ahora Venezuela vive un nuevo y violento apagón. Por razones económicas y operativas, el grupo HBO y el conjunto de canales cerraron sus oficinas en el país y las reubicaron, principalmente, entre Bogotá y Miami. Como si fueran hallazgos arqueológicos, las antenas se asoman en el paisaje sin cumplir su función y se unen a nuestra larga lista de ruinosos artefactos contemporáneos.
Lamentablemente, aunque se hicieron algunos contactos, no fue posible entrevistar a los ejecutivos detrás de la historia de esta industria audiovisual en Venezuela. Sin embargo, aquí contaremos algunas de sus claves y lo haremos a través de dos voces, las de Carla Tofano y Andrés Duque, que participaron en la construcción de una excepcional historia que, en sus años dorados de expansión, transcurrió entre la calle 8 y la calle 9 de la urbanización La Urbina, y más tarde en Macaracuay, en Caracas.
Las oficinas de HBO en Venezuela dejaron su sede en febrero de 2018.
Detrás de las cámaras
Para Andrés Duque, cineasta residente en Barcelona, “La TV por cable en Venezuela empieza, como todo negocio, por un agujero rentable que se descubre en las leyes de telecomunicaciones. No fue porque en Venezuela existiese una tradición televisiva con los estándares estadounidenses. De hecho estábamos bastante desnudos cuando empezamos a trabajar y eso, en efecto, nos convirtió en personas aventajadas. Nos alargó la estancia en Venezuela por diez años, porque la oportunidad no se podía desaprovechar y eso creo que es un sentimiento bastante compartido. Pasábamos las horas que fuese produciendo, cuidando ese nicho que nos cayó como un milagro. Creo que era un ovni muy diferente, aunque tampoco distante, de la producción local. Principalmente porque nos dirigíamos a un público más amplio.
Era toda Latinoamérica. Dieciocho millones de suscriptores, si no recuerdo mal.
En eso nos diferenciábamos de las televisoras locales y no lo digo con arrogancia, todo lo contrario, lo asumimos con humildad y buscamos una ética de trabajo que nos permitiera salir del ombliguismo cultural y conectar con otros países”.
—Fuiste parte del “equipo dorado” de la tv por cable, que era percibido como “una isla” en medio de los telúricos acontecimientos que más tarde nos tocó vivir.
—Se sentía que estábamos creando algo valioso, para el futuro, pero lo vivimos con esa ilusión: los expertos ayudaban a los inexpertos. Había un conocimiento del lenguaje audiovisual bastante alto y una ética profesional basada en el ensayo y error que nos hizo madurar. Yo tendría 21 años cuando comencé a cubrir eventos internacionales y recuerdo que los periodistas no daban crédito al vernos tan jóvenes en esos eventos que quizás a ellos les costó alcanzar. Entendí que estaba dando un paso de veinte años por delante de mi experiencia y que había que aprender mucho, cuidar y construir canales de comunicación con el mundo de afuera. Nadie nos preparó para eso. Nadie nos enseñó a sobrevivir como periodistas en un festival como Cannes y haberlo conseguido e incluso, que nuestros reportajes recibieran algún que otro reconocimiento. Era una gratificación que cuidar”.
—¿Hubo un enfoque de meritocracia?
—Sí, fuimos parte de una generación del audiovisual viviendo en una burbuja paralela donde funcionaba bien la meritocracia. Había personas de orígenes muy diferentes e ideologías muy diferentes trabajando juntas. Mi paso por HBO-Cinemax fue entre los años 1994-2000, primero como Evaluador Fílmico y luego como redactor y productor de intersticiales en el área de Producción Original. Creo que me fui en buen momento.
Delante y detrás de las cámaras
Carla Tofano es periodista y ancla de televisión. Hoy, desde su casa en Londres, dirige Metralla Rosa, un proyecto propio de comunicacional digital que reúne crónica y entrevistas y la conecta con su particular “burbuja existencial digital”.
—¿Cómo crees que influyó nuestra tradición de televisión abierta en el posicionamiento de la industria de la TV por suscripción en el país y cuáles fueron las claves de su expansión, Carla?
—Venezuela, además de contar con una posición geográfica privilegiada, también tenía el conocimiento técnico para desarrollar un proyecto como fue la industria de la tv por suscripción. Por otra parte, una generación entera formada académicamente y adiestrada para resolver con poco y resolver bien, ayudó sin duda. En el momento histórico coyuntural en el que la tv por cable dio sus primeros frutos, teníamos la actitud, teníamos el empuje, la voluntad y las garras y además, éramos económicos, producíamos a bajos costos y siempre tuvimos acceso a la tecnología necesaria para liderar la oferta regional de un modo bastante orgánico. En resumen, la mejor capacitación humana, con bajos costos y en la mejor posición geográfica. Éramos imbatibles. Por otra parte, pocos profesionales de Latinoamérica tenían la visión cosmopolita del joven profesional venezolano. Sin mayores conflictos asumíamos que no producíamos para nosotros. Éramos capaces de ponernos en los zapatos de “los otros”, siendo estos otros la sumatoria de muchas diferencias y la abstracción conceptual de un continente heterogéneo y multi diferenciado.
—Estuviste en la industria durante varios años, dentro y fuera de la pantalla de E! Entertainment Television, donde fuiste productora y presentadora. ¿Cómo fue la experiencia y de qué forma cambió tu concepto de la televisión?
—Mi experiencia con el grupo HBO comenzó con el canal YA TV y lo destaco porque si E! fue un proyecto desvinculado de la realidad venezolana, YA TV lo fue incluso más. Allí trabajé con gerentes que no hablaban español sin yo hablar inglés, por ejemplo. Duró muy poco porque probablemente era un proyecto en extremo idealista. Un verdadero proyecto “isla” con ideas innovadoras.
En mi opinión muy personal, pocos fenómenos culturales, pocas industrias han sido más venezolanas y han reflejado mejor nuestra mentalidad que el grupo HBO Latinoamérica.
—¿Por qué lo crees?
—Porque si bien no respondían a la realidad venezolana en términos de contenido, si bien no respondían a las necesidades informativas o de entretenimiento de toda la población, sólo un país como Venezuela habría podido crear con tal nivel de éxito un proyecto tan extraordinariamente desarraigado de todo. HBO fue capaz de ir modelando sobre la marcha un ideal de audiencia que en realidad nunca existió. Una cualidad que encuentro fascinante en el venezolano, es que logró desplegarse a sus anchas en ese proyecto corporativo. Nosotros inventamos una audiencia desde la visión conceptual, abstracta y caprichosa que teníamos del continente. Todos los canales del grupo HBO, en mayor o menor medida, fueron el resultado de un tipo de visión cosmopolita muy peculiar y muy venezolana.
—¿Algo descontextualizada quizás?
—Los que hicimos esa televisión que tú y yo conocimos fuimos parte de un pequeño Hollywood caraqueño y como suele ocurrir con toda realidad virtuosa un tanto descontextualizada, nuestra propia ficción idealizada de las cosas nos superó.
La fantasía final
Para cerrar, le pregunté a ambos qué película se les ocurría que podría ilustrar este recorrido que terminó con el cierre de las oficinas de Caracas. Para Andrés fue “The Commitments de Alan Parker” porque “ejemplifica muy bien todo lo que he comentado sobre ser joven y entregarse a un oficio con pasión en un ambiente hostil. Ahora no sabría qué otro símil encontrar: éramos Los comprometidos”. Para Carla sería “Nine de Rob Marshall”, porque “este film que describe el auge y la caída de los estudios Cinecittà, en Italia, podría perfectamente explicar el ocaso de la fantástica industria de tv por cable en Venezuela, que alguna vez nos permitió ser nuestra mejor fantasía”.