Cuarenta kilómetros a pie por semana para sobrevivir

Julio y Tomás trabajan como vigilantes en el sureste pero viven en el suroeste. No hay gasolina ni pueden usar el Metro. Así que tienen que atravesar el valle de Caracas caminando

Esta historia de dos personas es un asomo a la dureza de la vida cotidiana de la mayoría de los venezolanos

Foto: Juan Andrés Pinto

Un radio viejo, fiel acompañante de la caseta de vigilancia, transmite la decisión del Ejecutivo: «Quiero anunciar que a partir de mañana, martes 17 de marzo a las 5 de la mañana, Venezuela entera entra en cuarentena social. Todo el país, los 23 estados y el distrito capital, todos a la cuarentena social, a la cuarentena colectiva», dice la voz de Maduro en cadena nacional.

Julio vive con su familia en Caricuao. Su trabajo es en Los Naranjos.

Foto: Juan Andrés Pinto

Julio, de 42 años, trabaja como vigilante en una residencia de clase media al sureste de Caracas. Su guardia está a un día de terminar. El edificio duerme en calma. Es una noche sin novedad. La salsa brava de su radio, previamente interrumpida por el comunicado presidencial, continúa.

Al momento toma el celular y llama a su hijo, quien va a sustituirlo, al día siguiente, en el próximo turno en la vigilancia. Le explica lo que acaba de escuchar en la radio, le pide tenga cuidado al venir desde el extremo oeste de la ciudad, que salga temprano y se tape la boca. Solo compartirán un día de guardia hasta que vuelvan a coincidir, dentro de diez días, en un próximo turno.

Tomás trabaja en el mismo edificio donde trabaja su padre

Foto: Juan Andrés Pinto

Tomás, de 21 años, es el segundo de cinco hermanos. Trabaja desde que tiene 15. Escucha y acepta las instrucciones de su padre al otro lado del teléfono. Los rumores del coronavirus en Venezuela ruedan en las calles de la ciudad desde hace pocos días. Toca preparar el uniforme y la comida de los siguientes dos días. La jornada comenzará muy temprano.

Un baño rápido y la bendición de su madre completan el primer desayuno antes de salir a trabajar. El reloj marca las cinco y media de la mañana, el sol se toma unos minutos más en llegar a la parroquia de Caricuao, al suroeste de la capital. Debe estar entre los primeros de la fila que van a tomar el metrobús dirección Plaza Venezuela; perder el día de trabajo y dejar de ayudar a su familia no está entre sus opciones. 

Las nuevas instrucciones se encuentran en la entrada del autobús. “Prohibido abordar la unidad sin el uso de tapaboca”. Su padre tenía razón. Tomás logra tomar el primer trayecto del camino a tiempo. Plaza Venezuela está custodiada por cuerpos de seguridad del Estado. Se necesita un salvoconducto especial para sectores prioritarios para tomar el Metro: salud y alimentación. Tomás no lo tiene. Decide caminar los aproximadamente dos kilómetros y medio hasta Chacaíto para tomar otro transporte que lo lleve hasta El Cafetal y posteriormente a la urbanización Los Naranjos.

Caminar termina siendo mejor opción que las busetas y el Metro está vedado

Foto: Juan Andrés Pinto

Son las siete y media de la mañana. La policía municipal de Chacao no permite las aglomeraciones en las paradas, como tampoco dentro del transporte público. Explicar, discutir que él debe llegar al trabajo no tiene sentido, no lo van a escuchar. Pocas personas hay en la calle, por la escasez de gasolina. Tomás tiene dos opciones: devolverse a Caricuao como vino o caminar hasta el trabajo. Opta por lo segundo. Él y su padre son, por el momento, la única fuente de ingreso que tienen en casa. “Mis hermanos están pequeños y mi hermana mayor se fue del país. Somos mi papá y yo”.

La gran mayoría de los venezolanos con empleo formal gana salario mínimo. El régimen de Maduro ha decretado dos incrementos salariales en lo que va de año. El último, efectivo a partir del primero de mayo, dice que el salario mínimo es 800.000 bolívares mensuales, lo cual era equivalente a 4,46 dólares según la tasa oficial del Banco Central de Venezuela del 11 de mayo. 

El valle de Caracas tiene unos 12 km de Catia a Petare. Pero de Caricuao a El Cafetal es más

Foto: Juan Andrés Pinto

La calle está distinta. Entre algunas motos y bicicletas, Tomás no es el único en transitar la avenida principal de Las Mercedes. Otros trabajadores apenas se distinguen frente a la inmensa cola de carros que amanecieron para surtir gasolina. Él continúa. Acaba de comenzar la ruta de casi ocho kilómetros para llegar al trabajo. Coge aire y le pide a Dios que lo acompañe en las próximas dos horas y media de camino. El tramo final será una fuerte subida con alrededor de dos kilómetros de extensión hasta la vigilancia donde lo espera su padre. Paso a paso el sol pica, la respiración se entrecorta, las piernas duelen, Tomás continúa.

“Yo aguanto el hambre. Hay un momento donde al estómago se le olvida y ya no piensas en eso. Siempre le pido a Dios que me permita llegar sin problema al trabajo. Cuando llego, me baño, me visto con el uniforme y desayuno con calma”. 

No es primera vez que camina para llegar al trabajo. Otras veces lo ha hecho por ahorrar el efectivo que tanto le cuesta conseguir, como a muchos venezolanos.

Los buenos días son los días en que Julio y Tomás coinciden en la guardia

Foto: Juan Andrés Pinto

Padre e hijo se encuentran en el trabajo. No deben abrazarse pero los ojos sonríen por encima del tapaboca. La distancia recorrida ya es un recuerdo. Toca bañarse, vestir el uniforme y desayunar rápido para empezar a trabajar. Pasado el día de guardia compartida, Julio, el padre de Tomás, emprende el camino a casa. El siguiente turno lo cubrirá otro compañero.

El primer tramo comienza con los casi dos kilómetros que bajan desde la caseta hasta el boulevard de El Cafetal. Continúa los aproximadamente ocho kilómetros hasta el metrobus de Plaza Venezuela que sí funciona. Allí tomará la ruta hasta Caricuao. El miedo a contagiarse y luego contagiar a los suyos acompaña a Julio en su marcha. Dios, según él, también. Cada vez que el escenario de llegar a su casa con coronavirus interrumpe su ritmo de marcha, lo elimina. La actualidad del sistema de salud en Venezuela arroja más preguntas que respuestas y es mejor no envolverse en dicha incertidumbre.

“Voy paso a paso sin pensar en cuánto me falta. Me concentro en estar alerta por si aparece algún loco o alguna vaina rara”, dice Julio. Esta vez llega a casa sin problema. Agradece hacerlo de manera sana y así poder abrazar a su familia. Antes, por supuesto, un exhaustivo baño en la entrada de la casa y la estricta limpieza de la ropa que lo acompañó los 20 kilómetros que recorrió para ir y volver del trabajo.

“Mi esposa y yo tenemos un protocolo de llegada. Yo me quito la ropa y ella, con los guantes puestos, la separa y enseguida la ponemos a lavar”, dice mientras mantiene la distancia. “Llevar el virus a casa por no cumplir las normas no es opción”, agrega.

Esto es Caracas. En el resto del país la gente es aún más vulnerable a la confluencia de tantas crisis

Foto: Juan Andrés Pinto

Padre e hijo recorren dos veces por semana el trayecto comprendido de su casa al trabajo y del trabajo a su casa. Cada jornada de trabajo suma veinte kilómetros aproximadamente. Dos jornadas por semana se traducen en alrededor de cuarenta kilómetros. Cumplidos dos meses desde el inicio de la cuarentena, han caminado cerca 320 kilómetros. 

“No importa cuánto debo caminar con tal de poner comida en la mesa de mi casa. La distancia no se compara con poder ayudar a mi familia, que es lo más importante”, asegura Julio. 

Lo que hoy se ve en las calles de Caracas, el resto del país lo arrastra desde mucho antes de la cuarentena, en espacios con menos densidad urbana, menos transporte y menos servicios.

El 12 de mayo, Nicolás Maduro anunció una segunda extensión del estado de alarma por treinta días más, hasta el 13 de junio. Ante el covid-19, la Organización Panamericana de Salud considera a Venezuela como uno de los países más vulnerables de la región. Millones de personas se ven afectadas por la hiperinflación y la escasez de gasolina en el país con las mayores reservas de petróleo del mundo. 

Mientras tanto, ¿cuántos kilómetros más les quedan por caminar a Julio, a Tomás y a tantos otros como ellos, para llevar algo de comida a casa?