Los portavoces públicos no deberían crear falsas expectativas sobre una posible cura de COVID-19. Sus mensajes falsamente “esperanzadores” pueden generar confusión, relajar la prevención y perjudicar las medidas de contención y distanciamiento social, las únicas que pueden evitar la expansión de la pandemia.
Nicolás Maduro dijo en varias oportunidades, al principio de la pandemia, que el interferón “cubano” era una opción terapéutica para tratar la infección por el coronavirus. La verdad es que los interferones terapéuticos no son una invención cubana y no se ha probado que sean efectivos para curar el COVID-19. Más recientemente, el dictador venezolano indicó que existiría un tratamiento basado en una mezcla de productos naturales que ha propuesto Sirio Quintero, un supuesto científico que plantea una teoría conspirativa sobre el origen del coronavirus.
Donald Trump también ha dicho que la combinación de hidroxicloroquina (usado para tratar la malaria) y el antibiótico azitromicina, ha resultado eficaz para tratar pacientes con COVID-19. Aunque hay resultados in vitro que indican una disminución de la carga viral, y algunos estudios muestran un cierto efecto terapéutico, todavía no hay evidencia concluyente sobre la eficacia y la seguridad de esta combinación de medicamentos para tratar el coronavirus.
También se habla mucho de las vacunas que se están desarrollando en varias partes del mundo. Sobre esto se debe aclarar que una vacuna serviría para prevenir la infección, pero no para curarla. Además, una vacuna no estaría lista para su uso masivo antes de un año, según los cálculos más optimistas.
El problema con las afirmaciones de Trump y Maduro dando la impresión que ya hay una cura para COVID-19, es que pueden dar al traste con la estrategia de prevención y contención de la pandemia.
En algunas personas esto puede generar una falsa impresión de seguridad que se puede traducir en comportamientos que aumenten el riesgo de ser infectadas y de contagiar a otros con COVID-19. Este fenómeno ya ha sido observado en la epidemia de VIH-Sida en el que la llegada de los antiretrovirales relajaron la prevención en ciertas poblaciones, en las cuales se observó un incremento del contagio del virus.
También sabemos que el público en momentos de crisis tiende a sobreestimar el poder de la medicina y de la ciencia con el fin de calmar sus angustias. Si bien la medicina y la ciencia pueden eventualmente encontrar una cura (espero que así sea y que sea rápido), y también una vacuna, las decisiones que se deben tomar para contener y mitigar el impacto hoy pasan por el distanciamiento social y el aislamiento de una buena parte de la población.
Los portavoces políticos tienen sus motivaciones. Y no siempre coinciden con el bien común y la protección de la salud pública. Maduro quiere mantener su ficción propagandística según la cual la Cuba comunista es una potencia científica. Trump quisiera que todo volviera a la “normalidad” lo antes posible porque está pensando en su reelección presidencial el próximo mes de noviembre.
Las personas tienen que tomar las afirmaciones de líderes irresponsables con un grano de sal. El principio de precaución es el que de prevalecer en estas circunstancias excepcionales. Es lo que demanda la salud de todos y una ética ciudadana.