Está en Guatemala hospitalizada con dengue cuando la entrevisto y se disculpa si las respuestas que me da son demasiado psicodélicas. «Es porque tengo fiebre», me explica. A mí me parece muy lúcida. Su claridad y su sentido común no son frecuentes en los creadores.
Ana María Arévalo Gosen, fotógrafa documental y compositora musical, ganó en 2021 los premios Leica Oscar Barnack y Camille Lepage por su trabajo Días Eternos. Son fotografías de presas en Venezuela y El Salvador con un respeto por sus protagonistas y su difícil realidad también poco frecuentes. La historia de cómo las hizo habla de valentía y de saber qué significa retratar.
El próximo 27 de enero, además, inaugura una exhibición en la Galería Leica de Madrid. Es un proyecto que desarrolló, con apoyo de National Geographic, sobre la Sinfonía desordenada, una grabaron durante la pandemia de 75 músicos de la Orquesta Gran Mariscal de Ayacucho, a partir de arreglos de Elisa Vegas, directora de la orquesta, y de Horacio Blanco, cantante de Desorden Público. La documentalista fotografió a cada de los músicos en su casa, con su familia y sus objetos, y luego los conciertos efervescentes que pudieron hacer. Y de ahí sale la muestra que se verá en esta ciudad y a la que ella asistirá para dictar un taller de narración audiovisual.
Ana María nació en Caracas en 1988. En 2009 se mudó a Toulouse, Francia, donde estudió Ciencias Políticas (en el IEP Institute D’Études Politiques). Allí descubrió su pasión por el trabajo audiovisual y asistió a la ETPA (la École de la Photographie). En 2014, se mudó a Hamburgo, Alemania, y comenzó a trabajar como narradora visual, como fotógrafa de plantilla para la revista Szene y como freelancer.
Días eternos comenzó en Venezuela en 2017. El País publicó en 2018 una parte de esos retratos en su sesión de opinión con el título Detrás de las rejas. En 2019, la serie obtuvo primer lugar del POY Latam en la categoría La fuerza de las mujeres, luego el premio Lucas Dolega y finalmente el Lumix de fotografía en 2020. También fue finalista del IWPA y obtuvo el apoyo de Women Photograph (2018) y del Pulitzer Center on Crisis Reporting Travel Grant (2018).
Hoy vive en Bilbao, España, pero pasa largas temporadas en Venezuela y en otros países de Latinoamérica. Es miembro de Women Photograph y fundadora de Ayün Fotógrafas. Además, desde 2020, tiene proyectos y contribuye con National Geographic.
“Soy una luchadora por los derechos de las mujeres y mi arma es la narración visual lenta”, dice en su sitio web.
Pues tiene puntería.
¿Cómo vas de las Ciencias Políticas a la fotografía y a la fotografía documental?
Podemos echar un paso más para atrás, porque empecé en Estudios Liberales en la Universidad Metropolitana y más que las clases me parecía chévere el ambiente universitario. Me gustaba salir a protestar. Era 2009, cierre de RCTV, y yo siempre estaba ahí. Y en esa fecha con un grupo de estudiantes fuimos pioneros en hacer un canal de YouTube que transmitía lo que pasaba en las protestas. Yo era la entrevistadora, hacía reporteo muy estudiantil y muy amateur, pero muy divertido. Allí empecé a querer estudiar ciencias políticas o periodismo. Luego, ese año, me fui a vivir a Francia, Toulouse, pero no había estudios liberales, así que ingresé en el ICP de Toulouse. Allí hago un Erasmus, un plan de intercambio de alumnos de la Comunidad Europea, pero a mí me dieron un espacio aunque venía de Venezuela. Cursé el tercer año, que era lo que me tocaba, y me fascinó, pero había algo que me faltaba. Mi espíritu tiene un lado que añoraba salir, expresarse, ser creativo, experimental, construir a través del arte. También tuve mucha suerte porque en Toulouse hay un Festival de Fotoperiodismo que se llama Manifesto y está la galería Château d’Eau, que es la primera galería de fotografía de Europa. Hay una unión, un engranaje muy bonito entre la fotografía y esa ciudad, y vivía ahí y veía todo, porque el Festival Manifesto es al aire libre y empecé a entender que había una tradición de fotografía documental, que con ella podía prestar servicio a los demás, pero también explorar temas sociales que me importaban, y seguir siendo creativa. Así llegué a la fotografía.
Antes no sabía nada, no entendía nada, pero sí que detrás había una gran tradición y que la fotografía tenía que estudiarla como se estudia la música y cualquier arte.
No hubo ningún salto a la fotografía documental, porque yo empecé la escuela de fotografía sabiendo que iba a hacer fotografía de reportaje, documental, o como lo llaman ahora, visual storytelling.
¿Por qué vuelves a Venezuela y cómo empiezas a hacer Días Eternos?
Vuelvo a Venezuela siempre porque es mi país y lo amo. A pesar de que me fui bastante brava y bastante divorciada en 2009 porque sufrí varios ataques violentos, para decirlo suave. Pero las raíces son las raíces. Siempre quiero volver a bañarme en el Caribe, tomar el sol nuestro, ir a ver a algún familiar, echar vaina, tomarme una birra, recorrer las calles con los ojos cerrados. Con cualquier medio de transporte uno sabe a dónde va. En cambio, en el metro de Madrid, por ejemplo, no sé quién soy. Al menos es mi caso. Volví en 2017 para la boda de una amiga. Ya había estudiado fotografía y trabajaba freelancer y como staff de una revista de Hamburgo. Fui también con la intención de hacer un proyecto, pero sin saber por qué ni qué. Llegué y vi la infraestructura deteriorada, las personas que yo más quiero frustradas, sin esperanza, los precios muy altos, gran escasez, estaba todo muy mal y yo estaba decidida a hacer algo. Y en la boda de mi amiga, conversando con una vieja compañera del colegio, me dijo que tenía una amiga periodista que trabajaba en DDHH y que debería conocerla. Ahí conecté con esa periodista venezolana increíble, gran amiga ahora, de una ONG que defiende los derechos de hombres y mujeres en centros de detención preventiva. En ese momento, en un centro de detención preventiva según la Ley, no debías pasar más de 45 días esperando juicio, pero con la crisis del país, eso era mentira. Ella me contó del retraso procesal, que el hacinamiento creaba un gran problema de transmisión de enfermedades, que muchas de estas personas eran abandonadas por sus familias o dependían de gente del exterior para sobrevivir, que no tenían luz, espacio, servicios médicos. Yo le propuse ir a fotografiar y ver lo que pasaba. No es que no le creyera, pero no podía imaginarme algo así. Efectivamente el día que visité un centro de detención confirmé lo que me había dicho. Allí había 22 mujeres en un espacio muy pequeño, incluyendo a una muchacha de 21 años con ocho meses de embarazo. Dormían en colchones en el piso, no tenían comida, el calor era horrible y solo había una ventanita para respirar. El baño era una infraestructura improvisada por la policía sin drenaje, una poceta puesta en el estacionamiento del centro de detención, y ahí se bañaban también, tapadas por unas paredes como de cartón y sin techo. Ese día me dije: voy a hacer este trabajo. Sobre todo porque me sentía muy avergonzada de que los venezolanos no sepamos la realidad de lo que pasa en estos lugares, que estas mujeres están pagando una sentencia sin un juicio, muchas quizás inocentes, y están en este lugar esperando por meses o años por un juicio que no se sabe si va a llegar. Ese fue el comienzo.
¿Qué aprendiste como fotógrafa documental y qué como mujer trabajando en Días Eternos?
Aprendí como fotógrafa que hay que trabajar como si uno estuviera enamorado de la persona que está fotografiando. O más bien, que hay que intentar enamorarse aunque sea por un ratico y hacerlo muy despacio. No sacar la cámara de una, sino hablar primero, preguntarle por su vida y tratarla con mucho afecto.
Aprendí que hay que trabajar lento, muy lento, y con mucho respeto y cuidado.
También que uno puede absorber mal las vivencias de los demás y después no saber por dónde drenar ni cómo ponerlas en el lugar correcto. Así que aprendí a equilibrarme componiendo música, haciendo deporte, meditando, haciendo yoga, agradeciendo y queriendo causar un impacto real con lo que muestro. No es poner tu foto en una revista nada más, sino llevar tu trabajo a un nivel donde todo el mundo sepa que está pasando en esos centros de detención y cárceles de Venezuela, de El Salvador y de todos los países donde voy a hacer este trabajo. Como mujer aprendí que somos los seres más resilientes e increíbles del mundo. En estos lugares las mujeres están aisladas y lo único que en realidad tienen es su cuerpo. Días eternos fue el calificativo que usó una de las presas para referirse al tiempo que pasaba esperando condena o libertad. La mayoría tienen hijos, pero no las visitan. Algunas, hijos con enfermedades graves. Muchas se autolesionan. Las causas son la culpa o la vergüenza por los delitos y por la vida que llevaban. Extrañar a sus hijos es una de las principales causas del dolor. Pero estas mujeres hablan, ninguna muere de hambre, se prestan la ropa e, increíblemente, se peinan, se maquillan y se arreglan. Y eso me parece lo más, porque es un gesto de rebeldía absoluta hacia lo que les están haciendo. No dejan que su cuerpo se convierta en un instrumento para que las destruyan. También aprendí que las mujeres en esa situación sufrimos más, porque las familias nos abandonan más, porque somos más vulnerables, porque nos separan de nuestros hijos y hasta porque, al estar recluidas juntas, las reglas se sincronizan y no hay tampax, no hay toallas sanitarias, y las hormonas y el encierro pueden poner el ambiente violento. Como persona, aprendí cómo moverme en ese espacio.
Dices en tu sitio web que tus valores son: integridad, autenticidad y compromiso con la investigación y reflexión, ¿podrías hablarme de cómo se relacionan con la fotografía?
Creo que sin estos valores no puedes ser fotógrafo documental. Si no reflexionas sobre lo que significa fondo y forma en la fotografía, y sobre la congruencia de ambos, creo que no puedes ser un gran fotógrafo.
El compromiso con la investigación para mí es muy importante: yo no viajo ni voy a sitios sin haber hecho una buena investigación, y durante el trabajo de campo sigo investigando.
Parte de mi investigación son entrevistas larguísimas que les hago a las personas que voy a fotografíar, de cuatro o cinco horas. Es para entender cuál es el contexto y las características de cada quién. Y eso es importante, porque es saltar de la simple curiosidad a realmente querer que tu trabajo tenga impacto por esas personas. Y para tener impacto por, uno tiene que entender una problemática que no es la de uno y para eso tiene que prender las antenas e intentar absorber todo lo que puedas para contar la historia realmente. Quizás soy un poco radical, pero es así.
¿Cuéntame qué es Ayün Fotógrafas?
Es una hermandad que se formó en el momento más desafiante y difícil para los fotógrafos (creo que en todo el mundo) de la pandemia. Desde entonces hemos formado un colectivo que se convirtió en hermandad. Son mujeres que admiro muchísimo, a todas. Para mí fue muy difícil tomar la decisión de formar parte de un grupo, porque hay que ponerle mucha dedicación y tiempo. Pero porque son ellas siete, dije que sí. Somos muy unidas, nos apoyamos en todo. Desde asuntos como la maternidad y los novios hasta consultas sobre fotografía de edición, secuencias, etc. Nos retroalimentamos siempre. Es hermoso tenerlas en mi vida. En un comienzo hicimos un proyecto que está en la página web, hablamos en el Nat Geo Summit del 2021 y el año que viene vamos a hacer otro sobre salud materna. Si ves nuestros trabajos, verás que no jugamos carrito.
Hay una estética en tu trabajo que me llama la atención, que no edulcora ni explota lo que ve. Un gran respeto y belleza.
Me da pena y pudor hablar de estas cosas de mi trabajo. Claro y raspao y simple, te digo: yo hago fotografías que me gustan y publico fotografías que me gustan. No voy a publicar otra cosa. Intento hacer el trabajo tan bien que el fondo y la forma estén alineados. Porque si no, ¿para qué estoy haciendo yo fotografía? ¿Para qué estoy haciendo algo creativo si no es para que me satisfaga a mí? Eso quiere decir que voy en serio. No es una cosa ligera. Es difícil hacer una foto bien para que represente una problemática de verdad. Yo necesito que la foto esté bien hecha, para que el impacto sea el que tiene que ser, para que el espectador pueda entender y ponerse en los zapatos de la persona a la que estoy fotografiando. Lo digo con toda humildad. Son fotos que me tienen que gustar y punto. Más nada. Lamento si la respuesta no es muy metafórica, pero es la única que tengo y la única que te puedo dar. Y obvio uno intenta un poquito dignificar a la persona que uno está fotografiando y representarla lo mejor que uno puede. Si yo estoy enamorada de la persona que estoy fotografiando, ¿cómo no la voy a retratar de una manera digna y bonita, fuerte y apasionada? ¡Es eso!
¿Qué teóricos de la fotografía te interesan o lees?
Gonzalo Golpe ante todo. Hablo mucho de fotografía con el diseñador Ricardo Báez, que es amigo mío y cada vez que nos sentamos a conversar me da una clase fuerte de teoría y fotografía. Phillip Guionie, mi profesor de Semiología. Joan Foncuberta, fotógrafo e historiador de Barcelona, que habla de la fotografía con tanto humor y rebeldía. Desde luego que Nelson Garrido, de la ONG, gran fotógrafo, profesor, teórico, historiador y conocedor. Dominique Roux, mi profesor en Château d’Eaux. Y claro que periódicamente releo a Roland Barthes y a Susan Sontag para que me den unas cachetadas.