Al momento de escribir esto continúa la ola de protestas en Estados Unidos por el asesinato de un hombre negro a manos de la policía. Aún otro, y parece mentira que se tenga que recordar esto porque el presidente de ese país se muestra convencido de que sí, el asesinato es un hecho condenable, pero también de que las protestas que le han seguido no son explicables por el descontento frente al largo historial de discriminación a las minorías y sí en cambio como la expresión organizada de grupos radicales.
Hay muchos admiradores en el mundo del caudillo estadounidense, ese líder que habla duro y que no teme usar la fuerza para defender a su país —y al mundo, aunque todavía estamos con los crespos hechos esperando a que lleguen los marines a las costas venezolanas— de esa gran conspiración de homosexuales, activistas de izquierda, feministas, empresarios filántropos, musulmanes, negros, latinoamericanos, y pobres que lo amenazan. Entre esos admiradores está el partido de extrema derecha español Vox. Su representante en el parlamento europeo, Jorge Buxadé, está convencido de que Trump es el hombre fuerte que necesita la civilización occidental para defenderla de movimientos de izquierda financiados por magnates “progres”. El líder de ese mismo partido, Santiago Abascal, asegura que “toda la violencia extendida por los Estados Unidos y otras partes del mundo está orquestada por el globalismo”. Abascal recientemente también increpó al presidente de España, Pedro Sánchez, a que admitiese de una vez si hace dos años se había reunido en La Moncloa o no con George Soros, el magnate y filántropo de origen húngaro que se ha convertido en el blanco de teorías de la conspiración de todo pelaje. Una preocupación que solo tiene sentido si se está convencido de las muy extendidas teorías de la conspiración sobre el magnate.
Vox es heredero de la tradición conspiranoica franquista que explica el amenazante mundo que nos rodea como una conspiración “judeo-masónico-comunista”, y la afinidad entre grupos extremistas y concepciones conspirativas del mundo está más que descrita en el clásico de todas estas cosas: Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt. ¿Pero qué hay de algunos exiliados venezolanos que se han hecho eco de esta explicación de las protestas en los Estados Unidos? No solo se han hecho eco, sino que han visto en ellas una veta política: tiene razón Trump en señalar a grupos organizados de ultraizquierda como agentes de las protestas, pero además los venezolanos podemos aportar información sobre quién está detrás de esos grupos. Seguro que Soros, judíos, homosexuales y aún peores aportan su granito de arena, pero es que el verdadero enemigo del orden y la civilización occidental, el conspirador capaz de enviar agentes encubiertos a incendiar las ciudades norteamericanas es… el chavismo.
Esta interpretación de los hechos tiene dos ventajas. Explica lo inexplicable (¿cómo explicar si no las protestas, si todos sabemos que el racismo en Estados Unidos es cosa hoy superada y que los negros son muy bien tratados allí a pesar de que cometen casi todos los crímenes, los muy malagradecidos?) y además permite extender una nueva y cortés invitación a Trump para que de una vez rebusque entre todas las opciones que dice tener sobre la mesa y encuentre el sobre que dice “guerra purificadora total” y mande los marines a liberar a Venezuela, no solo de los chavistas, sino también de los colaboradores de la oposición, izquierdistas, bárbaros adoradores de María Lionza, etc. etc. etc.
Las apabullantes evidencias para afirmar que el gobierno venezolano está detrás de las protestas en Estados Unidos, y que por lo tanto es una peligrosa amenaza para la región parecen, sin embargo, reducirse a dos. Según el medio digital favorito de este sector del exilio venezolano, han surgido evidencias de dos “infiltrados de Maduro en las protestas violentas en EEUU”: una activista de ultraizquierda dominicana, que ha visitado Venezuela y se ha retratado con Maduro en Miraflores ha sido vista en las protestas en Miami cargando (así son de tontos los agentes infiltrados) un morral con los famosos ojitos de Chávez, y el periodista norteamericano Max Blumenthal, conocido por su chavismo militante y que también se ha retratado con Maduro, fue pillado en otra protesta vestido, faltaba más, con el uniforme de los agentes de Maduro: los ojitos de Chávez. No solo los más radicales entre el exilio comparten esta idea, el mismísimo Julio Borges, comisionado para las relaciones internacionales de Guaidó, compartió las incriminatorias fotos de Blumenthal en su cuenta de Twitter con este comentario: “De nuevo el régimen aparece como promotor de la desestabilización, ahora en EEUU. La dictadura utiliza medios de comunicación y grupos vandálicos para promover la violencia. Maduro es una amenaza para la democracia del continente, por eso debemos centrarnos en sacarlo del poder”.
Independientemente de que se crea o no que el hecho de que la presencia de activistas prochavistas sea evidencia suficiente para inculpar al gobierno venezolano de “orquestar” protestas en los Estados Unidos, los venezolanos tenemos otras razones para sospechar de estas teorías de la conspiración: ¿No recordamos cómo el gobierno venezolano explicó cada ciclo de protestas en Venezuela? Dado que los pesares de los venezolanos eran poco más que invención de los medios internacionales y los logros de la revolución eran evidentes, era difícil explicar que saliésemos a protestar. A menos que… poderosos agentes imperiales orquestasen esas manifestaciones. Desde las guarimbas a las protestas estudiantiles fueron explicadas con láminas y diagramas en los que decididas flechas servían de símbolos de evidencia irrefutables de lo vínculos entre el imperio y los manifestantes. Miguel Rodríguez Torres, Néstor Reverol o el mismo Nicolás Maduro nos explicaban como fondos de la CIA llegaban en efectivo a las manos de los manifestantes (o casi, alguna vez Rodríguez Torres nos reveló como esa ayuda extranjera llegó en forma de “súpermariguana” repartida entre los estudiantes que protestaban; solo drogados podía explicarse que estuviesen descontentos con un gobierno que los trataba tan bien).
Describir a los manifestantes, no como ciudadanos con descontento legítimo y por lo tanto con derecho a protestar sino como lacayos, en el mejor de los casos inconscientemente manipulados por una conspiración internacional empeñada en desestabilizar el orden, los negaba, los convertía en un otro deshumanizado. El Guardia Nacional, o el policía, o el miembros de un colectivo que disparase contra los manifestantes, no disparaba contra ciudadanos que protestaban ejerciendo un derecho, sino que disparaban para defender a la patria de agentes extranjeros. Defendían el orden, como diría el líder de Vox, Jorge Buxade, de un ataque orquestado por una conspiración global.
Se puede creer o no que las protestas en Estados Unidos son orquestadas por Maduro. Se puede creer o no que las protestas en Venezuela son orquestadas por Trump. Se puede incluso creer que ambas cosas son verdad, que al fin y al cabo todo en el mundo se explica por una u otra conspiración, y que incluso está muy bien que Trump supuestamente mande a agentes de la CIA a las guarimbas o que Maduro mande a Blumenthal a atizar el fuego en las ciudades gringas. Pero lo que creemos tiene consecuencias. Creer que detrás de los que protestan están agentes conspiradores es negarles que de hecho tengan razones legítimas para protestar.
También tenemos la opción de mirar nuestra propia experiencia y a través de ella solidarizarnos con el otro: cuando salíamos a protestar contra Chávez o Maduro estábamos descontentos y sabíamos que no hacía falta ningún agente del imperio para auparnos, quizás los hubiera por ahí, pero en caso de existir, esas presencias encubiertas no explicaban nuestro descontento ni nuestra protesta. ¿Qué tal si cuando vemos lo que está pasando en Estados Unidos partimos de ahí y tratamos de comprender al otro y solidarizarnos con él en vez de negarlo?