Soy mujer LGBTQ y la pandemia me ha dado una oportunidad para reconciliarme con mi fluidez de género y mi identidad. No soy la única; estos períodos de aislamiento han sido fundamentales para que muchas personas activasen su transición y la hicieran pública. Son tiempos agitados en Venezuela y otros sitios por reflexiones intensas sobre el feminismo y los derechos de la comunidad LGBTQ. Seguirlas lleva a rastrear, en el pasado reciente, a referentes que parecían adelantados a su tiempo y no se consumieron solo en los problemas políticos más urgentes. Hoy son esenciales para entendernos como sociedad y para pensar otras formas de ejercer la ciudadanía desde el reconocimiento de la diferencia, y también ofrecen un espejo hacia lo individual, porque para uno poder articular su propia otredad debe partir de referentes.
La obra de Argelia Bravo es única en ese contexto: el de un país que no termina de asumirse en el siglo XXI. Hoy no son raros los actos de discriminación hacia miembros de la comunidad LGBTQ, en nombre de la “moral y las buenas costumbres”, ni la violencia que las autoridades niegan como crímenes de odio y asumen como “común”. Tenemos una sociedad que no reconoce al otro y un Estado que se niega a llamar las cosas por su nombre.
Aunque no hay registros oficiales, se sabe que al menos once personas de la comunidad han sido asesinadas en lo que va de año, según cifras de organizaciones de la sociedad civil. Que nadie nos quiera ver, ni contar, ni nombrar, es una violencia jurídica y también simbólica. El artivismo de Argelia Bravo tiene un gran valor por ello. Por reflexionar sobre ese poder criminalizante.
Fueron razones académicas las que me llevaron a conocer su obra, en especial su registro de 2009: Arte social por las trochas: hecho a palo, patá y kunfú. En las urgencias de Argelia Bravo de hace diecisiete años están las mismas inquietudes que hoy sentimos muchos ante el ejercicio abusivo del poder y la violencia cultural. Por eso quise revisar algunas de sus obras y conversar con ella: para conectar su trabajo crítico con los cambios fundamentales que se han generado desde el 2003 hasta hoy.
Por las trochas de Caracas
Cuenta Argelia Bravo que sus primeros contactos con la comunidad trans se dieron mientras registraba en video el trabajo antropológico de Marcia Ochoa, investigadora colombo estadounidense de la Universidad de Stanford que en 2003 se interesó por las interconexiones simbólicas entre la cultura del Miss Venezuela y las trabajadoras transexuales de la avenida Libertador de Caracas.
En medio de la investigación, Bravo conoció a Estrella Cerezo y a Rumi Quintero, mujeres trans y futuras miembros de la ONG Transvenus de Venezuela. Para Argelia, este primer contacto fue fundamental, pues despertó su interés de inmediato, tanto por su orientación feminista como por sus experiencias privadas con el abuso de poder por parte del Estado.
Fue determinante para esta conexión, cuenta Bravo, haber conocido a las madres de Estrella y Rumi durante el Transforo, un evento organizado por Ochoa en 2003 que agrupó a activistas por los derechos trans y a autoridades médicas para discutir la situación de la comunidad. Estas madres defendían a sus hijas a capa y espada y esto es fundamental, pues tanto Estrella como Rumi eran las únicas mujeres trans que Argelia conocía que no ejercían el trabajo sexual porque eran aceptadas y apoyadas por sus familias, algo que ni en ese momento ni hoy es muy común. “A la mayoría las botaban de sus casas a los 14 años”, comenta Argelia.
Según la artista, hay una relación directa entre el éxito profesional y el apoyo de la familia. El entorno cercano se convierte, pues, en una suerte de red de protección ante agresiones cotidianas, pero sobre todo ante la criminalización del Estado. Al no vivir en la intemperie, como sucedía con la mayoría de las mujeres con que luego contactaría, corren menos riesgo de ser violentadas.
Después de que se le revelara el mundo de las mujeres trans, Argelia empezó a indagar en la identidad de género y en cómo es un punto de partida para la criminalización y marginalización desde el Estado.
En una de sus obras, Soy una puta (1994), Argelia deja sobre el lienzo esta frase rodeada de tachaduras y marcas para reapropiarse de un lenguaje violento que castiga la libertad sexual de la mujer. Partiendo de esos ejercicios críticos, Bravo establece interconexiones fundamentales entre el feminismo, el lenguaje hegemónico y la identidad transgénero. Por eso para ella su orientación feminista y la lucha por los derechos trans son causas completamente indisociables en su investigación sociocultural sobre la diversidad sexual.
En un operativo de entrega de preservativos en la avenida Libertador, promovido por la ONG Transvenus, a Argelia se la llevan hacia los callejones donde las trabajadoras sexuales trans, más golpeadas por la drogadicción y la violencia, se refugian de la intemperie caraqueña. Ahí conoce a Yhajaira, una trans que ha vivido en la calle desde los ocho años y que, además, durante la década de los ochenta, fue prisionera en El Dorado. Este infame retén encerraba a la población criminalizada por la Ley de Vagos y Maleantes, una legislación de inspiración franquista, para “reeducar” comportamientos considerados antisociales, contrarios a las buenas costumbres, como la homosexualidad y la prostitución.
Yhajaira, con el cuerpo marcado por puñaladas, disparos y mordidas de perro, es quien introduce a Argelia en este circuito de caminos clandestinos caraqueños por los que las trans que viven en la calle debían transitar para evitar la violencia y el brutal “chalequeo”.
“A mí me gusta irme por las trochas”, le dijo un día Yajhaira, y es que, según su lógica, tomar esos caminos verdes era similar a pasar por las trochas que deben cruzar los indocumentados para atravesar la frontera sin ser descubiertos. Cuenta Argelia que ese término resonó mucho en ella. Esta idea de una ciudadanía paralela, de identidades criminalizadas en su propio país, luego serán el foco de su trabajo en Arte social por las trochas: hecho a palo, patá y kunfú, de 2009.
La cartografía de lo clandestino
En su recorrido por las trochas, Bravo quiso hacer ver la brecha entre el espacio urbano y el espacio social: al trazar una cartografía física de estos circuitos clandestinos, también propuso un recorrido simbólico que identifica a los cuerpos según lo que suele considerarse como su validez social y jurídica. Para Bravo “el cuerpo es un territorio de conocimiento estético y político” y es en el cuerpo donde se pueden reconocer los límites entre ciudadanía y criminalización, al documentar estas identidades individuales que permanecían indocumentadas.
Con Arte social por las trochas, hecho a palo, patá y kunfú, Bravo crea un espacio para cuestionar los conceptos normativos sobre el género, la ciudadanía y la sexualidad. La figura del sujeto trans simboliza, para ella, un acto político de resistencia social y cultural que pone de relieve la violencia a la que son sometidos estos cuerpos de manera sistemática en la intemperie del espacio urbano caraqueño.
La muestra se exhibió en el Celarg y agrupó varios registros de la artista hechos entre 2004 y 2009. En ellos, valiéndose de procesos científicos que venían de la medicina forense, la antropología y la criminología, quiso desmontar las ideas prevalecientes sobre lo femenino y lo masculino. En una de las piezas, titulada Arte Evidencia 2: La humanidad objetivada (2008-2009), Bravo registró el testimonio de Yhajaira bajo la forma de una dermocopia en la que sus cicatrices corporales construyen una “fisonomía de la violencia”, las huellas de un sistema que se niega a reconocerla por su nombre y a darle acceso a la legalidad.
Esas marcas son producto de los juegos de tiro al blanco que han herido su cuerpo y hacen de ella una identidad única que, además, encarna lo político que puede ser un cuerpo cuando es considerado inadmisible en el imaginario venezolano.
En Arte Evidencia 7, Bravo documenta este recorrido por las trochas en una expedición guiada por Vanessa de Almeida, una chica trans miembro de la ONG Transvenus, asesinada hace cuatro años. Vanessa vivió por un tiempo en el llamado Bosque de Sherwood, unas guaridas al borde del río Guaire que formaban un circuito clandestino. En el video, Almeida afirma con total convencimiento que “hay personas que viven en la inmundicia que conocen más de Venezuela”.
De su trabajo con la comunidad trans destaca también el documental Pasarelas Libertadoras del 2005, sobre las vidas íntimas de las mujeres trans dedicadas al trabajo sexual en la Avenida Libertador. En este, las protagonistas Andreína, Angélica, Yhajaira y Norkelis testimonian sus encuentros con la violencia policial caraqueña y con el acoso, y sus comienzos en la calle luego de ser expulsadas por sus familias. Bravo logra registrar esta cara de la criminalización de la diversidad sexual desde un lugar íntimo y humano en el que sus protagonistas, todas, exigen respeto como personas que son.
Pasarelas Libertadoras enseña cómo estas transformaciones o feminizaciones del cuerpo se hacían de manera rudimentaria, sin asesoría médica, por lo costoso de los tratamientos. De manera que entre la violencia policial, el maltrato y los malos procesos quirúrgicos, las vidas de estas divas de la noche caraqueña corrían y corren constante peligro.
De sus protagonistas, Angélica, también participante en el performance Rosado Bravo que aparece en el video, y Andreína, morirán pronto. La primera por su propia voluntad y la segunda por mala praxis médica. Son vidas en vilo que tienen todo en contra para ser ellas mismas en un país en el que el Estado criminaliza, pero no protege.
Una obra que se decanta en el tiempo
Un elemento fundamental distintivo en el estudio de Bravo es cómo produce conocimiento mutuo, en un ejercicio de empatía y de trabajo en conjunto. De ahí que se llame Arte social, pues para ella no hay separación entre arte y activismo, se trata de un compromiso de vida que implica también desconstrucción y autoconocimiento.
“Esa es mi utopía y mi deseo, tengo necesidad obsesiva de comprobar que el arte es capaz de promover cambios sociales”, dice Argelia Bravo.
Para ella el arte contemplativo entra en contradicción con lo que debe ser el trabajo artístico. Si bien está consciente de que el trabajo de una persona no es suficiente para generar un cambio revolucionario ante los problemas sociales, sí está convencida de que “las consecuencias de lo que uno hace se llegan a ver con el paso del tiempo”.
A la artivista le agrada ver cómo en la actualidad van activándose cambios fundamentales en cuanto a la discusión sobre la diversidad sexual, sobre el feminismo y las luchas por los derechos LGBTQ, y cómo esas problemáticas han salido del ámbito académico para insertarse en lo cotidiano, en las conversaciones de la calle.
“Hoy en día hay personas muy jóvenes que ya están informadas y que hasta tienen una posición”. Esto para ella representa un cambio importantísimo con respecto a la forma en que estos temas se trataban o ignoraban hace más de diez años. Aunque no hay avances jurídicos, al menos sabemos que al aparecer en la conversación cobran importancia para la cultura. Obvio que no es suficiente.
Argelia hoy sigue haciendo artivismo y este no se limita a la causa LGBTQ. “Si uno es sensible a una problemática, es sensible a todas las demás relacionadas, pues no existe distinción entre un activismo y otro”. Esto es un principio fundamental que nos invita a todos a la reflexión, a sensibilizarnos y a tener conversaciones sobre lo que nos afecta, siempre desde la empatía y el reconocimiento.
El trabajo de Argelia Bravo es un referente y un punto de partida no solo para la historia sobre la exclusión y la violencia en Venezuela, también para pensar desde el arte y la crítica en formas alternativas y posibles de hacer ciudadanía de la diferencia.
Agradecimientos especiales a Argelia Bravo y a Georgina Embaid por el material visual.