El chavismo es una máquina de hacer negocios a partir de las desgracias de los venezolanos. La más reciente evidencia de esto es el aumento del precio de la gasolina mediante un sistema dual que establece un combustible subsidiado y otro a medio dólar el litro. El régimen que se ha llenado la boca con una supuesta “nacionalización” del petróleo —la que en realidad proclamó Carlos Andrés Pérez en 1976— ahora privatiza de forma opaca la venta de la gasolina, pues en la práctica está entregando sus beneficios al grupo de privilegiados que podrán comprarla barata y venderla cara, en la nada nacionalista moneda del dólar estadounidense.
Pero la privatización del combustible no será la última iniciativa de capitalismo salvaje del socialismo bolivariano. Ya en el horizonte asoman sus hocicos otras privatizaciones que se harán a dedo para favorecer a corruptos y sus testaferros amigos del régimen. El pintoresco gobernador del estado Carabobo, Rafael Lacava, dijo en noviembre de 2019 que “es necesario privatizar el servicio eléctrico” y otros servicios públicos a tarifas “de lo que vale la luz” (traducción: a tarifas que sean rentables).
Así que no es difícil imaginarse qué es lo que el chavismo tiene preparado para la economía venezolana. Ahora que Venezuela prácticamente ha dejado de ser un país petrolero (pues las exportaciones de hidrocarburos y la refinación han caído a mínimos históricos), su economía dependerá en buena medida del lavado de dinero de capitales de la corrupción, el tráfico de drogas, la explotación de oro y otros minerales, y otros negocios oscuros. Esto responde a una lógica de repliegue en momentos en que los corruptos cívico-militares tienen dificultades para mover su dinero en el mundo por las sanciones del departamento del Tesoro de los Estados Unidos, los controles de la Unión Europea y las investigaciones en Suiza.
El país bodegón
Los llamados “bodegones” fueron un experimento de dolarización relativamente “exitoso” hasta que llegó la pandemia del covid-19. Aunque no se puede generalizar, algunos de los locales llenos de delicatessen, bombones de marcas gringas, licores y muchos otros productos importados han sido relativamente pequeñas lavadoras de dinero. Lo mismo se podría decir de algunos proyectos de construcción en Caracas. Pero la “parte del león” será la privatización de los servicios públicos (electricidad, gas doméstico, agua, telecomunicaciones) con tarifas dolarizadas.
Los capitales provenientes de la corrupción y los negocios ilícitos ya existen. La capacidad de importar tecnología china, turca, rusa e iraní también. La voluntad política es manifiesta; el caso de la gasolina lo ha demostrado. Y el contexto social es propicio. La represión, la propaganda, la censura, el sistema de delación, el chantaje con la comida mediante esquemas como CLAP, el encarcelamiento de opositores y ciudadanos que protestan, y los asesinatos por parte de fuerzas policiales, militares y paramilitares han logrado subyugar al “bravo pueblo”.
El incentivo para lavar dinero en Venezuela es claro. Los corruptos asociados con el chavismo saben que sus propiedades y cuentas en Estados Unidos, Europa y otros países podrían ser confiscadas. Venezuela, bajo el amparo del régimen de Maduro, es un santuario seguro para invertir con retornos en divisas. Además, les ofrecen las oportunidades de participar en el tráfico de drogas, de minerales, de personas y ahora el “legal” negocio de venta de gasolina en dólares. Lo que sigue es el tráfico de servicios públicos.
Cómo se financian los autoritarismos criminales
La pobreza que acompaña todo esto no dará al traste con el corrupto régimen cívico-militar. Nos podemos ver en los espejos de Cuba, de la Rusia postsoviética o incluso de la República Democrática del Congo (RDC) para comprender cómo las mafias en el poder son capaces de reinventarse.
En el caso cubano, un parasitismo sistemático, primero pegado a la protección de la URSS en plena Guerra Fría, y después al de Hugo Chávez, ha permitido a la dictadura comunista sobrevivir mientras mantiene a la población en la miseria. Y para ello cuenta con el apoyo de una casta marcial que maneja el consorcio de empresas militares GAESA que se ocupa del turismo en la isla, entre otras cosas.
La Rusia postcomunista es una demostración de que la vieja nomenklatura soviética (el equivalente a la “élite” chavista) puede reconvertirse en oligarcas capitalistas (“emprendedores” bolivarianos les dicen en Venezuela), lo que el antropólogo Alexei Yurchak llamó el “cambio performativo” en su investigación sobre el fin de la Unión Soviética. Putin, un antiguo agente de la KGB reconvertido en autócrata con aspiraciones de zar, ha sabido sacar del juego a algunos de estos oligarcas cuando se han opuesto a sus políticas hegemónicas.
La RDC, país atormentado por guerras y epidemias, es la dramática prueba de que “el show debe (y puede) continuar” mediante la explotación de recursos minerales, especialmente el codiciado coltán, destruyendo el medio ambiente y provocando una brutal violencia entre fuerzas paramilitares que se ha traducido en miles de muertos.
¿Hasta cuándo?
Todo anuncia que las privatizaciones serán el sostén económico del régimen. Privatizaciones opacas, sin licitaciones. Servirán para que capitales oscuros entren en el país y pueden reproducirse y legitimarse en Venezuela y en otros países aliados como Irán, Rusia, China, Turquía. Será una privatización que beneficiará a la misma oligarquía cívico-militar.
Una gran mayoría seguirá empobreciéndose, sometida a los juegos del hambre en su versión venezolana. Una oligarquía cívico-militar que vive a cuerpo de rey prosperará dentro del país que se ha convertido en su “gran cárcel” por estar en la mira de los EEUU y de otros países. Una clase media muy disminuida mantendrá unos mínimos ingresos en divisas para sobrevivir. Todos serán piezas de una economía de capitalismo salvaje bajo la mascarada del socialismo, controlada por unos jerarcas chavistas que seguirán mandando gracias al robo y la violencia. ¿Hasta cuándo? Quién sabe. La misma pregunta se la han hecho durante años muchos cubanos, rusos y congoleños.