2020 lleva solo mes y medio y tiene dos grandes historias políticas que se encadenan y se suceden: la ofensiva contra la Asamblea Nacional y la reacción a ésta del campo de Juan Guaidó. El líder del parlamento que no puede entrar a su propio hemiciclo hizo una insólita gira internacional cuyo rasgo más resaltante es el contraste entre el nivel de sus encuentros y la espectacularidad de sus imágenes, y el grado real de influencia sobre el país del que Guaidó es, según la Constitución y más de 50 otros Estados, presidente encargado.
La reacción internacional al asalto chavista del parlamento fue clara y veloz, para como suelen ser los tiempos diplomáticos. Luego de una seguidilla de pronunciamientos de los gobiernos que reconocen a Guaidó como presidente encargado, el 17 de enero el Parlamento Europeo aprobó una resolución (471 votos a favor, 101 en contra, 103 abstenciones) insistiendo en que Guaidó era para Europa el líder de la Asamblea Nacional y que la operación para juramentar como tal a Luis Parra había sido un “golpe de Estado parlamentario”. La resolución también pedía más sanciones. El eurodiputado español Jordi Cañas, de Ciudadanos, quien promovió la resolución, dice que Borrell está obligado a hacer lo que la Eurocámara le pide. “Ha sido rápido y claro”, comenta por teléfono desde Madrid. “Pero tenemos que ir más allá si queremos que la UE lidere esto, y nuestro alto representante debe tener iniciativa propia, dar amparo a nuestros amigos venezolanos. El régimen tiene que saber que estamos detrás. Nuestra voz es muy potente y tiene muchísima legitimidad, esto no se va a quedar en una resolución, aunque asumo que no es suficiente”. Cañas admite que si bien las sanciones son un instrumento de presión, no tumban gobiernos y suelen poner demasiado peso sobre la gente común. “¿Qué tienen de efectivas? Es un debate muy profundo. No soy ingenuo y sé que es difícil, pero veo una oportunidad en perseguir a la gente del régimen y sus familias y testaferros, evitar que se beneficien impunemente. Aunque el régimen siga controlando el Estado, debe saber que la democracia viene, por la vía fácil o por la difícil, y yo creo que está cerca, porque la Asamblea Nacional representa una legitimidad democrática que en Cuba, por ejemplo, no existe”.
En ese momento, entonces, lo que parecía era que la ofensiva contra la AN estaba empezando a resultar contraproducente para el régimen. Los rusos seguían sin tener lo que necesitaban para sus contratos petroleros, las sanciones seguían ahí, y ahora Europa subía el tono. Era un buen ambiente para que Guaidó usara a su favor el respaldo que no tenía en casa, donde su popularidad ha ido convirtiéndose en resentida frustración.
La gira de la “amenaza mundial”
Cuando el 19 de enero se confirmó que Guaidó estaba de nuevo en Colombia, el solo hecho estaba subrayando dos de los aspectos más desconcertantes de su carácter de presidente encargado: el régimen que le prohíbe salir del país, al parecer ignora su propia prohibición, porque si realmente quisiera impedir que viajara no permitiría que Guaidó saliera por una frontera tan resguardada por actores armados regulares e irregulares; y al mismo tiempo el líder del parlamento y, de nuevo, presidente encargado tiene que recurrir a ardides subrepticios para moverse por el territorio y pasarse a Colombia. No obstante, esos detalles fueron pronto cubiertos por el discurso al que Guaidó se sintonizó en su agenda colombiana, luego de haber sido recibido con honores de jefe de Estado en el Palacio de Nariño: hay terrorismo internacional en Venezuela y el mundo debe hacer algo al respecto. Su participación en la cumbre hemisférica contra el terrorismo en Bogotá lo mostró al lado del Secretario de Estado Mike Pompeo hablando de más acciones de Estados Unidos contra el régimen de Maduro, a dos semanas de que el jefe de la Fuerza Quds de Irán, Qaseen Soleimani, fuera abatido en Irak por un misil estadounidense.
A partir de ahí, esa nueva amenaza velada de Estados Unidos hacia la dictadura venezolana reaparecería en ciertos momentos y lugares a lo largo de los días siguientes de una gira que fue gestándose sobre la marcha —lo cual enaltece sus logros y explica también sus tropiezos. En la más conciliadora Europa, donde a diferencia de Bogotá no se sienten los efectos de la protección de irregulares colombianos por parte de Maduro, Guaidó debió hablar de sanciones y de cooperación para la reconstrucción en la democracia. Fueron días de éxitos: citas con Boris Johnson el 21 de enero en Londres, con la Unión Europea el 22, con Angela Merkel y otros líderes en Davos el 23 y el 24, y con Emmanuel Macron en el Palacio del Elíseo el 24.
Y el 25 de enero empezó esa suerte de capítulo especial de esta historia: España. Se ha escrito abundantemente sobre el enredo del ministro de Transporte encontrándose con Delcy Rodríguez, quien no puede pisar suelo europeo por las sanciones de la UE, en el aeropuerto de Barajas, y sobre la negativa del presidente español a reunirse con Guaidó. Más allá de lo anecdótico, lo cierto es que allí las cosas fueron más complicadas por el factor Unidas Podemos, cuya cercanía con Chávez introdujo el tema Venezuela en la polarizada política española hace años, y lo mantiene en alta intensidad ahora que UP es parte de la coalición gobernante con el mismo PSOE que reconoció a Guaidó como presidente interino. Para la causa de Guaidó era muy importante la foto de la concentración con la diáspora en Plaza Sol, bajo la vigilancia de helicópteros y una audiencia más escéptica que lo que se vio en redes. Pero para una comprensión más cabal de lo que significa para la comunidad internacional el hecho de reconocer como presidente a alguien que no puede ejercer el poder, es más útil fijarse en los detalles de quiénes se retrataron con Guaidó, quiénes no, y cómo se ha hablado del Delcygate.
Fue la oposición española —el Partido Popular que tiene a Leopoldo López Gil en sus filas; Ciudadanos y el Vox de derecha extrema— la que se apresuró a recibir a Guaidó y a culpar luego al gobierno español por su manejo del asunto y del Delcygate, y lo sensato es ver esos gestos más como una parte de la competencia por el poder en España que como un compromiso profundo por la causa democrática venezolana. Y en cuanto a cómo actuó la administración de Sánchez, hay que considerar no solo la presencia de UP en el gobierno que tanto costó formar, sino la gestión que ha hecho durante todo este año del caso venezolano, que incluye acoger desde el 30 de abril a Leopoldo López en la residencia diplomática en Caracas, y los detalles que dio la canciller a El País.
Las tensiones que el tema Venezuela causa en España se hicieron más patentes en el contraste con la escala siguiente, Canadá. Guaidó pudo dar una tranquila rueda de prensa con el nuevo ministro de relaciones exteriores y verse con el primer ministro Justin Trudeau y la viceprimer ministra Christya Freeland, que como canciller fue una de las creadoras del Grupo de Lima. Ahí el discurso mantenía aún el tono europeo de conciliación y elecciones libres. Fue una pausa antes de la tormenta: lo más fuerte venía a continuación.
El aplauso de los dos partidos
Los primeros días en Estados Unidos estuvieron envueltos en un tenso silencio sobre la esperada reunión entre Trump y Guaidó. El presidente encargado se limitó a sostener encuentros privados y convocó a su primera aparición pública y único encuentro con la diáspora el 2 de febrero, un par de días después de su llegada, en un salón de conferencias cerca del aeropuerto (cosa que hizo que algunos pensarán en una aparición sorpresa por parte de Trump). Pero el encuentro, que no es que haya sido un baño de masas y no incluyó al catire, al menos fue equilibrado. Asistieron como invitados miembros de ambos partidos quienes dieron palabras aliento y apoyo al presidente encargado. Distintos analistas hicieron malabares explicando el desplante de Trump o por qué había sido positiva la visita a Estados Unidos.
Hasta el día del discurso del Estado de la Unión, cuando el senador republicano Rick Scott, quien había asistido al evento de Guaidó en Miami, confirmó que Juan Guaidó estaría presente en el Congreso para oír las palabras del presidente Trump.
El discurso del Estado de la Unión, similar a lo que debía ser nuestra Memoria y Cuenta, es un acto solemne, cargado de tradiciones y protocolo, en el que el presidente de los Estados Unidos informa, valga la redundancia, el estado de la unión: “La unión se encuentra fuerte”. A pesar de que no es una ocasión ajena al teatro y a demostraciones de populismo puro y duro, lo que ocurrió en esta oportunidad se trasladó al territorio en el que Trump se siente más cómodo: el del reality show. Hubo drama entre Nancy Pelosi y él, cuando se negó a estrecharle la mano y luego ella rompió su discurso frente a las cámaras; hubo premios y condecoraciones; una reunión entre un militar y su familia; y, finalmente, el invitado sorpresa: Juan Guaidó —quien recibió el único aplauso bipartidista de la noche.
Hasta el momento el viaje a la tierra de Mickey Mantle y Bruce Springsteen no había dado más que eso, la confirmación de que Venezuela es una causa política para republicanos y demócratas. Lo cual ya era una diferencia frente al trato a Guaidó en España, diferente entre unos y otros de acuerdo a su distancia respecto a Unidas Podemos.
Hasta el día siguiente, cuando Guaidó fue recibido en la Casa Blanca con honores de Estado, y tuvo la esperada foto con Trump (con su correspondiente reunión). Según la Casa Blanca la aparición de Guaidó en el discurso de Trump y su reunión privada al día siguiente estuvo planificada desde el principio. En declaraciones de algunos miembros de la administración Trump se informó, jocosamente, que fue muy divertido ver las caras de tontos de prensa y analistas mientras especulaban sobre la posibilidad de que se diera o no la reunión. Este tipo de declaración, más bien, dejan un terrible sabor a improvisación en la boca. El mismo sabor que quedó en el resto de la gira, luego de rumores de que Guaidó pasaría por Brasil y Panamá. Aunque más desagradable, claro, fue el recibimiento en Maiquetía, con lanzamisiles, un montón de periodistas agredidos, y una turba en la que abundaron las mujeres, que agredieron directamente a Guaidó y a su esposa. En la tarde, el presidente encargado habló en la pequeña Plaza Bolívar de Chacao y dijo que comenzaba una nueva etapa de presión y que las medidas internacionales contra el régimen se intensificarían, “por más polémicas que sean”.
¿Y ahora qué?
A estas alturas de la historia todavía vale la pena recordar lo atípica que fue la proclamación de Juan Guaidó como presidente encargado de la República. Ante el rompimiento del hilo constitucional que fue la elección ilegal de mayo de 2018, la única forma de recomponerlo era acercarse a la Constitución lo más posible. Eso fue lo que hizo la AN con la interpretación del artículo 233 sobre las faltas absolutas del presidente y que fue aplicado por analogía al no haber una norma expresa que regulara esta situación. De acuerdo al artículo, mientras se resuelve una nueva elección “quedará encargado de la Presidencia de la República el Presidente o Presidenta de la Asamblea Nacional”. De ahí es que viene el título de “presidente encargado”.
Luego, la AN aprobó el Estatuto de la Transición para regular este proceso que no estaba escrito en ninguna parte. Ahí se estableció que si la elección presidencial no podía celebrarse a los 30 días del “cese de la usurpación”, la AN juramentaría al presidente encargado como provisional por el tiempo necesario. Este nombramiento nunca ocurrió, pues la usurpación no cesó. Si bien el cargo del presidente se encuentra en un sitio gris, no hay duda de que sigue siendo presidente encargado, no provisional ni mucho menos “interino” (eso no existe).
Esto es muy importante para entender lo que significa para un gobierno externo reconocer a un presidente que no controla el territorio, lo cual deriva en una cantidad de consecuencias diplomáticas y prácticas sin precedente en la región. Es en este contexto que se pone a prueba la capacidad de Guaidó, Julio Borges o Carlos Vecchio para estimular sanciones y acciones más agresivas contra el régimen o sus aliados irregulares, y el margen de acción que cada gobierno tiene de acuerdo a su posición en Venezuela y a su ecuación política interna.
Un punto fundamental es el interés en Venezuela de los gobiernos aliados de Guaidó. ¿Que se trata de un juego geopolítico por el reposicionamiento de Rusia en este hemisferio? Desde luego que sí. Sin embargo, la relación de Estados Unidos y Rusia ha cambiado radicalmente en los últimos años. Hay tensiones, pero la guerra fría hoy en día se maneja a un nivel más, digamos, corporativo. Trump tiene un historial de actuar a favor de algunos de los aliados de Maduro —especialmente de Rusia, pero el tema Venezuela tiene el potencial de ser uno de los talking points o muletillas para su campaña de reelección. Especialmente si su contraparte en las elecciones de finales de este año termina siendo el socialista Bernie Sanders. Entonces le toca a Trump balancear esa fina danza que se encuentra entre aplicar o amenazar con más sanciones y dejar espacio suficiente para que Rusia no pierda.
Por otro lado, es claro que Putin ha aumentado la apuesta. La penetración de Rusia en la industria petrolera venezolana va más allá de concesiones de explotación no oficiales. Tal como han explicado nuestras fuentes del Political Risk Report, el gobierno de Maduro ha ido cediendo la operación de Pdvsa a Rosneft y otros aliados empresariales del régimen. Esto, acompañado de la promesa de más apoyo para desarrollar las capacidades militares de Venezuela que ofreció el canciller ruso Serguéi Lavrov en su reciente visita a Caracas —inmediatamente después del espaldarazo de Trump a Guaidó.
¿Cuánta presión está dispuesta a hacer Europa, ella misma un difícil conglomerado de gobiernos y oposiciones donde es mucho más improbable la unanimidad, e imposible la producción conjunta de decisiones dramáticas sobre un caso que no les afecta directamente? Hay 3 de los 28 Estados miembros de la Unión Europea que aún no respaldan a Guaidó: Italia, Eslovaquia y Chipre. En distintos grados, todos esos gobiernos europeos están expuestos a presiones internas respecto a Venezuela, a la influencia de Rusia, China y Estados Unidos, y a preguntas estratégicas que definen sus prioridades. ¿Qué es más importante, reconstruir la economía venezolana para detener la explosión migratoria, o acabar con la dictadura? ¿Que es más peligroso para ellos, una Venezuela con Maduro o una sin él?
Mientras tanto, en Venezuela, el efecto emocional de la gira se diluirá en horas y el chavismo ya debe estar pensando cómo acelerar eso. La gente no quiere hacer nada: las concentraciones de la diáspora siguen una lógica muy distinta y no tienen por qué tener un efecto dominó en Venezuela. Para diciembre muchos afirmaban que la popularidad de Guaidó se había desinflado y que ya esta estrategia podía declararse fallida. No estaban muy lejos de la realidad. Guaidó se percibía aislado en una dinámica de país que le tenía las manos atadas. Su reelección como Presidente de la Asamblea Nacional y los intentos del régimen por evitarla le dieron un impulso político, que si bien no necesariamente era suficiente para articular un movimiento de calle, lo volvió a posicionar en medios internacionales y obligó a varios gobiernos a pronunciarse sobre lo que estaba ocurriendo en Venezuela.
Corresponde preguntarse ahora qué clase de sanciones vienen y si impactarán al régimen, porque hasta ahora no lo han hecho en un grado suficiente como para resquebrajarlo. Algo debería traer Guaidó en su equipaje que haga este viaje relevante para el país y no solo para su posición individual ante el mundo y ante sus adversarios internos. La pregunta final: ¿ayudará esta gira a producir el impulso final que Guaidó parece anunciar? ¿Cuán factible es que empiece una transición hacia la democracia en Venezuela en 2020?
Juan Guaidó parece estar haciendo lo que puede para ser el protagonista de esa historia. Pero hasta ahora, es el rostro que encarna una frustración más, que puede ser la mayor de todas, la más definitiva.