La migración de venezolanos al Uruguay aumentó un 31 por ciento en los últimos seis meses (de noviembre de 2021 a mayo 2022). De acuerdo con la Organización Internacional de Migraciones (OIM) esto representa el crecimiento porcentual más alto del Cono Sur. Hay indicios de que podría ser el aumento, relativo a su población, más alto en América Latina.
La contundente cifra ha puesto el tema en la prensa nacional y también ha hecho que medios interesados en el asunto miren hacia Uruguay.
En este país de tres millones y medio de habitantes, la comunidad venezolana no es tan grande como en sus vecinos Argentina y Brasil. En mayo de 2022, la Dirección Nacional de Migraciones confirmó que un total de 20.400 ciudadanos de nacionalidad venezolana residían legalmente en territorio uruguayo; 4.900 más que en el semestre anterior. Y esos números no incluyen a los que están en el país solicitando refugio o asilo.
¿Por qué ocurre esto en un país que no ha sido el destino por excelencia de la diáspora venezolana como sí lo son Colombia, Perú, Ecuador o Chile?
La reemigración
La diáspora venezolana en América Latina, sobre todo en Sudamérica, está compuesta sobre todo de casos convencionales en la migración internacional: personas que cambian de país con el objetivo de sobrevivir y encontrar oportunidades que ven imposibles en su lugar de origen. Es decir, gente que emigra forzada sobre todo por circunstancias económicas.
Pero el contexto de intenso conflicto sociopolítico y de crisis económica y humanitaria agrega al caso venezolano dos particularidades especiales. Primero, el volumen de su migración, que en unos cinco años sobrepasa los cinco millones de personas en la región, de acuerdo con la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela. Segundo, la creación de rutas de tránsito que empezaron con la de los caminantes hacia Colombia y hoy se extienden no solo por el corredor de países andinos o más recientemente buscan un camino hacia el norte, sino que atraviesan Brasil hasta conectar con el Cono Sur.
Este último detalle es relevante para comprender la migración venezolana hacia Uruguay, el país más pequeño en territorio y población de la subregión, y que ha recibido desde principios de 2015 una migración de ciudadanos venezolanos que en un primer momento estaba constituida por personas jóvenes y universitarias. De igual forma, Uruguay ha estado recibiendo en el mismo periodo migrantes cubanos, dominicanos y de otras nacionalidades.
En febrero de 2021, según la Organización Internacional para las Migraciones, 14.926 venezolanos se habían establecido en Uruguay: un 25 por ciento con grado técnico superior y un 42 por ciento con grado universitario. El 79 por ciento trabajaba en el sector formal, un 17 por ciento en el informal, y un 19 por ciento de forma independiente. Este perfil se ha ido diversificando progresivamente con las reunificaciones familiares y el aumento de refugiados y asilados.
Los cierres de fronteras que causó la pandemia desde marzo de 2020 provocaron una disminución importante en el ingreso de migrantes venezolanos al país. Pero por los pasos fronterizos con Brasil y Argentina siguieron llegando ciudadanos que solicitaron refugio o asilo en Uruguay. Según un reporte de la ONG Manos Veneguayas, que trabaja en el apoyo y la organización de la comunidad venezolana, la mayoría de estos solicitantes provenían de países donde ya habían migrado: Colombia, Perú, Ecuador, Chile, Argentina y Brasil.
¿Por qué Uruguay?
Las causas de su presencia en Uruguay son diversas. Van desde la búsqueda de nuevas perspectivas laborales y económicas hasta dificultades de integración y xenofobia en los otros países de la región.
La multiplicación de historias de rechazo y fracaso migratorio ha generado un efecto rebote en dirección a Uruguay, que cada vez recibe más atención como destino para reemigrar.
Uruguay es el que puntea mejor entre los miembros del Mercosur en materia de integración de los migrantes que llegan a su territorio: formalización, acceso al mercado de trabajo, educación y residencia legal. Uruguay también se posiciona bien en la región en estabilidad política y económica. Para 2022 las previsiones de crecimiento de su economía son mejores que las del escenario prepandemia, rondando el 4,5 por ciento del PBI. También ha sido relevante su buen manejo de la pandemia y la ausencia de escándalos de xenofobia o protestas anti inmigrantes.
En el marco de una América Latina golpeada por crisis económicas, secuelas del coronavirus, y tensiones políticas, el tranquilo Uruguay luce como oportunidad.
Sin embargo, no deja de tener desafíos por abordar. El aumento de la migración también trae como correlato temas para la discusión y acción. A principios de 2021 insistimos en que el efecto rebote de esta reemigración, una vez abiertas las fronteras, iba a tener un impacto en los números. En efecto, así lo indica ese 31 por ciento de aumento en seis meses. Si bien el tema no ha contado con un espacio relevante en la agenda pública, es necesario que se converse esto en los espacios de toma de decisión de Uruguay, para que la migración mantenga una dinámica ordenada y regulada, y no devenga en crisis como sí ocurre en algunos lugares de la región.
Panorama actual
Luego de la paralización que trajo la pandemia, Uruguay logró recuperarse rápidamente e incluso crear nuevos puestos de empleo. Así, la tasa de empleo llegó a 56,9 por ciento en abril de 2022. Los sectores de las tecnologías de la información, salud, farmacia, logística e ingeniería destacan por ofrecer mejores perspectivas. Estas áreas han absorbido recurso humano extranjero, pero buena parte de la migración calificada venezolana no trabaja en sus áreas de conocimiento profesional. No solo por falta de oportunidades de empleo, sino también por limitaciones normativas. Esto ocurre especialmente en el sector público, por ejemplo en la educación pública primaria y secundaria; aunque Uruguay tiene déficit de docentes, los extranjeros no pueden ingresar como empleados hasta tres años después de aprobada su ciudadanía legal (lo que supone ocho años de trámite en promedio).
En Uruguay no se han generado olas de protestas contra los migrantes ni conflictos relevantes de ese tipo, pero los temas integración, discriminación y xenofobia no se deben perder del radar político. Respecto de que migrantes trabajen en Uruguay, una encuesta de la consultora Cifra (2019) mostró que el 33 por ciento de la población nacional no estaba de acuerdo con esto. Este porcentaje era del 42 por ciento en una encuesta de Opción Consultores (2018).
En un proyecto de la ONG Manos Veneguayas (junio, 2021) con 140 jóvenes migrantes de 16-29 años de todas las nacionalidades, el 60 por ciento afirmó no tener amigos y conocer a poca gente de su edad y el 30 por ciento no conocer a personas de su edad. Un informe de Ceres (diciembre, 2020) indica que 3 de cada 4 migrantes tienen percepción positiva sobre el trato de uruguayos. Sin embargo, un 25 por ciento piensa diferente.
Los desafíos por venir
El panorama actual indica que la migración venezolana en Sudamérica seguirá viendo a Uruguay como un destino promisorio. Ciudadanos venezolanos que han tenido problemas de inserción socioeconómica en países saturados por la diáspora como Colombia, Perú, Ecuador o Chile, circularán por el vecindario en busca de oportunidades.
A Uruguay le esperan algunos retos en cuanto a la migración venezolana, que va a crecer. Llegarán más personas buscando mejores opciones de empleo y convivencia, o para unirse a parientes que ya se establecieron.
El país podrá encontrar impulso en una adecuación normativa para la integración laboral de los migrantes ya instalados, en especial aquellos con perfil profesional. La generación de espacios de involucramiento en educación, trabajo y relacionamiento social será una fortaleza diferencial para evitar la discriminación y la xenofobía.
En el Uruguay de hoy es difícil comprender Montevideo y las ciudades del interior sin el crisol de colores, acentos, gastronomía, música y expresiones que han ido marcando las nuevas corrientes migratorias.
Los venezolanos arribaron con el béisbol, el ron, las arepas, el programador, el obrero, la maestra, la doctora, la vendedora. Lo que en 2015 era un pequeño fenómeno de la capital, se ha extendido a todo el territorio.
Los migrantes fueron el pasado, son el presente y serán claves en el futuro de este pequeño gran país en el sur. La diversidad lo enriquece y lo hace un mejor lugar.