El saqueo de las estatuas de Mérida

Mientras en otros países tumban las efigies por razones políticas, en Venezuela las vandalizan para venderlas como chatarra. En una de las ciudades venezolanas con más monumentos, una organización documenta las pérdidas

La Columna Bolívar, de 1842, es una de las piezas que recuerda que esta fue la ciudad donde se le dio el título de Libertador al héroe nacional

El 2020 fue uno de los años más difíciles para las estatuas y monumentos patrimoniales en Estados Unidos y algunos países de Europa. Cuando el caso George Floyd escaló a evento histórico, las protestas que siguieron mostraron una de sus caras más radicales con el derribamiento de estatuas conmemorativas a figuras como Winston Churchill, Andrew Jackson y Cristóbal Colón, y provocaron un caldo mediático de posturas culturales, históricas y sociales que alimentó la naturaleza inverosímil de eso que llamamos año 2020. 

Aunque en Venezuela no se registraron protestas en este contexto, los monumentos escultóricos sí fueron desmembrados, vandalizados o simplemente desaparecidos. La crisis de las estatuas es una realidad silente que, dada la urgencia humanitaria que atraviesa el país, pasa desapercibida, aunque esté ocurriendo desde hace años. La ciudad de Mérida es un buen ejemplo de ello.

Monumento a Juan Rodríguez Xuárez, un año antes de ser removido

Foto: Samuel Hurtado

La estatuaria merideña es una de las más ricas de Venezuela, pues cuenta actualmente con un estimado de 136 obras distribuidas a lo largo y ancho de la ciudad y sus alrededores, que llevan la firma de escultores como Marcos León Mariño o Manuel de la Fuente Muñoz. Muchas de esas estatuas son icónicas; ¿quién no se ha tomado una foto con el monumento a la Virgen de las Nieves en la quinta estación del Teleférico, o con las Cinco Águilas Blancas de don Tulio FebresCordero que adornan la entrada Norte de la ciudad, en la Vuelta de Lola? Pero aunque la urbe posee estatuas de gran envergadura, situadas en sitios concurridos, también hay otras en espacios muy vulnerables.

La amalgama de monumentos honoríficos de la ciudad de Mérida no solo abunda en militares independentistas (Simón Bolívar, José Antonio Páez, Francisco de Miranda), o en figurones irrepetibles de la sociedad civil (Mariano Picón Salas, Germán Briceño Ferrigni, Alberto Adriani). También incluye personajes de tiempos distintos y latitudes ajenas: Isabel la Católica, Cantinflas, Mahatma Gandhi o Charlie Chaplin son algunos de ellos. La mayoría de estos monumentos tienen en común el haber sufrido daños en su integridad, ora por la delincuencia, ora por la indiferencia, y el historiador ulandino Samuel Hurtado Camargo, quien se ha caracterizado por investigar en detalle algunos orígenes de la infraestructura merideña, conserva un inventario detallado sobre esta realidad.

Motivados por su espíritu cívico, Samuel y su equipo diseñaron un proyecto pedagógico llamado “Estatuas de Mérida”, con el que buscan acercar a la ciudadanía al patrimonio histórico-cultural que por lo general le es ajeno. 

—Estatuas de Mérida es una iniciativa que busca el reencuentro y reconciliación con el patrimonio escultórico de la ciudad y sus alrededores a partir de dos objetivos fundamentales —cuenta Samuel Hurtado— , la investigación sociohistórica y la promoción de visitas guiadas a los monumentos conmemorativos, funerarios, no figurativos o religiosos que están levantados en la ciudad. El proyecto lo conformamos tres historiadores, dos fotógrafos y una bibliotecóloga.

A Gabo le quitaron los brazos con los que escribió su obra

Foto: Samuel Hurtado

Normalmente la ciudad de Mérida está encasillada en la etiqueta “ciudad turística”, definición insuficiente si se omiten tres elementos idiosincráticos que, en períodos distintos, forjaron a la Mérida que hoy conocemos. Para bien y para mal, el culto a Bolívar, la iglesia católica y la Universidad de Los Andes son las tres claves que ayudan a comprender las particularidades que hacen de Mérida un destino de interés, y dichas claves pueden estudiarse en las estatuas.

La ciudad a través de las estatuas

Para comprender un hecho geográfico tan complejo y multifactorial como la ciudad, es preciso mirarla desde distintas perspectivas; el enfoque historiográfico es una de ellas, y las estatuas se constituyen como una herramienta in situ bastante eficaz, pues su existencia promueve, cuando menos, la curiosidad y los cuestionamientos, la indagación y la investigación.

Un pedestal desnudo en el Bulevar de los Obispos

Foto: Samuel Hurtado

La ciudad de Mérida dispone de una amplia variedad de monumentos conmemorativos al Libertador. En uno de los miradores al valle del río Chama está la Columna Bolívar, un monolito de once metros de altura, compuesto de piedra, bronce y argamasa, levantado en 1842. Por su parte, en lo alto del parque nacional Sierra Nevada hay un busto de Simón Bolívar, situado desde 1952 en la cima del pico que lleva su nombre, el punto terrestre más elevado de Venezuela, y en la placa que lo acompaña se puede leer una inscripción que dice: “Libertador: La cumbre más alta de los Andes es aún pequeño pedestal para tu gloria”. La historia que hay detrás de ambos monumentos deja ver que es la ciudad de Mérida una de las más bolivarianas del país. La Columna Bolívar es considerada por los historiadores como el primer monumento erigido en el mundo en honor al Libertador; por otra parte, el busto enclavado en lo alto del pico Bolívar fue la razón que llevó a Enrique Bourgoin a realizar la primera expedición que hizo cumbre.

La tradición católica de la ciudad también se refleja en la estatuaria. A un costado de la catedral, las estatuas del Bulevar de los Obispos rinden homenaje a las figuras eclesiásticas que, en su momento, tuvieron influencia local y regional. En el corazón del edificio central de la Universidad de Los Andes, frente al Aula Magna, se encuentra una estatua de bronce en honor al fray Juan Ramos de Lora, fundador del seminario San Buenaventura, que sería la base institucional de la ULA.

Monumento a Fray Juan Ramos en el Rectorado de la ULA

Foto: Samuel Hurtado

La cara universitaria de la estatuaria merideña son El Parque de Los Escritores, la estatua de Mariano Picón Salas en la avenida Universidad, la imagen en bronce de Pedro Rincón Gutiérrez dentro del Rectorado, o los distintos monumentos en honor a don Tulio Febres-Cordero. Sin embargo, no existe en la ciudad un punto más simbólico para el ulandino que el Parque de Los Conquistadores, mejor conocido como el Parque La Burra, lugar donde tradicionalmente se congregan los estudiantes cuando cierran su expediente académico y están listos para titularse. Samuel Hurtado lo comenta:

—Aunque el Parque de Los Conquistadores buscaba en principio homenajear a quienes consolidaron un primer ascenso exitoso al pico Bolívar, el espacio terminó siendo adoptado por la sociedad merideña como el sitio de ritual celebrativo de los estudiantes próximos a graduarse, quienes luego de una caravana por las principales avenidas de la ciudad, proceden como acto consagratorio a montarse en la burra. Entonces, es interesante ver como espontáneamente un monumento gana elementos de arraigo en torno a un hecho distinto a la intención original con la que fue erigido.

La rica estatuaria que contempla la ciudad de Mérida ha recibido un trato hostil, no solo por parte del delincuente que mutila un monumento para vender trozos de bronce en Cúcuta, sino también de un Estado carente de visión historiográfica, cuya noción de patrimonio cultural descansa en la demagogia del político de turno.

Estatuas como la del conquistador español y fundador de Mérida, Juan Rodríguez Xuárez, emplazada en la avenida Andrés Bello, o el busto de Heriberto Marquez Molina, fueron desmontadas por organismos del Estado, mientras que otras como la estatua de Cristóbal Colón en la plaza homónima, Gabriel García Márquez, en el Parque Metropolitano Albarregas, o la de María Simona Corredor de Pico, en la plaza Las Heroínas, han sido mutiladas por la delincuencia urbana.

El caso del Bulevar de los Obispos, resalta que haya sido la iglesia quien se tomara la atribución de remover las estatuas allí levantadas, alegando el riesgo que suponía mantenerlas en un lugar tomado por el comercio informal. Los pedestales quedaron desnudos y la iglesia ha sido hermética en dar detalles sobre la reubicación de los monumentos.

A los obispos no les hubiera encantado estar atrapados entre los mercaderes del templo

Foto: Samuel Hurtado

Sin embargo, el optimismo tiene cabida cuando es la misma ciudadanía quien se aboca a la búsqueda de soluciones. La Ruta de las Estatuas, que desarrolla Samuel Hurtado desde hace algunos años, ha logrado captar una participación cada vez mayor dentro de las comunidades, especialmente de los jóvenes. Para Samuel, quien viene dirigiendo estos recorridos desde mayo de 2019, la ausencia de autoridades comprometidas con el realce histórico y cultural de los elementos paisajísticos urbanos es un incentivo para descubrir cuán efectiva puede ser una iniciativa ciudadana proactiva:

—A lo largo de estos años —concluye Hurtado— hemos diseñado y efectuado siete rutas por la ciudad: Quince personajes, Una historia, Testimonios de una Época, Desde la Plaza, Nos Vemos en el Cementerio, Halley a la Vista, Estatuas de la Sierra Nevada y El campo de las Glorias Patrias. En todas ellas el balance de participación es bastante positivo.

La historia contemporánea venezolana ha dejado claro que el culto a la personalidad es uno de los vicios más arraigados en nuestra sociedad. Pero las estatuas no solo valen por el legado de la persona que representan. Valen por sí mismas, como elementos historiográficos contemplativos. Si entendemos eso, seremos una sociedad más objetiva a la hora de darle lectura a eso tan subjetivo que es la historia.