Acción Solidaria, la organización que preside Feliciano Reyna, nace tras la enfermedad de su pareja que muere de sida en 1995. Para atenderlo, Feliciano y otras personas en una situación similar a la suya se relacionaron con los mejores centros y especialistas del momento, e investigaron las posibilidades de tratamiento que había entonces. Luego vieron la importancia de que ese conocimiento y apoyo pudiera servir a otras personas afectadas en Venezuela por la mayor pandemia que ha vivido el mundo en los últimos tiempos: ha matado a 35 millones de personas y sigue activa, aunque los tratamientos antirretrovirales han sido un gran alivio. El sida hizo redescubrir la relación entre el miedo al contagio y la crueldad, y que se reflexionara sobre la responsabilidad de gobiernos y de organizaciones civiles en circunstancias similares, como es ésta.
Hoy Acción Solidaria apoya a quienes sufren diversas enfermedades crónicas, algo esencial en la emergencia humanitaria compleja, y ha ampliado su actuación al ámbito general de los derechos humanos. El valor elegido para calificar la acción de esta organización no pudo ser más adecuado: solidaridad, muy distinta de la caridad, que coloca a quien ayuda en posición de poder y al ayudado en situación de deuda.
El VIH fue también una pandemia, ¿qué similitudes y qué diferencias ves con esta que tenemos ahora?
El VIH afectó primero a personas discriminadas o señaladas y se cometió luego un error gravísimo, que fue hablar de “grupos de riesgo” identificados con cuatro haches: homosexuales, hemofílicos, haitianos y heroinómanos. Eso generó estigmatización y que muchas personas afectadas no se hicieran atender por miedo a ser discriminadas, como de hecho lo fueron y de maneras terribles. Además de afectar a homosexuales, la primera expansión fue en África y por eso no hubo una movilización inmediata. Con el coronavirus más bien se reconoció rápidamente la pandemia y no ha habido situaciones serias de discriminación en el mundo. Pero preocupan cosas distintas. En nuestra región, por ejemplo, que no se respete la confidencialidad y que todos los afectados puedan tener la atención adecuada, coordinada por profesionales de la salud pública y por quienes entiendan de derechos humanos. En Venezuela ya hemos visto casos preocupantes, se dicen los nombres y los lugares precisos donde están los afectados de una manera que genera miedo, y eso puede llevar a la agresión o exclusión.
¿Cómo evalúas en general la respuesta que se ha dado en el país? ¿Te parece eficiente?
No. Las acciones frente al Covid-19 en casi todas partes han sido coordinadas por grupos interdisciplinarios de muy alto nivel, en el que participan los ministros de salud y expertos en pandemias, y que comparten experiencias con colegas de otros países. También forman parte de la respuesta grupos de protección civil. Y la dirección de los equipos es civil, subordinada a la coordinación de ese grupo interdisciplinario, donde por supuesto participan funcionarios de gobierno. Todo está centrado en las medidas de contención para no recargar el sistema de salud pública. Esa es la respuesta adecuada. En Venezuela la dirección se le dio a la fuerza armada, a la que se subordinan hasta las policías, y no hay coordinación con expertos. Una vocería de jefatura de estado, claro que es necesaria, lo hemos visto en Alemania, Francia y España, con discursos realmente muy importantes y que dan las alertas necesarias, en un tono conveniente, y generan reacciones adecuadas. Así las personas pueden tener tranquilidad respecto al abastecimiento de alimentos y medicinas o al orden público, por ejemplo. Pero la presentación de resultados, la información especializada, la dan equipos con herramientas para enfrentar una situación de muchísimo impacto en todos los órdenes de la vida. Eso no lo vemos ni de lejos en Venezuela y por eso lo hemos estado exigiendo públicamente.
¿Cómo deberían ser las relaciones entre el Estado y la sociedad civil cuando situaciones como estas aparecen?
Desde 2015 y 2016, Acción solidaria, como parte de un conjunto grande de organizaciones de la sociedad civil, trabaja en un programa respecto a lo que advertimos entonces que sería una emergencia humanitaria compleja. Un contexto como este supone una desestructuración de las instituciones del Estado, la erosión del estado de derecho, una imposibilidad de proteger la vida y la dignidad de las personas y vacíos que dan pie a una enorme corrupción; el acceso a la salud se deteriora en todo su espectro y genera la posibilidad de epidemias, como con la malaria. La gente no puede acceder a alimentos; todo el sistema educativo, que podría ser un espacio protector, sufre daño; y el cuarto efecto inevitable, que hizo al fin que el mundo humanitario mirara hacia Venezuela, es la migración masiva forzosa. Las organizaciones de derechos humanos estamos cumpliendo un papel en ese contexto, pero ahora con la pandemia, a diferencia de lo que vemos en otros países, que facilitan a esas organizaciones hacer su labor, hemos sido obstaculizados y no sabemos cómo vamos a poder seguir trabajando. En Acción Solidaria, por ejemplo, hoy no podemos distribuir las medicinas donadas (hasta 80.000 tratamientos al mes) y se ha dejado sin ellas a personas con condiciones que las hacen más vulnerables ante un ataque del coronavirus. En este momento, sería fundamental para nosotros poder trabajar.
En un país tan desarticulado como Venezuela, ¿qué recomendarías como acción básica a cualquier instancia de gobierno u organización?
Hay que informar a la población. Eso es fundamental, hasta para tranquilizar y facilitar respuestas adecuadas. Pero sabemos que eso es casi imposible por la destrucción de todo el ecosistema de medios independientes. También la población tiene que poder comunicar sus situaciones locales sin ningún tipo de criminalización ni de detenciones arbitrarias, que no es el caso tampoco.
En los últimos treinta años ha habido en el mundo una descalificación de los sistemas públicos, que han sufrido enormes recortes. ¿Puede responderse a una pandemia como el coronavirus solo desde el ámbito privado?
Desde 1995, por nuestra experiencia con los afectados de VIH, y luego en 2003 con Codevida (Coalición de Organizaciones por los Derechos a la Salud y a la Vida), a nosotros nos parece evidente que en los casos de afecciones crónicas, complejas y costosas, es necesario contar con un buen sistema de salud pública. Cuando empezamos a traer tratamientos para el HIV no se podía ni soñar con que la población afectada (unas 40.000 personas en aquel momento), ni con hemofilia ni dializada, pudiera recibir atención de otra forma. Garantizar su derecho a la salud era una obligación del Estado, no una opción. En la Constitución de 1999, eso estaba muy claramente establecido como parte del derecho a la vida, y para nosotros ha sido importante contribuir a fortalecer la respuesta pública, pero nunca hemos pensado que esto debe ir en detrimento de una atención privada. Lo que ha pasado estos años ha sido terrible: todo el estamento público pidió pólizas de salud privada y hasta protestó por no tenerlas. Para nosotros, al contrario, siempre ha sido importante que haya un sistema de salud público fuerte, eficiente y manejado con transparencia. Aquí tuvimos períodos maravillosos con la democracia, y de allí la impresionante infraestructura que todavía queda en el país. Con el coronavirus vemos de nuevo la importancia de eso, sobre todo cuando hay coordinación y cooperación entre lo público y lo privado. Por ejemplo, en el caso de España, me impresionó mucho la velocidad para establecer hoteles medicalizados. Esa cooperación es necesaria, fundamental, y debe estar organizada y regida desde la salud pública. En Venezuela, con todos los defectos graves que hoy tiene ese sistema, de todas formas hay que abogar por él. Sería un error garrafal apostar por debilitarlo más o por su destrucción, y no trabajar más bien para tener un sistema integrado, unificado, que preste los servicios más adecuados.
Esta pandemia, ¿qué enseña para el futuro a organismos como la OMS o la OPS? En un mundo global parece que también debería haber consideraciones globales sobre la salud.
Debo confesar mi decepción sobre su capacidad de respuestas urgentes y de prevención. Las que hemos tenido en Venezuela con la emergencia humanitaria compleja no han sido las que uno hubiera esperado de órganos que se crearon para poder reaccionar temprano, alertar y responder en beneficio de la población. Aparte del de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, del Sistema de Naciones Unidas, de la Oficina del Alto Comisionado y de sus equipos de trabajo, que han sido para nosotros realmente imprescindibles e invalorables, los otros órganos más políticos, e incluso el humanitario, no han respondido con la velocidad y con la urgencia que hacía falta. No fue hasta 2017, con la migración masiva hacia Cúcuta, que empezaron a actuar, y el sistema no se instala por completo hasta 2019. En el caso del coronavirus, creemos que la OMS comenzó a reaccionar tarde, aunque es ciertamente pronto para dar una opinión. Por otro lado, es muy preocupante que se den unas recomendaciones que no pueden ajustarse a las realidades de países como Venezuela. Pedirle a nuestra población —o peor: exigir o imponer con represión— aislamiento y una cuarentena estricta es imposible, a menos que se implementan otras medidas como aportes económicos, alimentarios, de transporte. Para nosotros sería esencial, por ejemplo, que en Venezuela entrara el Programa Mundial de Alimentación. Esa es por excelencia, la agencia de las Naciones Unidas con la capacidad logística para brindar apoyo en una situación tan grave como la que estamos viviendo. Creo que esto dejará unas lecciones verdaderamente importantes.
A partir de cómo nos cambió la pandemia del VIH, ¿crees que esto va a cambiarnos?
Creo que esto nos cambia y cambia el mundo. Yo escuchaba hace poco a un alto cargo de la Unicef en un video dar diez recomendaciones para pasar la cuarentena que eran maravillosas probablemente para Alemania o Canadá, pero la desvinculación de realidades como la nuestra es gigantesca. Es grotesco ese desconocimiento. Espero que esto deje alguna reflexión, cuando pase la ola y podamos entender el tamaño del daño que habrá producido.
Podrías dar algunas recomendaciones a las pocas instancias en Venezuela llamadas a lidiar con lo que se nos viene encima con el coronavirus.
Mis recomendaciones para instancias en Venezuela, para órganos que tienen responsabilidades o mandatos de actuar, y para el estamento más político, es que consideren la urgencia. Es un imperativo ético y político ponerse por encima del conflicto anterior. Es innegable que los daños severos de los que estamos siendo víctimas son producto de un ejercicio del poder abusivo y corrupto, pero ahora entramos en un contexto nuevo y hay que buscar maneras de llegar a acuerdos, aunque suene cursi, por la humanidad. Va a ser inevitable que suceda lo que pasa en Italia. Tenemos que asumir esa responsabilidad histórica en la sociedad civil, en los gremios, en las academias, pero también en el estamento político. Hay posibilidades de abrir algunas compuertas para que lleguen recursos que deben manejarse con transparencia, con apoyo de órganos internacionales, y esas llaves las tiene Juan Guaidó, pero el control fáctico del poder de los órganos del Estado en el país lo tiene el grupo de Nicolás Maduro, y hay que buscar alguna fórmula en la que ambos puedan acordarse para salvar vidas y evitar sufrimientos. Y en mi opinión, que espero no sea ingenua, esta es una oportunidad para que los acuerdos contribuyan a las salidas políticas necesarias y podamos resolver lo que nos afecta de una manera pacífica, democrática, una vez que nos hayamos levantado de los efectos tan graves que va a dejar —para mí no cabe ninguna duda— el coronavirus. No hacer esto es como aspirar a ejercer el poder sobre ruinas, sobre cenizas, y creo que eso no es lo que queremos ni para nosotros, ni para nuestras familias, ni para nuestro país.