Los profesores que se estrenaban en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela en los noventa, todavía recuerdan a esa camada de alumnos brillantes de la que Gustavo Valle formó parte. Varios están regados hoy por el mundo. Todos se han destacado, sea en el campo de los estudios, la crítica o la creación literaria. No me cabe duda de que fue una constelación importante la que se formó en ese lugar y en ese momento.
Gustavo luego fue profesor de Literatura Venezolana y Latinoamericana en su misma Escuela y siguió estudios de posgrado en Literatura Hispanoamericana en la Complutense de Madrid. Ganó dos concursos del CNAC con los guiones de El libro que no ganó el concurso y Peones y coeditó dos revistas digitales: Las malas juntas y Cuatrocuentos.
Su incursión en la novela comienza con Bajo Tierra, que ganó la III Bienal de novela Adriano González León (2008) y el Premio de la Crítica a la mejor novela publicada en Venezuela (2009). Luego Happening fue premiada en el XIII Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana (2013) y nuevamente obtuvo el Premio de la Crítica (2014).
Hablamos pues de un narrador de primera, consagrado por un trabajo de fondo cuya última novela, Amar a Olga, ha sido publicada por la prestigiosa editorial española Pre-Textos. Como dijo la especialista en Literatura Hispanamericana María José Bruña en su presentación, que vale la pena ver, en buena medida España debe a Pre-Textos —y agregaría que al cariño de Manuel Borrás— la posibilidad de leer a muchos escritores venezolanos contemporáneos.
Sobre esta novela que leí con gusto en dos tardes, y sobre otras cosas que nos reúnen, hablé largo una tarde con Gustavo Valle, yo en Madrid y el escritor en Buenos Aires.
Buena parte de la narrativa venezolana contemporánea la han desarrollado escritores que viven en el exterior. Por eso me gustaría que nos hablaras de cómo vas a parar a Buenos Aires y de qué ha significado eso para tu escritura.
En primer lugar quiero decir que, si bien el éxodo ha sido cuantioso, son muchos los narradores y poetas que están en el país escribiendo, haciendo obra y generando proyectos. Esto no hay que perderlo de vista.
Hoy en día no hay forma de entender la actual literatura venezolana sino a través del cruce entre los que están en el país y los que estamos fuera.
En mi caso particular, llegué a Buenos Aires hace dieciséis años y mi hijo es argentino, de modo que mi vínculo con este lado del hemisferio ya tiene tiempo y afectos enraizados. Siempre digo que mi hijo me ha argentinizado y yo he venezolanizado a mi hijo. Él dice coño y pana, y yo voseo. Es lo que yo llamo mi cocoliche pampa-caribe. Como aborrezco los nacionalismos excluyentes, me gusta la idea de una identidad móvil, contaminada, heterodoxa. Creo que es la mejor medicina contra los prejuicios y la xenofobia. Y toda esa marca vital sin duda se traslada a la escritura. ¿De qué modo? No lo sé con exactitud. Creo que más allá de los temas, el léxico o la sintaxis, la extranjería marca al escritor de una forma profunda y muchas veces invisible. Y esa marca está en la manera de mirar y escuchar el mundo. Es decir, en la manera de sentir.
¿Cómo surge esta novela? ¿Puedes hablarme del proceso de escritura? ¿Cuánto tiempo te tomó, las dificultades, los quiebres —si los hubo— y su resolución?
La piedra de toque fue una novela de Julian Barnes, El sentido de un final, un autor que admiro profundamente y cuya obra me ilumina. Eso se unió a una exploración sobre dos temas que llaman mucho mi atención: la iniciación sexual y el pasado como escenario del amor. Para parafrasear a Borges: el amor es una cosa que sin duda sucede en el pasado. El primer manuscrito de Amar a Olga es de hace unos cuatro años atrás. Luego paré la novela, casi por dos años, y más tarde la retomé hasta terminarla. Uno nunca sabe si uno termina la novela o si la novela termina con uno. Lo único que podemos hacer es interrumpirla, darle un final lo más honroso posible, porque en rigor las historias de ficción pueden ser infinitas.
También quisiera saber sobre la relación con tu narrativa previa.
Me gusta pensar las novelas que he escrito como movimiento: si Bajo tierra es un viaje subterráneo y Happening es un viaje en la superficie, Amar a Olga en un viaje hacia el pasado. Y se diferencia de las dos anteriores por contar con una exploración más pormenorizada de la intimidad del protagonista.
Amar a Olga narra dos procesos que podríamos llamar de formación: una iniciación amorosa y un divorcio. ¿Cómo y por qué decides que el asunto político intervenga en la resolución de la historia?
Es la acción de los personajes lo que hace que aparezca ese contexto social y político y no al revés. La situación (del) país interviene como consecuencia de las exigencias vitales de los personajes. A pesar de que la novela tiene cinco partes, en realidad son dos: en una se explora la intimidad del protagonista narrador y en la otra, ya con su subjetividad a cuestas, emprende la aventura y transita la peripecia. Y en esa peripecia se encuentra con el contexto (del) país. Es imposible escapar a la política porque la política es el ecosistema donde hacen vida los personajes. Lo que no quiere decir que la ideología sea el eje o la responsable de la acción. No. Los personajes, en su vitalidad, se ven cercados por ese contexto que es la Venezuela oprimida y deteriorada que todos conocemos. Así, el protagonista primero se sumerge en el pozo de su intimidad, y luego sale hacia afuera, hacia la calle. Y al pasar de esa esfera íntima a la colectiva, su voz sufre modificaciones. Porque a pesar de estar íntegramente escrita en primera persona, su voz no es homogénea, y cambia de registro. Si a un personaje le ocurren diferentes cosas en su derrotero, lo primero que cambia es su manera de mirar y nombrar el mundo. Un personaje que transita situaciones disímiles siempre con la misma voz es un personaje inverosímil.
Escribir escenas de amor es difícil, como sabe cualquiera que lo haya intentado. Tienes por un lado el precipicio de la cursilería y por el otro, la pornografía. Pero las escenas amorosas de la primera parte de Amar a Olga me parecen magistrales. ¿Podrías hablarme de cómo las escribiste? ¿Quiénes han sido tus maestros para ello?
No fue fácil escribir sobre el amor y mucho menos sobre sexo. Fue como desobedecer todo lo que aconsejan los maestros. Pero sentí que debía meterme ahí, sin evasiones ni miedos. Me preocupaba más caer en la cursilería o en la sensiblería, que en el porno. El porno castiga con su violenta desnudez, pero lo cursi se esconde detrás de un encaje artificioso. Y pensé que lo mejor iba a ser dejarme llevar por la voz del protagonista narrador y buscar desde él la mayor honestidad posible. Que ese protagonista no nos engañara, que fuera radicalmente sincero. En este sentido quizás la influencia más directa me viene de la poesía, pero no de una poesía de tema amoroso, sino del compromiso de la poesía con la exactitud. A las palabras no hay que cargarlas con más peso de lo que dicen. Siguiendo a Cadenas, hay que buscar exactitudes aterradoras.
Tengo la impresión de que la literatura venezolana de los últimos tiempos presenta una visión de los partidarios del gobierno muy reductiva. En general son tan malos que no tienen profundidad y no podemos comprender sus móviles. Hay un personaje secundario en tu novela que podría correr ese riesgo. ¿Podrías hablarme de su sentido en ella?
Entiendo tu punto, pero no creo que ese personaje que mencionas corra ese riesgo. Por dos motivos, en primer lugar porque, como ya he dicho, esta es una novela íntegramente escrita en primera persona, de modo que esa es la percepción del protagonista, que a su vez es el narrador. Es decir, el protagonista observa a este sujeto de esa manera y lo que recibimos es el recorte de su mirada. De alguna manera él construye a su villano. Esa sería la explicación, digamos, literaria. Luego, si queremos hacer un poco de sociología, veremos que no se trata de un “partidario del gobierno”. No es un humilde, humillado y ofendido seguidor del chavismo, ni tampoco un soldadito que debe soportar a diario el abuso de la jerarquía. No. Se trata de un sujeto con muchísimo poder, con llegada al alto gobierno, con poder político y militar, del que hace uso y abuso dentro y fuera de su casa. Es muy distinto un funcionario poderoso que un feligrés autoengañado. Son dos entidades que es bueno separar en la literatura y en la vida para no perder la brújula.
¿Qué autores venezolanos y universales crees que marcan tu narrativa? ¿A quiénes lees actualmente?
Durante muchos años he leído con gran devoción las novelas de Julian Barnes y Hanif Kureishi, y ahora tengo en mi altar personal a Rebecca Solnit y Mircea Cartarescu. Pero por supuesto antes de eso me acerqué a clásicos que releo con bastante frecuencia, y que considero maestros: Séneca, Montaigne, Voltaire. Esos tres me han dado herramientas para explorar el ensayo como género y de ellos he recibido una cierta ética. Recientemente he leído tres novelas venezolanas que me han gustado mucho: Llévame esta noche de Miguel Gomes, Archeus de Luis Enrique Belmonte y Ficciones asesinas de Krina Ber. A ellos sumaría una larga lista de narradores que son compañeros de ruta: Carolina Lozada, Liliana Lara, Salvador Fleján, Gisela Kozak, Gabriel Payares, Pedro Plaza, José Urriola, Lena Yau, solo por mencionar algunos, o autores con obra sólida como Antonio López Ortega, Rubi Guerra, Israel Centeno, Federico Vegas o Ana Teresa Torres. La lista es larga y diversa.
¿Cómo ves la literatura y la cultura venezolana en el presente? ¿Qué piensas que hemos ganado y qué deberíamos superar?
Quizás este tipo de balances es tarea para los críticos, pero desde mi punto de vista siento que la literatura venezolana está transitando un buen momento. Son muchos los libros de autores venezolanos que dentro y fuera se han publicado en los últimos dos años. Y a nivel internacional la novela se ha destacado: Oscar Marcano, Victoria de Stefano, Alberto Barrera, Rodrigo Blanco, Camilo Pino, Michelle Roche, Fedosy Santaella, Daniel Centeno, Karina Sainz y Keila Vall han publicado en editoriales extranjeras y han tenido muy buena acogida. Y autores como Juan Carlos Chirinos o Juan Carlos Méndez Guédez tienen una carrera consolidada en España.
En medio de la ruina del país, brota una gran diversidad de proyectos. Eso habla de una buena salud a pesar de la asfixiante realidad.
En este sentido hemos ganado mucho. Además, veo que estamos construyendo comunidad, algo que se había roto por las condiciones del país y por el éxodo masivo. Proyectos como la antología Escribir afuera, a cargo de Katie Brown, Raquel Rivas Rojas y Liliana Lara, funcionan como una muestra del trabajo narrativo actual, pero también como red comunitaria entre todos nosotros. ¿Qué deberíamos superar? Muchas cosas, sin duda. Pero hay una que creo que estamos en vías superar; me refiero a cierto complejo de inferioridad. Ese lloriqueo que nos acompañó durante años por no ser tomados en cuenta y pasar desapercibidos en el universo de la literatura escrita en español. La literatura venezolana está dejando de ser la Cenicienta. Y ahí nuestra gran poesía tiene muchísimo que decir y ofrecer.
¿Estás trabajando en alguna nueva novela? ¿Podrías adelantar algo?
Sí, en la actualidad escribo una novela que ocurre también en Venezuela. Aunque prefiero no adelantar nada; es mi única superstición. Sí puedo decir que escribir novelas me permite sentirme acompañado fuera de mi país. Trabajar una novela es como fundar un club al que acudes a diario para dialogar con los demás socios y conocer sus vidas, sus inquietudes y sueños. Durante todos estos años la novela me ha servido para combatir la soledad del emigrante, y el tiempo que me lleva escribir una es lo suficientemente largo para no sentirme tan solo. Quizás por eso no suelo escribir tantos cuentos. En mi caso personal, al terminar un cuento, siento al instante un vacío que debo llenar con otro cuento nuevo y personajes nuevos. Puro horror vacui, sin duda. Eso no me pasa con la novela, sus personajes me acompañan durante al menos tres años.