Hablemos de racismo. No desde las consignas ni de los hashtags ni los posts en Instagram, sino desde los hechos como la distribución étnica de la población carcelaria en Estados Unidos y de los testimonios de las personas reales. Hablemos de cómo un país rico como Estados Unidos, donde cientos de miles de venezolanos viven ahora, es una democracia que arrancó a finales del siglo XVIII diciendo en su Constitución que todos los seres humanos eran iguales, y que sin embargo tuvo esclavitud por más tiempo que en Venezuela; que vivió un doloroso movimiento por los derechos civiles en los años sesenta para abolir las leyes discriminatorias que aún existían; y que volvió a encenderse hoy porque “la cuestión americana” (la discriminación de los blancos hacia los negros) evidentemente sigue sin resolverse.
¿Vives en Estados Unidos? Trata de apartar tu mirada de la gallera en Twitter y de las teorías conspiratorias y mira a tu alrededor. ¿En serio crees que no hay razones para la protesta?, ¿que en un país que por el covid-19 acaba de ver morir a más gente que por la guerra de Vietnam, y que tiene hoy más desempleados que en la Gran Depresión, va a provocar una revuelta de esa envergadura algo tan fantasmal como el foro de Sao Paulo… en el país menos comunista de la Tierra? No hay duda de que el vandalismo y los saqueos son delitos que deben ser penados, pero tú sabes que eso tiende a pasar en las grandes protestas, dondequiera. Todos vimos cómo ocurría al final de las concentraciones del chavismo y al final de las marchas de la oposición: los delincuentes se unen a la manifestación pacífica para aprovechar de robarse algo. Aquí en Montreal también pasó la semana pasada: hubo una marcha antiracista en el centro y al final saquearon unas tiendas.
Pero, de nuevo, como lo sabes perfectamente bien por nuestra densa historia de marchas en Venezuela, una cosa es la mayoría pacífica y otra los manifestantes violentos. Entonces, cuando ves a tanta gente decir que las protestas en Estados Unidos son violentas y deben ser aplastadas hasta con la fuerza armada porque no son más que un intento del socialismo extranjero por desestabilizar la paz y la prosperidad de ese país, ¿no te parece que eso suena exactamente igual a lo que tantas veces has escuchado en Venezuela, que las protestas son violentas y deben ser aplastadas hasta con la fuerza armada porque no son más que un intento del imperialismo extranjero por desestabilizar la paz y la prosperidad de Venezuela?
Mosca, Venezuela es Venezuela y no otro país, pero tampoco ignoremos paralelismos inevitables.
Hablemos de que muchos de nosotros nos manifestamos contra la brutalidad policial en Estados Unidos, donde el vulgar asesinato de George Floyd revela de nuevo un patrón histórico de discriminación que pasa por el color de la piel… y de que no hacemos lo mismo por la brutalidad policial en Venezuela, donde las FAES están matando miles de jóvenes en los barrios, porque nos hacemos los locos ante esa matanza porque son pobres, porque desconfiamos del testimonio de la madre que dice que su muchacho ejecutado en su casa no era un delincuente, porque en realidad pensamos que, aunque la pena de muerte no exista en Venezuela, mejor es el malandro muerto que el malandro vivo.
Hablemos también, o sobre todo, de racismo en Venezuela. Preguntémonos si somos tan democráticos como creíamos antes del chavismo … y preguntémonos también si somos tan clasistas como el chavismo dice que somos. Hablemos de nuestro famoso mestizaje, de hasta qué punto es real y de cómo se formó.
Hablemos de cuántos negros e indígenas venezolanos hemos visto destacarse en esos ámbitos donde tu competencia depende más del juicio de los demás o de las oportunidades que te rodean al nacer. Hablemos de la diferencia entre chalequear al pana con que es “pasadito de horno” y no escoger a alguien para un trabajo o un ascenso, aunque tenga los méritos, porque no luce como queremos que luzca. Hablemos de las parejas interraciales. De tus reacciones cuando caminas en la calle y tienes contacto con alguien que tiene la piel más oscura que la tuya. De lo que dices en público, de lo que dices en la casa.
Hablemos de cuán racistas en verdad somos.
Hablemos de racismo hacia los indígenas. De los prejuicios, de la discriminación, del desprecio, de cómo los tratamos de “plagas” —como le he escuchado decir a gente muy educada— a los warao y a los wayúu en las ciudades. Hablemos de cómo se les quitan tierras, cómo se les mata, cómo se les somete a algo que se parece demasiado a la esclavitud en las haciendas y en las minas.
¿Vives en Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia o México? Apartando la inocultable xenofobia que puedes haber sufrido en esos lugares, ¿cómo ves tú a las poblaciones indígenas a tu alrededor, cómo hablas de ellos? ¿Cómo tratábamos a los colombianos, ecuatorianos, haitianos, peruanos, dominicanos, guyaneses y trinitarios en Venezuela, en los 70 y los 80? ¿Sabes que mucha gente decía (dice todavía) que fueron ellos los que trajeron el crimen al país, igual que hoy lo dice Trump de nosotros los latinos, e igual que Maduro cuando dice que toda vaina horrible que pasa en Venezuela es obra del paramilitarismo colombiano?
Hablemos también de xenofobia, que a veces se confunde con racismo porque se supone que hay una apariencia venezolana que determina si eres o no un verdadero venezolano. De las innumerables historias de hostilidad hacia los venezolanos con rasgos y apellidos europeos o asiáticos o del Medio Oriente, de cómo una mayoría étnica se refiere a las minorías en este país supuestamente tan mestizo. Hablemos de cómo los chavistas, fieles a un régimen que sostiene que quien no es chavista no es venezolano, manipulan la desconfianza hacia el comerciante portugués o chino para ocultar su propia responsabilidad en el desastre económico… igual que como se hacía antes del chavismo. Hablemos de Chávez diciendo que los judíos mataron a Cristo y de Betancourt simulando que no podía pronunciar el apellido Petkoff. Y de por qué unos y otros manipulaban esos prejuicios, porque sabían que existían.
Hablemos de las injusticias que presenciamos o que sufrimos en nuestra vida afuera, y de las injusticias en nuestro país, aunque no las hayamos sufrido nosotros. ¿Que son temas desagradables? Sí, claro, pero también son desagradables las millones de vainas más de las que nos la pasamos hablando todo el día, como la falta de agua, de luz, de electricidad, de medicinas, de plata, de dignidad. ¿Que hablar de esas cosas que vienen del pasado implica agregar más preocupaciones a las muchas que ya tenemos? Sí, pero justamente revisar ese pasado nos puede ayudar a mejorar este presente.
Estos años han sido literalmente catastróficos, nuestra nación está devastada. ¿Nos vamos a poner con la pendejada de que no podemos revisar el mito de que somos la gente más chévere del mundo?
Hablemos de lo que somos, y hagámoslo todos, porque por estar negando esa realidad hemos permitido que el chavismo esté a sus anchas al plantear su épica de guerra racial con la que tanto apoyo ha conseguido afuera, y que es tan simple que ha funcionado en muchos sectores ideológicos, donde muchísima gente se ha tragado el mito de que Venezuela era prácticamente una sociedad colonial de castas, donde todos los mandatarios eran blancos, hasta que llegó Chávez.
No nos va a pasar nada por pensar en el otro. No tenemos que cambiar de idioma, religión, rutina, ropa, color de piel, vivienda, no tenemos que perder nada por aceptar que hay personas con vidas distintas a las nuestras en las que cuales sufren. Y que esas vidas quieren dejar de sufrir, que no quieren cambiarte a ti, sino que las cosas cambien para ellos.
No nos va a pasar nada por ignorar por un rato a los influencers y a los líderes de opinión y los tuits de los políticos y pensar, pero de verdad, por nuestra cuenta.