Mi apuesta fue por la comprensión de las lógicas subyacentes a las prácticas del gobierno de Hugo Chávez, por el respeto de los sujetos en el terreno y por el abordaje crítico de prácticas autoritarias profundamente enraizadas en una nación marcada por la economía rentista petrolera y el militarismo.
Paula Vásquez Lezama
Fue el primer libro que nos reveló los mecanismos y las mentalidades que explican cómo, a pesar de sus pésimos desempeños, el chavismo ganó por años —ante nuestros ojos atónitos— más apoyo y más votos. De hecho, los que no tuvo al comienzo.
Y Paula Vásquez Lezama consiguió comprenderlo haciendo trabajo de campo etnográfico, respetando a los sujetos y a las instituciones que estudiaba, y cuidando que su posición política no la llevara a distorsionar los hechos. Desconfiando del patetismo y analizándolo como un síntoma. Su logro fue revelarnos el tipo de relación que se construía en Venezuela entre el Estado y las personas que más requerían su apoyo.
Poder y catástrofe parte de la coincidencia de dos eventos. El referendo que el 15 de diciembre de 1999 aprobó la nueva constitución de la República (desde entonces bolivariana) de Venezuela y los deslaves producidos por las lluvias que cayeron sobre la parte centronorte del país desde el 11 de diciembre. La Tragedia, como se llamó al segundo, dejó alrededor de mil muertos y doscientos mil desplazados.
Con la atención a los afectados por esa catástrofe se instauró una práctica de administración pública que Paula Vásquez Lezama desmonta como “apropiación burocrática y política de la desgracia”. Esa práctica explica los principales éxitos del grupo político que todavía hoy gobierna el país.
Centrando esa gestión, surge un neologismo inventado por el entonces presidente: los “damnificados” de la Tragedia se llamarían ahora “dignificados”. Con esa palabra, observa la antropóloga, el Estado formulaba una promesa (volver “dignas” a estas personas por la acción militar y política) y sus beneficiarios asumían una obligación (someterse a la visión y a los designios de un poder sin límites, declinando sus propias voluntades y aceptando las ineficiencias y la corrupción administrativa).
Las ediciones
Poder y catástrofe. Venezuela bajo la Tragedia de 1999 aparece en español en 2009. Fue publicado por Taurus Pensamiento, ya entonces un sello del grupo Alfaguara, entonces con sede en Venezuela. Hubo dos ediciones, ambas agotadas, pero hoy puede leerse en este enlace donde lo subió la propia autora.
Precedió a la publicación la tesis doctoral que presentó Paula Vásquez Lezama en L’École des hautes études en sciences sociales (EHESS) de París en 23 de octubre de 2007: Les politiques de la catastrophe en temps de «révolution bolivarienne». La gestion des sinistrés de La Tragedia de 1999 au Venezuela. Su director fue Didier Fassin, antropólogo, sociólogo y médico francés, con una extensísima obra centrada en la antropología política de la salud.
Antonio López Ortega cuenta cómo Poder y catástrofe se convirtió en un libro de Taurus: “Paula me habló mucho de ese proyecto desde sus inicios. Vi de cerca el proceso, la etapa donde ella estuvo visitando campos de refugiados, ministerios e instituciones del ejército y la ayudé con contactos. Fui testigo de la concepción, la investigación y la escritura. Cuando ya el libro estaba elaborado, me pareció extraordinario, importante y novedoso, y hablé con Mariana Marczuk, al frente de Alfaguara entonces. Paula me mandó el manuscrito, yo se lo pasé a Mariana y en Alfaguara les pareció un libro esencial. Al final me pidieron la contratapa, también a modo de reseña, y Paula estuvo de acuerdo”. Ese texto de López Ortega figura en las dos ediciones del libro.
En el bautizo en Venezuela de Poder y catástrofe fue convocado a hablar Teodoro Petkoff, como se recuerda en el obituario publicado por la muerte de Paula Vásquez en TalCual. En esa oportunidad dijo que La herencia de la tribu, de Ana Teresa Torres y Poder y catástrofe eran los dos libros más importantes en ese momento para comprender la deriva del país.
La autora
Nació el 2 de febrero de 1969 y murió el 22 de marzo de 2021. Los últimos veinte años había vivido en París, pero viajaba a Venezuela cada año. Era licenciada en Sociología por la Universidad Central de Venezuela y doctora en Antropología Social y Etnología por la EHESS. Trabajaba como investigadora en el Centre national de la recherche scientifique (CNRS), en París, Francia.
Sus padres fueron Eduardo Vásquez y Myrna Lezama. El primero, originario de Martinica, fue profesor de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela y fundador del posgrado de Filosofía de la Universidad Simón Bolívar. Era un especialista en Hegel y tradujo obras del filósofo y de sus intérpretes. Este dato es relevante, ahora que el filósofo vuelve a ser una referencia para comprender la actualidad, porque Hegel está tras la dialéctica entre gobierno y gobernados que Paula Vásquez Lezama descubre en sus investigaciones (tuvimos oportunidad de conversarlo, y la afinidad intelectual de la antropóloga con su padre puede verse en este artículo que escribió a su muerte). Myrna Lezama, su madre, era de Bergantín, estado Anzoátegui. En su último libro publicado, País fuera de servicio —un ejercicio de autoetnografía— Vásquez Lezama se refiere a los conflictos entre la Venezuela premoderna y moderna, la modesta y la groseramente opulenta, la agraria y la petrolera, tal como se vivieron en su familia.
Paula Vásquez Lezama investigó y enseñó antropología política, antropología médica y sociología de la intervención social. Escribió muchísimos artículos sobre estas materias y además de Poder y catástrofe, publicó Le chavisme. Un militarisme compassionnel (FMSH, París, 2014) y Pays hors service. Le Venezuela de Chavez à Maduro (Buchet-Chastel, París, 2019), que apareció en español (Siglo XXI Editores). En los últimos años, desarrollaba investigaciones sobre el caso de Franklin Brito (completó un libro aún inédito) y sobre la tragedia de Amuay.
Los aportes
El primero es habernos explicado con detalles los mecanismos que provocaron la dependencia de las personas más vulnerables de un gobierno cuya violencia y responsabilidad quedaron obliteradas tras una retórica de la compasión y de la gracia.
Esa dependencia se acrecentó —como muestra su investigación desarrollada en los refugios y en las instituciones encargadas de atender a los refugiados, militares en su mayoría—, en la medida en que ese gobierno fallaba en su respuesta, sus atropellos y su corrupción crecían y los sujetos se veían obligados a mostrarse leales y a inhibirse en sus luchas por derechos, al no tener alternativas políticas para responder.
Poder y catástrofe evidencia lo característico del nuevo ejercicio público en Venezuela, que prevalece hasta hoy: desbordar los límites de la democracia para derivar en formas de control biopolítico (Michel Foucault) y sustituir el orden político por el orden policial en la medida en que las instituciones desconocen sus límites en los dispositivos de atención y acompañamiento (Jacques Rancière).
El segundo aporte fue evidenciar ante la izquierda francesa que idealizaba el proceso venezolano, los mecanismos de control desplegados por el gobierno presidido por Hugo Chávez y formalizado con el proceso constituyente. Esto lo hizo Vásquez acudiendo a autores progresistas como Michel Foucault, Pierre Bordieu y Jacques Rancière, entre muchísimos otros, ampliamente reconocidos en el ámbito académico mundial (es realmente impresionante la bibliografía revisada por la autora, que incluye alocuciones y documentos oficiales, artículos de prensa, ponencias e informes, textos sobre Venezuela y Latinoamérica y referencias generales). De ese modo, dio un paso esencial para la construcción de un discurso alternativo en la oposición venezolana que no ha sido suficientemente estimado.
Las críticas
La propia Paula Vásquez Lezama recoge en su libro las dos críticas principales recibidas por su trabajo: “Hacer de la gestión de los damnificados un tema de estudio fue en ocasiones etiquetado de ‘oposición’, porque se suponía que se buscaba veladamente cuestionar los logros sociales del régimen. Pero el hecho de que los resultados hicieran aparecer los matices de una gestión compleja y que las conclusiones no apuntaran a la demostración del fracaso rotundo del régimen bolivariano, era sentido, velada o explícitamente, como ‘chavista’”.
Para otros, la investigadora otorga demasiada importancia a los lineamientos en la gestión de la catástrofe que habría establecido una vieja izquierda insurreccional —inoperante entonces y que nunca tuvo gran apoyo en Venezuela entre 1959-1998, ni siquiera en su más importante manifestación democrática— en las políticas de atención a los afectados por el deslave, en especial en lo que se refiere a su obligada reubicación en zonas rurales.
Tres lectores, tres comentarios
Poder y catástrofe es una obra fundacional al menos en tres sentidos del término. En primer lugar porque inaugura un horizonte de interpretación, o casi se diría que funda una nueva civilización interpretativa, del “acontecimiento” venezolano.
Rindiendo homenaje a precursores que ofrecieron piezas del tremendo rompecabezas que significó el advenimiento del chavismo, lo completa y condensa a través de una mise-en-abŷme en la que la particular etnografía de la víctima de la tragedia de Vargas revela los fundamentos de la concepción chavista del poder y descubre su desprecio por la política. Es fundacional entonces también en cuanto a que atraviesa una frontera contra la que han chocado tantos en inútiles polémicas categoriales sobre la “naturaleza” o “características” del “régimen”. El chavismo se sostiene, o se sostuvo, sobre una teología política que autorizaba únicamente un lenguaje moral: el de la dignidad.
“Dignificar” a un pueblo “dañado” mediante la intervención militar, que a su vez implica la dignificación de la figura del soldado, es una operación de salvación que oblitera cualquier sentido de lo político.
En otro sentido es fundacional: en el genealógico. Partiendo de la singular coincidencia, el 15 de diciembre de 1999, de la destrucción ocasionada por la naturaleza y la causada por la entronización de una nueva Constitución, el libro es en sí mismo una labor de reconstrucción que se adentra en la amalgama de los orígenes, en esa niebla que rodea el encuentro del positivismo cesarista decimonónico con la herida narcisista que significó el control civil democrático sobre la corporación militar, con la izquierda momificada en el lamento de la pérdida del heroísmo insurreccional, con el patetismo histórico bolivariano. Y en la genealogía siempre hay una especie de profecía: leer hoy Poder y catástrofe reordena el presente como un desenlace ahora prístino de aquellos signos entonces silenciosos.
Tuve la oportunidad de conocer a Paula Vásquez en 2010 en Caracas. Ella había ido con motivo de la publicación de Poder y catástrofe y de los espacios que compartimos aún recuerdo la contundencia con la que Paula justificaba el esfuerzo de investigar, de tratar de entender, y de transmitir las razones y el aparente sinsentido del entonces incipiente proceso de autodestrucción de lo que había llegado a ser Venezuela a finales del siglo pasado.
Aquel afán bien pudiera haber hecho de Paula y su obra solo una voz más dentro de la ensordecedora cacofonía que aún hoy pretende dar cuenta del fenómeno venezolano; sin embargo, en su caso particular, sus esfuerzos vinieron siempre acompañados de un inobjetable y marcadamente diferenciador valor agregado: el empeño por brindar explicaciones basadas en rigurosos procesos de investigación social, en los que no había espacio para dogmas ni emotividades.
La primera vez que leí Poder y Catástrofe, lo hice desde la óptica del desastrólogo. La de un investigador regional de los desastres que casualmente había vivido tanto el caótico proceso de respuesta que se dio al desastre de Vargas 1999, como muchos de los esquizoides esfuerzos institucionales que propuso el chavismo para “dignificar” a los afectados de aquella tragedia; y desde dicha perspectiva me sorprendió la agudeza y la rigurosidad con la que en su libro son interpretadas las operaciones de rescate, la creación de refugios y la dotación de viviendas que se llevaron a cabo en el marco del marcado militarismo que ya entonces comenzaba a imperar en Venezuela.
Pudiera señalarse como una debilidad el que en esa obra no se dé cuenta del desastre de Vargas en el marco de la acción institucional ante calamidades que suele promoverse dentro del “realismo mágico” latinoamericano. Una actuación en la que los desastres parecieran entenderse como escenarios que pueden llegar a fortalecer o debilitar gobiernos, y en donde prácticas como la militarización, la “mano dura” contra los pervertidores del “orden” y la suspensión de las garantías adquieren un sentido muy interesante.
Sin embargo, ese tipo de críticas se diluyen cuando se entiende que Poder y catástrofe —lejos de ser un libro sobre el desastre de Vargas en 1999— representa un análisis desapasionado de las contradicciones y los obstáculos con que finalmente se topa toda ideología que pretende convertir al Estado en el supremo ductor de las vidas de quienes son considerados como marginados, y a quienes se tiene el derecho de indicarles “por vía decreto”, dónde y cómo deben vivir, qué deben comer, en qué debe trabajar, y cómo deben comportarse.
Poder y catástrofe de Paula Vázquez ocupa un lugar clave entre un puñado de textos precursores para entender la deriva de Venezuela en la era chavista.
En una lectura a quemarropa, sostengo que su aporte esencial –que no el único— ha sido el develamiento del militarismo compasivo y su construcción del sujeto pueblo en el andamiaje discursivo y operativo del régimen.
Este trabajo inauguró también una perspectiva en el campo de la antropología venezolana, cuya inclinación indigenista dominante dejó en manos de otras disciplinas el análisis de las dinámicas de la sociedad mayoritaria.
Con su etnografía de la tragedia de Vargas y los escenarios derivados de esta en los campamentos de damnificados, la investigación de campo permitió a Paula Vásquez vislumbrar el surgimiento de una nueva relación entre el poder militar y la sociedad civil, justo cuando se plebiscitaba la nueva constitución. Esta nueva relación comienza por expresarse sintéticamente en el desplazamiento discursivo que el régimen lleva a cabo, de “damnificado” a “dignificado”. A esta construcción simbólica se unen en el (nuevo) lado del bien otros actores sociales: el saqueador inocente y el militar ordenador del saqueo, que permiten enlazar el momento con hitos del relato justificativo de la conspiración bolivariana, como el Caracazo.
Surge la imagen de un pueblo menor de edad y abandonado, necesitado de la tutela del poder militar. Entre “los dos soberanos”, el Soberano Poder y el soberano pueblo, se establece una nueva intimidad, particular, emotiva y épica, que se verá amenazada por las demandas universales de los actores de la sociedad civil: respeto a la democracia, a las minorías, igualdad ante la ley. Mientras una nueva estrategia asistencialista ocupa paulatinamente todos los espacios de la sociedad, los disidentes, las ONG, estudiantes y opositores se verán categorizados como enemigos que atentan contra la pureza salvacionista de esta relación. En el paisaje político emergente, estos se convertirán en los sujetos (indispensables, por otra parte), de los mecanismos discriminatorios y las provocaciones sistemáticas que pautaron el ritmo y tempo de la resistencia al régimen desde sus inicios –y la consolidación del mismo.
Desde mi experiencia de campo en el sur de Venezuela, esta elaboración del militarismo compasivo se confirmaba con comodidad, como eje fundamental del ejercicio del poder estatal sobre una población conceptualizada como necesitada.
Hay también aspectos del libro, más desarrollados en sus publicaciones posteriores, en los que diferimos, y que discutí con Paula ya desde la época en que escribía su tesis doctoral –en sesiones de brainstorming de ucevistas en la diáspora reconstruyendo la fenomenología de nuestra experiencia estudiantil. Es el caso del rol de la izquierda insurreccional residual de los ochenta y noventa, específicamente desde la UCV, en la génesis del chavismo, cuyo peso creo que es menor y más accidental que el que su análisis le otorga. Interpretación, la mía, también discutible.
Dentro de la obligación pedagógica que se nos impone en la diáspora, de reorientar las buenas y malas conciencias progresistas del mundo académico angloeuropeo, durante un tiempo solía decir que Poder y catástrofe era uno de tres textos claves para entender lo que pasaba en Venezuela –junto con los trabajos de Germán Carrera Damas sobre bolivarianismo militarista, y La revolución como espectáculo de Colette Capriles.
Ha corrido mucha tinta en esta década y ese conjunto se ha ampliado. Tanto como los otros, el libro de Paula Vázquez mantiene su lugar de lectura general imprescindible para entender la crisis de nuestro país y elaborar herramientas para reconstruirlo. Pero en el campo de nuestra disciplina común, y dialogando con el trabajo de Rafael Sánchez sobre jacobinismo, Poder y catástrofe mantiene un lugar único y señero, como contribución a una antropología política del proyecto de estado militarista, reacción milenarista a la consolidación del proyecto democrático republicano.
Agradezco a Nydia Ruíz, a Carmen García Guadilla y a Verónica Jaffé su apoyo para recopilar mucha de la información que aparece en esta nota.