Venezuela sí tiene una narrativa de esperanza en medio de tanta oscuridad. Es la narrativa de la transición hacia la democracia y hacia tiempos mejores. El problema es que a quienes les ha tocado contar esta narrativa están enfrentando la barrera de la mayor crisis que haya vivido el país desde su fundación como nación independiente. Desnutrición, enfermedades que resurgen, destrucción de su infraestructura, devastación de la industria petrolera, incremento de la pobreza, emigración masiva, violencia desenfrenada, represión, arrestos arbitrarios, corrupción descarada. La lista es interminable. Y ahora el COVID-19, que llega como una sombra que se arrastra por las calles de Venezuela provocando miedo e incertidumbre. Por eso tanto escepticismo y tantas críticas (a veces muy injustas).
¿Cómo superar esta barrera tan gruesa y tan funesta? Acudo a un ritual que me es familiar para ilustrar un camino.
Los judíos celebramos en estos días la Pascua (Pésaj, en hebreo) en la que conmemoramos el fin de la esclavitud y la salida de Egipto guiados por Moisés. La celebración incluye el séder, un ritual en el que leemos la historia de esta proeza (el libro que la contiene se llama Hagadá). Cuando este año nos tocó recitar las diez plagas que cayeron sobre los egipcios de entonces, en casa sentimos que el mensaje milenario tenía un sentido muy actual en estos días de pandemia y de confinamiento. Al ir nombrando a cada una de ellas, íbamos vertiendo un poco de agua y un poco de vino tinto en un recipiente. Dice la tradición que el agua representa la compasión (jésed en hebreo) y el vino tinto representa la justicia o el rigor (guevurá en hebreo). Al ir mezclando el agua con el vino queremos incorporar la compasión para suavizar la dureza del juicio. Entendemos que las plagas eran una forma de hacer justicia contra los esclavizadores de entonces, pero también queremos que la compasión se manifieste en los tiempos más difíciles.
Venezuela ha vivido sometida a innumerables plagas desde que el chavismo llegó al poder. Todas estas plagas han ido debilitando el cuerpo y la moral de millones de personas. Es hoy y aquí, en el momento más oscuro, cuando surge una luz que nos indica un camino para salir de tanto rigor, para construir la compasión. Ese camino es el que está dibujado en la fórmula para la transición planteada por las fuerzas democráticas que encabeza Juan Guaidó.
No quiero hacer comparaciones, pues es mejor no mezclar la política con la religión. Sin embargo, necesitamos inspiración y confianza para poder salir de esta pesadilla en la que estamos atrapados los venezolanos.
Tres ejes de la narrativa para la transición
Primero, necesitamos un acuerdo entre todos los sectores, y esto incluye a una parte del chavismo, nos guste o no. Por eso la propuesta del Consejo de Estado, instancia que manejaría la transición hacia unas elecciones democráticas con garantías de transparencia y equidad. El Consejo de Estado estaría compuesto por cinco representantes: dos del sector democrático, dos del sector chavista y uno que ejercería como fiel de la balanza. El plan contempla mantener en sus puestos al actual alto mando militar (un sapo difícil de tragar), con el fin de que ellos aseguren la gobernabilidad y combatan la violencia de los grupos paramilitares que ellos mismos han creado. La pregunta obvia es: ¿es posible confiar en unos militares acusados de violación de derechos humanos y de corrupción? No es fácil, pero es una opción realista. Y les explico el porqué. Esos militares, cuestionados y con cuentas pendientes con la justicia venezolana y de los Estados Unidos, saben que si aceptan participar en la transición tendrán sobre ellos los ojos del mundo. No podrán renunciar a cumplir sus obligaciones constitucionales sin sufrir las consecuencias.
Segundo, es necesario un cambio político que lleve a la restitución de la democracia para manejar de forma adecuada la pandemia de Covid-19. En estos días escribí en Twitter que era mejor que Maduro llevara solo toda la carga de la gestión de la pandemia Covid-19. Después de escuchar y leer otros puntos de vista, he cambiado de opinión. La transición planteada por Guaidó es la mejor vía para recuperar la democracia en Venezuela y manejar bien la crisis de la pandemia. Hasta ahora, según los datos que presenta el régimen de Maduro, pareciera que la situación está relativamente bajo control. Pero no hay garantías que esto vaya a continuar así. Algunos indicios son preocupantes. En las zonas populares de Caracas y otras ciudades del país, los pobres salen a la calle a buscar alimentos y dinero, lo que provoca concentraciones humanas que podrían contribuir a la propagación del coronavirus. Los flujos de personas en la frontera con Colombia, especialmente de venezolanos que regresan al país en condiciones de higiene, de nutrición y de movilidad muy complicadas, pueden representar focos de transmisión del virus. En tercer lugar, en el país podría haber muchos casos ocultos, especialmente en zonas remotas. Una transición pactada posibilitaría la entrada de material médico sanitario necesario para manejar la pandemia de forma adecuada y preparar al país para el peor escenario, que esperamos no se dé. Más vale prevenir que lamentar. Miles de vidas están en juego.
Tercero, solo un gobierno de transición puede asegurar que el país tenga acceso a crédito internacional de organismos como el FMI, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y otros, para iniciar la reconstrucción de Venezuela. Las fuentes de crédito de la dictadura de Maduro se han secado. Los rusos ya cobraron todas sus deudas y no quieren prestarle más. Los chinos tampoco están muy interesados en seguir dándole dinero al barril sin fondo que es el régimen chavista (y menos ahora que su propia economía está fuertemente impactada por el Covid-19). Ya el FMI le dijo no a Maduro, quien solicitó un préstamo de cinco mil millones de dólares. Solo a partir de la instalación del Consejo de Estado con un plan claro y detallado para recuperar la economía, Venezuela recibiría los recursos que tanto necesita. Con Maduro en el poder no existe esa posibilidad.
Al borde del Mar Rojo
Vuelvo a la narrativa del Éxodo de Egipto para concluir mi reflexión. Al Faraón y sus secuaces, quienes ya habían acordado liberar a los judíos de la esclavitud y dejarlos salir hacia la Tierra Prometida, se les ocurre que todavía tienen una oportunidad para vengarse de ese pueblo. Salen con sus carruajes, caballos y armas a perseguirlos. Los judíos encabezados por Moisés se encuentran ante una encrucijada. Atrás tienen al ejército egipcio presto a exterminarlos. Delante tienen el Mar Rojo donde morirían ahogados. En la tradición judía se recuerda que hubo un personaje llamado Najshón Ben Aminadav quien se atrevió a lanzarse al mar de primero, incluso antes de que se produjera la milagrosa separación de las aguas. La confianza de Najshón en la narrativa de la liberación le permitió asumir ese riesgo. Dice el relato que las aguas se abrieron y el pueblo de Israel pisó en tierra firme y seca para continuar su viaje hacia la libertad.
Los venezolanos estamos hoy al borde del Mar Rojo. Es necesario dar un paso adelante para salvar vidas, y marchar hacia la democracia y la prosperidad. Que así sea.