Puedo entender que desde una perspectiva política se usen la salud y el hambre como instrumentos para hacer proselitismo, pero como médico especialista en crisis humanitarias, me parece desalmado. Y me preocupa ver que en Venezuela se desconoce y malinterpreta la función de la ayuda externa.
La ayuda humanitaria debe regirse por sus principios. El primero es el de la independencia: debe ser autónoma y separada de objetivos políticos, económicos, militares o de otro tipo. El segundo, el de la imparcialidad: debe llevarse a cabo en función de la necesidad, dando prioridad a los casos más urgentes y sin hacer distinciones sobre la base de nacionalidad, raza, sexo, creencias religiosas, clase u opinión política. El tercero es la neutralidad: no debe tomar partido en las hostilidades, ni en contextos de conflicto armado ni en las controversias de orden político, racial, religioso o ideológico. Y el cuarto es el principio de humanidad: el sufrimiento humano debe ser atendido siempre, para proteger la vida, la salud y la dignidad de los seres humanos.
Esos cuatro principios permiten diferenciar la acción humanitaria de otras actividades, de otros actores, con otros propósitos. Hasta de manera involuntaria, desviarse de ellos podría empañar el carácter neutral que debe tener aliviar el sufrimiento de las personas.
No es humanitaria la ayuda que no se guía por esos cuatro principios. Es ayuda. Puede ser buena y seguro que será bienvenida. Pero más allá de los problemas semánticos (que existen, tienen implicaciones graves y no hay que excluir) hay que considerar los peligros derivados de que la ayuda responda a intereses o agendas políticas.
Si bien la ayuda que se supone va llegando a Venezuela cumple sin duda con los requisitos de imparcialidad y humanidad, me desconsuela pensar en las expectativas que ha suscitado entre los más necesitados.
Pues la ayuda no pretende —ni puede— reemplazar a un gobierno. Su función no es sustituir el sistema de seguridad social del estado, el servicio de farmacias o el suministro de medicamentos, ni tampoco alimentar a todos.
En situaciones de crisis, no se puede seguir actuando y planificando como en tiempos normales lo haría un ministerio de salud ordinario. Cuando se habla de ayuda humanitaria, digamos en salud y nutrición, hay que saber cuál es su carácter y su volumen. La ayuda debe ajustarse a la realidad.
Por ello hay que identificar dónde están los más vulnerables y en riesgo. Considerar cuestiones geográficas: zonas más o menos centrales, zonas más o menos olvidadas, los componentes del mapa sanitario, el acceso, la disponibilidad de servicios de salud. Y establecer prioridades de acuerdo con la vulnerabilidad, la mortalidad, la incidencia y la prevalencia.
La ayuda es para situaciones de crisis donde los equilibrios y los mecanismos de adaptación y de supervivencia, ya frágiles, se rompen y no dan para más. Por ello no se dirige a todo un país, ni a todos los que tienen hambre o a todos los enfermos, sino a los más desvalidos.
En Medicina muchas decisiones no son técnicas, sino éticas. Cuando los recursos son escasos (y en Venezuela lo eran antes de esta crisis) quizás haya que decidir a cuál paciente “salvar”, como me enseñaron en la escuela de Medicina hace más de veinte años. Esta circunstancia es más frecuente en el caso de la ayuda humanitaria, porque los recursos son pocos en relación con la escala del problema.
Es cruel, doloroso e injusto, ciertamente. Pero no se trata de que la ayuda sea incompleta o insuficiente.
Los recursos son finitos y Venezuela no es el único país en crisis en el mundo
La ayuda, genérica y global, hay que distribuirla entre todas las crisis del planeta. Por eso debe priorizar ciertos casos, y será siempre temporal, limitada y selectiva.
Criterios para establecer prioridades
¿A quién debe elegir? A los grupos más vulnerables, como se dijo: los niños menores de cinco años y las mujeres embarazadas. En general, más de la mitad de las muertes de niños menores de cinco años suceden por enfermedades que se pueden prevenir o tratar con intervenciones simples y asequibles.
Otra categoría importante: las emergencias. Primero las epidemias, las emergencias médicas, y si se puede las quirúrgicas, para que nadie muera de sarampión, de una crisis hipertensiva, de un coma diabético o una apendicitis. Luego las enfermedades crónicas (pacientes renales, con cáncer, diabéticos, las personas viviendo con VIH, epilépticos). Todo según criterios de salud pública, prevalencia, incidencia y mortalidad. Parece frío, pero así debe ser para que la ayuda no se diluya y al final no ayude a nadie.
A veces puede ser necesario elegir entre las emergencias médicas y las quirúrgicas, y dentro de las quirúrgicas a lo mejor dar prioridad a las cesáreas de emergencia por sobre toda otra cirugía. Consideremos que para reponer los quirófanos de toda Venezuela —desde las cajas de instrumentos, los materiales desechables, el flujo laminar del sistema de circulación de aire, el circuito de esterilización, los equipos de anestesia, hasta garantizar el postoperatorio de cada paciente operado— se requeriría un presupuesto equivalente al necesario para financiar campañas nacionales de vacunación, o alimentos terapéuticos para todos los niños con malnutrición aguda grave.
Además hay que evaluar la relación entre costos y beneficios. Evaluar, por ejemplo, según los recursos disponibles, si se deben atender los casos quirúrgicos y las enfermedades crónicas costosas o realizar campañas de vacunación a escala nacional. Para lo cual se debe saber cuánto tiempo durarán los tratamientos, estableciendo esquemas por día, por paciente, por curso mínimo (duración) de tratamiento. Y entonces determinar con cuántos tratamientos completos para adulto o niños se cuentan.
La desnutrición es otro asunto complejo. Un niño malnutrido agudo grave, sin enfermedades asociadas, requerirá al menos dos sobres de alimento terapéutico por día durante por un promedio de 30-45 días. ¿Cuántos sobres de ese alimento terapéutico han llegado?, ¿cuántos niños podemos tratar entonces? La asistencia alimentaria debe calcularse además considerando los requerimientos calóricos y nutricionales según la cantidad de familias y sus miembros, y por al menos un mes. Hay estándares existentes y universales pero hay que cumplirlos.
Un reto abrumador para el personal humanitario
Los datos de millones de dólares, toneladas o cargas de comida o medicamentos, ni son suficientes ni permiten al personal de salud organizarse para establecer un plan de distribución, racional y justo, que atienda a quienes más lo necesitan.
Tomar decisiones de ese tipo es un reto abrumador, espantoso. Para el personal de salud, los voluntarios y el personal humanitario es la exigencia más dura del oficio. Pero sabemos que, si se ejerce desde la más profunda deontología médica y humanitaria, estas decisiones son indispensables en situaciones de crisis en entornos de bajos recursos, como en la Venezuela de hoy.
Porque no hay para todos. Eso debe quedar claro. La desigualdad y la injusticia que vivimos hoy en los campos de la salud y de la alimentación no se resolverán con la ayuda externa. Esta no es más que un recurso de emergencia para salvar vidas, importante y necesario, pero no la solución.
La solución es interna.
Y es política.
Esta pieza se publicó originalmente en Caracas Chronicles