Hace ya un buen tiempo, alguien dijo en las redes sociales que cuando uno salía de Venezuela, a donde quiera que fuese, sentía que viajaba al futuro. Todavía no se habían producido las migraciones masivas ni el agudo deterioro de estos últimos años. Hubo también quien le dio otra vuelta de tuerca a la frase, agregando que en Venezuela el futuro está en el pasado.
Puede que lo más llamativo cuando uno viaja o emigra sean los cambios materiales y tecnológicos, pero también, si se observan sin prejuicios, sorprenderán las mutaciones en las formas espirituales, en las aspiraciones éticas y políticas de las sociedades actuales, ante las que este período de nuestra historia nos ha forzado a quedar rezagados.
El rechazo de la desigualdad y las críticas, desde sus mismas entrañas, al capitalismo y al liberalismo, son la primera realidad que —chavismo mediante— nos resulta sospechosa desde su formulación. Hoy no niega el problema ni el FMI, promotor principal del neoliberalismo en los ochenta, y muy pocos economistas defenderán que solo liberar el mercado y proteger la propiedad privada sea la mejor forma para que crezcan los países. La democracia liberal también reconoce una crisis y reflexiona sobre cómo superarla. Su núcleo es este: las diferencias entre pobres y ricos en el mundo entero se han exacerbado a un punto obsceno, se requieren políticas para propiciar justicia y estabilidad social, y también que el crecimiento sea sostenible. Hasta la película surcoreana Parasite, que gana montones de reconocimientos y premios este año, está centrada en el tema.
Para muchos venezolanos decirlo te convierte en un resentido (nuestro nuevo insulto preferido), de esos que piensan que “ser rico es malo”. E incluso gente formada propala la idea de que el liberalismo se reduce al liberalismo económico (¡unido al conservadurismo moral!) y presentan la socialdemocracia o la democracia cristiana como las peligrosas puertas del comunismo.
Reconocer que la pobreza y la inequidad existen no significa ser partidario del chavismo ni del comunismo, ambas son signo de políticas erradas y de un sistema que debe corregirse. Si hasta nuestro país es prueba de ello.
El respeto por el otro no es chavismo
El lenguaje inclusivo es otro de los monstruos contra el que batallan muchos venezolanos: infructuosamente, porque en estos veinte años es evidente que ha llegado al ámbito público (al ámbito público, no a la literatura, a menos que uno sea bastante tonto) para quedarse, y hay razones para ello. Todos los organismos internacionales lo prescriben en sus códigos de ética. Entidades españolas como Fundéu y Prodigioso Volcán han publicado manuales muy razonables sobre el tema. Su práctica se ha vuelto natural en empresas de todo el mundo. Pero si hasta en la serie de The Big Bang Theory se burlan de quien ignora esta demanda al lenguaje con el personaje de Mary Cooper, la madre de Sheldon —una texana aficionada a las armas y negacionista, que despotrica contra extranjeros, negros e infieles para susto de Leonard, quien repite, mirando un poco avergonzado a su alrededor: “Aquí ya no hablamos así”.
Pero los venezolanos de oposición solemos ver el lenguaje inclusivo como innecesario, o como un peligroso movimiento de estirpe criptochavista que quiere acabar con la libertad de expresión. Y no hay manera de que se comprenda que su propósito es revelar el menosprecio o el irrespeto de muchas expresiones comunes y promover un trato correcto en organizaciones, instituciones o empresas, sean cuales fueren las tonterías que digan sus partidarios más torpes.
El lenguaje inclusivo tampoco implica censura para la creación, ni quema de libros ni amenazas al canon occidental, entre otras cosas porque no tiene carácter retroactivo, como no lo tiene ningún cambio de mentalidad (aunque las mentalidades puedan estudiarse). Aprender algo sobre él, no repetir viejos prejuicios raciales, machistas, homofóbicos o clasistas, no es ceder al chavismo. No es asumir la retórica del izquierdismo cómplice de nuestra desgracia. Además, la realidad más bien nos muestra a diario que los gobiernos y las instituciones chavistas discriminan y ofenden con su expresión sistemáticamente, y como ningún otro gobierno en nuestra historia.
El feminismo tampoco es chavismo
La equidad de géneros, el reconocimiento de la violencia machista y las desventajas que han enfrentado las mujeres desde hace siglos, así como la necesidad de formular políticas para superar esta situación, son asuntos sobre los cuales también hay acuerdos casi unánimes en el mundo actual. La ONU, la Unión Europea, la Unesco y hasta la OMC y el Fondo Monetario Internacional tienen agendas especiales sobre el tema, asignan fondos, realizan encuestas, prescriben medidas. Hay además filósofos, psicólogos, sociólogos y antropólogos que sostienen que el género, tal como lo conocemos, es —al margen de los aspectos anatómicos— una construcción cultural que podría cambiar hasta desaparecer. Puede parecernos exagerado, complicado y hasta darnos miedo; sin embargo, que lo humano no se reduzca a la biología y se reconozcan las subjetividades por encima de cualquier determinismo, ha sido un logro importante de la modernidad liberal contra el positivismo, el tradicionalismo y la religión. El tema por lo menos no puede despacharse como si fuera solo un absurdo chavista.
Al parecer nosotros no nos hemos enterado. En nuestras redes sociales se vilipendia la “peligrosa moda” de las feministas, de quienes hasta las madres creen que deben defender a sus hijos varones y los intelectuales a sus íconos culturales. Abundan también las burlas sobre cualquier excentricidad ligada al género y se asocia la defensa de los derechos LGTB con la detestada izquierda, esa que, como resultado de una conspiración internacional, ha acabado con nuestro país.
Pero el chavismo no inventó el feminismo ni lo sigue. Jamás hemos estado peor las mujeres en Venezuela, al contrario, y la performance de nuestro gobierno es más bien una ridícula exhibición de patanería viril. Combatir el feminismo no es combatir el comunismo. El feminismo es un asunto de derechos humanos y una corriente imprescindible de la modernidad.
El cambio climático no tiene ideología
La lucha contra el cambio climático y el deterioro ambiental, las demandas de modificar nuestra relación con los animales y nuestra dieta, son también tendencias sobre cuya irreversibilidad caben pocas dudas en el presente. De nuevo la ONU, la Unión Europea, la Unesco, la OMC y el FMI crean agendas sobre estos temas y muchos países intentan cambiar sus prácticas en consecuencia. Unido a lo anterior, dado que la ONU ha relacionado la alimentación humana con el deterioro del planeta, los esfuerzos para buscar alternativas que no impliquen consumo y explotación animal son enormes. Tanto que algunas empresas que producen carne vegetal o artificial son promesas en el mercado de valores y muchas marcas de productos cárnicos o lácteos han incluido en sus catálogos opciones veganas o vegetarianas. Hasta las grandes cadenas incluyen alternativas veggy en sus cartas y pronto habrá algún restaurante vegano con estrellas Michelin. El asunto va acompañado de estudios filosóficos y discusiones que parecen indicar un profundo cambio en la concepción de lo humano. Un libro popular como Sapiens, por ejemplo, ha sacudido las conciencias, al mostrar cómo desde nuestros orígenes como especie hemos arrasado el planeta y acabado con millones de especies animales. Pero ya hace décadas que filósofos como Elisabeth de Fontanay y Alain Finkielkraut, Jacques Derrida, Peter Singer y Tom Regan, críticos como George Steiner y escritores como J.M. Coetzee, anunciaron esa transformación en nuestra sensibilidad.
Mientras así va el mundo, nuestras redes la emprenden con Greta Thunberg con una cólera sorprendente. Y algunos de nuestros escritores e intelectuales consideran el veganismo o el animalismo propio de buenistas idiotas o de peligrosos extremistas, que en el fondo les parecen lo mismo.
Eso aunque las preocupaciones sobre estos asuntos no son un invento de la izquierda: son ciencia, y por tanto ni izquierda ni derecha. Es la comunidad científica quien dice que estamos alterando el planeta con nuestros hábitos de consumo y prescribe lo que podemos hacer para mejorar nuestras propias posibilidades de supervivencia como especie.
El chavismo nos quiere retrógrados
En fin, el catálogo de opciones reaccionarias que vamos adoptando los venezolanos podría llenar varias páginas. Lo cual muestra uno de los peores daños de regímenes como el chavismo o el castrismo: nos impiden pensar con claridad en la medida en que nos impulsan a oponernos automáticamente a sus propuestas. Los cubanos disidentes sin embargo debieron enfrentarse al conservadurismo patriarcal del fidelismo, que parece tener más que ver con la historia de Cuba y la de España que con la izquierda, por cierto. Es esa mi impresión después de ver la serie documental alemana The Cuba Libre Story. Por ello les tocó resistir desde el progresismo y denunciar formas de criminalización de las diferencias que les valieron partidarios en todas partes del mundo.
¿Y nosotros? Puede que tomarnos al pie de su confusa letra el batiburrillo ideológico del chavismo nos esté perdiendo. Leo mucha de nuestra narrativa contemporánea tan inconsciente de su posición, veo el desprecio de nuestros ámbitos ilustrados por los temas que enumero, la repulsión que les producen, y siento que estos veinte años nos han encerrado en una isla muy distinta. Aquí es otra la maldita circunstancia del agua por todas partes.
La democracia venezolana —desde Rómulo Betancourt hasta el segundo gobierno de Rafael Caldera—, con las limitaciones propias del contexto nacional e internacional, siempre fue progresista, una palabra que ahora nosotros usamos como insulto. Sean cuales fueren sus errores y sus fracasos, la justicia social fue un valor fundamental en ella, tanto como la libertad, el bienestar y la defensa de los derechos civiles.
El chavismo, al contrario, fue desde el comienzo un movimiento retrógrado, autoritario, militar, que nos ofrecía regresar a un supuestamente glorioso siglo XIX: make Venezuela great again. Una clara manifestación de Ur-fascismo. Lo dijeron en los noventa filósofos, historiadores, políticos y politólogos venezolanos y conviene recordarlo hoy.
¿Se ha apoderado el chavismo de nuestras mentalidades hasta el punto de llevarnos a desconocer las necesidades del presente? ¿Estamos tomando un camino igual de regresivo?
Se ha dicho que los venezolanos hemos resistido estos años de una manera admirable, lo cual es verdad hasta cierto punto: que nos hemos opuesto sin tregua al incansable afán del gobierno de aferrarse al poder. Pero si seguimos enarbolando valores imposibles en los tiempos que corren, si nos acomodamos a la imagen reaccionaria de nosotros que ha querido proyectar el opresor, si nos paralizamos por el dolor que nos ha causado esta tragedia, entonces realmente habremos perdido todo.