Inquieta leerla. Abordado por ella, cualquier asunto se desdobla o fluye por atajos inesperados, las capas retiradas no descubren un centro que no existe, los sentidos se nos reflejan desde espejos rotos con bordes peligrosos.
Su voz, que a veces mira o desea como hombre, es siempre femenina hasta la médula y retoma el testigo de las poetas que la precedieron. Escruta como una hija amante e incómoda. Blasfema con fervor. Migra entre fronteras borradas.
Raquel Abend van Dalen nació en Caracas en 1989. Hasta el momento ha publicado dos novelas, un libro de cuentos y tres de poesía. La mayoría en editoriales fuera del país. Vive, trabaja y estudia en Estados Unidos desde que tiene veinte años y allá ha desarrollado su carrera. La conocí hace dos inviernos en Madrid, en una lectura de La beata de las locas (Entropía Ediciones, 2019), su último poemario, y me hizo soltar por lo bajo algunas lágrimas y varios ¡bravo!
La han celebrado Igor Barreto, Miguel Gomes, Michelle Roche y Gisela Kozak, entre otros. Por mi parte, estoy segura de que en nuestras letras es un suceso particular y de que su obra apenas empieza a removernos. Basta asomarse a la crónica que publicó en Cinco8 sobre la muerte de su padre, el artista Harry Abend, para hacerse una idea.
¿Desde cuándo y por qué vives en Estados Unidos?
Desde hace una década, cuando terminé la licenciatura en Caracas y quise continuar los estudios de posgrado. Cuando terminé la Maestría en Escritura Creativa en Nueva York me quedé en la ciudad trabajando, entre otras cosas, como periodista y dando clases de español. En el 2018 me mudé a Houston para iniciar el PhD en Escritura Creativa en Español. Ha sido un privilegio poder contar con becas para dedicar mi tiempo a investigar, leer y escribir. A veces me cuesta creer que existan programas así.
¿Qué escritores venezolanos te han influido o interesan?
A pesar de que Venezuela tiene una tradición literaria pequeña en comparación con países latinoamericanos como Argentina y México, sí existe una producción importante tanto en narrativa como en poesía que no se conoce internacionalmente (quizá tampoco a nivel nacional). En ese sentido es muy difícil solo decir algunos nombres.
A mí me gusta especialmente la poesía escrita por mujeres en las décadas de los setenta, ochenta y noventa, porque son propuestas radicales, arriesgadas y muy estimulantes.
Pienso por ejemplo en Luz Machado, Hanni Ossott, Yolanda Pantin, Miyó Vestrini y Antonia Palacios. Son voces que hablan desde los márgenes del canon sobre el encierro, lo secreto, lo oscuro. Hay una atención a los peligros de la cotidianidad, de lo materno y la casa. Mientas que la literatura escrita por hombres estaba volcada hacia el exterior, a lo rural petrolero por ejemplo (Miguel Otero Silva, Ramón Díaz Sánchez), o hacia lo urbano y político en grupos literarios como el Techo de la Ballena, las poetas que menciono se concentraron en escarbar los territorios íntimos y domésticos como lugares de lo extraño y lo fantástico.
¿E internacionales?
Muchísimos me han interesado e influido desde que comencé a escribir. Uno tiene ideas, inquietudes y sobre todo preguntas, pero son las lecturas las que realmente terminan por confrontarte con el lenguaje y las que te llevan a tomar riesgos. Al inicio para mí fueron importantes poetas chilenos como Raúl Zurita y Nicanor Parra; polacos como Zbigniew Herbert y Wislawa Szymborska; estadounidenses como Lucía Berlin, Mark Strand, Silvia Plath y Louise Glück; peruanas como Blanca Varela y Mariela Dreyfus; canadienses como Alice Munro y Anne Carson; uruguayas como Cristina Peri Rossi y Marosa Di Giorgio. Actualmente estoy más interesada en textos literarios y teóricos que prestan atención a las agencias no-humanas (vegetales, animales, minerales), influida especialmente por las clases del doctorado que he tomado con la escritora mexicana Cristina Rivera Garza. Por ejemplo Leñador de Mike Wilson.
Formas parte de una generación de escritores venezolanos a la que le ha tocado regarse por el mundo. ¿Sientes que eso te ha beneficiado o perjudicado? ¿Ha enriquecido nuestra literatura o le ha hecho daño?
Creo que la fuga de escritores al exterior está cambiando la manera en que escribimos y somos leídos. Cada quien, desde el país donde se encuentra, está lidiando con su condición de migrante, con la adaptación de esa otra cultura y con el efecto que produce el desplazamiento. En este sentido, es muy enriquecedor porque registramos con el lenguaje la confrontación con el territorio desconocido, así no escribamos explícitamente sobre la migración. Te encuentras, por ejemplo, con Llévame esta noche de Miguel Gomes, donde el personaje trabaja en Estados Unidos pero regresa a Caracas para cuidar a su madre, o con Poemas bajos de Odette da Silva, en donde se cruzan versos en español y otros en holandés. Por otro lado, ese estar “regados por el mundo” también dificulta que haya una red entre nosotros, que nos leamos, que nos conozcamos y nos apoyemos. La crisis política, económica y social que hay en Venezuela también afecta el mundo editorial, y es casi imposible ser leídos dentro del país si publicamos en papel en el exterior y viceversa. Por eso me parecen tan valiosas las editoriales digitales venezolanas que publican libros descargables de manera gratuita.
Esa misma generación ha vivido una tragedia política que parece haber tomado el ámbito espiritual de una forma casi total. Tengo la impresión de que eso podría paralizarnos, ¿cómo lo ves?
Creo que la tragedia que experimentamos como venezolanos está naturalmente afectando los proyectos creativos. ¿Cómo no? Actualmente tratamos de explicarnos muchas cosas a través de la producción de cine, literatura, arte. Históricamente éramos un país que refugiaba a migrantes, entonces esta realidad pervertida nos ha afectado mucho: no estábamos preparados.
Lo que realmente siento que aleja la narrativa venezolana actual de las tendencias contemporáneas es el lugar que ocupan los personajes femeninos y queer, a menudo representados de manera caduca, aburrida, plana y sin ninguna complejidad.
Me molesta que algunos escritores sigan repitiendo los mismos patrones misóginos, homofóbicos y binarios del siglo pasado, porque demuestra un ensimismamiento, una falta de cuestionamiento. Los vuelve ajenos a cambios importantes que están ocurriendo en la actualidad. También hay mucho trabajo editorial por hacer, para que el espacio de las escritoras no sea el de las «antologías femeninas».
Quisiera que me hablaras de cómo surge Cuarto azul, tu novela compuesta desde retazos de memorias familiares paternas.
Cuarto azul está basada en una entrevista que le hice a mi papá hace unos diez años sobre el desplazamiento que hizo con su familia, cuando huyeron de Polonia en 1939. Un oficial nazi los apuntó con un arma y les dio 24 horas para salir del país. Pasaron una década entre Rusia y Alemania, viviendo cosas terribles y también fantásticas. Esa entrevista la usé para escribir una crónica que fue mi tesis de grado en Caracas, y que terminé destruyendo años después. Los fragmentos que rescaté los reescribí como parte del pasado de la protagonista de mi novela. Pero más que tratarse de una historia sobre la Segunda Guerra Mundial, me gusta pensarla como una novela sobre la memoria y el duelo. Cuarto azul es un homenaje a mi papá y al director de cine polaco Krzysztof Kieslowski.
Encuentro en tu poesía y en tu narrativa un sólido trasfondo teórico y crítico, ¿es así? ¿Qué pensadores te interesan? ¿Crees que la teoría enriquece tu escritura o la lastra de intelectualismo?
Actualmente me interesan mucho las propuestas de Rebecca Solnit, Silvia Federici y Paul B. Preciado, autores a los que leo con un gran placer.
No creo que la literatura y la teoría se opongan, ni que la experiencia creativa vaya en contra de lo intelectual o viceversa.
Más bien alimentarse como lector de lo literario y lo teórico puede llevarte como escritor a lugares emocionantes. Escribir, sea lo que sea, es una experiencia intelectual de por sí: no es llorar, por ejemplo, sino encontrar las estrategias narrativas y poéticas para articular a través del lenguaje el dolor.
Me interesa muchísimo cómo aparece lo religioso en tu escritura, encuentro un enorme eclecticismo que despliegas unido a un talante irónico y escéptico, y a una profunda necesidad de misterio.
Son temas importantes para mí. Estudié en un colegio salesiano, mi papá era judío, mi mamá es católica y mi abuela es protestante. Además, la mayoría de las personas que te encuentras en la academia y en el mundo del arte son ateas. Crecí sumergida en un popurrí de creencias y descreencias, en un país con muchos cultos religiosos y políticos a deidades, diosas y presidentes. Las religiones me parecen fascinantes: sus textos, sus posibilidades narrativas y poéticas, sus maneras de construir éticas y de fabricar esquemas y espacios para la fe. Y, sobre todo, me interesa la conexión que hay entre la fe y el deseo, entre el deseo y la culpa. Sin darnos cuenta, a veces hasta nuestras maneras de relacionarnos con los otros y con nosotros mismos siguen mediadas por estructuras religiosas.
Me conmueven varios poemas donde una voz de mujer quiere o admira lo masculino y me gustaría que me hablaras de ese desplazamiento.
Es difícil no admirar lo que consideramos masculino cuando históricamente es el género que ha estado relacionado con lo importante, lo grande, lo valioso, lo fuerte, lo independiente, lo poderoso. A diferencia de lo que consideramos femenino, que ha estado relacionado con lo sumiso, lo delicado, lo débil, lo dependiente. En Venezuela estamos muy atrasados en comparación con otros países en donde los roles de lo femenino y lo masculino ya han sido fuertemente cuestionados y subvertidos en lo teórico y en lo creativo desde el siglo pasado. En mi caso, creo que la escritura es el mejor espacio para experimentar la fluidez de géneros (de cuerpos humanos y literarios) y cuestionarlos desde un lugar crítico.
Sé que La beata de las locas tiene su origen en una terrible violencia y me asombra cómo da lugar a esos poemas magníficos. ¿Puedes contarme la historia de ese libro?
Gran parte está relacionada con la violencia de género, especialmente con los feminicidios de las mujeres que trabajan en las maquilas de Ciudad Juárez. El poemario se divide en tres secciones y en la primera parte la voz poética es un plural femenino que habla desde la muerte, desde el cuerpo violentado. En Venezuela también vivimos este drama, pero la crisis política abarca tanto que termina por ocultar otras tragedias. Basta con ver las tasas nacionales de feminicidio, observar qué tipo de publicidad hay en las vallas de las autopistas o notar la manera en que las misses reconstruyen sus cuerpos para participar en supuestos certámenes de belleza. Solo la empresa de las misses ya es un lugar muy oscuro del que se conoce poco. La literatura nos permite aproximarnos a estos temas e indagar en ellos.
También haces collages, pintas y dibujas. ¿Se integra eso en tu trabajo?
Hace unos años comencé a desarrollar un cuerpo de trabajo visual paralelo al literario, pero todavía no se integra a mi escritura. Al menos no públicamente. Mi formación también ha estado influida por artistas como Sophie Calle, Adrian Piper, David Wojnarowicz y Louise Bourgeois, y más recientemente comencé a sentir mucho interés por los artistas Fluxus, por la manera radical en que activan textos a partir del performance. Pero me pasa igual que con la literatura, no solo me interesa la obra de los artistas o crear piezas, sino que también me apasiona la teoría. Por eso hice una Maestría en Historia del Arte como parte de mi programa de doctorado, enfocándome sobre todo en temas de género y sexualidad en la obra de artistas latinoamericanas de finales del siglo XX.
¿Qué estás haciendo ahora, qué escribes, qué proyectos tienes?
Escribo una novela como tesis doctoral, así que estoy en pleno proceso de investigación y escritura. También estoy revisando algunos textos viejos para ver si logro revivirlos. Generalmente me toma un par de años escribir un libro de poesía, pero luego pasan otros años más en los que dejo que los textos reposen para poder editarlos. Me gusta olvidar lo que escribo, olvidar por qué escribo lo que escribo, y entonces volver como una completa extraña para ver si hay algo que me siga interesando y funcionando. Uno de los proyectos que estoy revisando es una colección de poemas que escribí justamente a partir de textos teóricos de Kant y Hegel, un poco cuestionando la “utilidad” de la filosofía y de la poesía en sí misma. En este libro utilizo mucho el humor.