Pasa con los países como pasa con las personas: somos quienes somos por los libros que hemos leído. Venezuela también ha construido su identidad mediante su literatura, sobre todo con el impacto de unos pocos títulos muy celebrados y pasando por alto otros de los que, por raros o poco accesibles, sabemos poco o nada.
Es el caso, por ejemplo, de El libro de la infancia, de Amenodoro Urdaneta, publicado en 1865, una obra visionaria que inaugura la literatura infantil venezolana. O el poemario Las flores parleras, de Gerónimo Pomba, de 1847, una colección de versos que cuentan el significado de las flores en la sociedad del momento. Pero hay una razón para que estos y otros títulos hayan quedado ocultos: estaban dirigidos a los niños.
Todavía hoy sucede, aunque afortunadamente menos, que las joyas literarias dedicadas a ese público escapan a los ojos del adulto, aunque nuestra identidad está en nuestras letras. Todas las letras. Y todos, incluso quienes parecen haberlo olvidado, fuimos niños alguna vez.
Entender a nuestras infancias y cómo han cambiado a través de las épocas es hacer un viaje al pasado de esa sociedad que hemos visto cambiar, a veces con cierta perplejidad. ¿Qué leyeron esos niños? ¿Cómo eran? ¿Dónde vivieron y cómo fueron criados?
Porque si hay un territorio en el que Venezuela ha sido fértil y ha marcado tendencia en el continente es el de la literatura infantil. La historia del Banco del Libro es sin duda la más clara evidencia, pero no es la única. En este país se han diseñado y se siguen ejecutando diferentes programas destinados no sólo a la promoción y difusión de la lectura, a la formación de maestros y profesionales y al estudio y la investigación sobre este tema, como lo es el Diplomado en Literatura Infantil que inició el año pasado la Universidad Metropolitana y que cuenta con estudiantes de diversos países de habla hispana del continente.
El telón de fondo
Afortunadamente, hay investigadores que han consagrado su vida y su carrera precisamente a los libros que nos han construido desde la infancia. Y fue gracias al empeño de uno de ellos, Fanuel Hanán Díaz, especialista en literatura infantil y recién nombrado miembro de la Academia Venezolana de la Lengua, que es posible conocer obras como esas, y muchas otras, además de una interesante historia sobre cómo la infancia pasó a ser poco más que un decorado de fondo en la época de la Colonia a ganar visibilidad como público lector.
Como en cualquier territorio, en este también hace falta un mapa y eso fue lo que se propuso hacer Fanuel Hanán Díaz hace ya una década, cuando emprendió la difícil tarea de rastrear los hitos de una historia de nuestra literatura infantil. Su libro Panorama Breve de la Literatura Infantil en Venezuela (Fundación Provincial BBVA, 2013) es un recorrido único a través de la edición de libros para la infancia en nuestro país, que arranca precisamente en el periodo colonial y llega hasta nuestra época, recopilando una serie de materiales nunca antes reunidos en una misma obra y muy difíciles, por no decir que imposibles de ver hoy en día.
La razón por la que lo hizo va mucho más allá de lo anecdótico o colorido; esas obras reflejan la sociedad de su momento y exponen una visión de futuro, lo que sus autores querían que fueran de adultos esos pequeños venezolanos para quienes escribían: “Siempre estudiamos la historia oficial, desde los documentos que exponen esa visión heteropatriarcal”, explica Díaz. “Pero no abordamos la historia no oficial, aquella de los actores y textos marginales como la mujer, el indígena, o el niño. La literatura infantil aporta documentos muy valiosos y necesarios para definir el curso de las ideas que han tenido impacto en la conformación del país. Por eso es fundamental asumir estudios de esta naturaleza en estos momentos de revisión histórica, en los que se pretende visibilizar a muchos actores que estuvieron marginados”.
En ese cofre del tesoro que es Panorama Breve de la Literatura Infantil en Venezuela hay imágenes históricas, facsímiles de documentos raros y antiguos, grabados y extractos de textos que sólo pueden encontrarse en colecciones privadas y dispersas. Ahí se aprecia una Venezuela mirada de reojo, en la que esos niños y niñas estaban creciendo y siendo retratados de alguna manera en todas esas páginas, un poco al margen, sin que muchos los viéramos crecer y, por lo tanto, sin que pudiéramos vernos reflejados en ellos.
Conscientes de que muchos clásicos de la literatura se escribieron para niños y jóvenes (de Verne, Salgari, Twain, entre muchísimos otros), muchas naciones han construido rigurosos archivos sobre los libros que han destinado a la infancia. En Venezuela, cuenta Díaz, “estudiar este cuerpo literario resulta una tarea casi arqueológica, porque en estas obras está subyacente una carga ideológica, pensamientos en torno a la educación, los prejuicios sociales y algunas ideas más adelantadas”. Ahí se ve cómo llegaron y se aclimataron ideas, mediante la imitación de obras extranjeras o la creación de textos originales completamente a tono con su lugar y momento históricos, y cómo se pasó desde lo didáctico hasta la conciencia del público infantil como una audiencia digna de atención y respeto.
En aquella época muchos libros llegaban contrabandeados en barcos, escapando de los controles y las censuras. “Fue fascinante descubrir, intercalados en algunos documentos, referencias de lo que podrían leer algunos niños durante sus estudios como la gramática de Nebrija o las fábulas de Esopo”. Díaz dio con documentos de enorme valor, como “un ejemplar de Costumbres venezolanas, de Francisco de Sales y publicado en 1877, ilustrado por Arturo Michelena cuando tenía 13 años; o la primera foto donde aparecen niños indígenas, publicada en El Cojo Ilustrado”.
Además de echar mano de su experiencia previa de muchos años en el Centro de Documentación del Banco del Libro, donde vio crecer algunos proyectos de primera mano, como la editorial Maria Di Mase, la revista La ventana mágica y la nueva Onza, Tigre y León, Fanuel Hanán Díaz recurrió a muchas de las personas que trabajaron en el mundo editorial de manera alternativa, donde pudo recopilar la labor adelantada por “proyectos como Tinta, Papel y Vida, el Laboratorio Educativo, Rondalera y Florilegio, sólo por nombrar algunas… La comunidad para ese momento era pequeña pero muy entusiasta y eso me permitió tener un conocimiento de primera mano de muchos libros y autores que estaban en un momento estelar de abrir caminos en la publicación de libros para niños”.
Una historia de la infancia venezolana a través de sus libros
Ya en el siglo XIX se hacían en Venezuela libros como los catecismos políticos, que usaban a los niños en la contienda de poderes, y manuales para niñas, que aspiraban a formarlas como cuidadoras del hogar y la familia según los valores de entonces. Mientras en algunos destaca la diferencia tan palpable que existe en la mirada que se plantea ante los asuntos contemporáneos de cada época, otros resultan resaltantes precisamente por lo radicales que nos parecen a los ojos de hoy, como sucede con El libro de la infancia, de Urdaneta, “uno de los adelantados en la construcción de un discurso para la infancia en América Latina”, dice Díaz. Escrito cuando el fervor por la construcción de la identidad nacional estaba todavía muy fresco, rompió con la visión del libro como herramienta de domesticación de niños. “Se permite dar un giro en el discurso para la infancia, introducir pinceladas literarias, matices del humor. El autor se dirige a los padres en las primeras páginas, y allí hace evidente el concepto de infancia que lo anima a escribir el libro. Me parecen valiosas algunas ideas, como el hecho de que los niños buscan la variedad y el placer en la lectura, que muchas veces se les obliga a leer libros que no son atractivos y la convicción de que la semilla del hombre está en el niño”.
Con todo lo que ha evolucionado la literatura para la infancia, todavía hoy es necesario a veces recordar a quienes tienen niños y niñas a su cuidado la importancia de no esperar que aprendan nada de un libro, sino que simplemente los lean y los disfruten.
Otro aspecto muy interesante de esa mirada sobre la infancia está en el retrato de los distintos arquetipos de niño venezolano, “como el célebre Panchito Mandefuá (de José Rafael Pocaterra, 1922), el típico niño de la calle que encarna la figura del pícaro”, o la manera en la que “Miguel Vicente Pata Caliente (de Orlando Araujo, 1977) expone al niño soñador, el que puede lidiar con la realidad usando su fértil imaginación”.
La trayectoria de la literatura infantil en Venezuela pasa también por el interés que siempre ha existido, tal como destaca Díaz, por el hecho de que los niños lean, reflejado en proyectos como “la Biblioteca Infantil Venezolana, las publicaciones de Páginas para imaginar de la Fundación Festival del Niño (1969); revistas infantiles de altísimo tiraje como Tricolor (que apareció en 1949, de la mano de Rafael Rivero Oramas), otras más modestas pero de alcance nacional como Onza, Tigre y León, (1940, también editada por Rivero Orama) periódicos como El Cohete dirigido por Miyó Vestrini (1979) o la revista La Ventana Mágica (1985)”, entre otros. También destaca aquí el autor la labor del Banco del Libro, “que logra dinamizar campañas como Leer es un placer y ofrece el contexto para el nacimiento de Ediciones Ekaré, así como el papel de las instituciones privadas para apoyar ediciones que sólo son posibles gracias a estos emprendimientos.
Si queremos que los niños y las niñas lean, no se trata únicamente de crear libros y ponerlos en sus manos (que ya es bastante), sino que hay que trabajar en nutrir todo un ecosistema.
Desde hace 25 años la Fundación BBVA Provincial viene desarrollando una serie de proyectos vinculados a la promoción del libro infantil, entre los que se encuentran el Programa Papagayo y la edición de libros para todos los públicos, “con el objetivo de propiciar el acercamiento a la lectura y a la educación en valores, con publicaciones de alta calidad editorial que reúnen autores e ilustradores venezolanos. La colección ha crecido en diferentes direcciones, por lo que hoy el fondo cuenta con libros de autores consagrados, libros ilustrados y libros de no ficción”, tal como explica Yohana Suárez, Senior Manager de Responsabilidad Social y Corporativa de la Fundación BBVA Provincial. El catálogo de la Fundación reúne 20 publicaciones, la mitad de las cuales están disponibles para descarga gratuita en su sitio web.
Por su parte, el Programa Papagayo, un recurso de educación virtual y apoyo didáctico para maestros de cuarto, quinto y sexto grado y bibliotecarios escolares y que cuenta con el aval académico del Centro Internacional de Actualización Profesional de la Universidad Católica Andrés Bello desde 2021, se ha propuesto promover “la reflexión pedagógica en los docentes, y la formación de los estudiantes en tres áreas fundamentales: los valores, la lectura y la escritura”, para contribuir a mejorar la calidad de la educación del país, como explica Suárez, una experiencia que “ha llegado a más de 4.800 docentes y más de 140.000 estudiantes beneficiarios directos, y 720.000 beneficiarios indirectos”. De este programa y sus logros se desprende la serie de publicaciones Lo que escriben los niños, también disponibles gratuitamente.
Otro de los motivos que llevó a Fanuel Hanán Díaz a concebir su Panorama fue el de motivar a más lectores adultos a aproximarse a las páginas que se han dedicado a los niños y niñas durante el transcurso de todos estos siglos. “Además de conocer la literatura infantil, hay que perder el prurito en leerla, muchos libros deleitan por igual a lectores de distintas edades. Solo acercándonos a estas obras podemos formarnos de la sensibilidad especial y la intuición para reconocer la calidad, valor fundamental para hacer que la lectura se convierta en una experiencia significativa para los lectores”.
El libro Panorama Breve de la Literatura Infantil en Venezuela se puede descargar gratis en este enlace