Celebramos el Día Internacional del Libro cada 23 de abril, desde 1988, porque ese día fallecieron Cervantes, Shakespeare y Garcilaso y nacieron Nabokov y Wordsworth, entre otros escritores esenciales. Y en Cinco8 celebramos ese instrumento asombroso, extensión de la memoria y la imaginación, como dijo Borges, con un reportaje sobre los libreros que resisten en Caracas.
Hoy seguimos con una entrevista a la profesora María Pilar Puig, quien coordinó la edición crítica venezolana del Quijote que Monte Ávila publicó, una joya agotada en tres meses que hoy no se consigue en ningún lado (oportunidad para las editoriales que perseveran).
Puig es doctora en Filología Española por la UNED (Madrid), licenciada en Letras por la UCV, profesora titular de la Escuela de Letras y directora de Estudios de Postgrado de la Facultad de Humanidades y Educación de esa universidad. Aquí nos cuenta sobre su Quijote y explica por qué nos enriquecemos —y qué aprendemos sobre la vida buena, la tragedia y el poder— cuando leemos a Cervantes y a otros autores del Siglo de Oro. Disfruten.
¿Cuándo y cómo llegas a Venezuela?
Mis hermanos, mi tía y yo llegamos a Venezuela el 11 de octubre de 1958. Mis padres ya estaban aquí. Veníamos de Chelva, un pueblo de la serranía valenciana. Llegar a Caracas —a Chacao— fue maravilloso; conocimos la televisión y cantidad de gente de todas partes del mundo, desde croatas y turcos a suecos, húngaros, portugueses, italianos, bolivianos, chilenos.
Uno de mis primeros recuerdos, y lo he aquilatado con los años, es notar que la gente en la calle sonreía, todos, pero en especial los venezolanos, amables, generosos, educados.
Los extranjeros veníamos de lugares empobrecidos, desolados por la guerra y las dictaduras, y había una sensación de haber llegado a la tierra de promisión. Y claro, había esperanza y motivos para sonreír. Eso contrastaba con los rostros adustos a los que yo, seguramente sin percatarme, estaba acostumbrada. Muchas veces he vuelto a rememorar esa sorpresa, de la que fui consciente años después. Ahora esa experiencia es imposible. ¡Cuánta tristeza da caminar por las calles de Caracas, y de toda Venezuela, y cruzarse con rostros macilentos, perturbados, amargos, de miradas extraviadas, como un gran muestrario de orfandad y miseria!
¿Influyó tu origen en tu interés por la literatura española?
Seguramente influyó mucho. Ahora, en estos días en que estoy fuera de Venezuela por la pandemia, he tenido ocasión de replantearme esto, aunque siempre pensé que el estudio de la literatura española era para mí una forma de compensación y de conocer algo irremediablemente perdido para siempre. Lo que dejamos atrás nunca podremos recuperarlo, es una verdad de Perogrullo; al menos, no tal como era —o como lo recordamos. La pandemia ha hecho que permanezca en España más de un año, algo distinto a unas vacaciones. Y, claro, la sociedad de hoy no es ni parecida a la que, sin llegar a conocer bien, dejé de niña. Entiendo, hoy más que nunca, que siempre he vivido en ambivalencias: ni aquí ni allí, ni contigo ni sin ti. Completamente dual, mezclada, mestiza. Ahora leo mucha literatura venezolana. Y así será siempre, este doble desarraigo se vive sin solución de continuidad.
¿Cómo es que haces una edición crítica del Quijote?
En 2003 me llamó el profesor Carlos Noguera, director de Monte Ávila Editores y me dijo que pensaban sacar una edición del Quijote para conmemorar, en 2005, los cuatrocientos años de la obra. Habían pensado en mí para que dirigiera la investigación pero contaban con muy pocos recursos. Entendí que el pomposo título de “directora de investigación”, en verdad quería decir “trabajarás como una hormiga y casi gratis”; pero también que la edición se haría con o sin mí. Así que acepté. Comenzamos a trabajar el profesor Juan Pablo Gómez, la pasante y luego profesora Carla González, y yo. Y entre los tres hicimos la edición que conoces. Fueron horas y horas, incontables, larguísimas, frente a la pantalla o en bibliotecas. No salió para 2005, el Gobierno paralizó nuestra edición crítica, en favor de una aviesa, que regalaron y revendían los buhoneros en Caracas. Esa edición, interesadamente mutilada, parece haber sido hecha por personas que si acaso han leído a Cervantes, lo han hecho sin pensar en él, sin intentar conocer a ese magnífico ser humano cuyo norte vital parece haber sido el amor al prójimo, al cual le urge comprender. El profesor Noguera no pudo hacer nada, aunque lo hubiera querido, estoy segura. Años después me llamó para preguntarme si estaría dispuesta a sacar la edición para conmemorar la Segunda Parte del Quijote. Yo había continuado trabajando en las notas y escribiendo prólogos y presentaciones, y de nuevo nos pusimos a la tarea, Juan Pablo completó la cronología y entre Carla y él hicieron las reseñas de las demás obras de Cervantes. Un querido amigo, el profesor Francisco Javier Pérez, entonces presidente de la Academia Venezolana de la Lengua y hoy secretario de Asale, nos otorgó un brillante prólogo, que, sin duda, realza la edición. Se imprimieron cinco mil ejemplares, agotados antes de los tres meses.
¿Qué tiene de particular esa edición?
Es para todo tipo de público, aunque en verdad es académica y muy didáctica, también pensada para lectores venezolanos. Sus notas consideran el español de América y buscan la complicidad del lector, no son solo informativas. En la escena donde los pastores invitan a don Quijote a cenar gazpacho, por ejemplo, en la nota indico que no se trata de la sopa fría andaluza sino de un fuerte y delicioso plato caliente elaborado con torta cenceña y carne de caza, y doy la receta del gazpacho de pastor de mi pueblo, situado en lo que se llamó “la Castilla valenciana”. Fue extraordinario hacer este Quijote.
¿Qué sentido tiene hoy leer el Quijote, en Venezuela, más allá del académico?
El Quijote, en primer lugar, es una parodia, es decir, un libro con pretensión de divertir y lo logra mediante las descabelladas peripecias del fracasado protagonista. La clave irónica es indispensable para comprenderlo. Pero el paródico es un primer nivel de escritura y lectura porque detrás del esperpéntico hidalgo brota el magnífico caballero dotado con las virtudes del alma noble. Hacer bien a los demás y educar su propia alma es lo que don Quijote entiende como virtud. Y como tantos estudiosos, veo la libertad como clave de la poética cervantina. Don Quijote es un ser de alma libre, condición reconocida por él mismo como primera para lograr una vida individual, si no feliz (creo que ni Cervantes ni don Quijote se dejarían engañar por esa falacia, tan propia de nuestro tiempo), sí estimable. Basta recordar el maravilloso episodio de la bella Marcela, quien no desea casarse: “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos”. Cervantes, para dotar de mayor fuerza sus planteamientos, ha hecho de Marcela una huérfana criada por un tío cura, el cual la ha enseñado a vivir según sus inclinaciones y voluntad. Y en su discurso sobre la libertad femenina, insiste en el aspecto económico, porque bien sabe que la pobreza solo trae esclavitud. Marcela dice: “Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas”. Y don Quijote toma partido por su causa.
En cuanto a lo colectivo, a los límites que la sociedad debe imponer al poder, y al imperio de la ley y de la justicia sin las cuales la vida social se torna imposible, Cervantes es prolijo.
Incluso se opone a la política real, como se evidencia en el capítulo 54 de la segunda parte, escrito después de conocerse el decreto real de expulsión de los moriscos en 1609. Por ese decreto, Ricote, querido vecino de Sancho, debe salir de su amada España sin entender por qué, pues es español, aunque tibiamente católico. Ricote viaja por otros países, pero el amor a su tierra lo hace regresar, y cuando don Quijote y Sancho lo encuentran, les cuenta: “Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia”. Si hoy esta afirmación puede parecer banal, no lo era en su época de férrea monarquía absolutista, con censura política, social y religiosa.
Para motivar a jóvenes venezolanos a conocer la literatura del Siglo de Oro, ¿cómo se la presentarías?
La poesía de Garcilaso sigue fascinando a los jóvenes, creo que esa es una experiencia compartida por todos los profesores de literatura española, y a partir de aquí, los estudiantes se acercan a la literatura del Renacimiento y del Siglo de Oro de manera afectuosa. También los conmueven las Coplas de Jorge Manrique. Entonces aprecian con amor a Quevedo y Góngora. La belleza del teatro, su poesía y tratamiento de los temas, su comicidad en medio de terribles desgracias y la actualidad que plantea. Suelo trabajar en clase el tema del poder: su fatal inclinación a la tiranía y destructividad de las sociedades y del individuo, asuntos muy de actualidad que, cómo no, retienen su atención y propician reflexiones sobre nuestra propia realidad como nación. Que un gran poeta como Quevedo se ocupe también de la crítica al poder y de los descalabros sociales los mueve psíquicamente. En el teatro igualmente se hallan sobradas evidencias de la falaz afirmación de misoginia de la literatura española; basta ver la respuesta de los dramaturgos a las muchas violaciones ocurridas en las piezas: ninguno toma posición en defensa de los violadores, siempre defienden a la mujer; he trabajado el tema en esta publicación.
Uno de tus asuntos en relación con la literatura española es la tragedia. ¿Crees que la literatura venezolana de este período lidia bien con ella?
Creo que la literatura venezolana no ha lidiado bien con la tragedia, ha escrito dramas, pero, a mi juicio, constantemente ofrece esperanzas; eso es lo menos trágico que puede existir. ¿Le tememos a la tragedia? No lo sé. Pero hemos vivido en diversos momentos, incluso el actual, en medio del dolor.
Hace unos años sentía que estábamos en tiempos picarescos, aunque no terminaba de aparecer una gran novela picaresca.
Los autores apostaron una y otra vez por recrear al malandro, por engrandecerlo, es decir, la figura psicopática, solo psicopática, y el pícaro es otra cosa. Ahora vivimos entre la maldad, la censura, la escasez, la muerte. Hay que observar qué se está escribiendo hoy. Por otra parte, tampoco parece que nos llevemos muy bien con la comedia, siempre tan crítica de las maneras sociales y el poder; el humor, el buen humor, el humor serio y la ironía no suelen estar presentes en nuestra literatura.
Otro tema recurrente en tus escritos es el poder y yo me pregunto si hacer de la tradición y de lo nuestro un fetiche no podría conducirnos a una posición que respalde de forma acrítica lo establecido.
Uy, qué difícil. No cabe duda de que por efecto de la destrucción de las formas de vida que conocíamos por parte del gobierno y su ideología, que no acierto a calificar con las etiquetas usuales, la nación, la ciudadanía, se percibe como mucho más conservadora que hace unos años. A todos nos embarga hoy un rencor contra el poder ejercido con abuso y despotismo, y no sin razón porque la vida se ha tornado un martirio para una amplísima mayoría, mientras unos pocos disfrutan groseramente de bienes no se sabe cómo acumulados. Se padece abiertamente de hambre y enfermedades y ¡cuántas personas conocidas no han muerto este último año por falta de atención médica, desnutrición, incluso por suicidio! Pero en relación con el fetichismo cultural, o político, sí hay algo alarmante: siempre me pareció imprudente esa reivindicación simpática de la figura de Gómez iniciada hace unos cuantos años porque, al juntarla con la idea de que solo una cachucha nos resolverá los problemas, podríamos llegar a la valoración exagerada de lo militarista en oposición a lo civil, a lo ciudadano, cuya respuesta a los problemas sociales es radicalmente otra. El culto a lo heroico, la exacerbación nacionalista, han sido muy dañinos en Venezuela por acríticos, ahí si ocurre esa “fetichización de la tradición” de la que hablas, con el consecuente olvido de que el poder siempre tiende a la tiranía si no se le oponen instituciones civiles sólidas y ciudadanos cuya responsabilidad les lleve a la incómoda posición de participar con honesto trabajo en la cosa pública, y no entregarse a cualquier aprendiz de brujo autoproclamado salvador del pueblo.