Nos movemos porque la locomoción es una facultad fundamental de esos bípedos que somos. Esta es una premisa de este libro completísimo, Migrantes, de Alejandro Reig y Roger Norum, publicado por Ekaré en 2020. El nomadismo nos caracterizó por milenios, luego la agricultura y la cría nos ataron al terruño, y finalmente los estados modernos inventaron la identidad nacional y pusieron barreras al tránsito, una contradicción frente a las expectativas del mercado global.
Migrantes analiza en serio la migración contemporánea, dentro de la cual la venezolana ha conmovido al mundo, pero también ha provocado generalizaciones y victimismos que no ayudan a apoyar a quienes lo necesitan de verdad. Como Alejandro Reig es filósofo y antropólogo, venezolano, migrante y descendiente de migrantes, era una tarea pendiente conocer su perspectiva sobre nuestro caso.
¿Por qué migrantes, y no inmigrantes o emigrantes?
No es una diferencia menor y tampoco (solo) semántica: migrantes es el término que engloba a los agentes clave del fenómeno, independientemente del punto de vista del sitio que abandonan o al que llegan. Titulamos el libro así para invitar a comprender a los que se van y los que llegan, quienes se despiden y quienes reciben, desde una perspectiva sociocultural y política de humanidad global. Una mirada de pájaro que revela que al final todos estamos incluidos de una u otra forma en esta definición.
Los más de cinco millones que hemos salido del país, ¿qué somos según Migrantes?
Las categorías que usamos para clasificar a los migrantes son herramientas conceptuales y no deben encasillar a las personas reales que describen. Un lector nos dijo que sugerimos tipologías de migrantes en vez de ceñirnos a las categorías, y tiene razón. Los migrantes venezolanos cuadran en diferentes categorías: refugiados, exiliados, migrantes forzosos, profesionales, estudiantes o gerentes expatriados. Los desplazados que atraviesan las fronteras caminando tienen todo el derecho a ser considerados refugiados según las pautas internacionales. Los recursos, la clase, el capital social y cultural, las conexiones previas en los sitios de llegada, marcan la diferencia entre unos y otros.
¿Qué caracteriza nuestra migración, si se puede decir algo general?
La cultura de la migración se transmite por diferentes capas en sociedades más acostumbradas a ella, y su relativa novedad en Venezuela puede generar dificultades de adaptación y emprendimiento. Pero es probable que si uno observa en detalle, vea jóvenes de clases populares y medias que asumen rápidamente la migración como una aventura vital que les abrirá posibilidades de desarrollarse. Si algo caracteriza nuestra migración es su transversalidad a clases sociales y edades, y eso sustrae talento, capacidad de trabajo, experiencia, conocimiento técnico en todos los ámbitos sociales, un verdadero desangramiento. Pero también transfiere a otro lugar la capacidad de crear, soñar y construir un futuro para millones de personas. Supongo que al desconcierto y a la inexperiencia inicial de buena parte de los migrantes venezolanos, le seguirá un paulatino proceso de inserción y adaptación, como siempre pasa.
¿Hay diferencias según las clases o los géneros?
Los estudios de la migración suelen ser muy específicos: se enfocan en mano de obra no calificada entre economías más y menos desarrolladas, en técnicos y profesionales que migran entre ámbitos equivalentes de inserción laboral, en jubilados que compran propiedades en lugares con mejor clima, en cooperantes internacionales en el Sur global, en trabajadores agrícolas temporales… Y hay diferencias dentro del conjunto de la población migrante venezolana, aunque hay una tendencia en la opinión pública a generalizar, a «sentimentalizar» sus padeceres, a suponer una excepcionalidad de nuestra migración, y a hacer lecturas gruesas que no han tenido el cuidado de observar cómo se desenvuelven los migrantes de distintas clases sociales en distintos sitios.
En Migrantes mostramos también un cambio notable en las últimas décadas: la migración global se ha feminizado. Cada vez migran más mujeres y más mujeres solas.
Pero el género es una entre otras consideraciones. No somos partidarios de crear nuevas categorías de víctimas para simplificar realidades, eso le quita poder y autonomía a las personas involucradas. La trata y explotación de trabajadoras sexuales es terrible, pero también hay mujeres, hombres y trans que migran voluntariamente como trabajadores sexuales. Si se entiende que llamamos a involucrarse en las situaciones concretas para entenderlas, habremos logrado uno de nuestros objetivos con Migrantes.
No recibimos igual a todos los migrantes en la Venezuela próspera, ni en el mundo hoy nos reciben igual, ¿cierto?
Durante el siglo XX, en Venezuela la recepción de los migrantes estuvo marcada por diferencias según el momento, las realidades políticas y sociales locales y los grupos migratorios. Hay una tendencia a olvidar que muchos migrantes sufrieron rechazo, desconfianza, racismo e incluso criminalización en Venezuela, de todos los grupos étnicos, nacionalidades y pueblos, aunque algunos más que otros. Sobre la acogida actual en otros sitios, están frescos los relatos de cambios en la actitud hacia los venezolanos en países fronterizos, de una acogida fraterna al rechazo y la xenofobia. Pero, ¿no se generalizan incidentes como si fueran una tendencia dominante? Conozco de cerca cadenas migratorias familiares de la clase trabajadora insertadas sin rechazo en Europa, y he escuchado en ciudades latinoamericanas a los locales repetir la fórmula clasista o racista que se usó en Venezuela para diferenciar, por ejemplo, migrantes alemanes y haitianos: “Los venezolanos sí son migración buena, no como los bolivianos”. En Ecuador o en Colombia ha habido situaciones de rechazo y violencia con los venezolanos, ¿pero por qué no miramos los programas de asistencia desarrollados en Brasil para recibir a los refugiados Warao? Estas situaciones reflejan las tensiones humanas clásicas entre altruismo y egoísmo, entre la capacidad de las poblaciones para adaptarse a cambios en su composición, en más o menos tiempo. Son realidades dinámicas, hay que tener la amplitud de miras y la humildad para verlas, y saber que lo que nos ocurre no es diferente a lo que le ha ocurrido a los demás.
Migrantes insiste en des-dramatizar la migración, en mantener la sobriedad al evaluarla y estudiarla, pero no ha sido nuestro caso, ¿no?
Lo dices bien, ese es uno de los ejes de nuestro libro. Y por eso nos parece que algunos discursos dominantes entre expatriados en redes, y en algunos medios, presentan imágenes exageradas o muy parciales de la situación de los venezolanos fuera. Algunos repiten lugares comunes clásicos de la opinión pública en Venezuela, especialmente de las capas más educadas. Uno de ellos es esa creencia en lo excepcional del caso venezolano: suponer que nuestros migrantes son mejores, generalizar la imagen de una meritocracia expulsada que va a sembrar desarrollos por el mundo. Quienes hablan así parecen no recordar los aportes de migrantes a Venezuela en el pasado, en la industria y el comercio, los oficios manuales, la universidad, el psicoanálisis, la industria editorial y cultural.
Toda migración transporta conocimientos, cultura y saber hacer, y la nuestra no es diferente ni mejor.
En cuanto a la penuria, es cierto que mucha gente expulsada de Venezuela, y particularmente en los últimos cinco años, la está pasando muy mal o la ha pasado muy mal. Pero no hemos sufrido más ni somos mejores que sirios, yemeníes, rohinyás, afganos, kurdos, sudaneses, centroafricanos, malienses. Cuando les dices esto, los defensores de la excepcionalidad venezolana responden con un silencio que parece esconder racismo y clasismo, o vanidad ofendida. Nuestra situación de expulsión es muchas veces trágica, de obligatoria atención por los países receptores y organismos transnacionales, pero si comparas, es similar a la de muchos otros grupos. Esto no le resta urgencia, pero insistir en la unicidad que no es tal no ayuda. Ese efectismo no está del todo ausente en estudiosos que hablan en la esfera pública. A veces se pierde de vista que la mayoría de todas estas personas finalmente logra empezar su vida en los nuevos sitios, o al menos aguantar.
Migrantes subraya el contraste entre una globalización donde el dinero y las empresas se mueven sin demasiadas barreras pero las personas tienen dificultades para hacerlo.
Sí, este contraste es uno de los preceptos básicos de los estudios de la globalización y las migraciones. Se dice que hoy todo circula, pero lo único que circula entre fronteras con casi total libertad es el dinero, las mercancías y las ideas. Las personas lo tienen más difícil. Aunque ocurren procesos de globalización “desde abajo”, tejidos por trabajadores que instalan centros de servicios y de conexión con sus lugares de orígenes desde Europa, Estados Unidos… van y vienen, llevan y traen productos, burlan los obstáculos puestos a la circulación de los desfavorecidos. Un buen ejemplo son los locales de llamadas telefónicas, conexión a internet, envío de remesas y paquetes, productos cosméticos y peluquería para latinos, africanos o asiáticos en ciudades europeas. En Venezuela y en la franja andina conocemos desde hace décadas el movimiento similar de los indígenas otavalos. Ahora también empezamos a ver negocios en el mundo donde se vende harina pan, quesos frescos venezolanos, ingredientes para la hallaca. En estos procesos, y en la movilidad en general, todos los recursos de capital social y cultural preexistentes se revalorizan —véase el éxito de las dependientas de tiendas venezolanas en Buenos Aires, muchas universitarias.
¿Qué diferencia el comprensible apego a las tradiciones y a la lengua, o la necesidad de pertenencia, de conceptos más retrógrados como identidad?
La identidad de una persona, en sus distintas escalas y ámbitos de construcción, es un fenómeno complejo, y en Migrantes adoptamos una perspectiva que desnaturaliza las identidades rígidas, especialmente las nacionales y etnolingüísticas. No hay nada “natural”, inapelable o necesario en la construcción de las identidades: son siempre procesos dinámicos modelados por fuerzas históricas y políticas. La necesidad de diferenciar “nosotros” y “ellos” es quizá heredada de cuando fuimos cazadores recolectores, el período más largo de nuestra historia, cuando la defensa del grupo era determinante para sobrevivir en la competencia por los recursos. Pero durante buena parte de la historia fue habitual la convivencia de distintos grupos culturales y los contextos multilingüísticos. Entonces la lengua, las tradiciones tecnológicas o los universos simbólicos de cada grupo no se convertían en cotos cerrados o en armas para enfrentarse a los otros.
La territorialización de la identidad asociada al surgimiento del Estado-nación ha marcado una diferencia histórica.
Y junto con esto, las tradiciones inventadas, como las llama Eric Hobsbawm, que tratan de anclar en el pasado configuraciones socioculturales vivas en un lugar, secuestradas por élites o grupos políticos en el poder, o que insurgen contra otros, para dominar un territorio. Ejemplos de manual hay en España (Cataluña y el País Vasco), Escocia, Sudamérica. Los nacionalismos se relacionan con las necesidades de dominio de una elite. Paradójicamente, en este mundo interconectado conviven la construcción de una cultura global —que sobrepasa las diferencias en distintos ámbitos y escalas— y una tendencia opuesta —que fetichiza las identidades culturales y etnolingüísticas y se ancla en el “narcisismo de las pequeñas diferencias”, como decía Freud. Claro que la construcción de identidades ligadas al lugar es una pulsión universal, de donde nace mucha riqueza y diversidad cultural. Los acervos culturales y lingüísticos enriquecen la experiencia humana. Pero convertirlos en corrales cerrados de cría y ordeño, en cotos de caza para separar a las personas y excluir, es profundamente reaccionario. En nuestro trabajo académico Roger Norum y yo hemos explorado, por separado, los procesos de construcción de sitio —en inglés se llama place-making y defiendo que habría que acuñar “lugarización” para traducirlo— en distintos ámbitos. En paralelo estudiamos diferentes formas de movilidad que relativizan tales procesos, definen nuevas identidades móviles y reconfiguran las definiciones de los lugares. Creemos que hay que mantener una perspectiva abierta sobre estos fenómenos contradictorios o en contrapunto.
En Migrantes me enteré de que la mayoría de los desplazamientos modernos no han sido a países desarrollados…
Dedicamos una sección a comentar el trabajo de investigadores cuyas cifras chocan con ese mensaje generalizado en los medios. Efectivamente, la mayoría de los migrantes no se han movido hacia Europa desde países pobres, sino dentro de África, entre regiones de Asia y Medio Oriente. Y el número total de personas que se desplazan en el mundo no solo no ha crecido, sino que se ha mantenido estable en el último siglo o ha descendido. Esto relativiza la visión dominante y sesgada de la migración en Occidente. Y también nos muestra que los movimientos internos dentro de una región suman un porcentaje muy importante de los movimientos totales globales. Los desplazamientos internos en Venezuela hoy, a las fronteras o a las capitales (que también se dieron en el siglo XX), son un ejemplo.
¿Cómo nos afectará a los venezolanos nuestra migración?
La pérdida de talento formado en universidades, de fuerza de trabajo, de gente joven, de experiencia institucional tiene rasgos dramáticos, con un impacto determinante. Pero preguntas por los venezolanos, no por Venezuela, es decir los de adentro y los de afuera, y no me siento muy capaz de hacer un pronóstico. Todos queremos suponer que en algún momento se resolverá el conflicto y habrá una reconstrucción, que implicará retornos. Si no, quizás pasará algo similar que en otras comunidades de diáspora, que se estabilizaron en el exterior, cultivan el conocimiento sobre su país, (re)producen la cultura con nuevos elementos y proyección universal. Algo de esto ya sucede.
Veo una cristalización paulatina de una conciencia de sí venezolana en el exterior, ligada a la celebración de nuestras tradiciones y valores y a su proyección en nuevos escenarios.
Pero todavía es muy autolaudatoria y sentimental, y con poco debate. Arrastra muchos prejuicios típicos del ethos nacional, ahora con un espacio extraterritorial de elaboración. Me animan estos procesos de verse a sí mismos como cultura, valorizar y entrar en crisis con respecto a nuestras tradiciones, aparejados con la inmensa producción cultural de creadores dentro y fuera, como respuesta a la destrucción y a la crisis. Pero el ámbito clave es el del país que dejamos, y la coyuntura deseada va a ser el retorno, para emprender alguna forma de reconstrucción, que parece una tarea ciclópea: restaurar la convivencia, salir del modelo de rapiña extractiva, volver a las culturas institucionales mínimas construidas en la democracia, recuperar las universidades, la salud y la educación. Tendremos que enfrentar la fractura entre los que se quedaron, resistieron y defendieron espacios, y los que vuelven. Pero también estoy aquejado de ese optimismo voluntarista que es parte de nuestro ethos: pueden ser momentos refundacionales de mucha riqueza, todo dependerá del signo y de los plazos de los cambios políticos.