“La oposición tiene que hablar con la verdad si quiere que la gente le crea”

El politólogo Benigno Alarcón, director del Centro de Estudios Políticos de la UCAB, analiza los escenarios después de la llamada Operación Gedeón y el haber esperado demasiado por los marines

“El gobierno ya no se come la amenaza de que si toca a Guaidó se hará algo definitivo”.

Por haber engañado a la Muerte, el rey Sísifo fue condenado a empujar eternamente una pesada piedra montaña arriba y a verla rodar pendiente abajo cada vez que lograba llevarla cerca de la cima. El mito griego viene a la mente con el análisis del profesor Benigno Alarcón: “Pasaron muchas cosas para estar de nuevo en el punto de partida”. 

Los estudios de opinión que en noviembre de 2019 hizo el Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello, que dirige Alarcón, encontraron desesperanza y desmovilización en niveles similares a los de noviembre de 2018. Con el comienzo de 2020 vino la pugna por la Asamblea Nacional y la gira internacional que oxigenó a Juan Guaidó, pero cuando entró un jugador inesperado, el SARS-Cov-2, el régimen de Maduro aprovechó para desmovilizar de nuevo a la ciudadanía y dejar a una oposición como espectador pasivo y sin estrategia. “Eso básicamente vuelve a poner al país en la misma posición de noviembre de 2018”, dice Alarcón. “No hemos hecho mediciones, pero estimamos que la gente piensa que no hay nada que hacer. Dilucidar cómo la oposición podría volver a poner al gobierno contra las cuerdas es difícil”. Por eso no le sorprende que el régimen planee elecciones parlamentarias para finales de este año. Y además, cree que Guaidó piensa que si sale a la calle lo van a apresar. “El gobierno ya no se come la amenaza de que si lo toca a Guaidó se hará algo definitivo”. 

¿Ve ese escenario a pesar del amplio cuestionamiento internacional a las elecciones que organiza el régimen de Maduro?

Sí, porque el gobierno, en la medida en la que sienta que tiene mucha ventaja, hará una elección con los menores cuestionamientos posibles, pero que le permita ganar. Incluso puede que inviten a observadores internacionales. La comunidad internacional no es solo la que está con nosotros: cerca de la mitad no son democracias, y algunas de éstas prefieren no inmiscuirse porque tienen otros intereses.

Muchos están pendientes de obtener algún contrato petrolero, y aunque los precios del crudo están muy bajos, es la oportunidad para hacer una inversión a futuro.

Incluso si EEUU dice que sancionará a quienes hagan negocios con Venezuela, pueden apostar por una inversión inoperativa por unos años hasta que se resuelva el problema político y ellos tengan esos activos en la mano, aprobados por una futura AN cuestionada por unos y otros no.

¿Cómo queda el liderazgo de Guaidó y de la AN luego de este capítulo de los mercenarios? ¿Seguiremos contando con el mismo respaldo internacional?

Las dudas continuarán hasta que todo se aclare, pero el daño a la confianza dentro y fuera de Venezuela no se puede ignorar. No sé si esté dispuesta, pero es mejor que la oposición ataje eso y haga control de daños, explique coherentemente el asunto y trate de que las cosas no se enreden más. También es importante entender que pareciera que la comunidad internacional no va a renunciar al caso venezolano, que no se siente cómoda con lo que sucedió el 3 de mayo ni con las explicaciones, y que parte de ella presionará para que se normalicen las condiciones de vida y con ellas las políticas.

Creo que al régimen le interesa brindar esa imagen de normalidad.

Le interesa lo primero, mas no lo segundo, aunque nunca lo digan. Dirán que fueron a elecciones parlamentarias y ganaron, con lo que una mayoría de gobiernos dirán “aquí no hay nada qué hacer, hay que normalizar la situación del país” y otros, que también hay que normalizar la situación política. No es una comunidad apática de lo que suceda políticamente, pero tiene argumentos sólidos, como que no se puede sacrificar a la gente y extender su sufrimiento para que haya elecciones, por ejemplo.

La siempre necesaria negociación

Siempre ha apostado por la negociación como mecanismo facilitador de una transición política. ¿Cómo queda esa posibilidad luego del episodio tipo la serie Jack Ryan?

La negociación no es un tema al que se debe renunciar. Ese escenario sigue allí, lo difícil es determinar bajo qué formas se puede dar. Normalmente estos procesos tienen dos tipos de dinámicas: una violenta, en la que se termina derrocando al gobierno, expulsándolo, o una intervención militar, la menos común de las transiciones; y las demás formas que tienen un componente de negociación más o menos importante, que muchas veces se dan cuando el gobierno siente que no puede seguirse sosteniendo porque la presión lo desborda o pierde ciertos aliados. 

¿Y usted ve posible un golpe de Estado?

No, porque hoy las fuerzas armadas son mucho más pequeñas y menos capaces, no son piramidales, y cualquier decisión que tomen debe ser coordinada con muchos otros actores armados menos institucionales que en varios casos responden únicamente al gobierno. El régimen es un sistema, no una persona, que ha generado sus balances y contrapesos como en las democracias. Se ha venido montando por años, con la experiencia principalmente de Cuba.

Así que solo quedaría la vía de la negociación.

Sí. Estar dispuesto a negociar, siempre y cuando la otra parte está dispuesta a una negociación cierta. Debe haber señales claras del otro lado, pero nunca cerrar las puertas. ¿Por qué unos a veces se aventuran a cerrarlas? Porque creen que la comunidad internacional es la que les va a resolver el problema. Te cruzas de brazos a esperar a los marines. Pero cuando te asomas al frente de tu casa y ves que no llegan tienes dos opciones: o haces algo o sigues esperando a que lleguen. Esas son soluciones que no están en tus manos como oposición.

Ni siquiera la solución militar local está en tus manos, porque al final tú no controlas esa fuerza.

Pero mientras, tienes que hacer algo, como abrir las posibilidades de una negociación, plantear esquemas de acuerdos que el gobierno puede rechazar al principio pero luego aceptar. Generar condiciones para hacer más atractiva la negociación que mantenerse en el poder por la fuerza, de manera que estos casos terminan casi siempre de manera irremediable en una negociación.

Lo cierto es que el régimen de Maduro, con sanciones o no, sigue respirando gracias a sus aliados internacionales y negocios ilegales. ¿Su voluntad de negociación depende directamente de esas válvulas de oxígeno?

En buena medida, sí. En la medida en la que el gobierno crea que no puede mantenerse tendrá mayor disposición a negociar. Mientras sientan que no tiene nada de qué preocuparse del lado de la oposición, los incentivos para negociar desaparecen. Es un tema de fuerzas relativas: no es cuán fuerte soy yo, sino cuán fuerte soy respecto al otro. Como cualquier pelea: yo puedo ser muy fuerte, pero la decisión de si confronto o no a quien se mete conmigo depende de qué tan fuerte o débil vea a mi rival respecto a mí. 

En ese escenario, tenemos una oposición que no parece representar una amenaza al acosador del colegio.

Creo que la oposición jugó a decirle a los que le hacen bullying en el colegio que iba a traer a su hermano mayor, pero este no se metió en la pelea porque era mayor de edad y todo todo el mundo lo criticaría, así que se limitó a presentarse en el colegio y decir que si se metían con su hermanito él se iba a meter, pero no pasó de la reja. Entonces los acosadores le sacaron la lengua al hermano mayor, lo retaron a que entrara, y cuando se fue, por supuesto fue peor la pela para el hermanito menor. Fue un error depender tanto de lo externo, cuando lo que uno aprende al estudiar estos procesos es que una característica casi omnipresente en las transiciones es el empoderamiento de la sociedad. 

“Power to the people”

Alarcón desmenuza varios casos. El Muro de Berlín era parte de un conflicto geopolítico, pero “se cayó el día que los alemanes lo tumbaron. No lo tumbaron los marines, ni el gobierno se trajo un tractor. Hubo un momento en que la gente sintió que nadie se iba a meter y lo tiró abajo. Cuando no empoderas a la gente, el riesgo que corres es que te quedes solo, porque la gente no te acompaña y eso afecta tu correlación de fuerzas”, explica el profesor.

Del caso chileno rescata que, entre otros factores, la clave fue convencer a la gente de que si se atrevían todos a tomar en serio el desafío del referendo de 1989, podrían sacar a Pinochet del poder. Y lo lograron. “Pero ves el caso de Cuba, que tuvo un embargo, toda la presión del mundo, se les cayó la URSS, quedaron prácticamente huérfanos, no tenían dinero, hubo una situación humanitaria terrible, pero la gente sentía que no tenían ninguna posibilidad de cambiar la situación. Incluso veían como ingenuos a aquellos que trataban de hacer algo.

En Cuba la gente se desmovilizó por completo, y poco importaba la presión internacional o el hambre.

Cada quien luchó por su propia sobrevivencia, unos lograron adaptarse y otros se fueron del país”. 

¿Cómo puede remendar el capote la oposición en este momento?

Lo primero es plantar cara y asumir responsabilidad. Hablar con la verdad si quieres que la gente te crea. Con todos estos dimes y diretes no puedes arriesgarte a decir algo que no sea cierto porque al final se va a saber. Lo segundo es reconstruir la alianza en la medida en la que se pueda, atendiendo a criterios como mecanismos de funcionamiento, de discusión, consulta y toma de decisiones, cómo participan instancias distintas de los partidos políticos y cómo involucrar a la ciudadanía. Ninguna fuerza política en lo interno puede hacer el cambio sola. Lo tercero es reconstruir la confianza con la comunidad internacional, desde la humildad, reconociendo los errores y con intención de hacer las cosas de otro modo. Si no, lo más probable es que la mayoría de esa comunidad internacional apueste por un “salvemos a los venezolanos del hambre, y que los políticos vean cómo se salvan porque yo no me voy a meter ahí”. Hay gobiernos que ya comparan el caso de Venezuela con la independencia de Timor Oriental de Indonesia, donde la ONU debió ayudar a construir una institucionalidad capaz de organizar unas elecciones antes de poder salirse de ese territorio.

¿Cómo perfila políticamente al país a final de año?

No veo ninguna posibilidad real de que ocurra una transición en lo que queda de año. La oposición tiene la obligación de jugar más a su sobrevivencia que a una posición ofensiva. La presión internacional por un cambio político la veremos moderarse posiblemente a partir de mediados de año, porque su principal actor, el gobierno de Trump, se concentrará en su elección entre julio y agosto. Otros países se preocuparán más por lo humanitario, donde pueden tener mayor impacto. Seguimos en un estancamiento que favorece al gobierno, a menos que pierda el control de la situación social y tenga que aumentar significativamente los niveles de represión, lo que puede llevar al componente militar a decidir que no se puede mantener el status quo por la fuerza y que ellos serán los garantes del orden mientras se llega a un acuerdo. Pero si no se da eso lo que veremos es esto mismo, con sus picos de conflictividad social local y agravamiento de la pandemia. Y no dudo de que la intención del gobierno es utilizar esta tragedia a su favor. La junta militar de Birmania salió fortalecida del tsunami de 2004, por ejemplo.