Un grupo de chamos se reúne a la hora del receso para merendar juntos. Pocos de ellos tienen cosas preparadas en la casa (una arepa sudada en papel aluminio, un sanduchito). La mayoría trae algo que vino en un paquete.
Son los 80 y varias de las mamás de esos niños trabajan en la calle. No hay tiempo para lo casero y además, son tantas las opciones empaquetadas individualmente, listas para meter en la lonchera, que ya casi nadie le da muchas vueltas al asunto.
Uno de los productos más populares en esas meriendas es el famoso panqué Once Once. De vainilla o marmoleado, es sencillamente irresistible. Dulce, húmedo y firme a la vez. Ciertamente, su sabor no iguala al de la torta de vainilla que hace la abuela, pero está ahí, como un Boy Scout: siempre listo.
En ese grupo de chamos, varios tienen su panqué. Lo acompañan de una botellita de “jugo de naranja” (que tenía de jugo lo que yo tengo de naranja), un cuartico de leche, de chicha o de RikoMalt. Están ahí, conversando sobre cualquier cosa, el último episodio de V Invasión extraterrestre, en el que Diana se come una rata enorme. Para la gente joven que me lee, ese momento de la televisión fue el equivalente ochentoso de la muerte de Daenerys en Game of Thrones: todos la vimos, todos nos traumatizamos al unísono y si alguien se la había perdido, no existía la spoiler alert: simplemente, se iba a enterar el lunes en el recreo.
El hecho es que ellos están ahí, en el patio, terminando de merendar, recogiendo los papelitos, hablando de lo rico que es el panqué y deciden, así de la nada, mostrar como trofeos las tiritas de papel que quedan después de que uno se come el panqué. Si mi querido lector nunca se ha comido un panqué Once Once, aparte de enviarle toda mi compasión, le explico que este dulce viene envuelto de una suerte de cinturón de papel que recubre su borde y lo mantiene firme, rectangular y en perfecta armonía con el cosmos.
Uno de los muchachos, llamémoslo Juan Carlos, se da cuenta de que él no tiene tirita. De hecho, nunca la ha tenido: se está enterando (se está “desayunando” en todos los sentidos) de que esa tirita existe. Trata de distraer a los amigos con otro comentario sobre la rata y Diana, porque sabe que la cosa puede traer cola, pero no lo logra. Repito, son los años 80 en una escuela venezolana. Y otro del grupo, pongamos Manuel, dice: “Ay, vale, ¿te comiste la tirita, chamo?” Las risas de los otros no se hacen esperar. Sí, los niños son crueles, vale.
A partir de ese día, Juan Carlos se va a llamar Ponqui-Ponqui. Y es eso y no “JuanCa” lo que van a gritarle los amigos cuando lo ven por la calle, cuando se lo encuentran caminando por el CCCT, cuando años después la directora del colegio le está colgando la medalla porque se graduó de bachiller.
Pero a Juan Carlos no le importa que lo llamen Ponqui-Ponqui. Porque a él, igual que a ti o a mí, le encanta el panqué Once Once y si le tenían que poner un sobrenombre (todos los amigos de su grupo tenían uno), mejor que sea por algo que le gusta tanto.
Esta historia parece inventada, pero es real. Como real sigue siendo ese panqué y esa marca, 58 años después de que don Rosendo Valentín Rondón Moronta abriera su fábrica en Chacao.
Para los venezolanos afuera, el Panqué Once Once es una de esas cosas que jamás pensaste que extrañarías, pero que de solo pensar en ellas se te hacen agua la boca y los ojos. Es el tipo de producto que quisieras que tus hijos probaran alguna vez, para que entendieran a qué sabían las meriendas de antes.
Recrear el panqué Once Once
No me lo propuse, pero pasó. Un día preparé una receta que se suponía era de ponquecitos veganos (como yo no soy vegana, le puse yogurt de verdad y no de soya) y sabían rico. Espérate, sabían riquísimo. Nos recordaba algo. Hasta que nos dimos cuenta: ¡sabían como nuestro amado panqué Once-Once!
Vivir fuera de Venezuela te cambia en muchísimos sentidos, pero en otros te pule, te deja más “tú”. El amor por el panqué quedó intacto en esta casa y ante este descubrimiento, lo hemos seguido preparando. Y quisimos compartir con tantos otros venezolanos regados por el mundo, la receta de este panqué nostálgico. Aclaramos que esta receta no es “oficial”, ni tiene nada que ver con don Rosendo y que es una recreación, un homenaje. Pero como sabemos que muchos de ustedes también querrán tener un pedacito más de algo que sabe como casa, aquí va.
Panqué Ponqui-Ponqui
Ingredientes
300 g de azúcar
150 ml de aceite vegetal (girasol, canola o maíz)
1 cdta de extracto de vainilla
500 g de yogurt (los veganos pueden hacerlo con yogurt de soya)
2 cdtas de vinagre de cidra
360 g de harina
1 cdta de bicarbonato de sodio
1 y ½ cdta de polvo de hornear
1 cdta de sal
Preparación
Precalienta el horno a 375ºF. En un bol, pon el azúcar, el aceite y la vainilla. Mezcla con batidora a media velocidad, por uno o dos minutos, hasta que estén bien integrados los ingredientes. En otro bol, combina el yogurt con el vinagre de cidra y luego añádelo a la mezcla anterior. Bate durante un par de minutos más. Añade el resto de los ingredientes y mezcla a mano, solo hasta que estén combinados.
Pon todo en un molde rectangular previamente engrasado o en moldes para cupcakes con sus respectivos capacillos (los papelitos de los ponqués). Puedes usar un molde para pan y forrarlo por dentro con papel pergamino para hornear, para tener un resultado aún más parecido al del panqué.
Hornea durante 20 minutos y verifica que el centro esté bien cocido (insertando un palillo o un cuchillo en el centro y comprobando que salga seco).
Deja enfriar por completo antes de cortar.
Llama a tus panas venezolanos y regálales un rato de recreo ochentoso. Eso sí: no se vayan a comer el papel.