Once mujeres le tomaron la palabra a Jorge Luis Santos para representar a una diosa de un abanico de culturas y referencias mitológicas. Aceptaron desnudarse en un espacio abierto, despojarse de prejuicios y pudores para representar una deidad que se conectara con su personalidad. Muy lejos del prototipo de una modelo o una miss, estas damas —tal como Santos suele referirse a ellas— asumieron el papel asignado, para formar parte del proyecto que obtuvo el primer premio del décimo primer Festival Internacional de Fotografía Paraty em Foco, en Brasil (2015).
La primera vez que se expuso este trabajo fue en Francia, poco antes de presentarse en Brasil. La Chapelle Sainte-Anne, en Arles, hoy convertida en espacio cultural, fue para Jorge Luis Santos una experiencia mística: “Las fotografías estaban colocadas en nichos alrededor de la nave central, parecían vírgenes”, describe el fotógrafo. Ahora, imaginen esa capilla exponiendo en sus paredes a la deidad venezolana María Lionza; a las tres diosas africanas Oyá, Ochum, Yemayá; a la egipcia Bastet; a Chejeru, la diosa de la fecundidad para los piaroa; a Morrigan, diosa celta de la muerte y de la destrucción; a la Pachamama, originaria de los pueblos indígenas de los Andes; la sanadora Tara Verde o la enérgica combatiente de los demonios, Kali, ambas de Nepal y el Tibet; así como las hijas de Zeus, representadas en Las Tres Gracias, todas juntas en un antiguo santuario.
Un proyecto de esta naturaleza no se hace de la noche a la mañana. Requirió mucha investigación y también un vínculo personal con el sujeto fotografiado. “Me tomó tres años encontrar a las damas que encajaban con su diosa. Lo más difícil fueron la primera y la segunda. Lograr la confianza, vencer la timidez. Una vez que ya tenía un concepto que mostrar, el proceso fue más sencillo. Yo les presentaba una lista de cuarenta personajes y les hacía una encuesta psicológica. Al final, yo les sugería cuál diosa se les parecía más, pero eran ellas las que finalmente decidían”.
Hubo muchas situaciones curiosas y detalles que surgieron de forma espontánea, por ejemplo, quien representó a Yemayá tenía un tatuaje de peces, y su madre es devota de la Virgen del Valle, a quien le paga promesa porque se salvó de un cáncer y en el sincretismo cultural, Yemayá es la Virgen del Valle; o que el carro se quedara accidentado en la Autopista Francisco Fajardo cuando regresaba de la sesión de María Lionza realizada en el Ávila, justo en el lugar donde se erige su estatua.
Lo más importante para este fotógrafo no estaba en la fotografía de desnudo sino en una interpretación espiritual. “No hay ninguna intención sexual, pero sí me parece importante la experiencia que ellas vivieron al participar en estas sesiones, verse desnudas y sentirse bellas, bien tratadas, despojarse de traumas ocultos”.
La serie está realizada de manera fragmentada, la disposición de las formas hace que a su vez se vea representada la figura totémica y están dispuestas de tal forma que la religiosidad está presente en la visión de la cruz. El impulso de este proyecto surgió durante un taller con Nelson Garrido. A partir de ahí desarrolló varias sesiones fotográficas de desnudos en 2008. “Yo comienzo a hacer desnudos clásicos desde 2007 aproximadamente, los veía correctos, encuadre, luces, pero no me decían nada. En ese taller conocí el trabajo de Lucas Samaras, quien tomaba Polaroids y hacía una sucesión de fotografías, así como la obra de David Hockney, y sus panorámicas y fragmentados”.
Su primera exploración con esta técnica fue una serie de seis fotografías que tituló Deconstrucciones de los seres perfectos, en el que incluye un autorretrato. Sin embargo, todavía sentía que faltaba algo más, necesitaba un concepto que unificara la propuesta y le diera sentido al cuerpo fotográfico. Y ese lenguaje lo encontró en las creencias religiosas y la diversidad en la cultura espiritual. Un tema para nada ajeno a sus demás proyectos.
Diosas encarnadas (2012-2015) se ha expuesto en Chile, Argentina y España, mientras que en Venezuela sólo ha estado en Maracaibo, en el Centro de Arte Lía Bermúdez. Con esta experiencia, actualmente está desarrollando un proyecto aún inédito, Hembras triadas. Aquí, en siete fotografías, retrata a dos deidades simultáneamente. Fue un proceso de tres años que contó con el apoyo de Eliana Armida, licenciada en letras y con amplia experiencia en mitología. “Esta vez no había una elección propia, elaboramos una encuesta con 20 preguntas, y las respuestas casaban con un resultado oculto. El gran problema que se me presentó, o lo curioso de todo esto, es que a veces eran diosas contradictorias. El ser humano es un puñado de contradicciones. Pero hay una gran simbología y lo sorprendente es cómo ellas se identificaron con su feminidad de una manera superpotente. A veces eran demonios, como Lilith, la primera mujer que Dios creó y fue expulsada del Paraíso, porque salió respondona y como castigo la envió al Mar Muerto”. La otra diferencia es que el escenario se construía en el ambiente del hogar de cada modelo. “Más allá del resultado fotográfico, lo importante es ver como ellas también han crecido con este trabajo”.
Santos siempre ha trabajado el tema de la espiritualidad, pero este enfoque ha sido diferente. “Nunca lo vi como algo espiritual, eso me lo hicieron ver los demás. No tenía conciencia de en qué me estaba metiendo. Para mí, es un desnudo integral, porque me han permitido una intimidad y una confianza que me llena. También hubo casos de personas que estaban fascinadas con el proyecto, pero que al final no participaron por la presión familiar”.
De tanto vivir la montaña, de su afinidad con la naturaleza, Jorge Luis Santos se convirtió en fotógrafo. Pero no es la fotografía de paisaje su mayor interés, por el contrario, él no busca la imagen bonita, de postal, porque entonces no estaríamos hablando de un trabajo profesional. Hace un registro de sus viajes, y sin darse cuenta, también construye un portafolio que luego revisa, en donde el autorretrato desde la sombra o el vestigio, y la experimentación con el entorno, están presentes. “Ese proyecto de las panorámicas va a ser muy interesante. Al final, el paisaje resulta ser un autorretrato. Será un libro particular”.
Santos inicia sus estudios formales en 2006, primero con Alfredo Padrón y luego con Roberto Mata, en donde afinó sus técnicas en fotografía analógica, el blanco y negro y también aprendió a revelar en laboratorio. También ha estado en talleres con Ricardo Armas y Nelson Garrido y hoy se dedica a la docencia.
“Yo entro en la fotografía porque empiezo a hacer montañismo en 1982 y en 1986 comienzo a llevar la cámara. Estuve mucho tiempo con la Sociedad Venezolana de Espeleología y con el Centro Excursionista Caracas, hacíamos alta montaña, fuimos al pico Bolívar, Humboldt, viajamos a Colombia, Bolivia, Argentina, España, Francia, el norte de África, en todas esas salidas el fotógrafo era yo”.
Su incursión en la fotografía, además de lo analógico, incluyó el uso de diapositivas, y eso implicaba aprender, por instinto, sobre luminosidad y buen enfoque, porque no se podía perder material. Una diapositiva no se puede modificar en laboratorio. De esa experiencia conserva 12.000 registros. En una oportunidad, el banco de imágenes Orinoquiaphoto, que dirigían Ramón Lepage, Gabriel Osorio y Gregorio Marrero, le escogieron 203 fotos de una selección de 400. “No pensé que todas esas fotos funcionaran para un stock”. Entonces comenzó a valorar aquellas fotos que atribuyó a su etapa de principiante.
El cerro Ávila también ha sido un hogar y un escenario para Jorge Luis Santos, quien se ha mantenido muy vinculado a los Palmeros de Chacao para dejar constancia fotográfica de las tradiciones. Una de sus primeras publicaciones es Palmero (2011) y al año siguiente realiza Pedregal, los mismos de ayer (2012), en ambos casos se vincula con la comunidad que mantiene la tradición en Semana Santa, del Domingo de Ramos. En el primero, realiza una inmersión en todo el proceso de los fieles que rinden tributo a la naturaleza antes de bajar con las palmas; en el segundo, que trabajó junto con Luis Enrique Reyes Farfán, muestra a la comunidad con su pasado, porque la infancia también es parte de la tradición. Con otros fotógrafos publica Fotografía (2016), pero mención aparte merecen sus dos últimas publicaciones, que fueron producidas y gestionadas por el propio autor, a partir de la venta anticipada de los libros.
En el caso de Pido, prometo y pago (2016), hubo una exposición previa que podía ser el “abrebocas” para que sus seguidores invirtieran, pero cuando inició la recaudación de fondos para Piso 9 (2019) no había una imagen que mostrar, ni siquiera una referencia concreta, y con esa cita a ciegas la obra se pagó completamente. “Se vendieron casi 200 libros de una producción de 300, y es posible que entonces pueda salir alguna ganancia”.
Esta última obra es un trabajo documental de calle, pero visto desde la ventana de un piso 9, las situaciones de sus propios vecinos, de la urbanización, la amenaza, la violencia y el riesgo que se vivió en el país en medio de las protestas ciudadanas. Este es un concepto totalmente novedoso en su narrativa.
“Mis libros están en el MoMa, en el Metropolitan de Nueva York, en el Reina Sofía, en el Museo Benaki de Grecia, en la Biblioteca Nacional de Francia, en el Museo Réattu de Arles; en la Biblioteca del Congreso de Washington; en la Universidad de Minnesota; en el Museo Nacional de Cataluña y en el Malba, en Barcelona. Me da una satisfacción saber que mi obra está conservada en distintos museos. Los libros caminan más que uno”, dice Santos.
Curiosamente, el autor considera que las Diosas encarnadas y Hembras triadas no están concebidas para publicarse en formato de libro. “Ya veremos más adelante”.
A Jorge Luis Santos las publicaciones le han dado una mayor proyección, pero también ha sido fructífera su experiencia expositiva, que comenzó en 1998. Hoy suma 18 individuales en el país y cuatro presentaciones en Argentina, España, Francia y Chile. Pero además ha formado parte de 94 exposiciones colectivas, 60 en Venezuela y 34 internacionales.
Ha aprendido mucho a partir de la fotografía antropológica de Nelson Garrido, y de Leo Álvarez que, entre otros cuerpos fotográficos, ha documentado profundamente el culto a María Lionza. El maestro Luis Brito siempre será una referencia en Venezuela por haberle dado rostro a la religiosidad, Santos lo considera uno de sus maestros, desde la observación. El trabajo fotográfico en blanco y negro de Pido, prometo y pago lo llevó a involucrarse durante siete años (2009-2016) en las procesiones del Santo Sepulcro, que se celebra en Villa de Cura (Aragua), Tinaquillo (Cojedes), Chacao (Miranda) y la parroquia de Santa Teresa (Distrito Capital).
Así como hace fotografía experimental a través de las composiciones y collages, es sumamente riguroso con la fotografía documental. Santos asegura que no manipula el encuadre. Con Santos casi locos (2006-2019) obtuvo el tercer lugar de la Bienal Will Riera, organizado por el Archivo de la Fotografía Urbana y Roberto Mata Fotografía. “Yo evito las fiestas que son muy turísticas, me gusta conocer a mis personajes, dormir en sus casas. Me voy incluso unos días o un mes antes, para convivir con ellos, así cuando regreso para documentar la fiesta se olvidan del fotógrafo… pasas a ser uno más. Por eso mis proyectos toman su tiempo”.
El itinerario impide abarcar dos poblados a la vez, y obviamente, la celebración es una vez al año. “¡Cómo no tomar cariño y sentirte identificado con esas fiestas!, la hospitalidad de la gente es impresionante. El tema de la fotografía es una excusa divina para vivir, para conocer gente, para salir de tu casa y viajar a otros pueblos, es una experiencia que te deja amistades. Voy disfrutando de la fiesta, me divierto y trabajo seriamente. Yo le digo a mis alumnos que la suerte es si acaso el ocho por ciento del resultado, y tal como dice Picasso: la inspiración existe, pero debe encontrarte trabajando”.