Sin que nadie tenga muy en claro de qué se trata, se dice que estaría en marcha un proceso de negociaciones entre el régimen y las fuerzas políticas que se le oponen. Las dos partes hablan con frecuencia de sus condiciones para sentarse a la mesa.
Sobre todo el régimen ha sido explícito al respecto. Son tres sus condiciones: levantamiento de las sanciones, reconocimiento de su poder de facto como poder legítimo y la entrega de varios activos que —según dice— le pertenecen. La contraparte también plantea sus exigencias, que pueden ser resumidas en una sola: la realización de unas elecciones presidenciales creíbles. En ambos casos el asunto de la secuencia es decisivo.
El régimen de Maduro habla como si esas tres condiciones fueran previas para sentarse a negociar, cuando es obvio que tendrían que ser el resultado de la negociación misma.
Plantear como condición previa lo que evidentemente es, en el mejor de los casos, el resultado final, ratifica lo que la mayoría cree desde un principio. El régimen en realidad no tiene ningún interés en negociar nada, y todas esas exigencias, imposibles de satisfacer antes de la negociación misma, son en realidad apariencias para cubrir lo que está en el fondo: la voluntad de no llegar a acuerdo alguno.
Las condiciones del régimen también pueden reducirse a una sola: el levantamiento de las sanciones. Eso llevaría a pensar que las sanciones en verdad le duelen. Pero tampoco es posible estar seguro. Mucho se dice que, ayudado por sus aliados oficiales y por las redes de tráfico ilícito, ha encontrado la manera de construir una red de transacciones que le permiten sortear las sanciones. Armando.info y El País revelaron hace poco una trama de ese tipo, bastante espectacular por cierto. En ese caso, de nuevo, la exigencia de que se levanten las sanciones como condición previa a toda negociación, sabiendo que eso no puede ser nunca una condición previa, sería una expresión más de que en realidad no tiene ningún interés en que esas conversaciones conduzcan a algo.
Las negociaciones tienen como objetivo modificar una situación establecida, que sirve como punto de partida. Cada parte ha de dar algo para que el cambio se produzca. ¿Cuál es la situación de partida en lo que se refiere al régimen? Está sancionado económicamente, medio mundo no lo reconoce como legítimo, hay unos activos bloqueados que reclama y tiene el control del territorio y de las armas. Ese es el punto de partida. Y basta para ver con claridad la disposición inicial del tablero. Los aspectos negativos para el régimen son tres cosas gruesas. Dice que esa situación debe modificarse de modo que beneficie al régimen. ¿A cambio de qué? Pues del único activo que el régimen tiene: el control del poder. Lo único que puede ofrecer entonces es su propia salida. O más exactamente, la real oportunidad de que los venezolanos decidamos si el régimen se va o se queda.
No habrá maniobra, prestidigitación, juego de manos, que haga perder de vista esa sola cosa. Habría que ser idiota. Liberar unos presos por allá, nombrar un par de rectores por aquí, conservar el control electoral, poner presos a unos FAES más allá: nada de eso engaña a nadie. Por ejemplo, todo el que conoce quién es quién y qué es qué en el CNE sabe que el régimen no ha perdido un ápice del control del proceso electoral.
La situación en lo fundamental es muy sencilla: la mayoría del país quiere que le den la oportunidad de pronunciarse, la comunidad internacional quiere lo mismo, el régimen se niega a someterse a ese veredicto, a pesar de anunciar que tiene ocho millones de inscritos en el partido y a pesar de lo sustancioso que sería lo que obtendría a cambio, por lo menos hasta que la consulta popular tenga lugar.
Es de suponer que los involucrados en las anunciadas negociaciones saben muy bien todo lo que tienen que saber. Las experiencias de Oslo y Barbados han debido ser suficientemente aleccionadoras y todo el mundo debe tener muy claro donde está el centro de la dificultad.
Uno de los problemas que hay para llevar a cabo estas negociaciones es que los participantes ya lo saben todo y todos saben que el otro sabe.
Entre las cosas que han de estar muy claras es a quién le corresponde dar el primer paso. Como han dicho voceros de peso, las negociaciones tienen que resultar en pasos iniciales concretos, rápidos, significativos, verificables e irreversibles. Definidas así las cosas, el primer paso con esas características tiene que darlo el régimen. No lo ha dado. No hay señales de que piense darlo. Aquí tampoco caben engaños ni fintas. Si no hay tal paso, no hay manera.
El régimen también sabe todo esto. Tiene la opción de dejar las cosas como están o dar los pasos que se le requieren y que conoce muy bien. Salidas nunca le faltarían. Sabe que manteniéndose en el poder no hay recuperación nacional posible y que si deja el poder un clima de optimismo invadiría el país y Venezuela iniciaría con enorme fuerza el camino hacia la reconstrucción y hacia la reconciliación. Lo que muchos tememos es que al régimen eso en realidad le importa un bledo.