A punta de comparecencias en medios franceses, en conversaciones con académicos y en su propio trabajo como investigadora, Paula Vásquez Lezama ha desarrollado una capacidad para explicar la historia reciente venezolana concentrándose en describir adecuadamente los procesos que hicieron posible el chavismo, y sin caer en las trampas de ponerse a favor o en contra de determinado punto de vista ideológico.
Es lo primero que uno nota apenas avanza en Pays hors service: le Venezuela de Chavez à Maduro (Buchet Chastel, París, 2019; por el momento no se ha editado en español). Escrito en francés, este es un libro que intenta desde el principio transmitir con eficacia, a un lector europeo, la magnitud concreta, tangible de la degradación de las condiciones de vida de los venezolanos. Y desde el principio advierte que no pretende provocar lástima ni pedir ayuda, que la primera persona no es recurso para generar empatía, sino un ejercicio de auto etnografía: ella misma necesitaba ordenar y entender.
Es decir, Paula, una antropóloga y socióloga que ha investigado por años, en el terreno, las mecánicas de vulnerabilidad y dependencia de los que menos tienen, tuvo que escribir un libro en francés para explicarse también a sí misma la Venezuela del presente. Porque ya no le bastaba el tema del militarismo compasivo, tema de su libro anterior en Francia y que viene de su estudio sobre cómo el chavismo monopolizó no solo las voluntades, sino también los cuerpos de los damnificados, a partir del deslave de 1999, ni los trabajos posteriores que ha hecho en su carrera como investigadora en Venezuela y en Francia, donde se doctoró y se convirtió en investigadora titular del Laboratorio de Género, Trabajo y Movilidad del Centro de Estudios Sociológicos y Políticos de París, (Cresppa).
Pays hors service no lleva el tono de la académica, sino el de la cronista al tanto de que la historia nuestra es demasiado complicada y sabe que intentar contarla completa es una tarea casi imposible.
Paula salva la dificultad alternando un recuento de los años de Maduro con una mirada del siglo XX venezolano, contando historias como la de su familia —muy rica por los componentes de inmigración, exilio, migración interna y hasta batallas ideológicas en el caso de su padre, el respetado filósofo Eduardo Vásquez, fallecido el año pasado—, y su propia experiencia como investigadora venezolana que hace trabajo de campo en su país y luego presenta sus hallazgos en Francia. Esa presentación le ha tocado hacerla desde 1997 —cuando apenas pocos académicos habían escuchado la palabra Caracas porque recordaban una película con Catherine Deneuve— hasta hoy, cuando en todo el mundo se oyen noticias de nuestro país.
Cuentas al principio de tu libro que muchas veces sientes que el tema Venezuela les resulta incómodo a los franceses, porque los pone en el brete de revisar sus posturas hacia el chavismo. ¿Sigues teniendo esa sensación, ahora que el tema se debe haber vuelto en Francia mucho más común, como ha pasado en varias otras partes?
En lo absoluto. Lo que voy a decir, lo digo con mucha modestia: creo que el impacto del libro que escribí ha sido relevante. Me han ocurrido cosas insólitas desde su publicación. Gente que me agradece por el trabajo realizado, que me dice que intuían que Venezuela no era un paraíso como contaba Jean-Luc Mélenchon. El 11 de octubre me invitó el jefe de información de Radio Francia, Eric Valmir, al festival de periodismo de guerra que tiene lugar anualmente en Bayeux, Normandía, para moderar una soirée sobre Venezuela y debatir durante dos horas, analizando trabajos periodísticos hechos en Venezuela y difundidos en Francia. Asistieron 1.200 personas y el debate fue muy buen nivel. Las posiciones ideológicas no ocultaron los hechos. Se ha avanzado muchísimo en ese sentido: hay consenso entre la gente sensata de que en Venezuela sucede una catástrofe y de que los gobiernos de Chávez y Maduro son los grandes responsables de ella. La discusión ahorita se centra más bien en las causas. A veces hay como un olvido selectivo de los elementos que llevaron a esto, y lo más fácil podría ser pensar que es consecuencia de las sanciones.
Me hiciste entender con tu libro un mecanismo de polarización en el que nos vemos envueltos, sin que queramos, muchos de los que hablamos o escribimos sobre Venezuela en el exterior: nos ponen a hablar con un chavista al lado, como si eso generara un equilibrio. Es decir, si no somos chavistas, se asume que somos parte de la oposición, aunque solo seamos periodistas o académicos que simplemente somos críticos frente al régimen como podemos serlo también frente a la oposición. ¿Sigue pasándote eso, en las entrevistas sobre el libro, por ejemplo?
Mucho menos. Al menos entre el público francés. Los datos del libro, las noticias que ahora se conocen, tienen un peso específico y rebatirlos sería difícil. Mi impresión es que cada vez hay menos “expertos” franceses que juegan al chavista de turno, como los políticos que abundaban antes de la muerte de Chávez en los sets de TV o en la radio. La complejidad de la situación hace que hablar sobre Venezuela lleve a desarrollar análisis con muchos matices. Los tiempos de la polarización simple terminaron, me parece. Pero también hay que decir que cierta oposición radicada en París critica en las redes que los medios franceses prefieran actitudes más ponderadas, como podría ser la mía. No les gusta que uno no sea tan tajante, dicen que eres “electoralista”, o que no culpas lo suficiente a Cuba, ni te pronuncias a favor de una intervención militar.
Tus encuentros con el francochavismo me recuerdan un patrón que se ve mucho en América del Norte: el tema Venezuela es un cliché para atacar a otros, no parte de un interés real por la verdadera vida de los venezolanos comunes. ¿Ves ese patrón en Francia?
Ya no es tan así, al menos en Francia. Eso veo con las reacciones de la gente en los eventos de discusión en torno a mi libro. En Bayeux, por ejemplo, un grupo grande confesó su vergüenza por haber apoyado ese horror. El electorado de izquierda francés, pensante, no está cómodo con el apoyo de Mélenchon a Chávez y Maduro. Además hay que determinar si hubo dinero venezolano para financiar ciertas campañas electorales. Hay una investigación judicial en curso sobre eso.
¿Cuánta influencia tiene ese chavismo académico o de la France insoumise en la política exterior francesa y europea, y en la posición del Elíseo o de otros gobiernos frente al problema venezolano?
No es importante. Y no se puede equiparar a políticos como Mélenchon, Corbière o Garrido con quienes escriben papers o artículos. Habría que ver a quiénes escuchan en el ministerio de relaciones exteriores, quiénes son los asesores. En todo caso, creo que el gobierno francés decidió meter en la nevera el caso venezolano por un tiempo y esperar.
Por favor, explícanos por qué Francia, o en particular la academia francesa, suele ser un entorno de validación y hasta fascinación por el maoísmo, la revolución cubana, el chavismo y muchos otros horrores de la izquierda. Mucha gente en el chavismo, y hasta personajes como Pol Pot, se han de hecho formado en universidades francesas. Que yo sepa eso no se ve en ningún otro lugar de Europa, ni siquiera en España.
Bueno, eso hay que verlo con cuidado. Primero, hay que ver lo que fue el Mayo del 68, un movimiento de mucha politización de las universidades francesas. Yo no creo que esas universidades sean responsables directas de esas actitudes políticas; es como decir que el chavismo es responsabilidad directa de la UCV. El medio académico francés es diverso, variado. Tuve la oportunidad en formarme en la EHESS, donde hay de todo, y mis primeros cinco años en el CNRS fueron en el Centro Raymond Aron, calificado de conservador o de derecha, aunque no lo sentí siempre así. Dicho esto, en efecto, la izquierda predomina en la academia, sobre todo una forma de determinismo marxista en buena parte de las ciencias sociales. Pero no en todas partes y yo creo firmemente en los espacios de discusión. Además eso no sucede solo en Francia: pensemos en la enorme influencia de la Escuela de Frankfurt en el pensamiento crítico. Pensemos en el marxismo italiano heredero de Gramsci. Quizás he tenido la posibilidad de ver muchas corrientes de pensamiento diversas porque mi carrera intelectual es atípica. No soy una latinoamericanista formada en Francia, en cuyos centros de estudios latinoamericanos predominó la teoría de la dependencia de los sesenta. Ahorita estoy desarrollando un proyecto sobre la relación entre los sistemas de abastecimiento de comida y los regímenes autoritarios y vamos a comparar a Venezuela con Argelia, Chad, Níger y Egipto. No creo que ninguno de mis colegas sea “de derecha” pero ninguno tampoco me ha dicho —ni me va a decir— que Chávez y Maduro son demócratas. Las discusiones han sido apasionantes. Lo importante es ser profesionales en la investigación.
Uno puede entender por qué, de lejos, sin información sobre el país y su historia reciente, el público en Europa occidental o América del Norte haya visto con simpatía el ascenso de Chávez en 1998 y su discurso sobre los pobres. Lo que me cuesta más entender es por qué esa misma audiencia se resistió a darse cuenta de que el chavismo era una trampa. ¿Por qué le creen al chavismo? O planteado de otra manera, ¿qué ha hecho el chavismo para salir tan bien parado, por tanto tiempo, en la percepción internacional, y qué ha hecho la oposición para salir perdiendo siempre en ese terreno, al menos hasta hace poco?
Creo que la oposición ha fallado en la construcción de un relato alternativo donde se empleen las categorías de justicia social, equidad, igualdad de oportunidades. Ha seguido el juego de la denuncia, de la visceralidad, muchas veces negando la legitimidad de origen electoral de Chávez. A menudo sus portavoces no han sabido explicar por qué Chávez llega al poder. Nos ven como sumidos en una profunda nostalgia de un país que nos parecía perfecto, y ese tipo de análisis emotivos es fácilmente desmontable. Así que no me parece que sea una cuestión de que el público francés quisiera “creer” en el chavismo. Es que la fuerza argumentativa nos ha fallado. Y ninguna audiencia mediática contemporánea es benevolente, ¿no?
¿Son los sectores conservadores franceses y europeos, las derechas de allá, también propensos a reducir y usar a su favor el tema venezolano, tanto como lo hace la izquierda?
Prefieren no pronunciarse porque no lo consideran relevante. Lo usan un poco para decir “miren en lo que se ha convertido el paraíso de Mélenchon”. El partido Les Republicains dijo que Francia no tenía nada que hacer en una realidad tan lejana, apoyando a un líder que no tenía apoyo de las fuerzas armadas. Además, la derecha francesa tiene una posición históricamente anti Estados Unidos y aún más con Trump en el gobierno.
Hablemos ahora no de los franceses sino de los venezolanos. Tú venías investigando la apropiación de la individualidad de los necesitados, por parte de ese Estado chavista militar, a partir de la tragedia de Vargas. ¿Cómo ha evolucionado esa perspectiva que tenías entonces, a la luz de la emergencia humanitaria compleja, que ya afecta a la nación entera y trasciende en todos los sentidos la situación de desamparo de los damnificados por las lluvias en 1999?
En este momento estoy investigando sobre la subjetivación de la escasez, vivir en escasez y no poder consumir lo que prometió el chavismo que se iba a consumir. Me interesa la cuestión del consumo y el consumismo, las ideas de riqueza y cómo se contraponen a una concepción de la ciudadanía. Chávez no promulgó su revolución sobre la idea del trabajo —como lo hubiera hecho un marxista— sino sobre la del consumo, controlando además las redes de abastecimiento y promoviendo la importación fraudulenta y corrupta. En eso estoy ahorita, con un trabajo de campo en Guatire y en los altos mirandinos.
En ese estado de indefensión tan feroz, en el que mucha gente simplemente seguiría a quien sea capaz de proveer alimentos y gas para cocinar, sea quien sea, ¿cómo construir una transición democrática? Hay muchos desafíos gigantescos —desarmar a los violentos, negociar con los militares, reactivar la economía con financiamiento externo— pero en términos de relación entre una ciudadanía hambrienta y un Estado miserable, ¿qué podemos esperar a partir del momento en que Maduro ya no esté ahí?
Financiar programas sociales que permitan regenerar la economía con un tejido social completamente disuelto es un reto enorme. La ayuda humanitaria no es la vía. Crea dependencia y se hace con criterios propios de lo humanitario. Veamos el caso de Haití, por ejemplo (aunque nuestro racismo no considere pertinente la comparación), que lleva décadas de ayuda humanitaria y una disolución total de la sociedad, también prácticamente en guerra. No tengo respuestas prácticas; me pregunto cómo sacar lo mejor de nosotros mismos para volver a creer en el trabajo, la justicia, la democracia, con mucha flexibilidad, honestidad… Tu pregunta me permite pensar en la magnitud de los desafíos por delante y me da vértigo. Solo puedo decir, aquí estoy, aquí estamos.