Como las vacunas son cosa de ayer, pero no de antier, no podemos empezar esto con la cantinela de que “teorías de la conspiración sobre las vacunas ha habido siempre”. Pero sí de que la resistencia de algunos al festival de vacunas de compañías y países contra el covid es heredera de actitudes en torno a vacunas previas. Las teorías de la conspiración se dan en un contexto social y toman sus temas de esos contextos, incluyendo todo el entramado de retóricas conspirativas que esté en auge en ese momento.
Los llamados en inglés anti-vaxxers de toda la vida se han nutrido de lo que les rodeaba en su momento para montar sus ideas contra las vacunas. Así, desde principios el siglo XVIII, cuando se empezaba con la inmunización contra la viruela por inoculación en Occidente (la idea de inocular no la inventó Chávez para explicarnos su cáncer), la oposición a la práctica se articulaba sobre todo con la retórica religiosa: el consabido sermón de que los humanos no deben jugar a ser Dios (aterra pensar en a qué jugará Dios cuando juega).
A su vez, la retórica antivacuna es heredera directa de teorías de la conspiración, esta vez sí, antiquísimas, sobre las epidemias.
Las epidemias siempre parecen haberse prestado a la teoría de que el mal no tiene detrás un origen natural sino un agente, humano o divino.
La llamada Peste Negra asoló Europa en el siglo XIII. Las explicaciones para un mal tan catastrófico se nutrieron del repertorio de supuestos agentes malvados de la época: los judíos. El origen de la enfermedad estaba en que estos estaban usando a los leprosos para envenenar los pozos de agua.
Era por medieval que mucha gente acusaba los judíos entonces, pero buscar un agente maligno detrás de un evento catastrófico es propio de todos los tiempos. En el “moderno” año de 1918 se aseguraba que la epidemia de la llamada gripe española había sido esparcida por submarinos alemanes, en los días finales de la Primera Guerra Mundial, por las costas de los Estados Unidos. Una forma de guerra biológica perfectamente creíble para un mundo que acababa de enterarse de la posibilidad de guerras químicas en los campos de batalla de Europa.
Otra teoría, complementaria de la anterior, tuvo aún más éxito: la gripe era “inoculada” (ya ven que Chávez fue víctima de una viejísima práctica) a través de las famosas aspirinas del gigante farmacéutico alemán Bayer. La teoría: Alemania enfermaría a medio mundo y, si bien ya era un poco tarde para ganar la guerra, por lo menos se vengaría de la derrota. Y a Bayer no tendría que importarle la mala publicidad que el plan le daría a sus aspirinas porque, por supuesto, ya la compañía tenía lista la droga que curaría la enfermedad, que ella misma había creado y regado. Negocio redondo. Según algunos, este fue el primer ejemplo del esquema básico de las teorías de la conspiración contra las Big Pharma, que tanto auge han tenido desde entonces.
¿Causan autismo las vacunas?
Para colmo, como la ciencia no es portadora de la verdad final y absoluta, sino un método basado en la razón, observación, experimentación y publicación de resultados, se presta a todo tipo de malentendidos, sobre todo por parte de muchos niños grandes en busca de certezas y de verdades absolutas.
Uno de los más escandalosos casos de publicación de mala ciencia tiene precisamente que ver con las vacunas. En 1988 la revista médica The Lancet publicó el resultado de una investigación que señalaba un posible vínculo entre la vacuna MMR (contra el sarampión, las paperas y la rubéola) y una mayor incidencia de inflamación de las amígdalas, y peor aún, de casos de autismo.
Las publicaciones científicas existen precisamente para que los científicos puedan evaluar la evidencia de las investigaciones de sus colegas, y así afortunadamente sucedió en este caso. Rápidamente otros investigadores señalaron fallas graves y evidentes en el artículo (como que por ejemplo que la muestra era pequeñísima). Otras investigaciones, que claro, tardaron más tiempo en ser publicadas, no hallaban los supuestos vínculos entre la vacuna y el autismo. Finalmente se descubrió que el equipo que hizo el estudio había falsificado muchos de los datos. El artículo fue formalmente retirado de la revista 12 años después por ser “mala ciencia”. Pero el escandalazo fue mayúsculo y aún hoy encontrarán que muchas de las teorías de la conspiración sobre las vacunas afirman, como prueba de la malignidad de sus fabricantes, el “hecho” de que estas (todas) pueden causar autismo. El artículo de The Lancet es frecuentemente citado como “prueba científica” de ello.
Toda teoría de la conspiración es parte de su época y de un entramado de teorías de la conspiración. Así como la Peste Negra ocurrió en un contexto en el que los judíos eran acusados de casi todos los males y la gripe de 1918 siguió a una guerra mundial en la que había un claro enemigo a quién culpar, los actuales antivacunas están metidos en el entramado teórico conspirativo de moda. Ese entramado incluye a algunos viejos conspiradores medievales (los judíos, por ejemplo en la figura del filántropo George Soros), algunos herederos de las triquiñuelas de Bayer (la actual industria farmacéutica), la industria informática siempre pendiente de inocularnos con chips controladores y no contra enfermedades (Bill Gates, por supuesto) y algunos nuevos agentes complotados, como gobiernos de países orientales (China, que también, nos dicen, se ha comportado como Bayer en 1918: creando y esparciendo un virus, tanto para vender vacunas como para destruir a Occidente, objetivos no contradictorios, al parecer).
La conspiranoia como amenaza a la salud pública
En el caso de los antivacunas, vemos con claridad el impacto negativo que ciertas teorías de la conspiración pueden tener sobre algo tan delicado como la salud pública. El periódico británico The Guardian cuenta que en 2019 se disparó el número de enfermos de paperas a niveles no vistos en una década. La culpa, dice el diario, es la reticencia a la vacuna MMR, en parte explicada por la desinformación a raíz del famoso affaire de The Lancet que comenté antes.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó una lista en la que incluía a los antivacunas entre las diez mayores amenazas a la salud pública mundial. También ha editado un excelente manual sobre cómo responder y establecer una estrategia comunicacional sólida contra los antivacunas (lamentablemente solo en inglés, pero aquí hay un buen resumen del documento en español). Pero claro, lo malo es que todos sabemos que la OMS es parte de la conspiración de los chinos, así que si van a usarlo para intentar convencer a algún antivacunas, no citen la fuente.
Pero este artículo debe concluir con moderación y algo de esperanza en el sentido común.
Varios estudios pre-covid señalan que, a pesar del caso de la MMR, el impacto de las retóricas antivacunas en las tasas de vacunación es en realidad muy bajo.
En los Estados Unidos, por ejemplo, los que se negaban a vacunar no llegaban al dos por ciento de la población general antes de la crisis covid, y es difícil saber cuántos de ellos no lo hacían por influencia de estas retóricas conspirativas.
Es cierto que con la llegada del covid, hubo porcentajes relativamente más altos, en muchos países, de gente que declaraba no querer vacunarse (y no siempre las razones para no hacerlo eran la creencia en una conspiración detrás las vacunas). Pero esos porcentajes han bajado mucho en casi todo el mundo, sobre todo a medida que las campañas de vacunación parecen dar tan buenos resultados.
Como el verdadero impacto de las teorías de la conspiración es difícil de medir, y además vivimos en un mundo en el que la conspiranoia parece extenderse con tanta facilidad a través de las redes sociales, a veces creemos que hay más locos sueltos que antes y que estos tienen mucha más influencia de la que en realidad tienen. Un delirante negacionista conspiranoide venezolano, como García Banchs, puede que tenga cientos de miles de seguidores en redes sociales, pero eso no quiere decir que muchos de ellos se nieguen a usar mascarillas o a vacunarse.
En dos platos: claro que estas retóricas son peligrosas y hay que darles muy duro, pero la causa de que mucha gente no se haya vacunado aún es probablemente mucho más simple y terrible: la desigualdad y la pobreza.