Aborto, matrimonio igualitario, eutanasia, no son la misma cosa pero sí son términos que invitan a un debate en un campo minado de dogmas. En octubre del año pasado apareció un documental en el que el papa Francisco decía estar de acuerdo con que existan “uniones civiles” entre homosexuales. De inmediato Nicolás Maduro aprovechó la ocasión para proponer a que la nueva Asamblea Nacional, electa sin la participación de la oposición, debatiera una ley de matrimonio igualitario. Fiel a la constante utilización política de cuanta causa le ayude a parecer revolucionario y progresista, Maduro convenientemente pasaba por alto el horroroso legado de su gobierno respecto a derechos sexuales y reproductivos.
Cómo no, los obispos católicos venezolanos procedieron a morder y a colgarse del anzuelo que les lanzó Maduro, con la fuerza del dogma y un toquecito de conspiranoia. Grandes Valores Humanos se llama el comunicado de la Comisión Permanente del Episcopado Venezolano publicado el 22 de marzo y con el que pretenden los obispos influir en un debate siempre difícil. Entre llamados al respeto a la dignidad del ser humano y a la vida, los obispos aprovechan para ilustrarnos sobre la procedencia de peligrosas ideas que se tienen por “modernas”: “En los últimos años, se ha buscado imponer en el mundo entero una mentalidad contraria al derecho a la vida y la integridad de la persona humana y de la familia. Hay grandes campañas publicitarias provenientes de corporaciones internacionales ‘poderosas’ capaces de invertir inmensas sumas de dinero a fin de imponer, a como dé lugar, legislaciones a favor del aborto, de la eutanasia y de la ideología de género con todas sus implicaciones”, dicen los obispos, y al hacerlo así revelan una forma teórico conspirativa de ver el mundo que los pone en el campo más extremo y peligroso de la actualidad, en compañía de populismos iliberales de izquierda y derecha en todo el mundo, y también de algunos grupos religiosos progobierno en Venezuela: un extremo capaz de ver conexiones y achacar culpas allí donde no las hay y de actuar en consecuencia para negar derechos a los demás.
¿Qué es esa ideología de género que tanto nos intentan imponer las grandes corporaciones?
Lo primero que hay que apuntar es que cuando la iglesia católica se refiere a ideología de género no se refiere a los famosos “estudios de género”, definidos estos como investigar los procesos de diferenciación (y cómo no, de desigualdad y estratificación) a partir de los cuales cada sociedad considera la masculinidad o la feminidad. Estos estudios son parte de un proceso académico un poco a la saga de los avances feministas y de igualdad de derechos en el siglo XX, pero que se nutrió de ellos y los potenció. Esta distinción entre “ideología” y “estudios” está claramente señalada en el documento guía para la educación publicado en junio de 2019 por la vaticana Congregación Para la Educación Católica, “Hombre y Mujer los Creó”. O bueno, dice la Iglesia que esa distinción es importante, porque la verdad es que enseguida se vuelve difusa. Y tiene gran responsabilidad la propia Iglesia en este proceso que convierte la creencia en que hay tal cosa como una ideología de género en una verdadera ideología de género, que ve peligros de género por todos lados.
La “ideología de género”, o el uso actual de esta expresión, tiene su origen en los años noventa del siglo pasado. Por entonces, el papa Juan Pablo II reempaquetó unas catequesis que había dado a principios de los ochenta en un influyente libro: La teología del cuerpo. Allí, entre interesantes (y hay que admitirlo, hermosas) digresiones sobre Bacon, Descartes, Kant y san Juan de la Cruz, el papa le dio fuerza y sofisticación a la idea cristiana del matrimonio y la familia. El libro también sirvió de aliciente para el conservador movimiento católico antigénero, que por esos años adoptó el rechazo hacia todo lo que consideraban “ideología de género” (en lo cual incluían los estudios y perspectivas de género, a pesar de “precisiones” de la Iglesia).
“Ideología de género” en sí misma significaba poco: una frase para adversar toda causa igualitaria y para impresionar a estudiantes adolescentes de filosofía, muy al estilo de las falsas paradojas a las que Benedicto XVI fue tan aficionado (tiranía de la libertad, absolutismo del relativismo y otras muchas necedades). Con mucho menos Bacon y Kant, pero con más ahínco, la iglesia Católica posterior a Juan Pablo II siguió usando la expresión “ideología de género” para referirse al mal, casi a cualquier tipo de mal que aquejase a las sociedades modernas. También adoptaron el uso de la expresión los evangélicos y los grupos populistas de derecha, tanto en Europa como en América Latina. Y aquí llegamos al verdadero meollo del problema con la frasecita.
De aplicarla a cuanta causa igualitaria que se adversara, no había sino que dar un paso para vincularla a las grandes teorías de la conspiración de moda. Como estas formas de pensar nunca vienen solas, sino que suelen formar una constelación de cosas que se rechazan, el término pasó a usarse para hablar de la igualdad de género, el matrimonio igualitario, el aborto y para un montón de otros temas que parecerían no tener relación alguna con el tema del género (aunque curiosamente cualquier sociólogo dirá que sí lo tienen), como la eutanasia, el multiculturalismo o la globalización. Los más osados en el siglo actual, como por ejemplo el sacerdote poláco Dariusz Oko, ya conectaban los puntos y descubría que, cualquier cosa que fuese la ideología de género, tenía cierta afinidad con lo que, en otro término omniabarcante y de fácil uso, era “la progresía” y todas sus causas. Oko ponía el problema en claros términos teórico conspirativos: “a los generistas les gusta actuar en secreto, en silencio, como una mafia. Quieren hacer su revolución desde arriba, tomando los centros mediáticos y del poder”.
Grupos extremistas de derecha, desde La Manif pour Tous en Francia hasta el partido VOX en España, se han apropiado de la expresión en esta clave conspiranoica. A voceros de VOX, Espinosa de Monteros por ejemplo, les ha servido para acusar a la ideología de género de cegarnos ante la evidencia de que en España “se producen más asesinatos de niños a manos de mujeres que de hombres”. La afirmación es contraria a toda evidencia, por supuesto, a menos que se considere el aborto como asesinato, lo cual era precisamente el punto de VOX.
El discurso de la ideología de género como conspiración que nos intenta imponer las corporaciones internacionales ha tenido aún otras consecuencias: un estudio reciente afirma que 30% de los católicos polacos se sienten amenazados por los que creen es una “conspiración de género”, definida como un “plan secreto para destruir la tradición cristiana, en parte tomando el control de los medios de comunicación públicos”. En 2016 la campaña conservadora en Colombia, que acusaba a los acuerdos de paz con la FARC de contener elementos de ideología de género, tuvo algo de peso en el rechazo por parte de los votantes de esos acuerdos. El borrador mencionaba que las partes harían un esfuerzo especial de inclusión de mujeres y de LGTBI en el proceso de paz. El discurso conservador enmarcó tal propuesta como una amenaza a los “valores cristianos y de la familia tradicional colombiana” y votar “sí” llegó a significar poco menos que abrir la puerta del país a una conspiración internacional de maricas socialistas que harían peligrar la sólida identidad de los colombianos.
La Conferencia Episcopal Venezolana ha hecho sobrados méritos para ser incluida en esta sección sobre discursos delirantes, no por su predecible oposición al aborto, la eutanasia o el matrimonio igualitario, sino por la forma en que ha expuesto su posición.
No hay que engañarse: la alarma frente ante todo lo que lleve la etiqueta de género nada tiene que ver con esencias del ser humano, sino con la defensa de ideas de cómo se cree debe ser la sociedad, la familia, la sexualidad y el individuo.
Y no sé si es necesario repetirlo una y otra vez en esta sección de Cinco8: cuando la gente reclama al gobierno derechos y mejores condiciones sociales, no lo hace porque sean parte de una campaña internacional liderada por la CIA o la oligarquía Colombiana. Igualmente; cuando la gente reclama derechos sexuales y reproductivos, no es porque sea parte o víctima de grandes campañas publicitarias de poderosas corporaciones internacionales, como sugieren los obispos. La explicación es mucho más simple: hay gente que reclama el derecho de tener el control sobre su propia vida.