Basta una vista aérea de la isla La Española en el Caribe, que comparten la República Dominicana y Haití, para darse cuenta de las consecuencias en el uso de los recursos por parte de estos dos países. La mitad haitiana está completamente deforestada, y la dominicana tiene más áreas verdes cuanto más se aleja de la frontera. Y no es casual que Haití, con tal grado de deforestación, sea uno de los países más pobres del mundo.
Como explicaron los ecólogos Robert MacArthur y Edward O. Wilson, la biodiversidad de las islas es especialmente vulnerable porque el número de individuos de cada especie es menor, los recursos son restringidos y hay más limitaciones para escapar del impacto de las perturbaciones que ocasionan los seres humanos, en comparación con los continentes.
Al menos hasta ahora, nuestra principal isla conserva gran parte de su riqueza natural original. Margarita es todavía una de las islas del Caribe con más biodiversidad, gracias a tres condiciones particulares: es relativamente grande si la comparamos con otras islas de la región; tiene un relieve variado que va del mar hasta los 930 metros, lo que permite que haya variedad de condiciones climáticas y edáficas (de suelos); y estuvo unida al continente —aún hoy está muy cerca de él—, así que diversas especies pueden colonizar la isla con facilidad.
Debido a eso, en Margarita hay al menos siete tipos diferentes de ecosistemas: salinas y manglares, a nivel del mar, bosques húmedos y matorrales subparameros, en lo más alto de las montañas, y cardonales, matorrales y bosque seco tropical, en el medio de ambos. Esa variedad permite que prosperen diferentes especies de plantas y animales.
En Margarita hay 961 especies de plantas (entre nativas e introducidas) y 50 de mamíferos —es la única isla del Caribe en donde están presentes una especie de mono (Cebus apella margaritae) y una de mapurite (Conepatus semistratus).
Hay también más de 200 especies de aves (entre residentes y migratorias), 48 especies de reptiles y 5 especies de anfibios.
En Margarita hay además 2 especies endémicas: el venado de Margarita (Odocoileus margaritae), en peligro crítico, y una serpiente no venenosa, la cazadora margariteña (Drymarchon corais) y 20 subespecies endémicas de vertebrados terrestres.
Toda esa vida puede ser gravemente afectada en poco tiempo si tumbamos los árboles para cocinar con su leña, como acaba de recomendar el jefe de la isla impuesto por el régimen, Dante Rivas, quien además fue ministro del Ambiente, por lo que debería saber las consecuencias de lo que demanda.
De los desastres de la tala a los del urbanismo
En el siglo XIX y principios del siglo XX, hubo en la isla una pérdida severa de la cobertura vegetal de las montañas. Un informe publicado en 1949, de Gerardo Budowski, funcionario del Ministerio de Agricultura y Cría, ya dice que una de las principales causas es la deforestación para leña. En esa época en Margarita había más de cien hornos para cal, alfarería y uso doméstico y el cují yaque (Prosopis juliflora) era la principal especie usada como leña.
En los años cincuenta, con la migración que fue a trabajar en la industria petrolera, comenzó el abandono de los conucos de la montaña. Este abandono se agudizó en 1970 con los decretos de Zona Franca y Puerto Libre que ocasionaron que la agricultura y la pesca perdieran importancia económica en favor del turismo y los servicios. La población comenzó a asentarse en los valles, lo cual permitió la recuperación de la vegetación en las montañas.
Las nuevas actividades económicas llevaron a que se expandiera el urbanismo de forma acelerada, sobre todo en la zona oriental de la isla y en torno a las zonas montañosas, la serranía del Copey y los cerros Matasiete y Guayamurí. Hoy en día estas son áreas protegidas (Parque Nacional y Monumento Natural), sin embargo, no se dejaron zonas de amortiguación alrededor de ellas, por lo que muchas especies de fauna se encuentran aisladas: para pasar de un área boscosa a otra tendrían que atravesar letales autopistas o poblados.
Por su parte, aunque la península de Macanao y las islas de Coche y Cubagua tienen áreas menos intervenidas, sus bosques secos han sido seriamente afectados por la explotación de las areneras que ya han destruido, al menos, el 36 % de su cobertura original. Estos bosques son uno de los ecosistemas más amenazados en el mundo, y de Venezuela, y hoy solo el 5 % de los que hay en el país está en áreas protegidas.
Los problemas ambientales de la isla pueden resumirse así: fragmentación de hábitats, tráfico ilegal de fauna silvestre, introducción de especies exóticas, explotación de areneras y contaminación y, muy probablemente, aumento de la cacería ilegal, por la crisis económica y la falta de alimentos. El resultado es una dramática pérdida de biodiversidad.
En Margarita 5 especies se han extinguido y 15 subespecies, de las cuales 9 son endémicas, están amenazadas.
Si vuelve la tala, qué pasaría
No cabe ninguna duda de que estos problemas se agravarán si se anima a la población a usar de nuevo leña en lugar de gas, habría un retroceso a los años 1950, con las mismas consecuencias de deforestación multiplicadas por seis, pues el tamaño poblacional pasó de 75.000 a 500.000 habitantes.
La especie que los margariteños usan para la leña es la especie guatacaro (Bourreria cumanensis) presente en los cardonales, en los matorrales y en los bosques secos. Como las zonas de los valles urbanizados han perdido su vegetación original, buscar leña significa esencialmente buscar guatacaro o cují yaque de nuevo en las montañas.
Las consecuencias de semejante deforestación, ejecutada ahora por seis veces más habitantes que en el pasado, serían tremendas. Primero, la pérdida de la vegetación intensificaría la erosión de las montañas, que por su sustrato geológico tienen suelos muy inestables en pendientes muy fuertes. Cuando haya en la isla lluvias torrenciales, las pendientes erosionadas aumentarían el riesgo de deslaves como los de 2011.
En segundo lugar, la deforestación disminuirá más el caudal de las pocas corrientes de agua dulce que hay y que bajan de las montañas, justo cuando el problema del abastecimiento de agua dulce en la isla es ya grave. Menos bosques significa también menos formación de nubes sobre la isla, y por lo tanto menos precipitación “escondida” en los bosques nublados. En Margarita haría mucho más calor, porque la vegetación tiene un efecto complejo en el clima: mantiene la humedad y la evaporación y absorbe los rayos solares, entre otras cosas. Finalmente, deforestar degradaría los ambientes naturales y habría una pérdida de la valiosa biodiversidad de la isla.
Según un informe de la Universidad de Maryland, publicado en Global Forest Watch, los incendios en Brasil, Australia y Bolivia en 2019 —ampliamente cubiertos en los medios— fueron un síntoma de la pérdida de bosques primarios y no su causa directa. La densidad de los incendios fue 20 veces mayor en los bosques primarios, desmalezados, que en los bosques intactos. Por lo que otra de las consecuencias de la deforestación parcial en Margarita, podrían ser los grandes incendios.
Hay además reportes de instituciones y ONG sobre la tala para hacer leña en los bosques de manglares de la isla, esas galerías vegetales que uno atraviesa en bote cuando va a la playa de La Restinga. Los mangles son árboles que han desarrollado adaptaciones únicas a ambientes agresivos para otras especies de plantas, como son las zonas costeras de alta salinidad y temperatura, constante inmersión, elevada sedimentación y suelos sin oxígeno.
Los mangles que crecen en Margarita son el componente principal de las redes alimenticias de las lagunas costeras, crean los hábitats para muchas otras especies y tienen una elevada productividad biológica. Funcionan como depósitos eficientes de carbono, pues fijan este elemento con sus raíces, así que reducir su cantidad puede tener un impacto significativo en el balance global de este elemento. Son el único sustrato para macroalgas y para una gran diversidad de invertebrados; son áreas de crianza, protección y alimentación de muchas especies de peces, moluscos y crustáceos de importancia comercial, que pasan parte de su ciclo vital en ellos y luego migran hacia mar abierto; y zonas de anidación de muchas especies de aves que hacen su vida en los humedales. También son fuente de productos y recursos pesqueros de gran valor comercial y turístico. Por último, los manglares son verdaderas defensas costeras naturales, protegen contra el oleaje y las mareas, previenen la erosión del litoral y mitigan el efecto de los temporales.
En Margarita se ha perdido ya el 60 % de los bosques de manglares por los cambios en el régimen hídrico debido al acelerado crecimiento demográfico de los últimos años.
En la medida en que su destrucción continúe, estos bosques podrían reducirse a pequeños parches. La consecuencia sería nefasta para la amplia diversidad de organismos dependientes de estos ecosistemas.
Tan importantes son estos ecosistemas para el planeta, que quien debería proteger a la isla incita a destruir, que la Convención Internacional de Humedales (Convención Ramsar) suscribió un acuerdo internacional para la conservación y uso racional de los humedales y manglares y apoya a los países en desarrollo en la conservación de sus ecosistemas de manglar, creando zonas de protección denominados Sitios Ramsar. Venezuela forma parte de ese acuerdo con cinco Sitios Ramsar, donde hoy se desarrollan programas de Turismo Comunitario. Entre estos sitios está la Laguna de La Restinga, en la Isla de Margarita.
La lección de Isla de Pascua
Otro buen ejemplo de lo que puede suceder en una isla por la deforestación masiva para leña es Isla de Pascua, punto remoto en el Pacífico Sur, famoso por sus colosales estatuas de piedra, unas mil, que se elevan sobre el paisaje como guardianes. Cuando Jacob Roggeveen descubrió la isla, en 1722, era un paraje sin árboles, con una población pequeña y hambrienta. Los habitantes solo tenían canoas pequeñas, por lo que no estaba claro cómo habían llegado a la isla, y mucho menos cómo habían construido figuras tan colosales. Gracias a las investigaciones científicas, hoy se sabe que lo que destruyó esta civilización fue la deforestación ocurrida entre los años 1500 y 1600. Los isleños talaron árboles para la cremación, leña, canoas, casas y quizás para los dispositivos para mover las estatuas. Sin árboles fue imposible construir canoas para pescar. Los aldeanos hambrientos se comieron los animales terrestres, que también desaparecieron. La deforestación provocó una erosión que hizo que las cosechas fracasarán y esta sociedad avanzada se desintegró en una guerra civil. Sin canoas oceánicas, era imposible que los habitantes huyeran a otras islas. Los grupos comenzaron a atacarse unos a otros e incluso se dice que llegaron al canibalismo.
El Estado venezolano no debe compensar el abandono de su deber de proporcionar bienestar a los ciudadanos induciendo a la destrucción del patrimonio natural, que es de todos y en especial de los margariteños del futuro. Un protector debe proteger, no incitar a la destrucción.
Agradezco a la doctora en Ecología Virginia Sanz D´Angelo, del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, su asesoría y actualización de los datos científicos para este texto.