Cuando estás lejos, los sentidos están alerta frente a cualquier evocación del país. Un aroma, un ritmo, un sabor, una expresión coloquial te arrastra a aquella orilla lejana que dejaste atrás. Hoy, los venezolanos emigrados siguen, como un espejismo, las imágenes que la artista Marylee Coll publica en su Instagram en un continuum de fachadas de la ciudad. En algún momento aparece aquella casa donde, de niño, uno veía al anciano saludando desde su porche al autobús escolar. Es la revelación de que todo sigue ahí, sin las personas, pero con los ladrillos que se erigen en la permanencia del recuerdo.
Pero miento, no solo son los connacionales que se fueron los que esperan ver la siguiente fotografía. La lista de 5.660 seguidores de la cuenta de Instagram de Coll incluye a muchos que siguen en Venezuela.
Aparece una casa de Bello Monte, otra de La Pastora, de Sabana Grande o de Chuao y se activa un recuerdo, un momento: “por aquí pasé”, “en esa casa crecí”, o “ahí vivió…”.
Sus fotos de fachada comenzaron por una curiosidad personal: guardar esas arquitecturas que le llamaban la atención. Luego acompañó unos recorridos organizados por la arquitecta Hannia Gómez, presidenta de Docomomo Venezuela y de Fundamemoria. Desde entonces ha construido su rutina individual, cada fin de semana, como una turista urbana que atesora el frente de los hogares caraqueños.
Mucho antes, Marylee Coll ya recorría el paisaje interior y familiar. “Yo visitaba las ventas en casas desde niña, me llamaban mucho la atención las porcelanas”, rememora. El objeto ornamental y decorativo, las figuras de Lladró, Capodimonte, Meissen, fueron su primera aproximación a la fotografía, con una exposición que se llamó Inanimadas (2013), que se hizo en El Anexo, en San Bernardino.
El encuadre se amplió hacia el conjunto de adornos, utilería y muebles que se apilaban en la sala durante las ventas de garaje. De ambas selecciones surgió la muestra individual en Beatriz Gil Galería (en Caracas y Miami), Testigos del Desarraigo (2018), merecedora del Premio AICA 2019 a la Mejor Exposición Individual. El desalojo, el abandono, la migración estaban presentes. Vale mencionar que una de esas imágenes se eligió como portada del más reciente libro de la escritora Ana Teresa Torres, Diorama (2021), publicado por Monroy Editor.
“Yo no soy fotógrafa profesional”, aclara Marylee Coll, apenas comenzamos a conversar. Pero de alguna manera, esta artista que recibía reconocimientos por su obra pictórica en el Salón Arturo Michelena (2000), la Bienal Nacional del Paisaje Tabacalera Nacional (1998) y el Salón Nacional de Arte de Aragua (1991), cambió su técnica para interpretar su imaginario. Además tomó cursos en Roberto Mata Taller de Fotografía, es una fiel discípula de Constanza de Rogatis, especialista en la fotografía vernácula, y no duda al afirmar que entre sus principales referentes están los alemanes Bernd y Hilla Becher, quienes han influido en muchas generaciones, tanto de artistas como de fotógrafos, por sus series de paisajes industriales, que comenzaron en los años cincuenta.
“La pintura y la fotografía son incompatibles. Una ensucia y la otra es pulcra. Ahora mi estudio va conmigo, en el celular. Antes utilizaba la cámara fotográfica, pero una vez me la robaron. Ahora voy con el carro, me bajo unos minutos y luego sigo. En algunos casos, las hago sin siquiera bajarme. Mi hermano es mi aliado perfecto y me acompaña en mis incursiones”.
Marylee Coll comenzó a utilizar el campo simétrico para conservar primero aquellas fachadas curiosas y llamativas, que la hacían fijar la mirada. El proyecto inicial, Algunas fachadas de Caracas, se fue transformando hacia algo más grande. Las primeras fotos son de 2006, de Chacao, pero no fue sino hasta 2019 cuando asumió que la serie podía funcionar como un proyecto para un futuro libro y una exposición. Su intención es hacer una visión completa de cómo somos los caraqueños, cómo vivimos, cómo son nuestras casas. “Quiero que sea redondito, que no falte ningún lugar, que arrope todo”.
No toma sus fotos en una hora específica, no le preocupa mantener una luz constante. Prefiere los fines de semana, cuando hay menos gente en la calle y las aceras se ven más libres de carros. Aunque la luz de las cinco o seis de la tarde es ideal para los retratos, ella prefiere las mañanas. Evita los mediodías, y se siente a gusto con los días nublados, porque su fondo de luz es tenue. Pero el contraste del azul del cielo con las pintorescas paredes de las fachadas atrae a sus seguidores que añoran el clima caraqueño.
Le comento el efecto hipnótico que tienen sus imágenes en los migrantes venezolanos. “Sí, lo he sentido muchísimo. Me parece bellísimo, porque eso no fue buscado en ningún momento, y tampoco me lo esperaba. El Instagram me funciona como un archivo. Tengo mis carpetas en el teléfono, pero ahí lo veo todo más claro. La gente ahora me llama o me escribe pidiéndome que le tome la fachada de su casa. Y hago todo lo posible por complacerlos. Claro, luego vendrá la selección para el libro o la exposición que quiero hacer. Pero sí te quiero decir, que la respuesta de la gente me conmueve mucho”. Son miles de fotos en Instagram, sin contar las que están en sus carpetas del celular y el disco duro, que esperan ser editadas.
Al principio, Marylee buscaba en la disposición de las fotos un discurso, y en una misma secuencia se podían ver distintas zonas de Caracas. Ahora, trata de llevar como una hoja de ruta; los registros más ordenados por urbanización.
Quien estaba acostumbrada a caminar desde la Escuela de Artes Cristóbal Rojas por los alrededores de Parque Central, o trasladarse a través de la Ciudad Universitaria hasta San Román, podía creer que estaba a sus anchas por las calles caraqueñas, pero la realidad le mostró la contradicción. “Esta experiencia me ha permitido conocer mejor a Caracas. Porque claro, vivimos como en un gueto, tenemos los mismos lugares para movernos. Antes de todo esto (el contexto político y la inseguridad), yo usaba el Metro y me encantaba ir al centro a comprar. Ahora ni a balazos. Eso ha cambiado. Todo se ha vuelto más peligroso. Pero estos recorridos me han permitido conocer mejor la ciudad y me encanta. La Pastora la disfruté muchísimo, fui como tres veces”.
El contacto con la gente en la calle se lo indica. En el centro los transeúntes le advierten: “Señora, guarde el celular”. En Chacaíto, una persona abordó en forma agresiva a su hermano llamándolo musiú. “Mi hermano se puso furioso”. Pero esos encuentros riesgosos pueden ocurrir en cualquier lugar, como en una quinta de cierto lujo, donde una persona de civil se identificó como policía y le pidió que le mostrara su cédula de identidad, a lo cual se negó.
En algunos casos, la gente se siente amenazada porque alguien está enfocando sus hogares. De inmediato, ella le aclara que es artista. Entonces, los dueños o los inquilinos le preguntan si pueden posar al frente.
“Es normal que algunas personas sientan aprehensión en lugares que no conocen. A mí me ha pasado, y luego de recorrerlos entiendo que son más seguros de lo que uno cree”. Todavía tiene en deuda algunas cuadras: Catia y Petare están en su agenda. Aunque la experiencia, valga decir, se ha extendido a otras ciudades del interior del país, que ha visitado la artista. Por ejemplo, las calles de Porlamar y Pampatar han sucumbido ante la lente de su celular. O más allá, en Miami.
No hay rincón de Colinas de Bello Monte ni de Las Mercedes que se le haya escapado al ojo de Marylee Coll. Pero sucede que algún detalle a veces la hace detenerse, y es ese constante cambio de la ciudad también la sorprende. “No sé si viste una foto que publiqué de la Torre Oxal, que tenía unos árboles podados en forma cuadrada, bellos, todo verde. Pero no me gustaba mucho la luz de ese día, y lo tenía pendiente para repetir la toma. Hace unos días fui (Marylee pone cara de decepción) ¿sabes? Habían quitado los árboles…”. Es un aspecto que le impresiona: lo efímero que puede ser el paisaje citadino.
Al recorrer alguna de las fotos de la página de Instagram de Marylee Coll, se leen historias que dejan los seguidores sobre las edificaciones: quién la construyó, quién vivió ahí, quién ya murió. El comentario sobre una pérgola, un mural, un balcón; las increíbles reconstrucciones. Cuando el Ávila se observa al fondo, los likes se multiplican. La fachada de Taxco en El Paraíso generó comentarios recordando las mejores hamburguesas que se han comido los caraqueños. Los seguidores piden ver el lugar donde nació, o donde pasaron su infancia. La nostalgia está en algún lugar de las aceras.
Las fotos de Marylee Coll dan cuenta de una historia detenida, como si se tratara de una fe de vida de la ciudad.