En esta Venezuela arruinada, donde la crisis lo abarca todo, desde comprar pan o gasolina, hasta renovar el pasaporte, la cotidianidad es un recordatorio constante de que mi papá es un fanático ideológico.
Izquierdoso de toda la vida, militó en el MIR, La Causa R y PPT desde que tengo memoria. Ahora dejó al PPT para irse con la Alternativa Popular Revolucionaria en coalición con el Partido Comunista y los Tupamaros. No es de esos chavistas enchufados u oportunistas que se disfrazan de rojo por conveniencia o necesidad: es chavista de los que yo llamo “ideológicos”, un verdadero creyente de la revolución.
Tener un papá chavista a estas alturas del desastre no ha sido fácil.
Son años, décadas ya, de discusiones y desencuentros, con sus altos y sus bajos. Al principio compartíamos diferencias, había discusión sana, tolerable. Con el tiempo las cosas se fueron crispando y fue mejor evitar el tema e incluso, a veces, tomar distancia. Como miles de otras, somos una familia dividida por la política.
Sin duda lo más loco de nuestras discusiones ha sido lidiar con sus teorías conspirativas. Una cosa era ver en los medios a Chávez o ahora a Maduro inventando excusas o conspiraciones, mintiendo descaradamente, y otra es ver cómo ese discurso, por muy inverosímil que sea, cala en tu propio padre. Ver a tu país colapsado y que tu papá te suelte el discurso de turno revuelve el estómago, por decir lo menos.
Mucho se ha escrito sobre la psicología de las teorías conspirativas, sobre cómo hay gente más o menos propensa a creerlas. El tema es complejo e interesante, muy vigente en estos tiempos de fake news y QAnon, y en que el mismísimo presidente saliente de los EEUU es un gran vocero de la conspiromanía. Pero el tema es viejo. Desde hace tiempo académicos han vinculado la creencia en teorías conspirativas, entre otras cosas, con los extremismos ideológicos, tanto de derecha como de izquierda. Las posiciones extremas reclaman teorías conspirativas que las sostengan y los gobiernos autoritarios usan teorías conspirativas como parte de su narrativa y para apelar a la épica.
Así pues, mi papá celebra, por ejemplo, la gestión económica de Maduro. Sí, celebra una gestión que acumula hasta el 2019 una inflación del 5.395.536.283%. Son 10 dígitos de inflación; miles de millones por ciento. Según él la inflación es un constructo de dominación capitalista (o algo por el estilo). En Venezuela los precios los han subido aposta comerciantes y grandes empresas como parte de un complot desestabilizador de la economía. La situación no ha sido peor gracias a la gestión del gobierno. Así mismo.
Pero lo loco no es que mi papá se lo cree; a fin de cuentas, es una variante más de la narrativa del gobierno. Lo loco es que lo “sabe”. No es un político mintiendo adrede o empujando una agenda oculta; es su verdad incontestable. Está tan seguro de su versión como uno está absolutamente seguro de lo contrario. Es como vivir en mundos paralelos. Se burla y agradece cuando le hablas del Banco Central y de la impresión de dinero inorgánico a mansalva, ya que te vuelves parte de la narrativa en forma de la tapadera que justo está esperando. Uno es el ingenuo engañado por la narrativa neoliberal del imperio y la ultraderecha. Cualquier cosa que uno diga es contraproducente.
¿Cómo lidia uno con algo así? ¿Como le hago ver la realidad, o, mejor dicho, algo más cercano a la realidad?
Cuando pienso en esto me imagino al hijo incrédulo de un tierraplanista. Es tan absurdo que uno se imagina mil maneras de desmontarle la historia con lógica y datos. En la práctica no es nada fácil. Ante cada tema no solo sale la teoría conspirativa correspondiente si no un catálogo completo de lo que en psicología cognitiva llaman razonamiento motivado. Tiene una capacidad increíble para fijarse o recordar solo aquello que refuerza sus ideas, descartando lo que esté en contra (cherry-picking, memoria selectiva). Rechaza descaradamente hechos evidentes (negación), y es un maestro del cambio de tema (deflexión). Todo un mecanismo subconsciente que le hace ajustar la realidad a su antojo.
Lo que está claro es que con papá la discusión no es sobre izquierda o derecha. Ser de izquierda es una parte fundamental de su identidad. Si le quitas eso, le quitas todo, deja de ser. De hecho, no me importa que se considere de izquierda o sea comunista. Lo que me importa, lo que duele, es que sea partícipe o cómplice de la destrucción de Venezuela. Mi esfuerzo ha sido más bien en cuestionar la gestión del gobierno independientemente de su tinte político. Le argumento que a punta de corrupción, ineficiencia y falta de autocrítica, el chavismo se traicionó a sí mismo; que dejar de ser chavista no significa dejar de ser de izquierda y que por ello no te traicionas a ti mismo.
En esta línea hace tiempo le pregunté, ¿por qué después de tantos planes agrícolas, misiones, impulsos, reimpulsos, motores, expropiaciones, y largo etc., los Mercal y Pdval no están repletos de productos Hecho en Venezuela? ¿Dónde está toda la producción agrícola? Y se hizo silencio. Todo el que conoce a uno sabe lo difícil que es callar a un comunista militante. Como que lo agarré fuera de base o no tenía estudiada esa respuesta. Al rato dijo, “por eso es que yo lucho desde dentro… hay problemas y lucho por resolverlos”. Y aquí fue cuando realmente entendí todas esas viejas consignas comunistas cubanas ahora refritas en Venezuela: “patria o muerte”, “hasta la victoria siempre”, “dentro de la revolución todo, fuera nada”. Cuando por fin creí penetrar la coraza psicológica, apareció esto como último recurso. El chavismo tirando al comunismo, apelando a la disciplina y al sentido de pertenencia.
Debe haber análisis profundos sobre el significado de las consignas comunistas, pero mi experiencia directa me dice claramente que es un mecanismo para su propia subsistencia. Para no perder fieles. El que critica abiertamente es traidor y va pa’ fuera. El que critica deja de ser revolucionario. Un miedo subconsciente a perder su identidad los atrapa. Tengo entendido que las religiones fundamentalistas usan mecanismos parecidos basados en la culpa, en la salvación o en la vida eterna. Para los chavistas “ideológicos” la militancia es una cuestión religiosa.
En filosofía política utilizan el término “religión política” (political religion) para referirse a aquellos sistemas o ideologías que tienen rasgos más propios de las religiones. No pretendo (ni tengo la capacidad de) profundizar en ello, pero aquí cabe otro factor crucial de la izquierda en Venezuela: la figura de Chávez como deidad. Chávez se apoderó de la izquierda en Venezuela a punta de labia y carisma. Es el gran líder que dijo quién es de izquierda o derecha, quién es revolucionario, quién es traidor y quién es “escuálido”. Maduro heredó ese rol a dedo, y aunque ahora hay sectores del chavismo que lo cuestionan, y parece que hay una disputa por el legado de Chávez (no tengo claro si es un show electorero o si va en serio), la premisa se mantiene.
Como muchos otros, mi papá fue un enamorado de Chávez y lo sigue siendo de su legado.
Para que deje de apoyar al chavismo/madurismo tiene que ocurrir un desencanto muy íntimo. Es un proceso difícil pero no imposible.
Muchos exmilitantes comunistas han pasado por ello en Venezuela y el mundo. Petkoff lo dijo en su estilo, claro y raspao: solo los estúpidos no cambian de opinión. En cualquier otro ámbito de la vida mi papá está lejos de ser estúpido, pero en política queda claro: el fanatismo lo tiene idiotizado.
Durante mi infancia pude ver a mi padre en su rol de militante de izquierda, denunciando corrupción, pidiendo justicia social e igualdad de oportunidades. Me llevó a barrios y a la Venezuela profunda donde vi pobreza y desigualdad. Me sacó de la burbuja. Aunque siempre fui opositor (nunca me gustó la idea de un presidente militar), sé de dónde viene el chavismo. Por eso ahora, cuando es tan evidente el fracaso y la farsa, me frustra tanto que no logre ver que está defendiendo lo mismo que antes tanto criticaba. Irónicamente, Venezuela es hoy aún más desigual que en la llamada cuarta república. La decepción es absoluta.
A lo largo de todos estos años me he ido dando cuenta de que es poco o nada lo que puedo hacer sobre la posición política de mi padre. Es un fanático ideológico y me temo que lo seguirá siendo por el resto de su vida. Estoy todavía aprendiendo a vivir con ello. Pero a diferencia de los enchufados y farsantes disfrazados de rojo por un lado, y los bolichicos, bolibanqueros y demás pseudo opositores por otro, el ha sido consecuente. La crisis le ha golpeado. Aprendió a cocinar caraotas después de viejo. Cómplice o no, mi papá, el chavista consecuente, se ganó al menos ese punto de respeto. Trato de quedarme con eso. Es lo que hay. Por ahora.