Que se sepa, las máquinas del tiempo existen solo en la literatura, el cine y la imaginación de los soñadores, pero en Mérida los saltos temporales son posibles. El merideño que vivió las décadas de los ochenta y noventa puede recordar muy bien la dinámica ininterrumpida de una urbe que reunía, en pocas hectáreas, una arquitectura acariciada por Mujica Millán, un mercado tradicional de dulces abrillantados, una universidad promotora de quehaceres y quereres, y un gentilicio joven e insaciable en sus añoranzas de desarrollo. Pero si en 2020 abre los ojos en el centro de su ciudad, solo encontrará un dibujo gris y cadavérico en el lugar que estuvo Santiago de Los Caballeros.
Mérida se quedó sin el cineclub de los lunes en el teatro César Rengifo, sin los pastelitos de Don Luis y sin el Elefante Dorado; el Teleférico se manchó de opacidad politiquera y la Universidad de Los Andes sigue sangrando.
Pero ni siquiera con tantas pérdidas, de lugares y de personas, ha dejado de ser engorroso movilizarse por el casco central rodando o caminando. El merideño que en los ochenta transitó acalorado la inclemente Avenida 2 Lora hoy sigue atorado en un loop de aceras saturadas y los embotellamientos vehiculares, aún si hay menos peatones en la calle que hace cuarenta años.
La movilización urbana sostenible es un reto titánico —de ayer y de hoy— en la tierra de don Tulio Febres-Cordero.
El casco central de Mérida descansa sobre una meseta que los ríos Chama y Albarregas no dejan de erosionar. Proyectar mejorar la capacidad de movilización a partir de la construcción de viaductos, elevados o cualquier otra obra civil es inviable, pues no es un problema de falta de infraestructura sino de cómo usamos el suelo.
El matrimonio sin divorcio
Los ciudadanos se movilizan en función de las actividades que desarrollan; la educación, el trabajo, la religión, el ocio. Esos son los usos del suelo que dinamizan a la urbe entera, en tiempo real y en espacio concreto. Pero el casco central de Mérida ciudad aglutina un número de actividades que supera sus propias capacidades; el abogado que corre para llegar a un juicio en el Edificio Hermes comparte espacio con el abuelo que espera el cobro de una pensión irrisoria. Al tribunal y al banco, que orientan grandes flujos humanos a diario, se suman las movilizaciones que crean el comercio formal e informal.
Cuando estos flujos se solapan, el escenario se torna caótico y la movilidad es una masa pegajosa que produce cornetazos histéricos, cuellos sudados y billeteras extraviadas. En ese momento las cinco águilas blancas nos miran decepcionadas, pues entienden que damos otro paso hacia la autodestrucción ciudadana.
Mientras tanto, en la periferia del casco central de Mérida abundan los espacios dramáticamente desaprovechados. Avenidas como Los Próceres o la Andrés Bello son áreas que los merideños han asimilado como ejes de desahogo vehicular y nada más, pero no se aprovechan las posibilidades de espacio que brindan para desarrollar una descentralización a la que la ciudad debe someterse.
La movilidad urbana se casó con los usos tradicionales del suelo y no hay divorcio posible, pues una es consecuencia del otro. Pero como todo matrimonio, este tiene puntos de encuentro y posibilidades armoniosas de resolver sus conflictos.
Hay conflictos porque todo está mal distribuido. La ciudad de Mérida es como una mesa en la que varias personas esperan que les sirvan vino, cada uno con su copa en la mano: al que está en el centro le sirven toda la botella, se sobrepasa la capacidad de la copa y el líquido se derrama por el resto de la mesa. Mientras los demás quedan sedientos, con sus copas vacías. El casco central de Mérida está ebrio de actividades humanas y la sociedad se empecina en seguir llenando la copa.
Durante años, las políticas municipales y regionales para resolver los problemas de la movilización en Mérida se centran en transformar la infraestructura —construyen el enlace vial Germán Briceño Ferrigni o el sistema Trolmérida— y no a reformar los flujos humanos del centro. Los merideños no necesitan copas más grandes: necesitan que se distribuya el vino de una manera menos absurda.
Un buen antecedente de descentralización es la reubicación del Mercado Principal, otrora localizado en la Avenida 2 Lora y luego mudado a la avenida Las Américas. Aunque las circunstancias de este hecho involucraron riña, fuego y arraigo, el mercado es hoy uno de los puntos dinámicos de Las Américas y el espacio que ocupaba antes es ahora el Centro Cultural Tulio Febres-Cordero. Mudanzas estratégicas similares se pueden replicar a gran escala en los ejes colindantes con el centro de la ciudad, donde hay una cantidad amplia y variada de manzanas y parcelas sin uso.
Evidentemente, una acción como ésta la motoriza el Estado, pero también puede hacerlo el sector privado.
Mérida tiene talentos ignorados que hoy engrosan el sector informal, y que pueden ayudar a diversificar la economía y estimular el emprendimiento generalizado.
Muchas de las zonas apartadas del centro se acoplan a un uso del suelo de tipo residencial, por lo que planificar una Mérida descentralizada supone mantener intacto el modo de vida de quien asienta su vivienda lejos del bullicio. De buenas a primeras, nadie está de acuerdo con los cambios bruscos, y distorsionar la cotidianidad de quien busca tranquilidad residencial sería un despropósito. Por ello cualquier propuesta de reubicación de actividades debe mostrarse no solo respetuosa con el espacio, sino garantizar al residente periférico ventajas y comodidades. El punto a favor es que los espacios desaprovechados son suficientes y el riesgo de perturbar áreas residenciales es mínimo. La Hechicera, Los Próceres, las avenidas Alberto Carnevali, Andrés Bello y Humberto Tejera son esas copas vacías que abundan y demandan vino.
Semáforos Inteligentes y una propuesta
La humanidad se ha mostrado a menudo capaz de sacar lo mejor de sí misma en momentos de adversidad. Esto es posible, en gran medida, gracias al binomio ingenio y tecnología. Hoy Mérida, como toda la Venezuela profunda, vive varias crisis simultáneas, pero atacar un problema específico puede incidir en la resolución de otros, acercándonos a escenarios que, aunque son posibles, hoy nos parecen remotos.
Descentralizar los usos del suelo del casco central de Mérida es un proceso medular en la gestión de la movilización en la urbe, sin embargo, dicha política debe ir acompañada de propuestas en las que la creatividad y las resoluciones tecnológicas sean la piedra angular. Concebir la ciudad de Mérida como una smart city es emocionante y permite plantear una propuesta.
Lo que se conoce como el “casco central de Mérida” tiene cinco puntos de acceso vehicular y seis de salida:
En un escenario hipotético donde la descentralización de actividades sea un hecho consolidado, se tendría un casco central cuyos principales usos del suelo serán para actividades culturales, educativas y recreativas, pues las redes bancarias, administrativas y comerciales habrían sido reubicadas en el hinterland. Así se dinamizarán áreas como La Hechicera, Los Próceres o la Andrés Bello. En consecuencia, el caos vehicular propio de los enclaves del centro sería cosa del pasado; es entonces cuando la tecnología salta a la palestra.
El contexto descrito permite integrar un sistema de semáforos inteligentes y sensores vehiculares en los puntos de entrada y salida referidos. Cada sensor, instalado a la altura del pavimento, tiene como función contabilizar el número de automóviles que entren y salgan del centro de la ciudad, enviando la información a una plataforma de big data, gestionada por un sistema computarizado de alta gama. La información presentada en los semáforos inteligentes situados también en los puntos de entrada y salida, indicarían en tiempo real, mediante un convencionalismo tradicional de luces de tránsito, el rango vehicular que circula dentro del casco central.
En función de esta estrategia se puede dar rienda suelta al ingenio de los gestores públicos y privados. Es allí donde la noción de geomarketing cobra especial importancia. La Mérida de hoy no es atractiva para el turismo, pues tiene años siendo solamente el llegadero de quien pretende respirarle la inmediatez al techo de Venezuela por un rato, o de quien anhela llenar su galería virtual con fotos del páramo, pero son pocos los que quieren que nuestra urbe sea parte de su destino para disfrutar. Esa realidad puede cambiar. Una ciudad descongestionada, con un sistema tecnológico de vanguardia que apunte, específicamente, a la gestión de la movilidad urbana, es un producto atractivo para quien la visita, pero también para quienes vivan en ella.
Mérida tiene posibilidades de innovación y desarrollo como pocas ciudades de Venezuela, y un sistema que reúna elementos propios de la sostenibilidad ambiental da cabida a las añoranzas por una ciudadanía que no se rinde.
Cuando el turista camina las transversales de Milla y Belén imagina un recorrido en bicicleta y cuando quiere visitar la catedral detesta sortear tantos vehículos para alcanzarla. El turista que abandona La Rama Dorada y entra al Hoyo del Queque, y que luego recorre la Avenida 4 Bolívar mirando de retruque la Biblioteca Bolivariana, quiere hacer ese recorrido sin un tráfico atiborrado de frenazos, colas e imprudencias.
Un sistema como este es compatible con la imagen de la ciudad que tienen turistas y habitantes, y pueden materializarse con medidas variadas, que incluyan, por ejemplo, el diseño de ciclovías; la creación de grandes bulevares peatonales; el desarrollo de aplicaciones inteligentes que notifiquen —por el dispositivo móvil y basándose en la información de la big data— el estado del tráfico en un momento dado; el reforzamiento del sistema de transporte público; el cobro periódico de un monto específico por tiempo de uso vehicular dentro del casco central en el momento que el sistema inteligente indique congestión, entre muchas otras.
Planificar en un territorio que se desintegra se supone inviable. Hoy Venezuela es tierra arrasada en la que suena a utopía cualquier proyecto de desarrollo. Sin embargo, basta volverse hacia los vecinos para comprender que la descentralización y la movilización sustentable hoy día son temas prioritarios. El terremoto de 1861 obligó a los mendocinos a repensar su ciudad; el casco histórico se descentralizó y hoy Mendoza es una de las ciudades más funcionales de la Argentina. También la estrategia de geomarketing que bautizó a la capital colombiana como “Bogotá coqueta”, cambió la imagen de ciudad fría, aburrida e insegura que este tenía y la convirtió en un destino obligatorio.
Mérida cuenta con amplias ventajas —comparativas y competitivas— para alzarse como un monolito cosmopolita urbano y, por lejano que el horizonte nos dibuje el primer día de la reconstrucción nacional, cuando éste llegue será menester desempolvar las ideas que se forjaron en tiempos de tiranía.