Hay canciones de Ulises Hadjis que suenan como si él estuviera solo, cantando para él, como pensando, en un apartamento cerrado, rodeado por la lluvia. Están sobre todo en sus primeros discos, Presente (2008) y Cosas perdidas (2012). Hay otras que son como si él hubiera abierto esas ventanas al sol y estuviera esperando a alguien, o eufórico porque acaba de irse una mujer bella y sensible que lo dejó lleno de luz, en particular en Pavimento (2015), aunque en ellas haya tristeza y confusión. Y hay temas de Ulises Hadjis en los que la casa se le llenó de panas y han pasado las semanas tocando e inventando cosas y finalmente se pusieron de acuerdo en el mejor modo de grabarlas. Hay algunos de esos en Pavimento y en Dónde (2018), el álbum que hizo con Cheo Pardo.
En todos esos discos, las canciones son breves, rigurosamente bien escritas, contenidas, como pequeños paquetes diseñados con esmero para alguien especial, en los que todo lo que está dentro tiene un significado y ha sido escogido con cuidado. Habrá que ver qué trae en el álbum El mundo y la nada en 2020, pero los dos sencillos que acaba de publicar, “Ulises nadie” y “Corazón en vano” solo prometen más avances en la evolución de este músico maracucho basado en Ciudad de México.
Hadjis es otra cosa. Su obra no suena a Miami ni a Caracas. Sociólogo con entrenamiento psicoanalítico, maestría en Filosofía y ahora candidato a un doctorado en Comunicación en México, Hadjis escribe sofisticadas canciones, y el podcast que conduce con la alianza continental de artistas independientes Núcleo Distante, es para gente realmente dispuesta a meterse para lo hondo de la creación artística. También sabe lo que es ganarse un Latin Grammy —como ingeniero de sonido en un álbum de Voz Veis— y cómo funciona hoy el negocio de la música.
“Vivimos en un capitalismo de plataformas —explica desde Ciudad de México—. Antes la televisión y la radio mediaban nuestra relación con el público, y ahora lo hacen los algoritmos de recomendación. Puede que tu música llegue a mucha gente sin que tengas que pagar payola, pero por otro lado es imposible transgredir el status quo como en los 80 hizo Locomía apareciendo en Sábado Sensacional”.
¿Por qué ahora es más inexpugnable el mainstream, si hay tantas cosas disponibles?
Porque en esta posmasividad ya no es posible que una gran cantidad de gente vea lo mismo, como pasaba en los noventa, cuando todo el mundo podía ver en Sábado Gigante a la misma señora con un gato que escupía fuego. Si MTV Latino pasaba un video de una banda como Santa Sabina, algo que de otro modo solo verías en un teatro underground o algo así, todo el mundo recibía esa información. Ahora, con el capitalismo algorítmico o de plataformas, ya no existe esa concentración, lo cual es bueno porque en efecto crea más opciones, pero no hay forma de que un artista muy raro sea mostrado a muchas personas distintas.
Ya, a un artista más raro lo van a escuchar solo en sus nichos.
Exacto, lo cual también es una manera más eficiente de consumir cosas.
Cuando éramos chamos, si alguien metía un tema suyo en una telenovela entraba en un gran circuito. Con la fragmentación de los canales, ¿Cuáles expectativas puede hacerse sobre su trabajo un artista como tú?
Soy afortunado. Hago la música que quiero y tengo un público mucho más grande que el que me imaginé cuando comencé. Ahora mismo hay una exacerbación de los números, los premios y los logros “instagrameables”; tristemente poco se valora una obra fuera de eso: si alguien tiene muchos seguidores o reproducciones en las plataformas nadie se atreve a criticar su trabajo. En todo caso no sé que es “un artista como yo”. Mis expectativas son seguir haciendo música e intentar ponerla en el mundo de una manera que no me genere daño, como la frase de Jacques Derrida: participar sin pertenecer.
¿Crees que el haberte visto más o menos forzado a emigrar te arrojó a unas experiencias, unos contactos, unos circuitos, a los que no hubieras tenido acceso si la situación del país no nos hubiera dado motivos para querer irnos?
Sí. Pienso con frecuencia en Maracaibo, en la Facultad de Artes de La Universidad del Zulia donde daba clases, en la cuadra de mi casa, sobre todo ahora en Navidad. Soy un migrante muy afortunado y sí, mi obra ha crecido profundamente por estar aquí en la ciudad de México: aquí tienes una influencia constante de gente que viene de todo el mundo, sobre todo para lo que yo hago; conoces compositores con textos, armonías, melodías interesantes, artistas muy exigentes con los que se discute mucho la obra y es un contexto demandante. Me he podido adaptar bien, la mayoría de mis amigos son mexicanos. Pero sé que no todas las historias de migración son así de afortunadas.
¿Qué te enseñó la experiencia del Latin Grammy?
Pues, cuando gané con Voz Veis en el 2007 fue más ingenuo; luego cuando quedé nominado como Mejor Artista Nuevo en el 2012 (la categoría en la que acaba de ganar Nella) me di cuenta de que si bien The Recording Academy se interesa por validar a artistas como yo, cosa que agradezco, a la industria real fuera de la academia lo que le interesa es el mainstream. Cuando vas a los Grammy te sientes chévere, como la mayoría de las personas que están ahí, músicos como uno, que trabajan. Y te ayuda a conseguir más trabajo dentro de tu círculo, pero no tiene tanto impacto a la hora de sacarte de él. No es como el Oscar. Finalmente, cuando me nominaron el año pasado como productor de El David Aguilar, entendí que es un rito bonito, pero que al menos en mi caso no es vinculante con mi obra. Es como cuando juegas Nintendo: te emocionas mucho por ganar, te arrechas un poco si pierdes, pero ya luego apagas el Nintendo y pasas a otra cosa.
¿Qué te ha enseñado tocar en Estados Unidos y en otros países?
Otras maneras de hacer canciones y de insertarlas al mundo. Conocer a muchos genios. Otras formas de vivir con el arte. Cuando vivía en Venezuela veía mucho que los músicos debían tener una relación con una marca, o una gran dependencia del show institucional: parecía que era la única forma de vivir de la música. Y afuera aprendes que muchos músicos que admiras viven de otra cosa, de dar clases, de una beca, incluso de trabajar en un banco. Tienen una relación más sana con su obra, que sigue siendo increíble. Se trata de que asumas tu propia sensibilidad como artista y entiendas en cuáles espacios puedes entrar y en cuáles no.
Lo mismo pasa con la literatura. Y hay gente que no lo entiende.
Claro, e insiste en insertarse en espacios que le son incluso hostiles. Yo canto como canto. ¿Qué gano tratando de cantar gritando y haciendo notas largas?
¿Tienes que explicarle a la gente que eres indi folk, o pop rock, o cantautor?
Pues, ya no. Simplemente porque no tengo banda se me ha etiquetado como cantautor, pero realmente no cumplo en rigor con ese canon. Madonna también canta y nadie la ve como cantautora, o al General, que también compone y canta. En los Latin Grammy, todos los “cantautores” tocan guitarra acústica, tienen más de 40 y hacen música como solemne, austera. Mi música, lo que asumí el año pasado, no es de guitarra y voz; aunque compongo con guitarra termino haciéndola con muchos otros instrumentos. Es algo muy raro ser solista, finalmente es un microcosmos muy autónomo.
¿Cómo te llevas tú con el hecho de ser venezolano, en cuanto a tu identidad como artista? ¿Te ves a ti mismo como un músico venezolano, más allá de tu nacimiento?
No, siento que los nacionalismos son una desgracia y creo que nadie debería celebrar tener un pasaporte de equis país. Hago arepas y mandocas y soy el que casi siempre graba los cuatros en el estudio, pero hasta ahí. No tengo ninguna bandera en mi casa, ni fotos de tepuyes. Ahora mismo hay un discurso hegemónico del venezolano de ser de ultraderecha, Trumper, y de celebrarnos sólo a nosotros mismos, del que no puedo ser parte. Por ejemplo: la comunidad venezolana quiere que yo diga que AMLO es un Chávez, y (al menos hasta ahora) no veo muchos paralelismos. Eso lleva a que me insulten en Twitter como hace unos meses cuando contradije en algo sobre AMLO a Luis Carlos Díaz: recibí unos 100 tweets de burla y odio. No sé qué es ser venezolano y la verdad no sé si me interesa.
¿Cómo ves lo que está pasando con la música hecha por venezolanos, dentro y fuera del país? ¿Ves una actividad intensa, rica, o lo contrario, sientes que los rollos del país y la necesidad de emigrar le han hecho daño?
Pues, es claramente una movida castigada. La mayoría de los artistas hacen plata y carrera en su propio país. El que ir a tocar a Venezuela no sea rentable hace que la mayoría de nosotros tengamos una suerte de techo de vidrio en nuestras carreras y esa precariedad económica impacta a la obra, sobre todo a las bandas. Hay cosas que me gustan de artistas venezolanos y cosas que no, como de todos lados. No me interesa la narrativa de «los venezolanos somos arrechísimos y la estamos partiendo en ________». Prefiero la de «los venezolanos nos estamos integrando en _____».
¿En qué consiste tu búsqueda, cuáles son las formas y los contenidos que quieres lograr?
Me interesa hacer una canción cada vez más subjetiva y reflexiva: yo no tengo nada que darle a «la gente», nunca he entendido ni resonado con el colectivo. Mi roomate David Aguilar siempre dice que tenemos que quemar las naves artísticamente y ya yo quemé las naves sobre hacer una obra amable o que le guste a «la gente». “Ulises Nadie” es una prueba de eso: una canción donde reflexiono sobre las fallas en la comunicación y mi propio nombre.
Me pregunto si tu vida como académico tiene un impacto particular en tu vida como músico. Si lo que lees como académico te configura de cierta manera como compositor, y viceversa. Si ambas dimensiones de tu vida se comunican, o hasta qué punto lo hacen.
¡Claro! Mi tesis doctoral es sobre hacer canciones. El otro día en una cena con Cheo, Beto de Rawayana me dijo que era muy intelectual y le respondí «¡Claro que sí! ¡Pago la renta con eso!». No me interesa moderar o censurar mi sentido crítico ante el mundo, aunque finalmente no termine complaciendo a los demás y me quede solo.
Creo que tus influencias musicales son más o menos evidentes, y en todo caso cambiantes, como suele pasar. Más me intrigan tus influencias literarias: las lecturas o los autores que te hacen escribir como escribes.
Quizás la lectura que más impacto ha tenido en mi escritura es el cuento «Demonios» de un cuentista brasileño del siglo XIX llamado Aluizio Azevedo, sobre un hombre que en su balcón descubre cómo el tiempo se ha detenido y a partir de ahí se desmaterializa toda la realidad. Recuerdo que se lo presté a Heberto Áñez —el músico que se hace llamar Sr Presidente— y también le voló la cabeza. David Foster Wallace influyó mucho mi disco pasado. Leo muchas cosas que me recomiendan amigos escritores como Natasha Tiniacos, Alberto Barrera y Mario Bellatín, y hablo mucho con ellos de la escritura. De hecho el título de mi disco nuevo está inspirado en una cita de Paul Valéry que Alberto me dijo en una cena: «Dios hizo al mundo de la nada, pero la nada persiste». No leo tanta poesía y debería leer más. Ahora que fusioné mi biblioteca con la de mi roommate David hay decenas de libros de poesía. Leo más ensayo y novelas.
En términos de creación, ¿qué sientes que no has logrado hacer, o que debes aprender a hacer porque hoy no tienes las capacidades suficientes?
Quizás una obra transdisciplinaria mejor articulada. Que no se quede en una grabación sonora.