¿Un documental filmado en Congo Mirador? Desde que vi el cartel pensé que me iba a dejar vuelta mierda.
No se me puede culpar. Estoy muy familiarizada con la miseria que más de veinte años de chavismo ha generado en el sur del lago de Maracaibo porque de allí viene gran parte de mi familia. De niña me extrañaba, y asqueaba, que en los pueblos de la región, frente a las casas y al descubierto, hubiese zanjas al borde de la carretera por donde pasaban las aguas negras. La “zipa”, como era conocida esa sustancia negra y espesa que se movía por las cañerías expuestas, aromatizaba el pueblo entero con la brisa de la tarde. No han sido los chavistas los únicos indolentes, pero es imposible negar el abandono absoluto del régimen en esta tierra donde puede crecer casi de todo.
Corriendo el riesgo de caer en un hueco depresivo, le di una oportunidad. Desde www.cinemestizo.com llegué al Indiegogo de la película, hice una donación y tuve acceso al screening privado.
Valió la pena.
Desde el primer cuadro me teletransporté. Sentí el calor húmedo y pegajoso. Me conmovió el acento zuliano del músico del pueblo, y su canción. Poco a poco las imágenes me hicieron adentrar en ese pueblo, en su forma de vida, y conocer a su gente.
Majestuosa, relajada y sin ninguna pena, aparece Tamara. Una señora que a estas alturas todos reconocemos, porque desde hace unos cuantos años siempre hay alguien igualita a ella en la junta de condominio o en el consejo comunal al que hemos tenido que ir a pedir algún papel absurdo en algún momento. Es la que coordina la cola para apostillar o recibe las bolsas del CLAP en nombre de todo el edificio, aunque nadie se lo haya pedido. Una señora de esas que, si no fuese chavista, te caería hasta bien.
Por eso, solo al mirarla le tienes rabia. Una rabia que crece cuando ves su habitación tapizada de fotos de Chávez. Y que crece más cuando dice que vota por Maduro porque así lo quería su comandante. Ni hablemos de cuando exige que besen las figuras del difunto para poder entrar a su casa, ni del amor que le profesa.
Los flashbacks de calor, las niñas flaquísimas y la cantidad de iconografía chavista casi hacen que me rinda, pero no pude por Natalie. Es la maestra de la escuela de Congo Mirador, amada por los niños, que ni grita ni se sobresalta pero no se deja amilanar por Tamara, ni por sus ganas de reemplazarla con alguien que antes de dormir abrace como ella la figura de Chavez. Una muchacha suave que tímidamente admite ser opositora. La clase de mujer que de una vez se gana simpatías, lo más cercano a una blancanieves endógena, simpática pero determinada.
La vida de los congueros transcurre en calma, pero el tiempo apremia porque los acecha un peligro: el sedimento poco a poco ha hecho mella en la infraestructura del pueblo, porque ha secado la zona del lago de Maracaibo sobre la cual construyeron sus palafitos. El lugar se va haciendo inhabitable y los congueros van a tener que llevar sus ranchos a otros pueblos.
Las dinámicas del poder dentro del chavismo siempre causan curiosidad en quienes intentamos comprenderlas desde afuera. Y la mayor hazaña de la directora de Once Upon a Time in Venezuela, Anabel Rodríguez Ríos, fue capturar, aunque brevemente, la forma de operar del régimen en la base de su pirámide.
Es tragicómico ver a Tamara incrédula e indignada cuando el gobernador Francisco Arias Cárdenas prefiere atender el teléfono que escucharla. Por un instante, ya no le tienes rabia sino lástima. Es evidente que sus súplicas por el dragado del lago no darán fruto. Y su preocupación al hablar del éxodo de los congueros te deja ver que no es una persona enteramente mala o a quien solo mueve el poder. Aunque fomente la corrupción, quiera comprar votos y de cierta forma chantajee a la gente con comida, Tamara quiere el bien para su pueblo… más o menos.
Podría decirse que esta historia va de las pocas batallas que perdió el chavismo. En 2015, la oposición ganó las elecciones parlamentarias hasta en pueblos como Congo, donde la gente celebró efusivamente con el clásico “y va a caer…”. El resultado fue una sorpresa hasta para los habitantes de ese lugar, que siendo tan pocos, parece que no sabían cuán de acuerdo estaban. Aunque ya todos sabemos el final de ese proceso electoral, las imágenes del Punto Rojo desierto, luego de que Tibisay Lucena anuncia los resultados, todavía hoy son una enorme fuente de placer.
Y aquí vienen los spoilers de verdad.
Por supuesto que hay miseria, armas, concursos de belleza y niñas que se casan a los catorce años. Pero también hay poesía, música y hasta crueldad animal. Si fuese ficción, no podría ser más inverosímil. El poderoso relámpago del Catatumbo ilumina a un pueblo palafítico donde la gente recoge sus peroles, monta su rancho en un par de lanchas y así mismo, se va demasiado. El mal gana en esta historia. Natalie, cansada y con su escuela en ruinas, decide dejar Congo Mirador mientras que Tamara se queda. ¿Por orgullo, por que tiene otros medios de vida o por amor a su pueblo? Es difícil saber.
Este es el documental, esta es la historia, que la diáspora tendrá que mostrar a sus hijos más pronto que tarde, cuando ya sea imposible protegerlos de la realidad del fenómeno chavista y haya que explicarles que aún muriendo de mengua y viviendo en la miseria, mucha gente elige seguir siendo fiel al legado del difunto.
El absurdo que se vive en Congo Mirador es devastador, pero la sensación que da al ver este documental es la misma que te da ver un reality TV al mejor estilo Tiger King, la decadencia, la comedia, el drama y la acción están allí, junto con personajes que vas a odiar y a amar. Once upon a time in Venezuela tiene todo lo que tienen las grandes historias y por eso merece la pena verla. A pesar de que nos revuelva los sentimientos de rabia hacia el chavismo, el solo hecho de darle el protagonismo que se merece a este pedacito de estanque olvidado de Dios, convierte este proyecto en algo que merece muchísimo la pena apoyar y difundir.