Nos emociona a todos porque nos compete a todos. Un premio a nuestra poesía es un premio a nuestra palabra. A lo mejor que ella puede decir y hacer, a lo que puede alcanzar o revelar, en especial cuando la dice una poeta mayor.
No es un alivio simbólico para el horror, como el que nos dan los reconocimientos a otras manifestaciones de nuestro hacer. Es como un sostén ontológico. La esencia se expresa en la gramática y en el poema está la gramática suprema.
Hablé de eso con Yolanda Pantin, Premio García Lorca-Ciudad de Granada 2020. De poesía y poetas, de lenguaje, dolores y pueblos. De eso que aparece en sus libros que muchos repetimos de memoria, a veces, como exorcismo.
¿La poesía salva? ¿Por qué?
No sé por qué. Yo creo que en algún momento esa entrega que es una vocación se devolvió para compensar el vacío que había quedado de esa misma entrega. Es algo que no puedo explicar pero que me ha ocurrido. Y es ahí cuando de alguna manera la poesía viene en tu auxilio. Te devuelve lo que has entregado. Es importante dar las gracias, pero es importante saber, tener conciencia de lo que tú has entregado. Ese movimiento recíproco lo explicó muy bien Anne Carson en su discurso del acto de entrega del premio Princesa de Asturias.
¿Qué es ser poeta para ti? ¿Para qué sirve, qué le da un poeta a su sociedad?
No sé para qué sirve ser poeta. Quizás no sirva para nada. En lo personal para mí significa todo. Pero fuera de lo personal, significa la posibilidad de un intercambio, de una conversación que deja algo en una cadena tan larga como puede ser la tradición literaria, en este caso venezolana, hasta el sol de hoy. Estoy convencida, además, de que los poetas llevan el alma de su país, cualquiera que sea el suyo. Y digo con alma ese “algo” que se cuela en la corriente del lenguaje que heredamos, cargamos y que nos atraviesa.
Tu generación es la primera en la que se reconoce un gran grupo de mujeres escritoras en Venezuela. Creo que eso está relacionado con el salto que nos permitió la democracia. ¿Lo ves así?
Puede ser, pero también es cierto que esa eclosión de escritoras mujeres en los ochenta no ocurrió solo en Venezuela. Ocurrió en todo el continente, de norte a sur, ocurrió en España, en Portugal, en Brasil, en EEUU, cuando sobre la tercera ola del feminismo, empezamos a leernos entre nosotras. Buscando el lenguaje, en mi caso, leí por años solamente a las mujeres poetas. Leyéndolas veía que su experiencia como mujeres se trasladaba a la obra literaria de otra manera. Darme cuenta de eso escribiendo fue muy importante en esos años de aprendizaje.
Cuéntame un poco, ¿qué fue para ti esa iniciación en la poesía en la Venezuela de los setenta y ochenta?
Los ochenta fueron años muy estimulantes para la creación artística, en general, años paradójicos en Venezuela. Fueron nuestros “años locos” si se quiere, y en ese caldo esquizoide surgió el grupo Tráfico con su manifiesto “cargado de futuro”. Fueron los años de las antenas parabólicas y de la caída del valor de nuestra moneda. Los años de las “estrellas sociales” con Boris Izaguirre a la cabeza. La década que terminó con el “Caracazo”. Todo eso ocurrió en los años ochenta… Los setenta deben haber sido interesantes, pero yo no había salido casi de Turmero…
Pasé varios cursos leyéndote con la guía de Samuel González Seijas y en un momento descubrimos algo así como un gótico en tus primeros libros: fantasmas, aparecidos, un mundo arrasado bajo una capa de modernidad bastante frágil. ¿Qué puedes decirme de aquellos libros?
Responden a años de búsquedas y de confusión en mi juventud, y también de seducción por las figuras nocturnas. Ahí me tomó el “vampiro” que había conocido en las novelas de iniciación adolescente. Pero los vampiros para mí eran también esos animales que dejaban su marca en un collar de sangre en el cuello de los caballos. El vampiro que conocemos aquí es un animalito pequeño que vive y crece en toda la geografía nacional. Pero la figura literaria del vampiro fue la que me sedujo por sus posibilidades metafóricas. Los chupasangre no se cansan, se transforman y regresan. Hay que tener cuidado…
País es un libro al que se engancharon muchos lectores. ¿Cómo surge ese libro, esos poemas?
País fue publicado en Caracas en el 2007 y recoge poemas escritos en los cuatro años previos: años vengativos, feroces como todos dentro de la tragedia venezolana que pude vislumbrar en El hueso pélvico, de 2002. Así que por sobre el griterío que no nos dejaba ni oír ni hablar, quise dejar mi testimonio, poner las cartas sobre la mesa. Quién soy, de dónde vengo, el saldo que termina en una suma de pérdidas.
Tus maestros, tus influencias, ¿quiénes son?
Tuve tres maestros: César Vallejo, Luis Cernuda y Blanca Varela (quien también ganó el García Lorca). Vallejo me enseñó que la poesía es lenguaje; con Cernuda entendí que el conjunto de los libros de un autor hace una biografía. “Historial de un libro” se llama un ensayo de Cernuda donde habla de cómo se dialogan los poemarios de La realidad y el deseo. Un libro no puede comprenderse sino dentro de la totalidad de una obra, ¡menos un poema! Y con Blanca Varela entendí lo que decía antes acerca de lo que puede dar la mujer a la poesía desde la conciencia del lugar que ocupa y aun sin tenerla: transgresión, libertad.
Tus últimos libros están llenos de fábulas, animales y niños…
Nacieron con el nacimiento de mis tres nietos, los tres el mismo año, y con la edad que tengo y con la edad de mis padres ya muy ancianos. A ellos quise contarles “un cuento” para darles alegría y tranquilidad en medio de tanto desasosiego y angustia aquí. Bellas Ficciones, Lo que hace el tiempo y un libro que tengo inédito, conforman una trilogía que responde a esa intención: proteger a las criaturas y buscar resquicios de luz.
¿Qué significado tiene para ti que sea el premio García Lorca el que hoy te distingue en esta Venezuela trágica?
García Lorca es un poeta sin tumba, y así es, pero es un poeta vivo. Lleva un peso simbólico que lo hace todavía más grande de lo que es: el dolor de los derrotados en la Guerra Civil. Cuando recibí la noticia del premio me vino el poeta que había leído y recitado cuando niña y adolescente. Me vino ese recuerdo inocente en sus dibujos también por un librito que me regaló mi mamá hace tiempo, su duende, su gracia, pero ahora por tu pregunta veo cuán cerca puede estar de nosotros. Ahora recuerdo que me atreví una vez a reescribir los versos de Machado, el poeta de las dos Españas: “Venezolanito que vienes al mundo, te guarde dios/ uno de los dos pedazos ha de helarte el corazón”.