En 1999, Roberto Bolaño ganó el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos con Los detectives salvajes. Este era sin duda uno de los premios más importantes de la literatura de habla hispana: lo habían ganado Vargas Llosa, García Márquez y Uslar Pietri en sus convocatorias anteriores. En 1999 Sofía Imber ordenó subir la mayoría de las obras que estaban en los sótanos del Maccsi, porque las lluvias no habían menguado desde mediados del año y el lugar se estaba inundando. Esas mismas lluvias luego terminarían en una tragedia cuya herida social nunca sanaría, en vísperas de una reforma constitucional que transformaría nuestra realidad política hasta el día de hoy. En 1999 nacieron y vivieron su infancia muchos de los chamos que hoy mandan sus poemas al Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas. Poemas que en su mayoría navegan en ese duelo, atravesando el desarraigo, la fractura, la violencia, la soledad y el extrañamiento de estos últimos 20 años.
Esta generación de escritores jóvenes, nacidos entre 1987 y 1997, se mueve entre dos aguas: los que están dentro del país viviendo en un lugar donde la cultura y el patrimonio se resume a una larga lista de bibliotecas incendiadas, archivos abandonados, museos descuidados y universidades derrumbadas, y los que están ya fuera, parte de la gran marea migratoria de los últimos cinco años, intentando integrarse a la dinámica cultural y académica de sus países de acogida.
El Premio Rafael Cadenas, y los libros antológicos que resultan de su veredicto, se transforman en una especie de amalgama donde confluyen esas voces, integrándose en una sola experiencia.
Florecer en el abismo
El Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas nace en 2016, de la inquietud de Marlo Ovalles —administrador de Team Poetero y presidente de la Poeteca— por difundir la poesía venezolana. «A nuestros muchachos les cuesta mucho que lean su trabajo y en aquel momento los concursos se habían dejado de convocar». Marlo le propuso a Tibisay Guerra, quien dirige el sitio web Autores Venezolanos, conseguir los recursos necesarios mientras ella se encargaba de contactar con los muchachos que iban inscribiéndose. «Contamos con la suerte de que Tibisay ya había tenido contacto con escritores, entre ellos, Rafael Cadenas. Ella se animó a pedirle su nombre». Dos desconocidos en el medio, llenos de dudas y tocando puertas, lograron cimentar una iniciativa donde han participado 2.061 jóvenes y han sido premiados 146 poemas en cuatro libros publicados y un quinto en edición.
El lunes 22 de junio se anunció el veredicto de la edición 2020 del concurso, quinta desde su fundación. La ganadora resultó ser Kaira Gámez, de 30 años. Kaira es psicoanalista egresada de la UCAB y cuenta también con una maestría en Filosofía por la UCV. Justo ahora está haciendo un doctorado online en Estética y Teoría del arte en la Universidad de Chile y pertenece a La Nueva Escuela Lacaniana de Caracas. Cuando le pregunto porque eligió la poesía para expresarse me dice:
—La escogí para encontrarme o para reconstruirme en este escenario, con esto que me tocó vivir. Quizá podría decir que me motiva la necesidad de darle un lugar a la herida que el pasado (de mi familia y de mi país) ha dejado en mí.
Kaira me cuenta que a su parecer, la poesía joven venezolana es «bellamente lúcida» en este momento.
—Es como si las dificultades que compartimos y las que nos han tocado a todos como generación, hubieran esclarecido las miradas y las voces. Me viene a la mente el duro verso de Cadenas donde dice que «florecemos en el abismo». He leído cada uno de los poemas publicados en las antologías previas y hay muchos que me dejan sin aliento. He seguido muy de cerca el trabajo de Yéiber Roman, Julieta Arella, Carlos Iván Padilla y Pamela Rahn. Entre las voces jóvenes que más me han impactado sin duda te diría que la de Cristina Gutiérrez Leal es la más asombrosa. El poema con el que ganó la segunda edición del concurso es mi favorito.
Cristina Gutiérrez Leal, de 31 años, autora del poema «Sé del mar reventando contra un muro» (2017), creció en Coro y ahora vive en Río de Janeiro. Recibió una beca de la ULA para su maestría en Literatura Iberoamericana y luego otra por la OEA y la Fundación Capes para continuar su doctorado en Literatura Comparada en Brasil:
—El concurso me abrió muchas ventanas para mostrar mi obra, incluyendo la publicación de Estatua de Sal, con Dcir Ediciones. Justo ahora, el Rafael Cadenas es como un amuleto. Me da esperanza en la valoración y promoción de la poesía venezolana que está siendo escrita ahora. Siempre animo a mis amigos a participar.
Otro de los autores mencionados por Kaira es Carlos Iván Padilla, de veintisiete años, que actualmente reside en Argentina. Ganó el concurso con su poema «Carmamara» en 2018, cuando terminaba de cursar Filosofía en la UCV. Dice Carlos Iván:
—Ese año la alegría era en gran medida porque también habían quedado varios amigos con los que hacía esto, como Manuel Gerardi y Carlos Katan, quienes también han recibido otros premios por su trabajo. Veo el Cadenas como un documento importantísimo en cuanto a muestra de la actividad poética de nuestra época.
Tanto los ganadores como los finalistas del concurso tienen en común que la mayoría formó parte de pequeños grupos literarios o artísticos universitarios con vocación autodidacta, entusiasmo por la lectura y un sosegado respeto por la tradición poética venezolana; tradición releída y revisada lejos de los focos de la interpretación oficial. Grupos que se conformaron entre amigos y colegas apoyándose unos a otros para seguir escribiendo aunque fuera complicado publicar en un país que al final se quedó sin papel.
Stephani Rodríguez, de 25 años, que reside en Táriba, estado Táchira, y ha sido finalista en dos ocasiones, nos cuenta esa experiencia:
—Recuerdo que mis amigos Jesús Montoya, Rogelio Aguirre y Jorge Paredes, que ya habían participado y quedado en antologías anteriores, me animaban muchísimo a mandar. Yo veía el concurso con mucho respeto y admiración.
Stephani es Licenciada en Idiomas Modernos por la ULA y actualmente trabaja como traductora para la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Su compañero, el escritor andino Jesús Montoya, de 27 años, ganaría en 2017 el I Premio de Poesía Hispanoamericana Francisco Ruiz Udiel con un libro que incluiría el poema con el que participó en el Rafael Cadenas. Jesús acaba de terminar una maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad Federal de Sao Carlos, en Brasil, y se prepara para entrar al doctorado.
Otra escritora finalista del concurso y que ha seguido una ruta académica y creativa, pero en la parte austral del continente, es Daniela Romero, quien ejerce como profesora de talleres de creación literaria y artística dirigidos a niños, niñas, jóvenes y adultos mayores en Valdivia y que ganó el año pasado una beca Fondart del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio en Chile para escribir su primer libro de poesía epistolar. Dice Daniela:
—Cuatro años después sigue gustándome «Mar Báltico» (2016), le tengo cariño. Es mi único poema publicado en Venezuela. Me alivia saber que cuenta con ese rigor que aún conservo.
Ahora tiene 28 años y formó parte de la Cátedra libre de Literatura Agustín García, en Coro, por donde también pasó Cristina Gutierrez en su momento.
Va a ser una tarea compleja seguirle la pista a este amplio y diverso grupo de escritores y académicos que plantean, en poemas de largo aliento, el desarraigo, la casa, el abandono y la familia; temas que son de larga tradición venezolana, con voces renovadas, llenas de una esperanza nostálgica por encontrarse.
Eleonora Requena, jurado de la segunda edición, resalta la «calidad expresiva» de esta generación que Ricardo Ramírez Requena, también escritor y estudioso cree que «es de un valor alto, que dibuja un mapa claro e importante de un enorme talento, una cantera viva a la que hay que darle continuidad».
Estos chamos viven justo ahora dentro de una Venezuela fragmentada o son parte de la diáspora. Aún así, el viernes 24 de julio se reunieron para la premiación, llevada a cabo vía Zoom. Pero como diría Roberto Bolaño, en su discurso, tras recibir el premio Rómulo Gallegos: «En realidad muchas pueden ser las patrias de un escritor, a veces la identidad de esta patria depende en grado sumo de aquello que en ese momento está escribiendo». Así que por ahora tendremos la responsabilidad de leer y compartir sus voces; voces que aún se arriesgan a creer en la palabra.