De chamo, en Valencia, mientras los demás hacían caimaneras en la calle, yo absorbía libros de Plesa, que me salpicaban de conocimiento sobre muchas cosas, muy diversas. Leí tantos, manchándolos de huellas con Nucita, y con tanta atención, que quedé irremediablemente configurado para estar preguntándome sin pausa por qué el mundo es como es.
Por fortuna, encontré en la UCAB un oficio que yo no sabía que estaba buscando, y que me ha dado de todo, desde un modo de intentar servir al país que me apasiona y me desespera, hasta un gran amor; desde muchísimos panas hasta una caja de herramientas para leer, viajar, escribir; desde una fuente de ingresos hasta una identidad personal.
Empecé a hacer periodismo hace un cuarto de siglo, en la desconcertada Venezuela post-Caracazo que escribía “golpe ya” en los baños públicos. Mientras pasábamos de las máquinas de escribir a los celulares con wifi y de una democracia que casi nadie quería a una dictadura de la que no hallamos cómo salir, tuve que aprender mucho sobre esto. Y sigo aprendiendo, de hecho, porque he podido procesar mis muchas equivocaciones, porque ahora que vivo en una democracia plena puedo presenciar en la práctica otras dimensiones del vínculo entre la prensa y la sociedad, y porque una de las lecciones que capté hace años era, justamente, que un periodista nunca debe conformarse con lo que sabe.
Pero ya puedo intentar resumir —o al menos empezar a hacerlo— lo que hasta los momentos he logrado comprender sobre el periodismo. Porque creo que es algo de lo que también debemos hablar.
Primero: el periodismo es servicio
Esto se hace para ayudar a la gente a protegerse de la desgracia y del abuso, a saber cómo sacarse un pasaporte o dónde ir a ver a Desorden Público, a entender por qué el dinero no le rinde, por qué el clima está cambiando, por qué Maduro sigue ahí. Cuando es legítimo, el periodismo se hace para el público, no para las fuentes (las organizaciones o individuos que nos proveen de información) ni para los dueños del medio (que siempre, inevitablemente, tienen sus intereses, sus amigos y enemigos, sus obsesiones y sus limitaciones, tanto en una trasnacional multiplataformas como una radio comunitaria). El tema puede ser asuntos sociales, negocios, espectáculos, deportes, tecnología o moda, pero siempre se tratará de ayudar a la gente a saber más sobre lo que le interesa.
Ese es el propósito; que se logre o no depende de quién hace el periodismo y de las condiciones en que lo hace. Un periodista con las mejores intenciones que trabaja en la CBC de Canadá, con un sueldo decente y protegido por un sólido estado de derecho, tiene más capacidad de hacerlo que un periodista con las mejores intenciones en una radio del llano cuyo principal ingreso es la propaganda del gobernador chavista.
Segundo: el periodismo es hecho por seres humanos
Entre nosotros hay de todo, honestos y deshonestos, mediocres y brillantes, como entre los médicos, los mecánicos o los cocineros. Ninguno de nosotros es una supercomputadora incapaz de equivocarse ni de contaminar su trabajo con sus sentimientos.
Es un trabajo en equipo y requiere vocación, pues salvo rarísimas excepciones es una profesión mal pagada. La exposición pública inherente a esta actividad somete a sus practicantes a riesgos muy particulares. Es imposible contarlo todo, así que alguien se va a quejar de que falta algo en sus historia. Es imposible complacerlos a todos, así que alguien los va a acusar de vendidos o de ignorantes, si dicen algo que no les gusta. Es imposible ser imparcial y objetivo (por más que se trate), así que siempre alguien los acusará de partisanos y subjetivos. Y si se vuelven famosos, tendrá más impacto lo generosos o lo mezquinos que ya son; además, la celebridad puede inducir la ilusión del poder, y con ella la posibilidad de corromperse.
Como sea, a la gente le resulta facilísimo insultar a los periodistas, y siempre ha sido así; Trump, Chávez y compañía solo lo aprovecharon y lo hicieron peor. Pero también hay personas que aprecian lo que hacemos. Uno piensa en ellos todos los días, en no perder su confianza, que es muy difícil de construir y muy fácil de quebrar.
Tercero: el periodismo tiene muchas formas pero unos pocos principios
Puede ser local, concentrarse solo en lo que afecta directamente a la comunidad, como Radio Fe y Alegría o Crónica Uno, o tratar de cubrir como un flujo continuo la actualidad del país en su complejidad, como TalCual, Efecto Cocuyo, El Estímulo y El Pitazo, que era lo que hacían antes los grandes diarios de referencia como El Nacional. Puede tener un fuerte componente en pensamiento, como Prodavinci; dirigirse a una audiencia específica, como Revista Ojo o nuestro hermano mayor Caracas Chronicles; puede acompañar a la gente aislada por la censura, como El Bus TV; u ocuparse de escoger lo más relevante dentro del océano de contenidos online, como hace el newsletter Arepita cada mañana. Runrunes y ArmandoInfo hacen periodismo de investigación. La Vida de Nos recoge testimonios. Y ahora tenemos podcasts que pueden tener muy buenas entrevistas, análisis en video como los que hacen Luis Carlos Díaz y Naky Soto, y canales online como VIVOplay.
Todos ellos lucen muy distintos, pero siguen los mismos parámetros éticos: te dicen las fuentes de la información, argumentan e informan sobre asuntos que se pueden comprobar, revisan distintas perspectivas, evitan especular y actúan según el respeto hacia sus fuentes y, sobre todo, hacia ti.
Cuarto: el periodismo trata de decir la verdad
Es fácil confundir al periodismo con cosas que se le parecen pero no son.
A veces es publicidad: tiene el aspecto de una noticia o una entrevista, pero es una cuña pagada. A veces es propaganda, que se disfraza de noticiero, de periódico o incluso de documental: si pones atención verás que sus relatos perjudican a ciertos enemigos políticos y enaltecen a ciertos líderes y gobiernos. Lo malo es que para darte cuenta de que es una trampa debes estar informado; quienes solo consumen los contenidos de esos canales creerán todo lo que les dicen, sobre todo si esos mismos canales evitan que busquen otras voces porque les machacan todo el tiempo que todos los demás están mintiendo.
A veces lo que parece periodismo está hecho con tanta irresponsabilidad que no merece llamarse tal, porque es amarillismo (el énfasis en crímenes muy cruentos), sensacionalismo (el inflar los hechos para que luzcan espectaculares o escandalosos) o populismo: simplemente meter casquillo contra los inmigrantes, los pobres, los ricos, los políticos o los intelectuales, agitar los peores instintos de la muchedumbre —los mismos en todas partes y desde que el mundo es mundo— diciendo lo que mucha gente quiere que le digan para confirmar sus prejuicios, con lo cual puedes vender muchos tabloides o acumular muchos clics y así tener números con los que atraer anunciantes. Hacerte sentir acompañado en tu resentimiento es un recurso para reunir audiencia, igual que la foto de una modelo en bikini.
¿Cómo distinguir todo eso del verdadero periodismo? Mientras la publicidad trata de decir buenas noticias aunque no sean ciertas, el periodismo trata de decir cosas ciertas aunque no sean buenas noticias. Mientras la propaganda sostiene una versión polarizada de la realidad, en la que unos son claramente los buenos y otros son claramente los malos, el periodismo te señala los matices. Mientras el populismo dice cualquier cosa con tal de complacer a la mayor cantidad de gente posible, el periodismo habla de lo que es necesario aunque la mayoría del público no lo entienda.
Y quinto: el periodismo es un bien público de primera necesidad
Es como la administración de justicia, la educación, la salud y la protección del ambiente: una sociedad no puede producir calidad de vida para sus miembros sin el periodismo.
En uno de aquellos libros Plesa de mi infancia, leí que algunos de los primeros dinosaurios tenían tres pequeños cerebros a lo largo de sus cuerpos, mal conectados entre sí, y que si un depredador los mordía en la cola, cuando la víctima finalmente recibía en su cerebro principal el impulso nervioso con la noticia del mordisco, el otro dinosaurio ya se lo estaba comiendo y no había nada que hacer.
Quedarse sin prensa es ser como un dinosaurio primitivo. El buen periodismo, así esté lleno de noticias que no quieres saber porque son dolorosas, es uno de los sentidos de la sociedad, como la vista o el olfato, imprescindibles para ir por ahí sin despeñarse por un barranco o tragarse algo que es venenoso.
El buen periodismo no grita, no te dice qué debes pensar y no promete verdades definitivas. Hace su trabajo como puede, no para darte la razón sino para ayudarte a entender lo que antes no entendías.
El buen periodismo te respeta, porque está de tu lado.